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Un diálogo posible: enfoques de género y cristiano de desarrollo integral

por PÓLEMOS
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Horacio Gago Prialé

Profesor de Sociología y Derecho de la Facultad de derecho de la PUCP.  Doctor en derecho y abogado.


Abstract

El desarrollo visto como un ideal es ese estado de cosas donde las instituciones funcionan y las sociedades pueden acceder a soluciones adecuadas a sus necesidades.

Puede ser entendido como un medio para algo, un fin en sí mismo, o las dos cosas a la vez.  El estudio del desarrollo tiene una ramificación jurídica volcada a la investigación, diseño e impulso de normas vinculantes e instituciones para ponerlo a andar como proceso y obtenerlo como finalidad. Se llama derecho y desarrollo y desde este encuadre el artículo intenta aproximar críticamente el enfoque de género y el cristiano de desarrollo integral.  

El enfoque de género es un proceso sustentado en la dación de condiciones igualitarias en todos los aspectos de la vida humana, para que personas que biológicamente son distintas adopten su identidad y creen opciones para sí por el camino cultural. El patriarcalismo es una creación cultural, indican sus seguidoras y seguidores, y por lo tanto puede ser erradicado por la vía de la cultura. Lo entendemos como un enfoque de medios porque no responde a la pregunta sobre un “para qué la igualdad”, sino que establece razones y protocolos para denunciar y salir del estado de cosas “patriarcal”. Camino largo y complejo, multifacético y paulatino, pero no un fin en sí mismo. Un camino de igualdad para un fin de igualdad. El enfoque de género busca hacer iguales a las personas con la finalidad de mantenerse iguales. Eso es todo.  

Mientras, el enfoque cristiano del desarrollo humano integral se inmiscuye en la problemática de la vida humana y social para promover dignidad entre las personas desfavorecidas en base a condiciones que las capaciten y liberen de los diversos yugos: pobreza, analfabetismo, discriminación y violencia. No con miras a una libertad abstracta sino a una con orientación trascendente y sujeta a un orden donde existe un creador. Es un enfoque cuyo camino (los medios) busca liberar a las personas de lastres, con miras a un fin. Este enfoque recoge las aproximaciones conceptuales de la teoría de las capacidades de Amartya Sen y desde luego la del desarrollo humano adoptado por las Naciones Unidas, aun cuando el humanismo trascendente del enfoque cristiano no sea el mismo que el antropocéntrico de Sen. 

Desarrollo y democracia

La palabra “desarrollo” es ambigua y su significado subjetivo, pero definirlo es necesario porque proyecta el horizonte de cosas que los países quieren para sí mismos en el futuro mediano y largo.  Esa ambigüedad ha hecho que las instituciones globales tengan que “enfocar” el desarrollo para darle significado claro, usando para ello determinadas perspectivas.  Los enfoques del desarrollo más importantes son el de género, el de las capacidades y el desarrollo humano integral con valores cristianos. 

Debemos empezar con distinguir desarrollo y democracia. Mientras la democracia[1] alude a formas cómo decidir sobre la vida social y política, el desarrollo traza las metas de una sociedad y estado en base a activar las potencialidades de la gente y los grupos sociales. La democracia formal es un medio, un método y una forma de organizar las cosas políticas, con la finalidad de que los poderes surgidos del voto popular (Ejecutivo y Legislativo) tomen las decisiones correctas en beneficio de la sociedad, la nación y el propio estado.  El desarrollo es un proceso de ampliación de libertades personales que el estado promueve y como tal, a la vez, es un medio y un fin. Un medio en tanto proceso: tiene etapas, es paulatino, se encuentra conformado por avances y retrocesos. Pero también un fin porque ese proceso busca elevar los indicadores de realización humana y social. Medio en tanto proceso, y fin porque el estado busca alcanzarlo. 

También es necesario precisar la relación entre desarrollo, pobreza y desigualdad. La pobreza y la desigualdad son conceptos presentes que rondan al desarrollo, pero no lo definen. La pobreza es antónima de prosperidad y el desarrollo persigue la realización de las personas, y por ese camino combate la pobreza. La desigualdad es el resultado de las dificultades en el acceso a los recursos y a los frutos de la economía, siendo que el desarrollo busca reducirlas, sin nunca conseguirlo del todo.

Los dos, democracia y desarrollo, son factores relevantes en todo occidente, incluida América Latina, pero en otras civilizaciones, por ejemplo el islam, la democracia es irrelevante y el desarrollo siempre desigual. En esos países la sociedad puede vivir sin libertades y mantener un utópico ideal de igualdad (la igualdad ultraterrena ante Alá, que se dará en la “Umma”).[2] 

¿Democracia de consensos o de compromisos?

¿La democracia y el desarrollo son procesos que “construyen consensos”? No necesariamente. Los consensos se encuentran en una explanada demasiado alta donde las aspiraciones de las minorías se han desconectado de las posibilidades reales. Es preferible hablar o pensar la democracia como un proceso de asunción de compromisos mínimos, casi de vida o muerte. Ese es un plano menos etéreo y más concreto. De hecho, el pluralismo agonista de compromisos[3] es la actual clave teórica para rescatar el sistema democrático en Europa continental y América Latina, sistema desbarrancado, deformado o envilecido desde la crisis financiera del 2008. Dejar de lado las abstracciones irrealizables es el único modo, al parecer, para que la política recupere respaldo social y la gente la vuelva a percibir como útil y concreta. 

Las personas y los grupos tienen algo en común, todos temen a la muerte y a la extinción. En esa medida, sí podrían y querrían comprometerse a cumplir determinados acuerdos con tal de evitar la enfermedad mortal y la desaparición.  Cuando la pandemia del Covid 19 y la invasión de Ucrania trajeron imágenes y realidades de enfermedad y muerte todos los días, en nuestros barrios, ciudades, poblados y comunidades, la democracia de compromisos puntuales es más útil. En medio de tanto antagonismo de adversarios, los consensos como el siguiente se hacen imposibles: “el estado debe hacer que todos los peruanos sean felices”. Sin embargo, los compromisos de supervivencia sí pueden ser alcanzables: “los peruanos necesitan trabajar para vivir y esa economía con mayor empleo es un papel prioritario del estado”.  La diferencia es inmensa, se sale de un nivel abstracto de querer positivizar los derechos humanos a otro de positivizar las reglas que controlen los mercados y el poder, lo que es factible.

El desarrollo como proceso supone cambio, movimiento, ajuste y desajuste, ensayo y error, revisión del camino, trazado de nuevas tareas y toda la complejidad que supone un proceso en forma de poliedro que cuando menos integra cinco componentes: el desarrollo social, el desarrollo personal, el desarrollo económico, el desarrollo cultural y el desarrollo político. Dada la necesidad de combinar e interconectar todas las caras del poliedro y las vicisitudes que aparecen sin cesar en una realidad caracterizada por los cambios, la llegada repentina o paulatina de estímulos externos desde el lado de las tecnologías de la información o las guerras y pandemias, le añaden complejidad al proceso.  

Las cosas se complican cuando se entiende al desarrollo como un fin. Hablar de países o economías desarrollados (OCDE) como aquellos que alcanzaron niveles de institucionalidad superiores y países emergentes o en vías de desarrollo cuando esas metas no han sido logradas aún, supone aludir directamente a las finalidades. Se pregunta ¿qué finalidades son esas? La respuesta va a depender del enfoque.  El desarrollo es un proceso absolutamente secular y político y hay enfoques que destacan los medios y son menos claros con los fines como el de las capacidades y el de género, y también enfoques que sí buscan alcanzar ciertas finalidades mayores, como el enfoque de desarrollo humano integral o cristiano.

El enfoque de género

El enfoque de género parte de la idea fundamental de que las diferencias biológicas entre varón y mujer son como mucho complementarias o accesorias de la definición del género, porque éste es básicamente una creación cultural. Los humanos no somos como el resto de los mamíferos, machos y hembras definidos por roles en sus grupos o respecto de su prole. Los humanos nos encontramos dotados de razón y en esa medida creamos conocimiento y normas por el camino del aprendizaje cultural. El patriarcado, el sometimiento de la mujer, la desigualdad entre varón y mujer, han sido siempre de tipo cultural. Las diferencias biológicas pueden tener impacto en pocos y reducidos ámbitos como la fuerza física (atletas masculinos de alto rendimiento por lo general consiguen marcas superiores a las atletas femeninas de alto rendimiento), pero de ninguna manera en la adopción de papeles diferenciados para ejercer derechos humanos, sociales, económicos y políticos. La igualdad entre varones y mujeres y la libertad de elegir el género, sea cual fuere, es tan necesaria que el sistema legal e institucional debe promoverla con cuotas y subsidios en favor de los géneros actualmente disminuidos, independientemente de los méritos. Se presume que en un sistema patriarcal la vulnerabilidad de la mujer es tan patente per se, por lo cual el criterio de igualdad se coloca por encima del de merecimientos.

La educación de género, la política de género, la salud reproductiva de género, la empleabilidad de género, la organización social en general de género, son parte de un proceso de cambio muy profundo y permanente, un camino hacia un ideal igualitario. La finalidad del enfoque de género es lograr ese mundo igualitario donde las personas ejerzan sus libertades de género irrestrictamente.  Desde mi punto de vista, es un enfoque de desarrollo básicamente de medios.

El enfoque de género está en plena boga por el respaldo que recibe de las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el activismo incesante de sus promotores, además, desde luego, de la fuerza de sus argumentos. El foco lo tiene puesto en la igualdad de géneros y la libertad de elección de los criterios y preferencias sexuales desde edades muy tempranas, incluso la infancia. Es pluralista – relativista, admite la coexistencia de valores siempre que todos fomenten la libre elección del género. No busca prioritariamente el buen uso de los recursos púbicos ni ordenar el acceso a aquellos en función del esfuerzo de las personas. La corrupción e ineficiencia en la política no son parte de sus preocupaciones prioritarias.

El enfoque de las capacidades

El enfoque de las capacidades, surgido de la obra del economista Amartya Sen, conceptúa a la persona como “agencia” activa, actuante y ejerciente de escogencias gracias a contar con capacidades que utiliza para que su libertad le permita acciones efectivas en lo social, económico, cultural, político, etc.  Sen concibe al desarrollo como un proceso de expansión de las libertades personales, ya no como la acumulación material de riqueza, crecimiento o progreso económico. Las Naciones Unidas lo han adoptado bajo el nombre de desarrollo humano.

El desarrollo en Sen es un proceso de expansión de libertades en base a capacidades efectivas de las personas. Las personas son más libres en tanto más cosas concretas puedan realizar pues ello repercute en su libertad irrestricta de elegir.  Suena muy bien, pero también se trata de un enfoque de medios más que de fines y no asegura que la libertad se oriente a fines perdurables –aquellos referidos a la defensa de la vida y la permanencia de la especie-. La realización de las potencialidades de las personas no se encuentra en su mira prioritaria. Se le tilda de enfoque individualista.

De desarrollo humano integral o cristiano

El enfoque se desarrollo humano integral o enfoque cristiano proviene de la doctrina social de la iglesia y en particular de la encíclica Populorum Progressio firmada por Giovanni Montini o Paulo VI, en 1967.  Atiende fines y no solo medios. Se problematiza sobre el uso de la libertad: “para qué se es libre” y “para qué se tienen capacidades, instrumentos, herramientas, recursos y tecnología”.  La respuesta que da es “para el bien común”, eudaimonía o realización de la personalidad con una orientación de ayuda solidaria a los más vulnerables. “La opción preferente por los pobres” es un mandato cristiano básico.  Este enfoque se detiene en valores superiores conocidos: solidaridad, laboriosidad, justicia distributiva, merecimiento meritocrático, realización de potencialidades, veracidad, prudencia, empatía y convivencia armoniosa con el medio ambiente.

El desarrollo no se trata de crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral y “promover a todas las personas humanas y a toda la persona humana”. No es aceptable la separación de la economía de lo humano,  “… lo que cuenta es cada persona, cada agrupación de personas, hasta la humanidad entera”.[4]

El enfoque integral entiende al desarrollo para “pasar de condiciones menos humanas a más humanas.” Del hambre a la comida, de la guerra a la paz, de la dictadura a la democracia, del analfabetismo a la cultura, de la violencia a la seguridad, de la vivienda indigna a la digna, de la enfermedad a la salud, de la mala educación a la buena, de la no participación a la democracia. El humanismo del enfoque cristiano es integral y solidario, orientado a animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad, libertad de toda persona humana y la solidaridad.[5]  Todo cambio en la dimensión material, ya sea por mejoras en lo social, en la alimentación o la vivienda, está estrechamente ligado al reconocimiento de un nivel de trascendencia siempre presente en la singularidad de toda persona. Le importa mucho la manera en que las personas ejercitan su libertad en relación con un creador y la inseparabilidad entre el ejercicio de esa libertad y sus efectos en la vida de las demás personas y en el ecosistema.

Complementariedad entre enfoques

Los enfoques revisados ven al desarrollo como un proceso paulatino de cambios importantes en una realidad inevitablemente dinámica. El statu quo es un punto de partida y el desarrollo busca cambios positivos. Todos conciben la libertad personal como un fin superior. El de género cree que las capacidades en las personas ampliarán su margen de escogencia, incluso hasta intervenir en sus atavismos o conocimientos culturales actuales.

Los enfoques de género y de desarrollo integral son complementarios porque comparten una idea central sobre la dignidad humana. Sus diferencias se dan en las finalidades de la igualdad. ¿Para qué se es igual? El enfoque de género contestará: para ser libre en mí mismo. El cristiano lo hará: por un imperativo en mi esencia trascendente como alguien creado a imagen de alguien superior.  

Desde el derecho y desarrollo, atender las particularidades de cada enfoque es determinante en el momento de diseñar políticas públicas, normas e instituciones sostenibles. De ahí su importancia crucial.


Referencias

[1] Democracia o gobierno de los más. Pero es claro que “la mayoría” no es otra cosa que una suma de minorías. Incluso dentro de un mismo partido las decisiones se sustentan en persuadir congregar y sumar facciones minoritarias. En corto, la democracia es el sistema de decisiones sustentado en el cabildeo entre minorías.   

[2] La “Umma” expresa la sociedad humana universal en torno a Alá, el profeta Mahoma y el Corán. La umma es la comunidad de creyentes del islam y comprende a todos aquellos que profesan la religión islámica, independientemente de su nacionalidad, origen, sexo o condición social.

[3] Para profundizar en esta idea recomiendo revisar la obra de la jurista y socióloga belga Chantal Mouffe.

[4] Compendio de la doctrina social de la iglesia.

[5] Compendio de la doctrina social de la iglesia.

 

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