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La equidad de género en el ámbito universitario

por PÓLEMOS
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Lily Ku Yanasupo*

Abogada por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), Magíster en Derecho Constitucional por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Máster en Estado de Derecho Global y Democracia Constitucional por la Universidad de Génova (Liguria, Italia) y Diploma en Justicia Constitucional y Derechos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares (España).


Si bien la impartición de la educación universitaria data del siglo IX[1], la posibilidad de que las mujeres puedan acceder a este tipo de educación recién empieza a darse en el siglo XIX, cuando diversas universidades de países de Europa comienzan a admitirlas. En América Latina esto se da a finales del siglo XIX[2]. Aún con esto, el problema de la discriminación de género en el ámbito universitario no quedó solucionado; existían -y aún existen- factores culturales, económicos y sociales que impedían que las mujeres accedan a una educación universitaria, no solo para estudiar aquellas carreras que se consideraban destinadas o “apropiadas” para ellas, sino también para que puedan ejercerlas legalmente.

Entre los países latinoamericanos que negaron el acceso de las mujeres a la educación universitaria hasta inicios del siglo XX se encuentra el Perú. Si bien existieron casos en los que previo a este período se permitió el acceso de postulantes mujeres, se exigía que estas debiesen contar con una autorización estatal. Entre los argumentos que se utilizaron con mayor frecuencia para negar el acceso de las mujeres a las universidades, se encontraba la idea poco fundada de su supuesta inferioridad intelectual[3]. Fue mediante la Ley Nº 081 del 7 de noviembre de 1908, aprobada durante el gobierno de Augusto B. Leguía, que se permitió que las mujeres que reúnan los requisitos legales para el ingreso a las universidades del país, sean matriculadas en ellas cuando así lo soliciten, pudiendo optar los grados académicos y ejercer la profesión a que se dediquen[4].

En la actualidad, las cifras estadísticas en nuestro país desde el año 2010 hasta el año 2016[5], muestran una distribución casi igualitaria del número de estudiantes/ingresantes a las universidades por sexo; este es un indicador de que, sin obstáculos legales y con igualdad de oportunidades, las mujeres pueden desarrollar sus potencialidades en cualquier área de estudio, un derecho que desde siempre han tenido los hombres.

En efecto, según el Resumen Estadístico Universitario 2010 de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR), los estudiantes de pregrado en universidades peruanas según sexo a dicho año, estaban conformados por hombres en un 51% -400,145- y por mujeres en un 49% -382,825-[6]. Asimismo, para los años 2014, 2015 y 2016, de acuerdo a la información estadística de la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (Sunedu)[7], se muestra una diferencia porcentual mínima entre los ingresantes a pregrado de ambos sexos, como se puede apreciar en los siguientes cuadros:

Dado que muchas veces damos por sentado que las personas valoramos en términos sociales -y no solamente en términos jurídicos, como solemos hacer los abogados- la importancia de que las mujeres tengan la posibilidad de acceder cada vez más a todos los niveles educativos formales, es necesario detenerse un poco en esta explicación, es decir, sobre cómo contribuye a las democracias brindar a las personas iguales derechos y oportunidades en materia educativa.

La participación equilibrada entre hombres y mujeres en los diferentes espacios de la vida social, lo cual incluye el ejercicio de una profesión, es fundamental para alcanzar una transformación de todos aquellos procesos que requieren ajustes que los hagan coherentes con la igualdad, el goce de derechos y el ejercicio de las libertades. Sin embargo, la realidad aún no es esa. Por otro lado, desde algunos enfoques se piensa que basta con una participación igualitaria de hombres y mujeres para garantizar una presencia cualitativa de ambos géneros, pero una cuota numérica no es suficiente. Una presencia cualitativa de la mujer requiere que esta tenga la capacidad de representar efectivamente la pluralidad de visiones en el debate, y en especial en los espacios de toma de decisiones sobre cambios estructurales en la sociedad.

Tengamos en cuenta que una adecuada formación educativa les permite a las personas adquirir habilidades para la construcción de valoraciones críticas sobre el mundo que las rodea, y este es un requisito elemental para la formación de opiniones propias y para desarrollar la capacidad de exponerlas. No obstante, los niveles de analfabetismo femenino a nivel mundial siguen siendo mucho más altos que los de los hombres[8]. Y si bien, de acuerdo a la data estadística en nuestro país, en términos cuantitativos la población femenina universitaria es casi la misma que la masculina, las integrantes femeninas de esta población egresada resultante no necesariamente tendrán las mismas oportunidades de acceder a empleos calificados y a ascender en los mismos (por ejemplo, a cargos de dirección[9]). Los prejuicios que todavía alimentan la desigualdad de género en la vida social, operan de igual forma cuando se trata de la participación de las mujeres en la vida pública.

Un dato que puede corroborar lo señalado, y que nos ha llamado mucho la atención, es que de acuerdo con la información estadística de la Sunedu, en el año 2016 se graduaron más mujeres de estudios de posgrado (maestrías) que hombres, tal como se puede corroborar en el siguiente cuadro:

No obstante, dicho dato no se corresponde con el porcentaje de mujeres docentes contratadas por algunas de las principales universidades de nuestro país en el año 2015[10], pues en promedio estas solo representan el 30% del total de puestos docentes, como se puede verificar en la siguiente tabla:

La distribución de puestos docentes por sexo en las universidades demostraría que una mayor formación académica de las mujeres a nivel posgrado, no necesariamente garantiza su incorporación a la vida docente e investigativa. Esta poca participación de la mujer en el ámbito docente se puede deber a muchos factores, y uno de las principales quizás sea la carga familiar y los trabajos de cuidado que estas tienen que asumir dentro del hogar, lo cual se añade a la carga laboral que de por sí tienen en sus respectivos empleos. A esto también debemos añadir el desincentivo que producen los círculos burocráticos, a veces poco transparentes, para acceder a estos puestos docentes.

Esto nos debe llevar a reflexionar en la necesidad de que los centros de educación universitaria, tanto públicos como privados, incentiven una incorporación paritaria de docentes, lo cual permita diversificar las visiones y perspectivas sobre las distintas materias que se imparten en este tipo educación. Esto en definitiva, en pleno siglo XXI, es más que necesario.


* Correo electrónico: likuya@gmail.com, lku@pucp.pe.

** Agradezco a Fernando Cuadros Luque por el apoyo brindado en el análisis de la información estadística presentada en esta breve investigación.

[1] La Universidad de Al Qarawiyyin (también conocida como Al-Karaouine o Al-Quaraouiyine) en Marruecos, fue fundada en el año 859 y es considerada por la Unesco y el Libro Guinness de los Records como la más antigua del mundo que sigue en funcionamiento. Su creación fue 200 años antes del surgimiento de la primera de Europa, la Universidad de Bologna en Italia. Curiosamente, la creación de la Universidad de Al Qarawiyyin es atribuida a una mujer, Fátima al-Fihri. Fuente: BBC News Mundo (https://www.bbc.com/mundo/noticias-43707089).

[2] Campos Arenas, Agustín, La educación universitaria de la mujer, En: Revista de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNIFÉ, Núm. 18, 2012, p. 93.

[3] Esta idea provenía de corrientes sociobiológicas o teorías que defienden un determinismo biológico, y que se basan en la creencia de que existe una explicación de carácter intrínseco y/o natural de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres. Ku Yanasupo, Lily y Tassara Zevallos, Vanessa, Género y democracia: reflexiones sobre la propuesta feminista y la participación de la mujer en lo público, En: Revista Pensamiento Constitucional N° 23, 2018, p. 93.

[4] Valladares Chamorro, Odalis, La incursión de las mujeres a los estudios universitarios en el Perú: 1875-1908, En: CIAN. Revista de historia de las universidades, Vol. 15, Nº 1, 2012, p. 112.

[5] La información estadística oficial solo se encuentra disponible hasta el año 2016. Fuente: https://www.sunedu.gob.pe/sibe/

[6] Campos Arenas, Agustín, ibíd., p. 99.

[7] Fuente: https://www.sunedu.gob.pe/sibe/

[8] La Ficha Informativa Nº 38 del Instituto de Estadística de la Unesco de setiembre del año 2016, emitida por el 50 aniversario del Día Internacional de la Alfabetización, señala que si bien la alfabetización ha sido una prioridad en la agenda de desarrollo durante las últimas décadas, los datos más recientes de esta Organización (2014) demuestran que 758 millones de adultos aún carecen de competencias básicas de lectura y escritura, de los cuales las dos terceras partes son mujeres, es decir, 479 millones. Fuente: http://uis.unesco.org/sites/default/files/documents/fs38-50th-anniversary-of-international-literacy-day-literacy-rates-are-on-the-rise-but-millions-remain-illiterate-2016-sp.pdf.

[9] Así, en el sector público solo 3 de cada 10 funcionarios/directivos son mujeres. Fuente: La mujer en el servicio civil peruano 2018, Autoridad Nacional del Servicio Civil, p. 7.

[10] Debido a que no hay información disponible para todas las universidades sobre puestos docentes por género, ni para los años siguientes, hemos seleccionado cuatro de las principales universidades según tipo de gestión (pública / privada) en el año 2015. Fuente: https://www.sunedu.gob.pe/sibe/

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