Gonzalo Gamio Gehri [1]
Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
1.- Profeta y teólogo.
Dietrich Bonhoeffer es, como se sabe, un mártir cristiano en la lucha contra el Tercer Reich. Nacido en Breslavia, en 1906, fue un pastor y teólogo alemán, condenado a muerte en plena juventud por el régimen totalitario que combatió con todas sus fuerzas. Denunció con gran valentía los atropellos perpetrados por los nazis contra la comunidad judía en los primeros años de la década de los treinta, cuando Hitler se afianzaba en el poder. Luego conspiró para derrocar a Hitler. Sindicado como sedicioso, fue apresado y estuvo preso en los campos de Buchenwald y Flossenbürg, donde fue ejecutado casi al fin de la Guerra. Su vida y obra son un ejemplo conmovedor de cómo enfrentar con fe y entereza moral el mal en tiempos terribles. Demostró que siempre nos es posible encender una luz en medio de la oscuridad.
A menudo los profetas –los artífices de la paz que actúan desde la creencia religiosa, así como aquellos agentes que promueven la justicia desde un trasfondo secular- sufren numerosas penalidades e incluso una muerte prematura a causa de la defensa de sus principios. Nada de esto, por supuesto, empaña el valor y la fuerza de la lucha por la justicia. Bonhoeffer constituye un buen ejemplo de la lucha contra las injusticias y la violencia en un clima de discriminación y persecución. El joven teólogo dio testimonio de que la muerte no tiene nunca la última palabra.
Bonhoeffer defendió a los más débiles, a los perseguidos de Alemania –aquellos que por su origen étnico o por su militancia religiosa eran víctimas del odio de los seguidores del régimen- e hizo sentir su palabra aún en situación de radical adversidad. Se enfrentó sin temor a los funcionarios nazis que pregonaban el antisemitismo, e incluso cuestionó a los propios pastores protestantes que apoyaban a Hitler. En 1934 fundó, con otros teólogos alemanes y el suizo Karl Barth, la Bekennende Kirche (la Iglesia de la Confesión), un movimiento que combatía la subordinación de las iglesias cristianas al Estado controlado por los nazis. Este movimiento reivindicó la autoridad de la Biblia como única fuente del mensaje cristiano, oponiéndose así al rechazo nacionalsocialista del Primer Testamento como una expresión de la Alianza de Dios con el pueblo de Israel.
2.- La estupidez en tiempos de autocracia.
Resistencia y sumisión es el libro en el que nuestro teólogo recoge su lectura y crítica del nefasto influjo del nazismo en la Alemania de su tiempo[2]. La obra reúne asimismo algunas de sus cartas redactadas desde la prisión. Bonhoeffer describe la situación de incertidumbre y desesperación que encaraban sus compatriotas, especialmente los judíos. Múltiples amenazas cercaban a la gente de buena voluntad. Numerosos jóvenes habían sido contaminados por la prédica destructiva de los nazis. “¿Ha habido alguna vez en la historia personas que en el presente aparecieran igualmente insoportables, contrarias a la vida y carentes de sentido?”, se pregunta Bonhoeffer[3]. Los pasajes iniciales de este libro constituyen una magnífica descripción de aquellos años de oscuridad, tiempos en los que imperaban el uso de la fuerza y un profundo desprecio por el pensamiento crítico. Cuando emergió el nazismo en el país, este movimiento se presentó con la careta del bien, prometiendo la redención de un pueblo doblegado por la derrota y por la humillación internacional.
“La gran mascarada del mal ha trastornado todos los conceptos éticos. Para quien proviene de nuestro tradicional de conceptos éticos, el hecho de que el mal aparezca bajo el aspecto de la luz, de la acción benéfica, de la necesidad histórica, de la justicia social, es sencillamente perturbador. Para el cristiano que vive de la Biblia, este hecho constituye la confirmación de la abismática maldad del mal”[4].
Por supuesto, pronto la cultura de la muerte que suscribían los nazis hizo su ingreso en el espacio común, corroyendo aceleradamente sus cimientos. La prédica de la violencia física y la discriminación racial encontró en un importante sector de la sociedad alemana a un decisivo aliado; parte de la clase trabajadora y de las propias élites se sumaron a la persecución de los judíos y posteriormente avalaron la Shoáh. Muchos ciudadanos alemanes intervinieron en los saqueos y linchamientos posteriores a la denominada “Noche de los cristales rotos” (1938). Numerosos funcionarios públicos incurrieron en lo que años más tarde Hannah Arendt describiría como el mal banal: la participación acrítica en una maquinaria de destrucción de la vida que implicaba la renuncia a la más elemental capacidad de pensar[5]. Esta complicidad se debe, a juicio de Bonhoeffer, a la propagación de la estupidez. Voy a usar el término “estupidez”-que me resulta más riguroso- para traducir Dummheit, y no “necedad”, que es la palabra usada en las ediciones disponibles de Resistencia y sumisión.
La estupidez se cuenta entre los más letales enemigos del Bien. El teólogo sostiene que el mal puede ser combatido con argumentos e incluso con la fuerza, pero que la estupidez suele ser inmune a cualquier forma de persuasión. Carecemos de herramientas defensivas contra la estupidez[6]. Quienes están sumidos en ella no se sienten tocados por los argumentos o son convencidos por las evidencias; simplemente desecharán ambos y se aferrarán a las consignas que suelen guiar su comportamiento. Quien piensa distinto es considerado un enemigo o es prisionero de algún sistema de ideas extraño o peligroso. Proyectarse hacia formas de pensar diferentes o plantearse otros escenarios de acción les resulta imposible. El que está sumido en la Dummheit no puede poner en entredicho sus propios prejuicios y no es capaz de abrirse a las razones de otros individuos. No dialoga ni discierne en términos de un lenguaje ético. El acto de examinar o someter a crítica las convicciones personales resulta innecesario o constituye una trasgresión a las bases mismas de la propia identidad.
Dietrich Bonhoeffer es por derecho propio un profeta, en la misma senda que trazaron los profetas cuyas vidas relata el Primer Testamento. Fue un firme creyente en la justicia que no dudó en desafiar a quienes detentaban el poder sin restricciones. Sabía perfectamente que con esta actitud se jugaba la vida –un tipo de predicamento que caracteriza el destino de los profetas- y decidió perseverar en ella, conforme a sus más profundas convicciones morales y espirituales. El joven teólogo llevó a la práctica la virtud de la parrhesía, la firme disposición a expresarse con libertad y veracidad en circunstancias adversas, retando hasta las últimas consecuencias a las autoridades políticas o eclesiásticas si estas vulneraban las libertades y los derechos de las personas.
Oponerse al Tercer Reich representaba un serio peligro para cualquier persona que apreciara su propia subsistencia e integridad, pero hacerlo constituía una obligación moral no solo para los cristianos, sino para cualquier ser humano con algún sentido de justicia y capacidad de empatía. No se trataba solo de una cuestión de fe, sino que era materia de razón práctica y de elemental ciudadanía. Los nazis pugnaban por excluir de la comunidad política a los judíos, a los gitanos, a los comunistas de cualquier forma de titularidad de derechos; se les despojaba de toda capacidad de agencia política. Combatir ese movimiento deshumanizador exigía cultivar el coraje cívico en medio de la barbarie. Reivindicar un sentido básico de humanidad –de que todas las personas cuentan como merecedoras de respeto- que precisamente estaba siendo puesto en tela de juicio bajo el Régimen de Hitler.
El autor considera que la estupidez es más un fenómeno sociológico que una condición psicológica; afirma que este fenómeno no está asociado a las deficiencias en las capacidades cognitivas de la gente, sino que se constituye a través de la captura moral y espiritual de los individuos por parte de las ideologías y los prejuicios que imperan en un grupo de personas; este cautiverio intelectual resiente el pensamiento crítico e invita a la violencia. La humillación frente a los acuerdos de Versalles, la promesa de restitución de la antigua gloria nacional, la construcción de los judíos como “enemigos de Alemania”, la retorcida retórica de supremacía aria, llevaron a un sector importante del país a la servidumbre voluntaria de un proyecto de aniquilación y dominación. “El poder de unos precisa de la estupidez de los demás”, sentencia Bonhoeffer[7]. Resultaba doloroso constatar que un pueblo que había contribuido tan decisivamente al desarrollo de la especulación científica y de las artes sucumbiera de ese modo a la irracionalidad y a la cultura de la muerte. Numerosos alemanes renunciaron al ejercicio de sus libertades, seducidos por una doctrina despiadada.
“Está como hechizado, está deslumbrado; en su propia naturaleza se abusa de él y se le maltrata. Convertido así en un instrumento carente de voluntad propia, el estúpido será capaz de cualquier mala acción y, al mismo tiempo, incapaz de reconocerla como mala”[8].
Bonhoeffer se refiere, por supuesto, a los oscuros tiempos del nazismo, pero sabemos que este sistema siniestro que se basa en el circuito del autoritarismo, el poder de la ideología y el imperio de la estupidez no se reduce a los totalitarismos fascistas. La estupidez y el cautiverio ideológico se han reproducido en múltiples ocasiones en la historia, y se reúnen cada vez que un sector de la opinión pública sacrifica su capacidad de juicio en los altares de la “seguridad”, el “bienestar” o el “progreso”. Cuando los ciudadanos se dejan llevar por el impacto de los slogans y las consignas se anuncia el imperio de la estupidez. Recientemente hemos sido testigos de versiones más tenues de este funesto fenómeno.
3.- ¿Cómo enfrentar la estupidez? Civismo y fe profética.
El escenario descrito por Bonhoeffer es ciertamente oscuro, pero no es inevitable ni irreversible. El autor es enfático en señalar que la liberación de la estupidez requiere de una liberación real, es decir, política. Solo derrotando el sistema de concentración de poder que subyace a todo sistema totalitario será posible que mengüen las lealtades irracionales y violentas que le sirven. La lucha, por tanto, no es solo social y cultural, sino también política. Es, asimismo, un combate espiritual para los ciudadanos que tienen una militancia cristiana. Exige a los cristianos salir al mundo a forjar el Reino en seguimiento del Magisterio de Jesús de Nazareth. Ese es el centro de gravedad del acto de creer en Dios.
“Mientras Leví permanezca en su oficina de contribuciones y Pedro junto a sus redes es posible que cumplan su oficio honrada y fielmente, es posible que tengan un conocimiento nuevo o antiguo de Dios; pero si quieren aprender a creer en Dios, es necesario que obedezcan al Hijo de Dios encamado, que marchen con él”[9].
La reflexión de Bonhoeffer pone de manifiesto la identidad de ortodoxia y ortopráxis, en el mismo sentido en el que las teologías inductivas del siglo XXI –la teología latinoamericana de la liberación, la teología feminista, la teología africana, entre otras- formulan esta tesis. En esta perspectiva históricamente situada, la fuga mundi no es el modo correcto de concebir la forma cristiana de habitar el mundo. Una vida significativa no consiste en poner entre paréntesis nuestra temporalidad y el enraizamiento en el mundo sociopolítico, sino en encarnarse, actuar directamente en nuestro entorno concreto, desde y en la práctica del Amor y de la justicia. Se trata de actuar siguiendo una llamada que descoloca a quienes lo escuchan. El llamado los saca del tiempo y del espacio de la cotidianidad, invocando el sacrificio por el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero. Es el grito de la metánoia, la transformación en el modo de pensar y de sentir. Creer en el ágape y en la justicia equivale a escuchar y seguir ese llamado, actuando en consecuencia con él.
“Antes era de otra forma. Podían vivir pacíficamente, desconocidos, realizando su trabajo, observando la ley y esperando al Mesías. Pero ahora éste ha llegado, su llamada resuena. Ahora, creer no significa permanecer tranquilos y esperar, sino ir con él siguiéndole. Su llamada al seguimiento ha abolido ahora todos los vínculos en beneficio del único lazo que une a Jesucristo. Hubo que cortar todos los puentes, hay que dar el paso hacia la inseguridad infinita, a fin de reconocer lo que Jesús exige y lo que da”[10].
Hay circunstancias en las que ese llamado se pronuncia en medio de un clima de muerte y desesperación. La vocación de Bonhoeffer se entiende en ese clima histórico de una suerte de derrumbe de lo humano. El propio profeta perdió la libertad y luego la vida en ese trágico escenario. Él tuvo la oportunidad de quedarse en Estados Unidos ejerciendo la cátedra y siendo pastor, pero eligió cargar con su propia cruz, regresando a Alemania, convencido de que si no padecía con su pueblo la tormenta de la guerra no tendría derecho a vivir con él la reconstrucción de la paz. Sabía que debía sacrificar cualquier vivencia posible de bienestar para ser consistente con el llamado de Dios en consonancia con el hecho de creer.
“El que sigue es puesto en una situación que le permite creer. Si no sigue, si se queda atrás, no aprende a creer. El que ha recibido la llamada debe salir de su situación, en la que no puede creer, para introducirse en la situación que le permite creer. En sí mismo, este paso no tiene ninguna clase de valor programático; sólo se justifica por la comunión que se adquiere con Jesús”[11].
La denuncia política y la crítica religiosa –concebidas como elementos de una “vigilancia espiritual”- pueden erosionar el imperio de la estupidez. La crítica cristiana, de hecho, no se edifica desde las estructuras formales de la religión institucionalizada, sino desde el cultivo de la autonomía. Bonhoeffer tomaba muy en serio el legado ético y espiritual del proyecto moderno, la idea de las personas como agentes libres que examinan el contenido de sus creencias y son capaces de discernir aquellas ideas o valoraciones que convergen con las exigencias de la justicia y con el trato debido al prójimo. A su juicio, los cristianos no debían mantenerse ajenos al ejercicio de la ciudadanía y el pensamiento independiente. Incluso el concepto de “espíritu” es comprendido en clave hegeliana, como expresión de sentido y acción de cara a un mundo compartido. La lucha contra el nazismo implicó para muchos creyentes oponerse a iglesias cristianas alemanas que rechazaban el judaísmo y los principios de la cultura moderna asociados al cultivo de la libertad individual y el examen crítico de las tradiciones.
El joven pastor propuso una ética de la adultez que no dejó intacta la fe cristiana. Se trata de una emunáh madura, que se asienta en el diálogo con la razón y que está dispuesto a desterrar cualquier forma de dogmatismo. Bonhoeffer sabía que la estupidez brotaba de la peligrosa combinación de la suscripción de prejuicios disfrazados de “certezas” y de la necesidad de aceptación ante un colectivo irreflexivo (y potencialmente violento). El resultado será la nula disposición al discernimiento y la entrega completa al arbitrio del caudillo y de sus huestes. Resistir a la tentación de la estupidez requiere entablar una batalla moral sin cuartel para preservar la capacidad de pensar y persistir en el compromiso con la derrota política del Régimen que había movilizado las masas hacia el uso de la fuerza. Ambas tareas convocan por igual a las personas en su faceta de creyentes y en la de ciudadanos. Las dos son expresión de la clase de agencia humana que pretende transformar por igual mentalidades y estructuras sociales.
Referencias
[1] Gonzalo Gamio Gehri es Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros La crisis perpetua. Reflexiones sobre el Bicentenario y la baja política (2022), La construcción de la ciudadanía. Ensayos sobre filosofía política (2021), El experimento democrático. Reflexiones sobre teoría política y ética cívica (2021), Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y Justicia transicional (2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica (2007). Es coeditor de El cultivo del discernimiento (2010) y de Ética, agencia y desarrollo humano (2017). Es autor de diversos ensayos sobre ética, filosofía práctica, así como temas de justicia y ciudadanía intercultural publicados en volúmenes colectivos y revistas especializadas.
[2] Bonhoeffer, Dietrich Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio Salamanca, Sígueme 2001.
[3] Ibid., p. 14.
[4] Ibid.
[5] Arendt, Hannah Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Madrid, Debolsillo 2006.
[6] Bonhoeffer, Dietrich Resistencia y sumisión op.cit.,p. 16.
[7] Ibid., p. 17.
[8] Ibid.
[9] Bonhoeffer, Dietrich El precio de la gracia. Seguimiento Salamanca, Sígueme 2004 p. 32.
[10] Ibid., p. 32.
[11] Ibid., pp. 31-32.