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Sistemas Integrales de Cuidados como pilar del bienestar y motor de la recuperación para América Latina y Caribe

por PÓLEMOS
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Maria-Noel Vaeza

Doctora en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República del Uruguay y magister en políticas públicas de la Universidad John Hopkins. Directora Regional para las Américas y el Caribe de la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres (ONU-Mujeres)


La igualdad de género es un desafío transversal para la humanidad si queremos garantizar un futuro que sea sostenible. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030 de Naciones Unidas, ponen la dignidad y la igualdad de las personas en el centro. El Objetivo número 5 plasma la auténtica dimensión del desafío: sin igualdad no habremos alcanzado la meta.

Aún hoy, en el mundo y en la región de América Latina y el Caribe, asistimos a brechas profundas entre hombres y mujeres que se anidan en cuatro ejes: la desigualdad económica, la concentración del poder, los patrones culturales machistas, discriminatorios y violentos; y la división sexual del trabajo, que incluye la injusta (y desafortunadamente naturalizada) organización social del cuidado.

Cuando hablamos de desigualdad entre hombres y mujeres es ineludible abordar la cuestión de los cuidados. Con cuidados nos referimos a todas esas actividades que regeneran diaria y generacionalmente el bienestar físico y emocional de las personas. Abarcan las tareas cotidianas de gestión y sostenimiento de la vida, como el mantenimiento de los hogares; el cuidado de los miembros de la familia, la educación de hijas e hijos, y otras como el autocuidado. Los cuidados atraviesan, por tanto, la vida de todas las personas. Y todas las personas, en todos los momentos de la vida, requieren de cuidados. A pesar de su trascendencia, la actual distribución de las responsabilidades de los cuidados es sumamente desequilibrada. Debido a las desigualdades sexo-género de la división social del trabajo y a segmentaciones en el mercado laboral, son mayoritariamente las mujeres quienes proveen cuidados, de forma no remunerada en los hogares o remunerada en el ámbito laboral. Las evidencias señalan también que el tiempo dedicado al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados es el principal obstáculo para la participación plena de las mujeres en el mercado laboral. Según datos de la CEPAL, alrededor de un 60% de las mujeres en hogares con presencia de niños y niñas menores de 15 años declara no participar en el mercado laboral por atender responsabilidades familiares, mientras que, en hogares sin presencia de niños y niñas del mismo tramo de edad, esta cifra se acerca a un 18%.[1]

En América Latina y el Caribe, ya antes de la pandemia del COVID-19, las mujeres dedicaban el triple de tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado. Esta situación es particularmente aguda para las mujeres de menores ingresos, las llamadas de “pisos pegajosos” quienes dedican de media 45 hora semanales al trabajo no remunerado frente a las mujeres de los “techos de cristal”, que dedican 33. La situación se vio agravada por el cierre de las escuelas y la reducción de la oferta de servicios causada por las medidas de confinamiento y distanciamiento social para frenar la crisis. Como consecuencia, fueron las mujeres quienes enfrentaron aún mayores barreras para participar plenamente de las oportunidades del trabajo remunerado, aumentando además su exclusión de diversos ámbitos de la vida pública. En este sentido, la CEPAL[2] señalaba cómo la contundente salida de las mujeres del mercado de trabajo supuso un retroceso de 18 años en términos de su participación laboral. 

Mientras presenciamos esta precarización de las condiciones de vida de las mujeres, comprobamos cómo la pandemia ha evidenciado aún más la centralidad que los cuidados tienen en el funcionamiento de las economías y las sociedades. La crisis también ha demostrado la insostenibilidad de la actual organización social de los cuidados, intensificando las desigualdades económicas y de género existentes, puesto que son las mujeres más pobres quienes más carga de cuidados soportan y a quienes la sobrecarga de cuidados condiciona, en mayor medida, sus oportunidades de empoderamiento económico y de autonomía. Asimismo, en América Latina hay entre 11 y 18 millones de personas en el trabajo doméstico: de ellas, 93% son mujeres. Este supone entre el 10,5% y 14,3% del empleo de las mujeres en la región, y el 77,5% de ellas operan en la informalidad. Además, los ingresos de las mujeres trabajadoras domésticas son iguales o inferiores al 50% del promedio de todas las personas ocupadas. Hay una clara desvalorización de este tipo de trabajo.[3] Es entonces urgente impulsar cambios en la cultura patriarcal de nuestras sociedades para que sean realmente sociedades de cuidados.

Es preciso un cambio del estilo de desarrollo, colocando la sociedad del cuidado y la sostenibilidad de la vida en el centro de las políticas. Del mismo modo, la centralidad de los cuidados para el avance hacia la igualdad de género ha sido una prioridad en los debates y los acuerdos entre los países de la región en las reuniones de la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe. En el marco de la Agenda Regional de Género, en los últimos años, los gobiernos de América Latina y el Caribe han aprobado una serie de acuerdos imprescindibles para el diseño e implementación de políticas de cuidados, entre los que se destaca la promoción de la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, el Estado, el mercado, las comunidades y las familias. Este año (2022) avanzamos hacia la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, que se llevará a cabo en Buenos Aires, Argentina, del 7 al 11 de noviembre, y cuyo tema central será «La sociedad del cuidado: horizonte para una recuperación sostenible con igualdad de género».

Cuando hablamos de Sociedad del Cuidado planteamos un cambio drástico en el actual contrato social, porque en los hogares el trabajo de cuidados sigue estando en manos de mujeres y niñas. Debemos reconocer el cuidado como derecho humano y ponerlo en el centro de las políticas. Es oportuno que los gobiernos dimensionen el impacto en la pobreza y de la pobreza del tiempo, para entender que no habrá empoderamiento de mujeres sin esta transformación,  necesaria para diseñar a conciencia sistemas integrales de cuidado sostenibles, progresivos y universales.

Fueron los movimientos feministas y de mujeres quienes primero reclamaron este reconocimiento y la redistribución de esta carga, un nuevo pacto social y políticas públicas que visibilizaran y brindaran una respuesta. Pero hoy en la región los cuidados han dejado de ser un asunto de las mujeres o que se resuelve por sí mismo, y son contemplados como un tema del que la sociedad debe ocuparse, por razones éticas, de justicia y de supervivencia. Y nos animamos a decir que se ha consolidado una escuela latinoamericana del cuidado, complementando las referencias europeas a la realidad cultural de América Latina. En línea con estos avances, varios países de la región han puesto en marcha programas, políticas e incluso sistemas integrales para avanzar hacia el reconocimiento, la redistribución y la reducción del trabajo de cuidados a nivel nacional y local.

Todos estos esfuerzos colectivos conforman un decidido impulso por avanzar hacia la Sociedad del Cuidado. En este sentido, la inversión en Sistemas Integrales de Cuidados como pilar fundamental de la protección social es un paso en la garantía de los derechos y el logro de la igualdad de género, el empoderamiento y la autonomía de las mujeres, además de resultar una contribución fundamental en términos del bienestar y de dinamización de la economía. Porque avanzar hacia Sistemas Integrales de Cuidados es clave para garantizar tanto el derecho al cuidado a quienes lo necesiten a lo largo de la vida, como el derecho de quienes cuidan, asegurándoles condiciones de trabajo decentes. Cuando hablamos de Sistemas Integrales de Cuidados nos referimos al conjunto de políticas encaminadas a concretar una nueva organización social orientada a cuidar, asistir y apoyar a las personas que lo requieren, así como reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados, desde una perspectiva de derechos humanos, de género, interseccional e intercultural.  

Invertir en sistemas de cuidados es necesario e inteligente, porque esta inversión genera un triple dividendo, pues contribuye al bienestar de las personas, permite la creación directa e indirecta de empleo de calidad; facilita la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo, y mejora los ingresos de las familias. Esto se traduce en un retorno de ingresos para el Estado, vía impuestos y cotizaciones, y una mayor renta familiar.

La inversión en cuidados también tiene la capacidad de dinamizar otros sectores de la economía, lo que permite recuperar lo invertido a través de una mayor recaudación fiscal. En síntesis, permite romper con el círculo vicioso de pobreza y exclusión, y puede ser transformado en un círculo virtuoso que genere múltiples réditos sociales y económicos.

No cabe duda de que los Estados juegan un papel crucial en la implementación de los Sistemas Integrales de Cuidado, por lo que deben orientar sus presupuestos hacia su construcción porque es la única forma de garantizar el derecho de acceso al cuidado, tanto por parte de las personas que lo demandan como de quienes proveen esos cuidados.

Para concluir, es importante destacar la importancia de que los países de América Latina y el Caribe avancen en la conformación y el fortalecimiento de sistemas de cuidados desde un enfoque sistémico e integral y, por supuesto, con perspectiva de género, incorporando a todas las poblaciones que requieren cuidados, generando sinergias con las políticas económicas, de empleo, salud, educación y protección social, y fomentando la corresponsabilidad social entre familias, Estado, mercado y comunidad. Es la única manera de afrontar con éxito las consecuencias e impactos económicos y sociales causados por las múltiples crisis que nos atraviesan, y lograr reconstruir con mayor igualdad sin dejar a nadie atrás.


Bibliografía

Este artículo ha sido realizado en base a documentos producidos por ONU Mujeres en materia de cuidados.

ONU Mujeres y CEPAL (2021). Hacia la construcción de Sistemas Integrales de Cuidados en América Latina y el Caribe. Elementos para su implementación https://lac.unwomen.org/sites/default/files/Field%20Office%20Americas/Documentos/Publicaciones/2021/11/HaciaConstruccionSistemaCuidados_15Nov21-v04.pdf

ONU Mujeres y CEPAL (2020). Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de COVID-19: Hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación https://lac.unwomen.org/sites/default/files/Field%20Office%20Americas/Documentos/Publicaciones/2020/08/Final%20Brief/ES_cuidados%20covid.pdf


Referencias

[1] https://oig.cepal.org/sites/default/files/panorama_social_latinoamerica_2021.pdf

[2]https://www.cepal.org/es/comunicados/la-pandemia-covid-19-genero-un-retroceso-mas-decada-niveles-participacion-laboral#:~:text=En%202020%2C%20explica%20el%20estudio,retomaron%20la%20b%C3%BAsqueda%20de%20empleo.

[3] Trabajadoras Remuneradas del Hogar en América Latina y el Caribe frente a la Crisis del COVID-19. ONU Mujeres, OIT, CEPAL, 2020)

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