Irene Martínez Martín
Doctora en Educación Cum Laude. Profesora Ayudante Doctora en la Universidad Complutense de Madrid. Colaboradora en el grupo INDUCT de la UCM y del grupo GIES de la UCLM en líneas de investigación dedicadas a la educación en sexualidad e igualdad y las pedagogías feministas.
¿Qué educación para qué ciudadanía queremos? ¿Desde la educación, reproducimos o transformamos las prácticas de desigualdad? ¿Cómo reaccionamos ante las desigualdades? ¿Cómo despatriarcalizar el currículum escolar? ¿Es la educación un motor de emancipación y liberación ante las opresiones?
Estas, y otras muchas cuestiones nos invitan a reflexionar en torno a cómo se reproducen las desigualdades derivadas del sistema patriarcal y a cómo se normalizan desde las estructuras educativas formales. Según Rita Segato (2018) el patriarcado es la primera escuela de poder, de jerarquía, de homogeneidad y expropiación de la diversidad, de lo colectivo y lo individual.
LOS CONTEXTOS QUE HABITAMOS
Analizar nuestro mundo social desde una lectura feminista de la ciudadanía, los medios de producción, el reparto de los cuidados, las brechas económicas o las violencias, pone en el centro del debate las desigualdades de género. Y nos invita a cuestionarnos acerca de los contextos que habitamos y de cómo los habitamos.
Para ello debemos mirar, escuchar, reflexionar, cuestionar, interpelar, transformar… las realidades por las que transitamos. Los movimientos feministas proponen la necesidad de tomar conciencia crítica en torno a la construcción dicotómica y jerarquizada del mundo patriarcal. Es decir, los mecanismos de socialización diferenciada que ayudan a normalizar y legitimar las desigualdades, los estereotipos y roles de género normativos. Pero, tan importante como los medios de legitimación del poder, son los mecanismos que sancionan, violentan, excluyen e invisibilizan las disidencias y diversidades. Dando como resultado diferentes tipos de violencias machistas, de acoso, falta de referentes y pérdida de diversidad.
La educación, en todas sus esferas, es responsable de la reproducción y sustento del sistema de privilegios y opresiones. Donde, además del género, se cruzan otras categorías de raza, clase social, identidad sexual, capacidades, etc. Poner el foco de análisis de esta interrelación de opresiones y privilegios supone ubicarnos en un enfoque de interseccionalidad.
REPRODUCIR O TRANSFORMAR DESDE LA EDUCACIÓN
Ya, Paulo Freire (1969), nos recordaba desde los posicionamientos de la pedagogía crítica que la educación es algo más que transferir conocimientos estancos, significa crear la posibilidad de construir saberes diversos, educar en la libertad y en la emancipación. Es decir, pensar la educación como posibilidad de empoderamiento supone ser consciente de los mecanismos de reproducción de las desigualdades.
Entre ellos, cabe destacar, el currículum oficial que marca el sentir y las pautas educativas de un país, desde los objetivos, contenidos, metodologías a sistemas de evaluación. Una educación tradicional centrada en un enfoque curricular positivista, técnico y mercantilista plantea como objeto de la educación la competitividad y el individualismo. Ejemplo de ello lo encontramos en los contenidos y metodologías que apuestan por el conocimiento parcelado, la imposición de unas disciplinas (ciencias) sobre otras (artes) como mejores; la invisibilización de contenidos diversos (colonización de saberes); el uso de lenguajes sexistas o clasistas; los métodos de evaluación excluyentes, memorizadores y categorizadores; sistemas de organización escolar donde priman los criterios economicistas sobre el cuidado y las relaciones humanas basadas en el buen trato; o las metodologías que priman el individualismo y la memorización por encima de la cooperación, el bien común, la experimentación o el análisis crítico del mundo. Además, este currículum oficial se ve reforzado por los mecanismos de socialización diferenciada en clave de género, donde cabe destacar: medios de comunicación, educación familiar, cultura, religiones, publicidad, redes sociales, etc.
Tomar conciencia crítica de estas realidades educativas nos lleva a desarrollar principios coeducadores. Esto no es una tarea sencilla, individual o aislada. No debe dejarse a criterio o interés particular del profesorado. Tampoco limitarse a ser un contenido transversal o dedicar una semana al año a tareas de sensibilización. Una verdadera educación transformadora pasa por cuestionar las raíces mismas de las estructuras que generan desigualdad y violencia. Por ello, debemos desarrollar un curriculum coeducador y feminista, que forme parte de los objetivos concretos del plan de acción pedagógico de los centros educativos y en la formación inicial de los profesionales de la educación. Es decir, un programa pensado, justificado y coherente que tenga su espacio en todas las asignaturas, con tiempos, espacios, contenidos, metodologías y evaluaciones acordes.
La sociedad espera que la escuela eduque en igualdad y, es cierto, que los espacios educativos pueden ser espacios privilegiados para esta misión. Pero debe hacerse desde una conciencia feminista que cuestione los mecanismos de normalización de la desigualdad y el compromiso por la transformación crítica.
Para alcanzar coeducación y pedagogía feminista no basta con hablar de igualdad formal en la legislación o con garantizar el acceso igualitario de las niñas a las escuelas. Necesitamos un trabajo de deconstrucción de los sistemas de opresión que garantice una educación desde un enfoque de derechos, es decir: que las niñas puedan decir con quien casarse y cuando; puedan ser dueñas de sus cuerpos; que las personas puedan elegir libremente sus identidades sexuales y vivirlas; que se pueda elegir qué estudios realizar o que trabajos ejercer libres de estereotipos de género; poder vivir libres de violencias. Es decir, los derechos no pueden disociarse. No podemos garantizar el derecho a la educación en igualdad sin garantizar los demás derechos.
PEDAGOGÍAS FEMINISTAS PARA DESPATRIARCALIZAR EL CURRICULUM ESCOLAR
No podemos concebir una educación transformadora sino es feminista y esto pasa por la inclusión de los principios coeducadores como parte fundamental del currículum de los y las profesionales que trabajan en la educación (Martínez, 2016).
Despatriarcalizar el currículum es un reto de las pedagogías feministas. Y parte del cuestionamiento: ¿desde dónde nos educamos? Es decir, qué modelos, contenidos, imágenes, narrativas, lugares simbólicos, espacios, lenguajes… son aquellos que nos construyen como ciudadanos y ciudadanas. Ante estas evidencias, las pedagogías feministas tienen una exigencia básica: se posicionan como lucha política por la igualdad y reclaman a la educación ese componente político de transgresión y transformación de las estructuras de desigualdad. En otras palabras, hablamos de transgresión de la educación hegemónica más allá de las limitaciones legales, de los discursos o de las denuncias de ciertos sectores sociales:
“No es una pedagogía de profesoras y alumnas, sino de compañeras que soñamos juntas y pensamos juntas nuestras prácticas, que intentamos en el diálogo de saberes, crear nuevos conocimientos del mundo, ya que todo lo que fue creado hasta ahora, no alcanza para transformarlo”. (Korol, 2009, p. 3)
Las pedagogías feministas son descolonizadoras, despatriarcalizadoras e interseccionales (Martínez Martín, 2016) y se encuentran en un continuo dinamismo de construcción y deconstrucción. No hablamos de una única receta cerrada, ya que la educación no es neutra y va a depender de contextos, tiempos y espacios determinados. Más bien, las pedagogías feministas son situadas, pensando en lo local, buscando la transgresión estructural de lo global: el sistema patriarcal.
Siguiendo a Bejarano, Martínez y Blanco (2019, pp. 46-47) se destacan las siguientes estrategias a desarrollar para diseñar pedagogías feministas en el currículo educativo:
- Una contra- pedagogía del poder, es decir, una educación antipatriarcal que cuestione los mandatos de la masculinidad hegemónica y todo lo que de ello se deriva (colonialismo de un único tipo de saber, valores asociados a la competitividad y la agresividad, desensibilización, etc.).
- Una educación histórica de la memoria de las mujeres y sus saberes populares y experienciales. Propuesta que sienta las bases para una educación comunitaria que ayude a pensar y actuar colectivamente y sirva de ruptura, una vez más, de aquellos valores impuestos desde las estructuras del sistema neoliberal.
- Educación en masculinidades no hegemónicas que visibilicen cómo el machismo también victimiza, silencia y oprime las masculinidades y dónde se nombre la violencia en todas sus dimensiones, intragénero e inter-género.
- Pedagogía de las emociones, los placeres, las sexualidades y los vínculos afectivos. Es decir, una educación de lo colectivo, de los buenos tratos y que produzca comunidades de cuidados, vínculos recíprocos en libertad e igualdad y que ponga límites a la cosificación de la vida, a la degradación de los y las otras y, en definitiva, a las relaciones de violencia.
- Una educación interseccional, decolonial y antirracista.
- Organización de los espacios, tiempos, relaciones, resolución de conflictos … situando los cuidados en el centro y la pedagogía dialógica y participativa sin condicionantes de género.
- Visibilizar el currículum oculto que es reflejo de la cultura escolar dominante para transformar, donde se incluyen lenguajes, narrativas diversas y referentes disidentes.
Necesitamos, pues, un feminismo que sea transformador de las estructuras de poder acompañado de una educación crítica que no solo facilite el acceso a ese poder elitista, sino que nos eduque en el uso de un poder transgresor, feminista, sororo y sostenible:
“Una educación para el empoderamiento, pero definiendo con total precisión cómo ha de ser ese poder y para qué ha de ser ese poder. Un poder para la inclusión, para justicia, para el desarrollo, para la paz. Un poder para la dignidad y el respeto. Esto nos lleva a: la educación, la formación y la cultura”. (Machel, 2006)
Referencias para seguir reflexionando
- Monográfico científico. Bejarano, M.T y Martínez, I. (2020). (coordinadoras, 2/2). Propuestas desde las pedagogías feministas para despatriarcalizar la educación. Revista Diversidade e Educaçao. vol. 9.
- Artículo científico. Ramos, F.J; Martínez, I. y Blanco, M. (2020). Sentido de la educación para la ciudadanía desde pedagogías feministas, críticas y decoloniales. Revista Izquierdas, Nº49. 2103-2116..
- Artículo científico. Bejarano, T; Martínez, I., Blanco, M. (2019). Coeducar hoy. Reflexiones desde las pedagogías feministas para la despatriarcalización del curriculum. Revista Tendencias Pedagógicas. 34, pp. 37-50. DOI:15366/tp2019.34.004
- Artículo científico. Martínez, I. (2018). Pedagogías feministas: estrategias para una educación emancipadora y decolonial. Revista Momento, diálogos de educación. 27, nº3, p. 350-375. Doi: 10.14295/momento.v27i3.8687
- Artículo científico. Martínez, I. y Ramírez, G.. (1/2). (2017). Des-patriarcalizar y Des-colonizar la Educación. Experiencias para una Formación Feminista del Profesorado. Revista RIEJS.81-95
- Artículo científico. Cabello, M.J y Martínez, I. (2/2). (2017). Aportes teóricos de la perspectiva de género en la mejora de la educación de las niñas en África. Revista Educación XXI. 20, pp. 163-181
- Capítulo de libro. Marí, R., Barranco, R. y Martínez, I. (3/3). (2019). EDUCAR EN SEXUALIDADES E IGUALDAD EN EDUCACIÓN SOCIAL DESDE UNA PERSPECTIVA FEMINISTA. En, Bejarano y Marí (coord). Educación en sexualidad e igualdad, pp. 29-47. Madrid: Dykinson
- Libro científico. Hipólito, N.; Martínez, I. y Fernández, S. (2/3) (2019). Participación social de las mujeres. Madrid: Síntesis