Conflictos sociales y relaciones laborales en «How Green Was My Valley»! (John Ford, 1941)

Conflictos sociales y relaciones laborales en «How Green Was My Valley»! (John Ford, 1941)

Juan Pablo Maldonado Montoya

Catedrático de Derecho del Trabajo. Universidad CEU San Pablo


A través del símil con el progresivo deterioro del valle (el verde manto que lo cubre es sustituido poco a poco por la escoria sobrante de la mina), John Ford retrata el deterioro humano y social experimentado por una pequeña comunidad minera y puritana de Sur de Gales, con base en la novela escrita por Richard Llewellyn. Lo hace mostrando las vicisitudes de una familia de mineros, los Morgan, relatadas por el benjamín de la familia, Huw.

La película comienza con la escena de los mineros saliendo del trabajo contentos y satisfechos tras una jornada de duro trabajo, lo que parece un guiño a la primera grabación cinematográfica de los hermanos Lumière. A la vez, nos presenta una familia unida y profundamente religiosa. En esas primeras escenas encontramos unas relaciones de trabajo, vecinales y familiares presididas por la confianza y la fraternidad. Pero ese feliz equilibrio desaparece a partir del momento en que el empresario, el Sr. Evans, baja los salarios.

En puridad, la película no se refiere al Sr. Evans como empresario (ni a la explotación minera como “empresa”), sino como propietario o dueño; no solo de la mina sino también de los trabajadores. Así, la reducción de salarios se comunica a los trabajadores mediante un anuncio publicado en la puerta de la mina y firmado por “la propiedad”. Incluso los Morgan se refieren al Sr. Evans como “el dueño de la mina” e incluso en algún caso como “nuestro dueño”. Se nos muestra un empresario-propietario, que dispone de las relaciones de trabajo con el señorío absoluto de quien ejerce facultades dominicales más que directivas: reduce unilateralmente salarios, modifica condiciones de trabajo sin dar explicaciones y despide trabajadores a su libre arbitrio. Morgan padre confía en que el Sr. Evans, como ser humano, se comporte con humanidad y justicia. Pero esa confianza se ve defraudada una y otra vez. El utilitarismo y el mercantilismo se imponen sobre lo justo.

La desigualdad entre propietario de la mina y minero quiebra por un instante cuando, en nombre de su vástago, el Sr. Evans pide al Sr, Morgan la mano de su bella hija (interpretada por Maureen O’Hara). Pero el momentáneo respeto mostrado por el Sr. Evans no tiene continuidad en su hijo, un petimetre en toda regla, que trata con desdén a toda la familia Morgan. En realidad, el rico pretendiente se encapricha y de alguna manera “compra” a la chica más bonita del valle, aunque ni ella ni el resto de su familia sean muy conscientes de ello (de quien en realidad estaba enamorada la señorita Morgan era del párroco, el Sr. Gruffydd). La prosperidad material se impone sobre la felicidad personal. Subyace una profunda crítica a la mercantilización sin límite, para la que todo es objeto del comercio; todo se compra, todo se vende. El contrapeso es el amor fraternal, que los Morgan y el buen pastor de almas, el Sr. Gruffydd, encarnan.

Manifestación del señorío sobre las relaciones laborales que el propietario de la mina ejerce son los abusos que los Morgan soportan. Ante esos atropellos, los miembros de la familia reaccionan de dos formas diametralmente opuestas.  Mientras que el padre asume resignado las decisiones empresariales y confía en la explicación dada por la empresa ante la bajada de salarios (la caída del precio del carbón), sus hijos mayores  recelan y achacan la reducción salarial a la llegada de nuevos obreros en paro. Entretanto el padre confía en un salario justo (-“Un buen obrero merece una buena paga y la obtendrá”), los hijos advierten de la tiranía del mercado (-“Mientras que haya tres hombres para cada puesto, no [se obtendrá un salario digno]”). Claro era entonces y lo es hoy que el mayor enemigo de la justicia social es el desempleo.

Ante la fuerza del “propietario”, contra la que nada pueden las palabras del bueno del cabeza de familia, sus hijos sólo encuentran una solución, también basada en la fuerza, la del sindicato. La tensión en el seno de la familia aumenta cuando a su padre, uno de los capataces, le ponen a trabajar a la intemperie. Aunque el padre se resigna y sigue confiando en “el propietario”, los hijos se rebelan y apelan a la huelga, a la que el padre se opone radicalmente, hasta el punto de expulsar de su casa a los hijos que, llevándole la contraria, la respaldan.

La tensión entre lo justo y la fuerza es un tema recurrente en la filmografía de Ford. ¿Puede acaso el hombre alcanzar la justicia sin la ayuda de la fuerza? Como ocurre en El hombre que mató a Liberty Valance, nada pueden las palabras y las buenas intenciones frente al mal y la injusticia si no es con la ayuda de la fuerza; de la misma manera que la fuerza solo se justifica si es para enfrentarse al mal y a lo injusto. En ¡Qué verde era mi valle!, nada pueden las buenas palabras del Sr. Morgan frente a los intereses del Sr. Evans y la lógica del mercado. El  sindicato y la huelga son la única arma que los obreros tienen para “negociar” con el propietario de la mina.

Para mostrar los abusos del dueño de la mina y la forma de solucionarlos, la obra acude al paralelismo con lo acaecido al pequeño Huw cuando acude a la escuela en un valle colindante. Allí se encuentra con la hostilidad del prepotente profesor, que se burla, como sus alumnos, del pequeño Huw, por proceder de un pueblo de mineros. Sus compañeros se burlan y le pegan. Vuelve a casa humillado y sangriento. Huw aprende a defenderse y se hace respetar en el patio del colegio. Pero el profesor, abusando de su posición y de su fuerza, le propina una paliza aún superior a la que días antes le habían dado sus iguales. Un boxeador, generoso amigo de los Morgan, se encarga de –con la oposición de Huw- pagar al profesor con la misma moneda. Los abusos cesan y el chaval puede asistir con normalidad al colegio.

Por si había alguna duda, el nuevo pastor, Sr. Gruffydd, contrapunto del anticuado y timorato diácono, anima a los Morgan y a sus vecinos a crear el sindicato: “– Formen su sindicato. Lo necesitan. Solos son débiles. Unidos serán fuertes. Pero recuerden que a la fuerza se une la responsabilidad hacia ustedes y hacia los demás, porque  no se puede vencer la injusticia con más injusticia. ¡Sólo con la justicia y la ayuda de Dios!”.

La película admite la necesidad del sindicato, pero avisa de sus peligros y se aparta del sindicalismo violento y revolucionario. No ocurre lo mismo con la huelga, de la que en todo momento la película muestra todos sus males. La noticia misma de la convocatoria de huelga inunda de tristeza todo el pueblo y todo el valle. Se reproduce la escena inicial, los mineros saliendo de la mina, pero esta vez abatidos y cabizbajos. La tristeza inunda todo el pueblo y todo el valle. Cuando el pequeño Huw pregunta al Sr. Gruffydd qué significa la huelga, éste responde: “– Que algo se ha ido de este valle y que nunca será reemplazado”.

Tras veintidós semanas de huelga, el temor y el hambre se apoderan de la pequeña localidad minera, y la desconfianza se instala en el corazón de aquellos hombres: “Todo el que no era su amigo se convertía en su enemigo”. Las relaciones fraternales que antes presidían la vida cotidiana de los habitantes del valle quedan rotas por las extralimitaciones del empresario y por las penurias que la huelga supone para los trabajadores. Eso no obsta para que la película muestre el valor moral de la huelga y el sacrificio que para los mineros y sus familias supone: hambre y sufrimiento.

En fin, se rechaza la huelga (o al menos el tipo de huelga que la película muestra). Es más, la huelga no parece mejorar la situación de los mineros, sino que más bien la agrava, y se traduce en pérdida de puestos de trabajo, como les ocurre a varios de los Morgan, que tienen que emigrar.

Aunque el pequeño Huw muestra dotes para los estudios, Huw opta por la mina. Al padre le parece poco; quiere algo mejor para su hijo: “– ¿Por qué no buscas un empleo más respetable?”. Su esposa –siempre tiene la última palabra- protesta: “–¡¿Respetable?! ¡¿Es que tú y sus hermanos sois unos sinvergüenzas?! ¡¿O qué?! […] ¡Con que sea un hombre tan bueno como tú y sus hermanos, me conformo!”). Aflora la concepción cristiana del trabajo, digno en sí mismo, con independencia de la posición social y económica que ese trabajo pueda suponer.

Huw será minero. Aún niño comienza a trabajar en el yacimiento de carbón con gran esfuerzo físico. Casi ni puede con la carretilla. La crítica al trabajo infantil es clara. No sólo es que un niño trabaje; es que además lo hace en un ambiente tan pernicioso para la salud como es el aire con sílice libre, y asumiendo tareas propias de un adulto.

A la vez que Huw se incorpora al trabajo, dos de sus hermanos son despedidos: Un pequeño trozo de papel que les es entregado con la misma frialdad con la que se abona el salario a los restantes trabajadores de la mina hace las veces de carta de despido. Se les despide a pesar de ser buenos y experimentados mineros. Se les sustituye por trabajadores más pobres y desesperados.

Si algo une íntimamente a la comunidad minera es el miedo a la muerte. A cualquiera de los mineros le puede tocar. Hasta dos derrumbamientos nos relata Huw. En ambos casos la sirena de la mina suena incesante. Es la señal de alarma que a todo el pueblo concentra y mantiene en tensión hasta conocer sus consecuencias. El accidente de trabajo es algo cotidiano en la vida de estos sufridos mineros, sin que ninguna preocupación se detecte en la presente historia por medidas de seguridad e higiene.

En el primero de los derrumbamientos, el hijo mayor de los Morgan, Ivor, fallece. Poco tiempo después la sirena vuelve a encoger a todo el pueblo: un nuevo derrumbamiento. Las mujeres acuden expectantes y temerosas.  Sólo unos pocos salen a la superficie. Algunos valientes, entre ellos el Huw y el joven párroco bajan a buscar supervivientes. Encuentran al Sr. Morgan aplastado entre rocas y muere en brazos de su hijo.

Pero no acaba ahí la película. Las vicisitudes personales y laborales de los Morgan trascienden y cobran un profundo sentido religioso. Las últimas escenas muestran la esperanza de la resurrección.  Mientras el “montacargas” de la mina asciende al fallecido al exterior, la voz en off  de su hijo How pone el punto final: “– Los hombres como mi padre no pueden morir. Todos ellos están aún conmigo, tan reales en el recuerdo como lo fueron en su vida: amantes y amados para siempre. ¡Qué verde era entonces mi valle!”.