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Occidente frente al laberinto turco

por PÓLEMOS
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Augusto Thornberry

Abogado, Diplomático y Licenciado en Relaciones Internacionales

Durante la noche del 15 al 16 de julio 2016, un grupo de oficiales intentó dar un golpe de Estado en Turquía. Miembros de la Fuerza Armada se presentaron en la filial local de CNN y anunciaron que habían tomado el poder, mientras tanques y aviones F-16 se desplazaban en tierra y aire de Estambul y Ankara. Siete bombas cayeron sobre el Parlamento turco.

El diario Financial Times, señalando lo improvisado y torpe del levantamiento, ha barajado varias teorías conspirativas, incluyendo la del auto-golpe. El General Hulusi Akar, máxima autoridad de la Fuerza Armada, no estaba al tanto de la asonada y, cuando esa noche un grupo de oficiales le comunicó lo que pasaba, el General se opuso, y fue tomado prisionero por los rebeldes. Un grupo de 11 comandos, que se había transportado en un helicóptero, fue capturado en las cercanías del hotel Turkish Riviera, en el sudoeste de Turquía, y acusado de tratar de asesinar al Presidente Erdogan. Éste, mientras tanto, había huido en su jet presidencial una hora antes, y había enviado un mensaje a la Nación vía Facetime desde el aeropuerto de Estambul, pidiendo a sus seguidores que salieran a las calles para oponerse al golpe.

De cualquier manera, millares de personas salieron a las calles a enfrentarse a los tanques. Parte de las Fuerzas Armadas se negó a acatar el golpe y la Gendarmería, cuerpo de Policía militarizada formada por Erdogan, también se enfrentó a los militares. El intento de golpe fracasó y alrededor de 270 personas murieron en los enfrentamientos.

Descifrar estos hechos no es tarea fácil. El Presidente Erdogan ha acusado a un clérigo islamista, Fethullah Gulen, de estar detrás de este fallido golpe. Gulen ha sido desde siempre un conocido opositor al carácter laico impuesto al Estado turco moderno por su fundador, Kemal Ataturk. Pero su ideología es bastante peculiar. Su discurso es el de un Islam moderado. Según algunos analistas, enseña a sus discípulos que para tomar el poder deben hacerlo a través de la educación en todos los campos, ocupando cargos importantes en el Estado gracias al conocimiento y la competencia profesional.

Consecuentemente, ha desarrollado una red de escuelas e instituciones de servicio público, según afirma, en más 150 países (en estos momentos, está por abrir una escuela en el distrito de Jesús María, en Lima). Aunque se encuentra auto-exilado en Pensilvania, EEUU, desde 1999, este trabajo le permitió convertirse en aliado del AKP (Partido Justicia y Desarrollo), partido islamista que llegó al poder en Turquía en el 2002, y del cual Recip Erdogan fue Primer Ministro hasta el 2014, cuando fue elegido Presidente.  El partido AKP carecía de cuadros para ocupar cargos en la administración pública, y Gulen le ayudó a resolver este problema mediante el movimiento que dirige, “Hizmet”, palabra turca que significa “servicio”.

La colaboración entre ambas corrientes puede ser ilustrada por el caso Sledgehammer (“comba” en español). Después de un juicio que duró 21 meses, 300 oficiales kemalistas fueron condenados en setiembre de 2012 a 20 años de prisión, por haber conspirado para dar un golpe de Estado en el 2003. Estos militares fueron liberados en el 2015, por haberse demostrado que las pruebas eran falsas. Los militares acusaron a los gulenistas de haberlas fraguado, y Erdogan dijo que había sido engañado por sus antiguos aliados.

En realidad, durante muchos años, gulenistas y miembros del partido AKP habían venido purgando al aparato estatal de altos funcionarios y oficiales laicos. Esos vacíos habían sido llenados por gulenistas. Pero la alianza se rompió en el 2013, cuando funcionarios gulenistas acusaron de corrupción a miembros del Gabinete de Ministros y otros colaboradores cercanos de Erdogan. A partir de entonces el Presidente turco decidió restaurar a los oficiales kemalistas y más bien empezar una purga de gulenistas.  Según informes de prensa, era inminente la expulsión de alrededor de 1,000 oficiales gulenistas de las Fuerzas Armadas en los días previos al intento de golpe de Estado.

Después del fallido golpe, Erdogan declaró que este hecho era un regalo de Dios, que le permitiría purgar a los gulenistas del Estado- principalmente militares, jueces y maestros. Se estima que ya han sido despedidos aproximadamente 60 mil funcionarios públicos, entre ellos 1,500 militares. Centenares de ellos han sido encarcelados y a muchos se les ha cancelado el pasaporte. Yendo un poco más lejos, también han sido clausurados 45 periódicos, 16 canales de TV, 23 estaciones de radio y 3 agencias de noticias, entre otros medios, a los que hay que sumar otros que fueron clausurados antes del golpe.

El domingo 7 de agosto, después de tres semanas de manifestaciones a favor de Erdogan, el número de manifestantes en la calle llegó a ser de más de un millón de personas, según la BBC (más de 5 millones según fuentes oficiales) ante las cuales Erdogan dijo que no tendría problemas en restablecer la pena de muerte, si el Parlamento así lo decidía. Gulen afirma que lo que quiere Erdogan es cambiar la Constitución para pasar de un régimen parlamentario a un régimen presidencialista el cual él acapare todo el poder. El tiempo dirá si esto es así. En todo caso, la enorme purga del aparato de gobierno y el debilitamiento de la Fuerza Armada, que ha sido uno de los pilares del Estado turco, anuncia problemas de gobernabilidad para ese país en el corto y mediano plazo. Reemplazar gulenistas por otros islamistas de confianza de Erdogan no auguraría nada bueno en este aspecto.

Esta coyuntura es especialmente problemática en lo referente a política exterior. Los países occidentales no simpatizan con el giro autoritario que ha tomado Erdogan, pero tampoco se pueden dar el lujo de tenerlo de enemigo.

La Fuerza Armada turca es la segunda más grande de la OTAN, con 500 mil efectivos y US$ 20,000 millones de dólares de presupuesto anual. Alberga en su territorio la base aérea estadounidense de Incirlik, y tiene un papel absolutamente crucial en el conflicto sirio y en el problema de los refugiados sirios.  En estas condiciones, Turquía ha pedido a Estados Unidos la extradición de Fethullah Gulen y el Ministro de Relaciones Exteriores turco ha señalado que una negativa de Estados Unidos sería algo muy malo para las relaciones bilaterales.

Mientras el gobierno de EEUU estudia el expediente de extradición, el Presidente Erdogan visita Moscú, en un proceso de recuperación de las relaciones con Rusia. Aunque tres cuartas partes de la inversión extranjera y el comercio exterior de Turquía provienen de la Unión Europea, no deja de tener proyectos importantes que conversar con Putin. Puede, por ejemplo, resucitar el proyecto de un gasoducto que Putin desea construir para reforzar la dependencia energética del sur de Europa con respecto al gas ruso, o la construcción de una central nuclear en Turquía.

Aunque el creciente autoritarismo de Erdogan disguste a EEUU y a la UE, el hecho es que los tres partidos de oposición y millones de manifestantes turcos le vienen expresando su apoyo, así que el respeto a la democracia en este caso implica reconocer la legitimidad de ese gobierno en cuanto al ámbito interno.

En cuanto al frente externo, los países occidentales perciben que sus intereses nacionales consisten en mantener a Turquía firmemente enraizada en la OTAN, continuar el proceso de su incorporación a la Unión Europea, y obtener su cooperación activa y dinámica en el frente sirio y en el problema de los refugiados. Esto no debe afectar al destino de Fethullah Gulen si las pruebas no acreditan su participación en actos ilícitos, pero la negociación será extremadamente delicada y difícil.

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