Shakira María Bedoya Sanchez (*)
PluriCourts – Centro para el Estudio del Rol Legítimo del Poder Judicial en el Orden Global,Universidad de Oslo, Científica Visitante en la Free University of Berlin y el Instituto Max Planck de Antropología Social
Traducción por Barbara Beatriz Yulissa Ramos Arce
Estudiante de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú y asociada de la Asociación Civil Derecho y Sociedad
Llegué al «Cementerio La Ciudad» a finales de febrero de 2014 como parte de un entrenamiento introductorio a la Antropología Forense. En la imagen superior, los restos que yacen delante de mí pertenecen a un sub-adulto no identificado cuya causa de muerte fue clasificada como ‘indeterminada’. Los carteles en blanco y negro que cuelgan detrás de mí corresponden a los rostros de innumerables individuos que buscan dirigir la atención hacia las cuarenta y cinco mil personas detenidas/desaparecidas a raíz del conflicto interno en Guatemala (1960-1996). Mientras limpio cuidadosamente el conjunto de huesos que yacen en mi mesa, recuerdo que el instructor explica cómo grabar y clasificar un trauma físico. El análisis antropológico se ocupa de estimar la edad, determinar el sexo, figura, posibles anomalías esqueléticas, fracturas pre mortem y posible trauma peri-mortem. Un informe forense culminado es capaz de reportar patrones que permitan inferir la forma y causa de muerte, lo cual tiene como objetivo proporcionarle un «grado razonable de certeza» a la probabilidad de un evento (es decir, lo que realmente sucedió).[1]
El «cuerpo» se constituye como evidencia forense mediante un proceso temporal y espacial en el que una suma de materiales humanos, que cuentan con ciertos actos de lesiones y enfermedades, está decodificada secuencialmente de tal manera que se puede inferir un escenario de matanza[2] – estos «objetos de la muerte ‘ en sí mismos no son pruebas, sino que se convierten en pruebas en el contexto de una investigación[3]. Los huesos y otros objetos encontrados no son analizados de manera aislada, sino atravesando transversalmente campos de relaciones. De estas se configuran ensamblajes de conexiones[4], en donde «nosotros, los forenses, ayudamos a reconstruir una historia pero también contribuimos a solucionar uno de sus fragmentos y en buena parte, recuperar la memoria».[5]
Las exhumaciones realizadas en “La Ciudad” resultaron en más de dieciséis mil cuerpos y partes de cuerpos exhumados de sus osarios que fueron almacenados en bolsas de plástico. Cada una de estas bolsas contiene cientos de restos óseos y/o un esqueleto completo. Cuando en 1988 las exhumaciones en Guatemala comenzaron, estas fueron inicialmente destinadas a la identificación de las víctimas de masacres circunscritas a las zonas rurales, pero la presión de los familiares de los desaparecidos en las ciudades exigió una búsqueda que se extendió a lugares urbanos. En Guatemala se descubrió que los cementerios públicos fueron utilizados para la eliminación de cuerpos que fueron descargados en profundos osarios donde los cadáveres no identificados fueron etiquetados en los registros públicos como ‘NN’.[6]
En enero de 2010, un equipo antropológico forense formó la «Unidad de Investigación de Personas No Identificadas» y comenzó con las exhumaciones (bastante polémicas) de los osarios en diferentes cementerios públicos. Según su folleto y diferentes medios de comunicación/informes que anuncian las exhumaciones, el objetivo de la recuperación de los restos fue la identificación de los cadáveres a través de la correlación entre los datos de los no identificados ‘NN’ de los cementerios con los datos de los informes de personas desaparecidas. Como tal, la campaña en «La Ciudad» fue ampliamente percibida como una ayuda a la justicia, averiguando la verdad para las familias de las víctimas.
La ceremonia de inauguración tuvo lugar un mes después y atrajo la atención de los medios de comunicación y ocasionó la participación de las organizaciones de víctimas, políticos locales y representantes diplomáticos de delegaciones extranjeras. Los discursos de la ceremonia establecieron una constante constitución y discusión sobre la importancia de los restos «en tanto personas o cosas, sujetos u objetos, significados o materia»[7]. «Con el fin de sanar, necesitamos saber la verdad. Porque la justicia se basa en la verdad».[8]
Cuando se recuperan los restos, cada pieza de hueso, ya sea si pertenece a un esqueleto completo o incompleto, se etiqueta con un número de código específico, compilado, etiquetado y almacenado para el futuro análisis de la causa de la muerte. La correlación entre los restos humanos y la de clasificación forense, implica la eliminación de la personalidad y la identidad de los cuerpos, dejando espacio sólo para la enumeración de las características físicas[9]. No obstante, esta clasificación requiere de un proceso de reducción, donde las preguntas sobre violencia son traducidas y transformadas en metodologías y técnicas que validan el proceso científico (como por ejemplo el ADN de los huesos) y en última instancia, como el explanans[10]. En esa medida, los complejos problemas políticos y estructurales que resultaron de un evento donde aconteció una muerte se enmarcan en un sistema de codificación que invariablemente se sostiene en la posibilidad de la traducción científica.
Tal como me explicó un instructor: «Cuando los restos muestran señales de trauma peri-mortem en el cráneo, éstos se etiquetan como «A» y se envían directamente al laboratorio de ADN para el procesamiento y la determinación del perfil genético. Cuando las lesiones no son consecuencia de bala, pero aún se encuentran en el cráneo – los restos tendrían prioridad «B» y el análisis de ADN es entonces opcional. Si las lesiones no están en el cráneo o no hay lesiones peri-mortem en absoluto, hay una fuerte probabilidad que los restos nunca conseguirán un perfil genético y simplemente serán regresados a los osarios.
A pesar de la narrativa que rodea las exhumaciones, cinco años después de la puesta en marcha del proyecto sólo siete víctimas sometidas a desaparición forzosa han sido identificadas positivamente. La sensibilidad forense es capaz de perforar conjuntamente una verdad porque «los huesos pueden hablar y contar una historia»[11] pero ¿Qué ocurre con la fe de los «cuerpos» que no pueden «hablar» con respecto a los objetivos perseguidos por la justicia transicional? En el marco de La Ciudad, los restos óseos que no entran dentro de las categorías «B» o «A» continuarían con el marcador ‘NN’ y serían dejadas de lado (junto con miles de otros cuerpos) desde la promesa de la justicia y la reconciliación.
Tal vez estos ‘NN’ son una fuente de resistencia – por así decirlo – a cualquier imaginario de transición, ya que la adjudicación de la violencia que la etapa transicional busca «bloquear» en el pasado no puede ser dejada atrás[12], sino que se mantiene inmortal, detenida en el tiempo y crítica, sin una voz que pueda ser descodificada, pero con un voz al fin y al cabo.