Bettina Valdez Carrasco
Abogada, Magistra en Estudios de Género, Magistra en Gerencia Social – PUCP
1. Introducción
El objetivo del presente artículo es develar los diferentes mecanismos de opresión que sufren las masculinidades subalternas desde una mirada de género y cómo esta situación configura vulneraciones a los derechos humanos.
Para tal fin analizaremos el cuento “Alienación” de Julio Ramón Ribeyro (1975) que narra la historia de Roberto López “que no era ni zambo ni gringo, el resultado de un cruce contranatura (…)” y su transformación a Bob, un zambo agringado con nacionalidad estadounidense que lucha por conquistar a Queca, la chica más linda del barrio.
2. Masculinidades hegemónicas y subalternas
El cuento “Alienación” narra la historia de unos jóvenes “blanquiñosos” que se reunían en la Plaza Bolognesi a jugar futbol y a ver a Queca. Roberto, el personaje principal, no era parte del grupo, pero era uno de los tantos jóvenes que la admiraban y que también iba a la Plaza a verla, “a pesar de estudiar en un colegio fiscal y de no vivir en un chalet, sino en el último callejón que quedaba en el barrio”. El narrador omnisciente, es un adulto que formaba parte del grupo de blanquiñosos durante su adolescencia y define las características de la masculinidad hegemónica del grupo, jóvenes, blancos, de clase media, estudiantes, pero sobre todo heterosexuales capaces de conquistar el amor de Queca.
Queca representa el premio a la masculinidad hegemónica. Por ello, cuando Queca le dijo a Roberto “yo no juego con zambos”, definió un patrón de masculinidad racista, en tanto, si un joven era blanco podía acercarse a Queca, caso contrario, recibiría su rechazo. Este elemento racista que se añade a la construcción de la masculinidad, nos muestra las diversidades existentes en el mismo concepto de masculinidad hegemónica.
Tal como señala Aresti[1] se deben tomar en cuenta los distintos ideales de virilidad que coexisten en cada momento y lugar, así como las variables de clase, etnia, orientación sexual que complejizan la construcción de la masculinidad y evitan que se pueda pensar en una masculinidad homogénea. Esta pluralidad de variables genera una articulación conflictiva y jerárquica, en tanto, unos modelos de masculinidad tratan de imponerse sobre otros, como lo que vemos en el cuento que se analiza.
En este juego de poderes destinado a consolidar y defender las características de la masculinidad hegemónica, Queca no tiene voz, no se sabe qué piensa, qué siente, sino que es descrita como el premio a la conquista masculina. Es una actora sexual más que actora social, que depende de las etiquetas que determinan los hombres para construir su feminidad[2] y que poco a poco va eligiendo al más blanco del grupo como enamorado o esposo.
La masculinidad hegemónica es aquella que se convierte en norma, en la forma “natural” de lo masculino. No es fija, ni la misma en todas las sociedades o tiempos. Utiliza diferentes mecanismos de sanción social para legitimar y mantener su dominación. Y se enfrenta constantemente a la crítica, a actos contestatarios, a las resistencias a su dominio, por ello, esta siempre a prueba[3]. En esta lógica, Roberto se convierte en un desafío para la masculinidad hegemónica imperante, como analizaremos en detalle a continuación.
3. La performatividad de la masculinidad
Desde que Queca pronunció las contundentes palabras “yo no juego con zambos”, Roberto decidió cambiar, se dio cuenta que “había un estado superior (…) a quienes se cedía sin peleas los mejores frutos de la tierra”. Decidió convertirse en gringo poco a poco, primero lo más fácil, se pintó el pelo de rubio, se lo hizo planchar y se empolvó la cara. Luego el proceso se complicaría más y más, hasta enrolarse como voluntario en el ejército estadounidense para luchar en la guerra contra Corea.
Todo este proceso de cambio implica como llamó Butler[4] una performatividad del género. Según la autora, la identidad de género es un resultado performativo, que la sanción social y el tabú restringen. El género es como un acto teatral, en que representamos a quién queremos ser, por ello estamos en un proceso constante de construcción del género. En ese sentido, si la realidad de género está constituida por la performance, entonces no se puede apelar a la existencia de un género esencial, estático y único, por ende, no realizado o no actuado.
Para Roberto, este proceso de performatividad de su masculinidad tenía como meta representar mejor al gringo y finalmente ser un gringo. La habilidad para acercarse a su objetivo, generaba en su entorno un rechazo, pues era un agente desestabilizador del sistema de masculinidad hegemónica existente, caracterizada por la exclusividad de sus integrantes y la exclusión de los otros. Él era el ejemplo contundente de que lo blanco podía no ser tan blanco y que lo negro podía no ser tan negro. Que había posibilidad de un cambio, y eso ya era transgresor.
Esta situación coincide con el rechazo y discriminación que sufren las personas gays, lesbianas, transexuales, intersexuales porque “la imitación, cuestiona la naturalidad de la masculinidad heterosexual…esta lesbiana parece decirle al hombre heterosexual, la masculinidad no es tu propiedad privada, yo puedo (y soy) mejor hombre que tú”[5]. En el contexto del cuento de Ribeyro, los blanquiñosos rechazan que Roberto consiga tan bien performar al gringo, perteneciente a la masculinidad hegemónica superior que ellos admiran y anhelan, y esto genera una desestabilización y un cuestionamiento a las características exclusivas y excluyentes de la masculinidad hegemónica limeña.
4. Del estereotipo de género a la vulneración de derechos humanos
Roberto continuó su proceso de transformación y se matriculó en un instituto para estudiar inglés, y allí “conoció a otros López, que desde otros horizontes y otros barrios, sin que hubiera mediado ningún acuerdo, alimentaban sus mismos sueños”. Con ellos formó un gueto de felicidad, que a la vez era un espacio de reclusión por la “ciudad que no los tragaba”. Dicho rechazo alimentó sus deseos de migrar a Estados Unidos, creyendo que iban a encajar allí.
En esta parte del cuento se refleja la relación entre la masculinidad hegemónica y las otras categorías sociales que la refuerzan, como la clase o raza, es decir la masculinidad no se circunscribe a elementos sexuales, sino a otras características que deben cumplir sus integrantes para ser aceptados en el grupo hegemónico. Se plasman, también, las discriminaciones y vulneraciones a los derechos humanos que se manejan como mecanismos de exclusión de los “otros” y reafirmación de aquellos hegemónicos con poder de definir los patrones de prestigio y valorización social imperantes. A esto se suma, que la historia es contada como parábola para transmitir un mensaje de encasillamiento social, es decir, para evitar luchas “contra natura”.
Roberto viajó a Nueva York con un amigo, y allí descubrieron a “todos los López y Cabanillas del mundo” pero poco a poco la ciudad los rechazó también. Veían Quecas por todos lados que ni los miraban, la música yanqui les “llegaba al huevo”, la ropa se les gastó, los hot – dogs les daba náuseas y lo peor como una “perfidia de la naturaleza” la blanca nieve los despintaba.
Nuevamente el narrador relaciona la masculinidad con la raza, la clase, entre otros elementos, para destacar la existencia de un sistema social de género que jerarquiza y valoriza determinadas características de la masculinidad frente a otras. Al respecto Reeser[6] señala que la masculinidad hegemónica define características y obliga a los hombres a encajar en estas, y no al revés.
Finalmente, a los amigos no les quedó otra salida que enrolarse en el ejército para participar en la guerra contra Corea a cambio de la nacionalidad estadounidense. Boby murió en una emboscada y José María, su mejor amigo, sufrió la mutilación de su mano derecha y regresó a Lima a contar su historia, “zambo como nunca, viviendo holgadamente de lo que le costó ser un mutilado”.
5. Colofón: comentarios contra natura
La historia empieza denunciando un acto contra natura, el proceso de transformación de Roberto a Bob, un zambo que quiere ser gringo y conquistar a la chica linda del barrio y termina con otro acto contra natura, Queca casada con un verdadero gringo y viviendo en Estados Unidos pero siendo calificada por su esposo como “chola de mierda”.
Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que el narrador omnisciente cuenta la historia a manera de mecanismo de represión social ante la disidencia. No sólo para darles una lección a todos los Robertos, sino también a las todas las Quecas del Perú, en tanto, ni uno ni otro pueden salir del “casillero” social impuesto, pues el proceso será intervenido por distintos mecanismos de sanción social y de vulneración de los derechos humanos que servirán para obstaculizar cualquier intento de cambio.
Otro mensaje dispuesto en el cuento es que las masculinidades subalternas no sólo son aquellas diferentes a las heterosexuales, sino diferentes a las otras condiciones sociales hegemónicas que se entrelazan con el género, como raza, clase. La discriminación y exclusión se va sumando según la acumulación de características desvaloradas socialmente inmersas en una misma persona, en donde un milímetro de diferencia, ser menos zambo, ser más alto, tener más dinero, puede generar un trato diferente de parte del grupo hegemónico.