Gonzalo Gamio Gehri[1]
Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España)
1.- Democracia liberal, igualdad y respeto de lo diverso. Cuestiones de principio.
Una sociedad democrática y liberal está basada en la idea de que las personas son ciudadanos libres e iguales. La discriminación en todas sus formas es condenada desde el horizonte de las políticas democráticas: lesionar los derechos de los individuos por razones de “raza”, cultura, género, origen socioeconómico, etc., resulta simplemente inaceptable y constituye un delito en cualquier sociedad sensata. El principio político fundamental del liberalismo es la igualdad de derechos y de oportunidades. La vigencia de este principio permite que los ciudadanos puedan intervenir en la deliberación pública y competir libremente en el mercado como formas cruciales de ejercicio de la libertad. Otorgarle realidad y concreción a este principio implica combatir las desigualdades socioeconómicas, promover el acceso universal a servicios de salud y educación, así como denunciar la ausencia de un reconocimiento simétrico en los escenarios de la vida privada y pública.
La democracia liberal exige inclusión, participación en la toma de decisiones comunes y trato igualitario para todos los ciudadanos sin excepción. La discriminación mina severamente el corazón mismo de la democracia. Alentamos la discriminación no sólo cuando la perpetramos – a través del ejercicio de prácticas racistas, machistas u homofóbicas, o promoviendo la estigmatización del otro por motivos culturales, o religiosos -, sino cuando las tratamos con condescendencia o convirtiéndolas en invisibles, marginándolas de la discusión política o académica. Cicerón describía esta actitud como “injusticia pasiva”, una disposición que corrompe la ciudadanía y corroe las fuentes mismas de la libertad.
Precisamente por estas razones es que no debemos permitirnos coexistir con ninguna clase de discriminación si queremos vivir como ciudadanos en una sociedad abierta. Desafortunadamente, esto ocurre y las lenguas (y sus hablantes) son una de los tantos destinatarios de estas injusticias. La discriminación lingüística existe y es un fenómeno vigente en nuestra sociedad. Consiste en denigrar al otro por su manera de expresarse, poniendo en juego un determinado acento o modo de pronunciación propio del país o la región que uno habita. En contraste, el acento, el modo de pronunciación propio de los sectores que detentan el poder económico y político son asumidos por la “mayoría” de los hablantes como los correctos, como buenos ejemplos del habla “culta”. Esto genera situaciones de sufrimiento, vergüenza y baja autoestima cuando usuarios de variedades minusvaloradas del habla recurren a expresiones menospreciadas por las “élites”, o pronuncian palabras provenientes de lenguas socialmente estigmatizadas como el quechua. La discriminación lingüística produce daño e injusticia en muchos conciudadanos; ellos merecen un trato igualitario conforme al espíritu de la democracia y la ética más elemental.
2.- ¿La agenda política de quién? Inclusión y discriminación lingüística.
Todo esto resulta obvio y no debería ser motivo de polémica. No obstante, hace unos días durante la transmisión del programa Aprendo en casa dirigido a los alumnos del quinto de secundaria se propaló un video en el que sociólogos y lingüistas examinan múltiples manifestaciones de esta forma de discriminación, que encubre la práctica del racismo y la exclusión por razones de cultura y clase social. En efecto, como plantea el video, denunciar estas prácticas constituye una condición esencial para fortalecer las bases de una democracia liberal. Lo que sorprende en estas circunstancias es que algunos representantes del periodismo de opinión, la política y la empresa hayan rechazado las ideas vertidas en el video, denunciando una presunta “conspiración izquierdista” tras los planteamientos del programa. Una vez más, los “opinólogos” se han propuesto callar a los especialistas en temas de sociedad y cultura. Lo curioso es que el enfoque propuesto en el video es la expresión clara de argumentos que proceden del buen ejercicio de las ciencias humanas y sociales; ellos expresan asimismo una preocupación genuina por la igualdad y el respeto por la diversidad. Estos argumentos han sido calificados como “marxistas”, “comunistas”, concepciones propias de” remanentes del senderismo” y su “comité central”. Se ha volcado aquí una gran dosis de ignorancia y una patética paranoia política.
Es lamentable que cualquier expresión de crítica social levante la sospecha de “marxismo” (ortodoxo o “cultural”). Como si la figura de “grupos de poder” fuera una ficción sociológica y no una categoría explicativa razonable en los estudios sociales y culturales, más allá de cualquier signo político específico. Este tipo de caricaturas y simplificaciones revelan una severa limitación intelectual en ciertos activistas del conservadurismo criollo. Jaime de Althaus difundió una nota de El Montonero en la que se asevera que describir y denunciar la discriminación lingüística respondería a una “agenda comunista” que se propondría “desatar el resentimiento social de la mayoría de niños de origen andino contra los sectores sociales citadinos”[2]. Es decir, los especialistas que denuncian la discriminación lingüística pretenderían avivar el “odio de clase”. Por su parte, el empresario Raúl Diez Canseco cuestiona el video porque aduce que éste inculca un oscuro “resentimiento de clase”; sugiere que este tipo de reflexiones haría imposible que la Universidad San Ignacio de Loyola – cuyo directorio naturalmente Diez Canseco preside – continúe apoyando esta clase de proyectos[3]. Diez Canseco incluso indica categóricamente que “la cultura del Perú es una sola”, afirmación injustificada que constituye un enorme despropósito. Es, además, una aseveración falsa que no soporta un mínimo escrutinio antropológico, lingüístico e histórico. El Perú es un país multicultural, multiconfesional y plurilingüístico, una sociedad habitada por la diversidad. Resulta extraño que alguien conocido por su trabajo en la gestión educativa revele tan poco conocimiento acerca del Perú y sus rasgos como sociedad. Es preciso no olvidar que en las instituciones educativas la prioridad es la construcción de conocimiento científico y no la reproducción del prejuicio.
Resulta realmente triste que personas que se perciben a sí mismas como parte de las autodenominadas “élites” prefieran invisibilizar y condenar al silencio una práctica tan nefasta como la discriminación lingüística. Es una práctica que nos impide pensarnos como ciudadanos de una auténtica República. Si no denunciamos y combatimos ésta y toda forma de discriminación, el proyecto de construir una genuina ciudadanía democrática se torna inviable. Imponer la amnesia y el silencio frente a estas injusticias sólo contribuye a reproducir las jerarquías y los antiguos privilegios que tanto daño le han hecho al Perú a lo largo de dos siglos. No discutir el hecho de la discriminación y la exclusión no resuelve esta clase de conflictos. Llama la atención que estos actores conservadores no se den cuenta de ello. O no toman conciencia del problema – y por lo tanto incurren en una situación de ignorancia que produce indignación -, o quizás no les interesa que vivamos todos en una democracia liberal. Preocupa que exponentes de este sector conservador quiera intervenir reiteradamente en las políticas educativas. Los conservadores siempre han pretendido interferir en el desarrollo del conocimiento en el ámbito de las ciencias humanas y sociales. Sucedió con el enfoque de género, y está sucediendo ahora con el tema de la discriminación lingüística. Más allá de las impresiones y el prejuicio que ostenta un sector de la opinión pública en estos temas tan importantes, estoy convencido que la educación peruana no debe claudicar en la tarea de identificar y denunciar cualquier forma de exclusión y estigmatización de los ciudadanos. Ello no nos lleva a fomentar el “resentimiento de clase” sino todo lo contrario: nos impulsa a edificar una sociedad moderna basada en el trato igualitario y en el cuidado de la libertad.
[1] Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y Justicia transicional (2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica (2007). Es autor de diversos ensayos sobre filosofía práctica y temas de justicia y ciudadanía publicados en volúmenes colectivos y revistas especializadas del Perú y de España.
[2] https://elmontonero.pe/educacion/aprendo-comunismo-en-casa
[3] https://peru21.pe/peru/usil-universidad-san-ignacio-de-loyola-pide-al-minedu-eliminar-etiquetas-clasistas-del-contenido-de-aprendo-en-casa-ministerio-de-educacion-martin-benavides-raul-diez-canseco-noticia/?ref=p21r