“Ya no tengo paciencia para aguantar todo esto – Micaela Bastidas”: Género en la era borbónica y participación de la mujer en la Independencia del Perú

“Ya no tengo paciencia para aguantar todo esto – Micaela Bastidas”: Género en la era borbónica y participación de la mujer en la Independencia del Perú

Daniel Oliver Hermoza Alarcon

Estudiante de noveno ciclo de Ciencia Política y Gobierno, miembro de la Comisión de Investigación de Internacia y asistente en el subgrupo de Medios de Comunicación del Grupo de Investigación en Política Exterior Peruana


El presente artículo tiene por fin exponer un breve análisis sobre las principales protagonistas del proceso emancipador del Perú, tomando en cuenta los antecedentes políticos y sociales, y presentar un balance con respecto a la formación de la naciente república peruana. Primero, se enunciarán las características de la situación social y política de la mujer durante el Perú del siglo XVIII, incidiendo en las consecuencias de las reformas borbónicas; segundo, se analizarán distintos personajes relevantes en la Gran Rebelión de 1780; y en tercer lugar, se revisará la participación femenina en el proceso de independencia desde la primera intención separatista (Tacna – 1811) hasta la Batalla de Ayacucho. En esta última parte, se usará brevemente un enfoque comparado con respecto a los demás Estados latinoamericanos que, a la par que el Perú, buscaban la separación de España.

La femineidad en la era borbónica

Como primera anécdota introductoria, tenemos que tras el devastador terremoto y tsunami que destruyó gran parte de Lima  y El Callao, se vivía en un clima de anarquía, de desobediencias y de histeria religiosa. Distintos representantes de la Iglesia Católica, por su parte, argumentaron que el terremoto fue un castigo divino por no considerar a los pobres, la avaricia y la lujuria, donde también se culpa a la vanidad y la indecencia de las damas, con vestidos escandalosos; según Scarlett O’Phelan en su texto “La moda francesa y el terremoto de 1746”. Sale un decreto del gobierno para reglamentar la ropa de las mujeres, haciendo que se impida vestir la moda francesa con sus escotes y la desnudez del brazo. Inclusive, se llegó a amenazar con la excomunión (en la época, una práctica muerte civil) a los “mozuelos afeminados” que no bailaban como era debido y que usaban ropa de mujer, así como las mujeres que no se cubrían cuando montaban a caballo (O’Phelan, 2007). Gracias a la influencia francesa producto del cambio dinástico, la moda francesa se fue introduciendo en España y el Perú, donde se daba mayor énfasis a pronunciados escotes, el uso de joyas y a dejarse ver los zapatos; asuntos que eran considerados de mal gusto en el siglo XVII. Este decreto no tuvo mayor relevancia, en parte, porque la Ilustración limitaba el accionar de la Iglesia, y porque se buscaban explicaciones racionales para los fenómenos naturales.

Las mujeres que no cumplían con su rol dentro de la sociedad colonial eran un peligro tanto para la Iglesia como el Estado. Uno se casaba según su jerarquía y calidad, superando los temas de orden étnico. Esta igualdad suponía que los esposos tengan las mismas virtudes y objetivos de vida, siendo las parejas armoniosas. En el código de honor había conductas diferenciadas para el hombre y la mujer, se esperaba que la mujer llegara virgen al matrimonio, mientras los varones no requerían esto. Se esperaba que la mujer sea fiel, mas no el hombre, inclusive llegando a la viudez. Cumplir estas normas suponía honor para la familia, donde en caso de una hija que pierde la virtud, su padre y hermanos presionan a su pretendiente para que se case con ella. Este honor va con privilegios económicos y sociales, y en el siglo XVIII, empieza a reemplazar el honor de cuna, siendo las mujeres las responsables de que funcione el honoren la familia. Esto es sumamente polémico con la palabra de matrimonio, que es el compromiso para casarse a futuro, siendo esto desobedecido en numerosos casos. Ascender socialmente mediante el matrimonio, donde un rico o rica se casa con un plebeyo o plebeya, es ampliamente cuestionado, y para el siglo XVIII, uno ya no presta tanta atención a los títulos de nobleza sino al dinero de los comerciantes y mineros. Los matrimonios desiguales son llevados inclusive a los documentos judiciales, buscándose la homogeneidad de la pareja. Sin embargo, el factor económico echaba por tierra numerosas pretensiones normativas con respecto a la mujer. Según Margarita Zegarra, la estrechez de los espacios públicos y la necesidad de ir a trabajar, que es imperiosa en los sectores populares, chocaba directamente con la idea del recato que supuestamente debían guardar las damas. Además, el texto relata ciertas conductas femeninas que sustentaban el orden de género imperante, o lo desafiaban. Por un lado, era común que las mujeres pongan de manifiesto su condición de casada, recluida en su casa y por tanto, pía; en los documentos judiciales como base para que le crean en los testimonios. Por el otro, para inicios del siglo XIX, muchas mujeres vivían sin tutela masculina o femenina, habitando con otros miembros de sus numerosas familias; y se daban ciertos placeres. Uno de ellos era asistir a las tabernas, donde se bebía chicha y aguardiente, y era común que muchas salieran ebrias de los establecimientos, luego de sostener animosas conversaciones con hombres que no eran su marido, visto como pecaminoso para el contexto. Otro punto según la autora es que si una mujer reaccionaba violentamente frente a una agresión en el espacio público, como golpear a su atacante, perdía base judicial para los reclamos, pues se consideraba que eso no era propio de, particularmente, una señorita. Las damas jóvenes de la época eran constantemente vigiladas por su familia y el barrio, trazando visiones normativas de cómo vivir la sexualidad.

El rey español Carlos III da una Pragmática Sanción, para recuperar los privilegios de las élites en materia de matrimonios, imponiéndose sobre la opinión de los clérigos. Es importante para el Estado la obediencia de la decisión paterna, y que esto sea acatado por los hijos, para tratar los desórdenes causados por los matrimonios desiguales. La ley indicaba que la edad reglamentaria para el matrimonio es de 25 años, pero propiciaba el concubinato e hijos naturales. El amancebamiento es general y se tienen muchos hijos ilegítimos. Las mezclas son mal vistas, y se frenaba a las castas para colocarse mejor en la pirámide social. Se trata de controlar el ascenso social de la plebe a partir del matrimonio.

Sobre los hijos naturales, su presencia era numerosa y no llamaba la atención para nada en el Virreinato. El virrey Castelfuerte, en razón del censo de 1724, fue informado que los hijos naturales eran mayoría por sobre de los legítimos, y también había fuerte presencia de expósitos y huérfanos, usualmente de parejas desiguales o en adulterio, donde los dejan en iglesias o mansiones. El hijo espurio se da en relaciones de adulterio, o endogámica o incestuosa, siendo discriminados como tales. Los niños expósitos son apellidados Expósito, y esto era usado para ocultar la procedencia de los niños. Era común que los niños expósitos fuesen adoptados por sus familias después, con ese apellido para evitar el deshonor. Los hijos naturales podían heredar, más no los expósitos o los espurios.

También se daba el concubinato, que cruzaba todos los sectores sociales, y por esto crecía ampliamente la población mixta. En el siglo XVIII crecen los mulatos y los zambos frente a los indígenas, siendo mucho más difícil cobrar el tributo indígena. Había peninsulares que tenían concubinas de diferente casta, teniendo hijos con ellas, y finalmente se casaban con una mujer blanca. Las concubinas no eran mal vistas si eran de larga data, quitando la crítica de inmoralidad. Esto fue especialmente fuerte en las castas de color, porque en los indios se casaban rápidamente para que puedan pagar bien sus tributos, porque el gasto se dividía en el trabajo familiar.

El término mestizo traía una connotación de hijo natural. También se tiene registro de viudas que tuvieron hijos ilegítimos, pero la fecundidad era mucho más baja. A veces, las mujeres se registraban como viudas en una gran ciudad para que sus hijos tengan mejor status que los hijos naturales, diluyendo su presencia. Los hijos naturales podían darse en padres y madres solteros. En la colonia, cuando la esposa no podía tener hijos, el marido tenía hijos con concubinas y ella lo aceptaba, y los hijos entraban a la categoría de hijos naturales. Hay una tendencia de que hijos naturales procreen hijos naturales, a la par de la pareja legítima, y teniendo cariño por igual por cada uno de los hijos. Los hijos ocultos son los expósitos son los que no pueden usar el apellido, pero ganan beneficios. Había indicios de aceptación de la paternidad, como asistir al embarazo y el parto de la mujer, y comprarle ropa al bebé. También buscar un clérigo para bautizar al niño, un padrino y adquirir a un ama de leche, así como darle un puesto para los varones y colocar bien en matrimonio a la mujer. Cuando una mujer fallecía en labores de parto, su pareja asumía responsabilidad de los hijos naturales; y pagarle a un ama para que cuide al hijo siendo la madre de reputación.

Con respecto a las amas de leche, este oficio era ejercido normalmente por esclavas compradas o seleccionadas especialmente para tal fin. En el siglo XVIII, los partos eran procesos bastante peligrosos, donde era común que las madres fallezcan, o los recién nacidos. Tras el parto, la mujer quedaba muy rendida y necesitaba urgentemente descanso para recuperarse. Además, según una creencia del momento, se pensaba que dar de lactar deformaba los senos, lo que repercutía negativamente en la belleza de la madre, que debía mantener un talle diminuto, según los dictados de la moda. Según Claudia Rosas, las amas de leche fueron fuertemente cuestionadas por distintas publicaciones ilustradas en el Mercurio Peruano, donde se argumentaba supuestamente por hallazgos científicos, que se “trasladaban” las malas herencias de las esclavas negras a los bebés mediante la leche materna, lo que denotaba el profundo racismo en la época virreinal, y que usaba como sostén argumental las nuevas formas de la Ilustración.

Las viudas eran un grupo numeroso, debido a la alta mortalidad de los varones, donde en promedio la edad era de 50 años, por lo que había viudas muy jóvenes, y se esperaba que pudieran rehacer sus vidas. En la época, los matrimonios duraban diez años, y casi nadie llegaba a abuelo. Se había construido una imagen idealizada de viuda virtuosa, que se dedicaba únicamente a su casa, sus hijos, la honra del marido, vivía en castidad y sin salir a la calle. Las viudas de clase alta podían ser administradoras del negocio del marido, ejerciendo actividades empresariales.

El tema de las segundas nupcias era espinoso, donde la bendición era solo reservada para los hombres y las mujeres vírgenes. Se esperaba que la mujer esperara un año para guardar el luto antes de casarse, y si no cumplía, era calificada como una mujer que no controlaba sus apetitos carnales, para el hombre esto era más fácil, porque se requiere de una mujer para que le cuide a los hijos. Las viudas no contraían matrimonio frecuentemente, y era común que las mujeres fallecieran en el parto. Las mujeres de clase alta podían casarse en segundas nupcias, y podían darse el chance de casarse con un hombre joven, de igual edad, para formar un matrimonio de largo aliento. También era común que una viuda se casara dentro del gremio al que pertenecía su marido, como el gremio de mineros, usando la red de contactos.

Participación femenina en las rebeliones indígenas del siglo XVIII

Son pocos los reportes donde se especifica participación femenina en los movimientos sociales desde la primera coyuntura rebelde, en la década de los treinta del siglo XVIII. Se deduce que muchas mujeres acompañaron a sus maridos, padres o hijos en sus sublevaciones contra la autoridad colonial, pues eran víctimas de abusos, como los repartos de mercancías, donde dado que al Estado colonial le interesaba aumentar el flujo comercial en las poblaciones andinas, eran ofertados productos naturales y extranjeros a exorbitante precio, a comparación de ir a comprar normalmente a los obrajes o comercios. Además, eran un importante sustento económico, pues debían cumplir distintas funciones laborales para ayudar a pagar los siempre crecientes tributos y aduanas. Además, sus maridos, hijos o padres iban a la mita, y se detallan numerosos casos donde los indios mitayos partían a Potosí o a Huancavelica acompañado de sus familias, lo que acrecentaba notablemente la población de las ciudades mineras. La jerarquía social creó una abismal separación entre mujeres de la clase alta, de procedencia peninsular, que vestían a la última moda, podían dedicarse al recato y a la caridad cristiana, tenían joyas y vivían sin mayores preocupaciones; y las mujeres de sectores populares, campesinas y esclavas, que sufrían violencia doméstica, debían trabajar duramente y eran continuamente despreciadas por su condición en la sociedad, el Estado y en menor medida, la Iglesia, cotidianamente. Desde 1742, Juan Santos Atahualpa, un mestizo asháninka educado por los jesuitas, se sublevó contra las autoridades coloniales, proclamándose Inca y declarando que expulsaría a los españoles y restauraría el Imperio Incaico. Esta rebelión tenía carácter regional en el Gran Pajonal, donde no se pretendía inicialmente la expansión hacia el poblado importante más cercano, que era Tarma, por lo que fue de alguna manera “tolerado” por el gobierno de Lima. No se detalla la participación femenina en esta revuelta ni tampoco se sabe exactamente el nombre de su esposa o sus hijos, pero se tiene como hecho que una de las razones para sublevarse era de carácter religioso, pues los indios no podían ser ordenados en la alta jerarquía eclesiástica. Particularmente, las niñas que estudiaban en los conventos solo accedían a ser monjas si eran españolas o criollas; las demás se quedaban como simples ayudantes, y la pensión de estudios era igualmente cara para todas. Esto es especialmente importante para el siglo XVIII, pues muchas familias enviaban como religiosos a sus niños, pues la Orden pagaba sus gastos, por lo que se facilitaba la economía familiar. En 1750, ocurre la Conspiración de Lima, donde unos miembros del gremio de olleros confabularon para matar al virrey del Perú en el día de San Miguel, que era un día especial, pues los indios y los esclavos tenían derecho de portar armas. Este plan consistía en desviar las aguas de un río cercano para crear la ilusión de otro tsunami, y provocar otro pánico colectivo en la capital. Fueron delatados por un esclavo negro, que provocó que el virrey les arrestase antes de realizar el susodicho ataque. Meses después, estalló la rebelión de Huarochirí, y tras salvajemente aplastar la insurrección, empezó a circular masivamente el Manifiesto de Oruro. Este documento detallaba que los indios de Huarochirí temían por el futuro de sus hijos e hijas, y no hallaban explicación lógica para las asfixiantes tasas y trabajos impuestos. Detallo: “(…)Vemos la ley de Dios tan quebrantada y nosotros no volvemos por ella pues experimentado tenemos en dos siglos y van para tres, no tenemos donde acogernos ni a nuestros hijos dándoles estudios y monasterios, solo perecen en austero trabajo en el servicio de los españoles en obrajes, minerales…consumidero lleno de prisiones ganando un real de sol a sol o tres cuartillos, qué corazón puede sufrir tan excesivos trabajos…hasta cuándo hemos de vivir en el letargo de la ignorancia…como lo hizo Portugal y las Dos Sicilias pues estando vivos no seamos perezosos y omisos” (O´Phelan, 1988). Como podemos apreciar, era un sentir común en el Perú del 1700 la frustración con respecto al futuro de los hijos, una pregunta que se hacían numerosos padres y madres en la colonia, pues no había ninguna garantía de progreso, pues a pesar de estudiar y esforzarse, uno siempre terminaría haciendo trabajos mecánicos para servir a un español. Para el siglo XVIII, el siglo de las luces, donde se apostaba con que el ser humano decida sobre su propio destino, tal contexto era abominable y se requería urgentemente un cambio de raíz. Para los esclavos, era muy similar. Esclavos y esclavas no tenían permiso para formar una familia, pues eran considerados objetos, y sujetos por completo a la voluntad de un amo. Las esclavas jóvenes usualmente sufrían violencia sexual por parte de los amos en las haciendas, o por otros esclavos, con quienes convivían en perpetua estrechez. La pésima nutrición, junto con los maltratos físicos y las jornadas extenuantes, provocaron que no pocas mujeres esclavas huyeran hacia palenques, que eran los villorios de esclavos renegados. Cerca de Lima, existían los palenques de Huachipa y Carabayllo, que realizaban pequeñas incursiones contra los viajeros y los comerciantes.

Con respecto a la Gran Rebelión de 1780, distintas mujeres tomaron protagonismo en la más importante sublevación contra el orden colonial. La primera es Micaela Bastidas, natural de Apurímac, hija natural y mestiza, esposa de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. La organización de la Gran Rebelión consistió en usar las redes de parentesco, donde incorpora a la rebelión a sus hijos, sus primos, cuñados y la familia de su esposa, donde la familia Condorcanqui y Bastidas se disponen los puestos de poder. Tinta y Qispicanchis son los nodos centrales, así como redes hasta Potosí por las vías de arrieraje. Otro punto son las conexiones cacicales, donde se pidió colaboración a Lampas y otros pueblos vecinos, y les explica que él va a poner en vigor la Real Cédula donde se abole los corregimientos y los repartos. Trató de ganarse a su favor al bajo clero, donde su compadre era López de Sosa, un clérigo panameño, así como los curas doctrineros de Tinta. Cuando se ejecuta a Arriaga, se sigue el rito católico, donde su muerte es dada con confesión y una muerte digna. Lo ejecuta su propio esclavo, en medio de la plaza del pueblo, para que pasen la voz sobre la rebelión. Se sigue una estructura jerárquica, donde Condorcanqui tiene el rol central, y sus hijos (Hipólito), primos (Diego Cristóbal) y cuñados (Miguel y Antonio Bastidas) tienen liderazgo, así como los caciques que se pliegan. Los mestizos también cuentan con presencia, sobre todo con el tema de las cartas y los comunicados. También se cuenta con presencia de criollos, donde los tienen como escribanos, donde sus textos son impecables, pero también pueden enviar información falsa. Micaela Bastidas era analfabeta, y no tenía manera de cotejar la validez de las cartas de los escribanos criollos, por lo que se podía dar pie a traiciones en la rebelión. Los indios son la tropa, siendo también jefes, si es que demuestran su fidelidad para reemplazar a un cacique dubitativo. En la correspondencia entre Túpac Amaru y su esposa, es evidente el vínculo de afecto entre estos dos personajes, detallando Charles Walker: “Su correspondencia en diciembre está entre la más emotiva documentación de la rebelión. Ella expresa gran afecto, refiriéndose el uno al otro con nombres tales como Mica y Chepe (de Micaela y Pepe, el clásico apodo de José), y “mi hija” y “mi hijo”. Estas cartas combinan bromas cariñosas con las demandas de Micaela de que dejara de perder tiempo y retornara (…) En una breve nota del 23 de noviembre que vino con seiscientos pesos, algo de alcohol para las tropas y correspondencia, Micaela le ordenaba asegurarse de que solo comiera alimentos preparados por sus camaradas de más confianza. Le preocupaba que pudiera ser envenenado” (Walker, 2015). Como es sabido, Micaela Bastidas era la directora logística de la sublevación, encargada de mantener ocupada la retaguardia del ejército rebelde, distribuyendo la comida y el agua, y tratar de convencer a más curacas, criollos y mestizos de unirse a Condorcanqui. Según un testimonio de un realista recogido por Walker, se veía con repugnancia que una mujer suplante a su marido de manera tan directa, siendo ella la que firmaba los documentos y que mandara a sus tropas, como si fuera él. Se temía particularmente que ella, siendo mujer y por tanto, para la lógica colonial, sea menos racional y más pasional, se involucre en tiranías y violencias que podrían evitarse si su marido estuviese cerca. Tras la derrota militar de la rebelión tras el sitio del Cusco, Micaela Bastidas fue capturada cerca de Livitaca, donde tenía planeado huir con su familia a La Paz. Su marido correría la misma suerte en el pueblo de Langui, donde fue apresado por un solo soldado, en conspiración con dos traidores y las mujeres del pueblo. Ella entró al Cusco como prisionera de guerra, y se detalla que pasó erguida y orgullosa, sin mostrar ningún rasgo de temor. A su esposo le fueron imputados los cargos de levantamiento, de atacar a la Iglesia, de aprovecharse de la ignorancia del pueblo para hacerles creer que era un Inca y que resucitaría si fuese muerto, entre otros. El 18 de mayo de 1781, Cusco fue testigo de un espectáculo grotesco y desquiciado que muchos ven como la sentencia de muerte del gobierno colonial. Micaela fue forzada a ver la tortura y ejecución de su hermano Antonio Bastidas, de su hijo Hipólito y de su amiga Tomasa Condemayta; que consistían en cortarles la lengua y ser asfixiados en el garrote vil. Después, ella fue sometida al garrote vil, un instrumento de muerte completamente nuevo en el Cusco. Hay debate historiográfico con respecto a la razón precisa de su muerte, pues se habla de que fue estrangulada con una cuerda y que fue pateada hasta su deceso; pero se coincide que fue una espantosa agonía. Esta sanguinaria acción, junto con la aparatosa muerte de su marido, fue condenada en distintos círculos políticos ilustrados, pues se usó un método en sumo cruel y medieval para terminar con la vida de los rebeldes, y esto cimentó el hartazgo de los indios, los mestizos y los criollos con el Estado colonial. El visitador Areche quedó en bastante mala posición, pues no logró monopolizar el logro de derrotar la sublevación, y era bastante impopular en la corte y en el pueblo, enemistado con el general Del Valle y con el mismo virrey Jáuregui.

En segundo lugar, Tomasa Condemayta era la curaca de Acos, recibiendo sus títulos gracias a una herencia familiar, y estaba casada con un criollo y tenía tres hijos. Ella fue inicialmente fue acusada de ser realista, dada la condición racial de su esposo, pero ella lo envió al Cusco junto con sus hijos, y se dedicó por completo a la rebelión. Ante la anarquía imperante entre las tropas rebeldes, ella envió cartas a Túpac Amaru para poder controlar a sus efectivos, pues también ella era una moderada en el movimiento, pues no deseaba que se atacara indiscriminadamente a los españoles o criollos. A su vez, Tomasa Condemayta lamentaba ser mujer: “(…) ella describía las presiones que enfrentaba por un posible ataque realista, así como por aquellos que dentro del campo rebelde dudaban de ella por su género: “estoy tan desfavorecida [sic] ser mujer”. Su destino se entrelazó con el de aquellos líderes rebeldes que ella seguía fielmente” (Walker, 2015). Como ya se mencionó anteriormente, fue capturada y fue sentenciada al garrote vil, donde junto con Micaela Bastidas, fueron descuartizadas y sus miembros fueron enviados a distintos pueblos de la sierra cuzqueña, para ser exhibidos y servir como advertencia a la población.

En esta segunda fase, Julián Apaza (Túpac Katari) no contó con el apoyo de los caciques, por su desmedida violencia, dado que ejecutó al cacique de Tiahuanaco. En la rebelión de Túpac Katari, se ejecutan clérigos e inclusive, se les cuelga en el Alto, para que toda la ciudad de La Paz los vea. Apaza estaba casado con Bartolina Sisa, que le siguió durante sus campañas en la sierra sur, que se caracterizaron por la creciente radicalización. La segunda fase de la rebelión tuvo notables rasgos étnicos, donde los sublevados asesinaban españoles y criollos de cualquier condición, inclusive solo por su tez o por vestir a la moda europea. Se habla de múltiples crueldades y violencias, como la costumbre de los indios de usar los cráneos de sus víctimas para beber, de comer los corazones de los peninsulares y de ahogar a los recién nacidos en el Lago Titicaca. La Paz fue sitiada por el ejército de Katari, provocando terrible mortandad en la ciudad, donde escasearon terriblemente los alimentos y el agua limpia, los cadáveres se amontonaron en las calles y avenidas, y cundía la desnutrición y la desesperación en los habitantes de la ciudad. El elemento aymara fue crucial en esta fase, y dada su mayor desconexión con el Estado virreinal, los realistas los veían como enemigos mucho más crueles e irracionales que los cuzqueños, con los que al menos se podía llegar a acuerdos o negociaciones. Katari fue traicionado y fue condenado a morir desbarrancado, pues cuando era conducido a La Paz para su juicio y ejecución, se temía por una ataque sorpresa. Charles Walker comenta brevemente que no se pudo concretizar una alianza sólida entre el movimiento de Diego Cristóbal Túpac Amaru en Puno y los kataristas debido a distintos factores políticos, pero se menciona el posible amorío entre Andrés Túpac Amaru y la hermana menor de Katari, Gregoria Apaza, lo que levantó desconfianzas entre los líderes rebeldes.

Independencia

Por consenso histórico, se tiene que la emancipación propiamente dicha, el proceso que culminó directamente en la declaración del 28 de Julio de 1821 en la ciudad de Lima, y la batalla de Ayacucho, empezó desde los primeros intentos secesionistas a partir de 1811. Napoleón había invadido España y había forzado al rey Carlos IV y a su hijo Fernando, de abdicar al trono español, coronando a su hermano José para que gobierne en ese país. En todas las dependencias del Imperio Español se nombraron juntas de gobierno, como la de Quito o La Paz en 1809, y algunas tuvieron desde el principio pretensiones independentistas. No se registran grandes protagonismos femeninos en esta primera coyuntura, donde la primera ciudad en sublevarse fue Tacna, en 1811, con Zela, que no pudo formar una alianza con Arequipa o Arica, que eran focos realistas, y poco antes de la llegada del ejército colonial, se descompensó en una parada militar. En 1812, con respecto a derechos femeninos, la Constitución de Cádiz no tocó el tema en sí mismo, pero hay avances relevantes. La Inquisición, que ya venía debilitándose desde el siglo XVIII, fue abolida, y por ende, las acusaciones de brujería a ciertas mujeres y otros delitos fueron por fin considerados supersticiones. Se pone fin a la mita, por ende las mujeres ya no deben trasladarse de sus residencias siguiendo al marido, al novio o al padre, y el tributo indígena. La esclavitud no es debatida plenamente, pero se pone mayor regulación al tráfico negrero en el Atlántico. En el mismo año, Huanuco se declaró junta de gobierno, siendo sus líderes básicamente indios, que temían más tiranías de los españoles, que les impedían comerciar y tener tabaco, que era un producto en estanco, pero que iba a ser derogado. Sin embargo, la junta fue manejada por criollos y por clérigos que lograron calmar los ánimos populares, y curiosamente, enviaron una carta al virrey Abascal pidiéndole permiso para tener la junta. Fueron reprimidos por un ejército realista desde Lima. En 1814, la rebelión del Cusco fue liderada por varones, que fueron los hermanos Angulo y el cacique de Chinchero, Mateo Pumacahua. Abarcó el Cusco, lograron llegar a sitiar y tomar Arequipa, Huamanga y La Paz; provocando un severo revés a las tropas coloniales, que tuvieron que invertir fuertes recursos para derrotarles.

En general, se tienen a las rabonas, que son las mujeres que siguen a los soldados, que son sus padres, hermanos y novios, haciendo las labores de cocina y otras tareas domésticas. Otro papel eran las mujeres soldado, que se travestían, usando ropa masculina y haciendo tareas propias del varón como pelear, para mimetizarse e intimidar al bando realista. Otro papel eran las espías y las cómplices, que no levantaban sospechas al momento de ir a la calle o a la misa, pero si eran descubiertas, dado que informaban a través de cartas, eran severamente castigadas, aunque no era usual la pena capital o el destierro, sino el encierro perpetuo en un convento.

Manuela Sáenz, por su lado, ha sido erróneamente retratada meramente como la amante de Simón Bolívar, pero tenía un fuerte carácter y principios políticos. Ella perdió a su madre a temprana edad, siendo educada en un convento y relacionándose con su familia política. Desde los quince años participó en las reuniones de conspiraciones, decantándose por las ideas patriotas. Como ella era hija natural, fue casada con un británico llamado James Thorne, un comerciante y médico muy rico, lo que era un justificante para la diferencia de treinta años entre la pareja. Se casa en Lima, y con Rosa Campuzano, formaba un grupo llamado Las Tapadas, donde podían llevar mensajes a través del anonimato. Se dice que ella tuvo que ver con el traspase del Batallón Numancia a las tropas patriotas. Ella fue condecorada por San Martín como colaboradora de la independencia, siendo Caballeresa de la Orden del Sol.

Conoció a Bolívar en Quito, en una fiesta celebrada por la victoria de Pichincha, y siguió a su amante al Perú, donde vivieron juntos en la casona de la Magdalena. Se dice que ella asistió a la batalla de Junín, y hay un debate si ella fue condecorada con grados militares, algo que Santander rabiaba. En el palacio de Bogotá, en una conspiración para asesinar a Simón Bolívar, ella lo guío por un pasaje secreto de la casa para salvarle de los asesinos. Ella inclusive pidió acompañarlo a las campañas de la sierra del Perú, y dijo que retaba las adversidades, porque la condición de mujer no es impedimento, porque según ella, la verdadera condición femenina es amor a la independencia. Cuando Bolívar se murió, Manuela Sáenz fue perseguida por Santander, que estaba furioso porque la mujer fabricó un títere con su imagen y lo usaba para burlarse de él en las tertulias. Ella fue prácticamente exiliada, donde no es bienvenida en Ecuador, Colombia y Venezuela. Finalmente, ella regresa al Perú, y se asila en el puerto de Paita, donde ejerce de traductora y escribana. Una de pocas amistades al final fue Juan José Flores, siempre facilitándole noticias del Ecuador. En 1856, hubo una epidemia de difteria en el puerto, y fallece, y sus objetos personales fueron quemados, por la política ilustrada de salud, perdiéndose la correspondencia de valiosísimo valor. No procedió al divorcio, que en la época era entendida como la mera separación de cuerpos, y como estaban separados ya, ya la relación perdía validez.

Comentarios finales

Como balance final, las mujeres no destacaron en el proceso independista en el primer lugar, sino en un discreto segundo lugar, pero se ve que hay soldados mujeres, donde mayormente realizaban tareas logísticas y de espionaje, y tienen una relación filial o amorosa con los líderes de la independencia. La teoría de género mainstream indica que en el liberalismo, dada la radical separación entre lo público y lo privado repercutió en que todo lo considerado femenino fue colocado como parte del ámbito privado, creando una dicotomía entre varón-racional-público y mujer-pasional-privado. Lo que ocurre en lo privado no merece intromisión del Estado, pues forma parte de los derechos individuales. Cuando se abrieron sesiones del Congreso Constituyente de 1822, los delegados eran varones de provincias en su mayoría, donde el tema de la mujer en sí mismo no se hallaba debatido. Sin embargo, las mujeres peruanas se inclinaron masivamente al bando patriota, seguramente razonando que en el orden virreinal sus libertades jamás podrían llegar a ser políticas de Estado. En la república, se podía avizorar un cambio, incluso tempranamente con Manuela Sáenz, que nombrada Caballeresa de la Orden del Sol. María Parado de Bellido secundó las labores independentistas de su marido, y se negó a dar testimonio a los realistas que la capturaron en Huamanga, lo que devino en su ejecución. Otro punto es que el discurso de género sobre el recato no llegó a cimentarse en el Perú, según Margarita Zegarra, pues la modernidad enfrentaba el hecho de que los sectores populares no tenían la holgura económica para permitir el recogimiento de las mujeres, pues ellas debían salir a trabajar para sustentar la hogar, por lo que se formaban asociaciones femeninas en torno a espacios públicos, como los mercados, plazas y otros centros de trabajo. La independencia fue un proceso largo y violento, heredado directamente de las rebeliones indígenas, que ocasionaron inclusive una caída demográfica, pues se entiende que entre la fase de Túpac Amaru, Diego Cristóbal y Túpac Katari, fallecieron 100,000 personas.

Sus fallos y errores son notables, como los descritos por Quiroz, donde varios de los militares cometieron abusos contra la población civil, impusieron reglamentos personalistas y requisaron propiedad privada. Numerosos diplomáticos extranjeros consideraban que los militares patriotas eran “rapaces” e incapaces para el cargo, que cometían robos y continuas granjerías. Así como manejarse con un autoritarismo “peor que el de los españoles”. Para la década de los treintas del siglo XIX, surgiría otro personaje femenino, Francisca Zubiaga de Gamarra, siendo ella misma la que cometía estas pillerías para fortalecer las bases de su ambicioso marido, Agustín Gamarra. Otro punto es que la liberación del Perú se dio en razón de destruir la amenaza realista hacia Argentina y Chile, y esto podría significar la ruina financiera del Perú. No se detalla claramente el tema de la violencia sexual en la independencia, pero como en toda guerra, es recurrente la violación para intimidar o vejar al bando contrario, y como distintas ciudades, incluida Lima, eran tomadas y vueltas a tomar por los dos bandos. Con todo esto, la independencia significó la apertura comercial del país, que no se llevó evidentemente de la mejor manera en las décadas posteriores. No es un proceso irrelevante, porque se dan cambios a nivel estatal y económico, y porque significó el fin de un otrora poderoso imperio colonial, así como el reforzamiento de distintas repúblicas frente a la restauración monárquica en Europa. Para el temprano siglo XIX, la legislación peruana era sumamente liberal para el comercio (esto se reforzaría con la Confederación Perú-Boliviana), pero otros asuntos no fueron profundizados. Luna Pizarro lamentaba, a pesar de ser un clérigo, de que el catolicismo sea la religión obligatoria en el país. San Martín pensaba abolir la esclavitud y el tributo indígena, éste último fue reintroducido por la restauración absolutista de Fernando VII, pero para empezar, tuvo enfrentamientos con la élite limeña dueña de esclavos que no quería perder su capital, y debido al caos fiscal, Bolívar debió implementar el tributo indígena para solventar los gastos de la guerra. La esclavitud sería abolida, también términos altamente cuestionables, por Castilla ya entrado el siglo XIX. La mujer avizoraría una mejora con el orden republicano, que no se traduciría concretamente hasta mucho tiempo después, con luchas y fortalecimiento del movimiento feminista, y para el 2016, todavía quedan libertades por conquistar y afianzar. El punto es no ver la independencia como un relato totalmente heroico y maniqueísta, como los manuales históricos para formar ciudadanos chovinistas y prontos de respuestas facilistas, sino entender las complejidades del proceso y abrirse a distintas interpretaciones.


Referencias

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