Bettina Valdez Carrasco
Abogada, Magistra en estudios de género y Magistra en Gerencia Social – PUCP.
- Introducción
El objetivo del presente artículo es analizar desde el enfoque de género las continuidades y rupturas de la obra de teatro “El eterno femenino” (1976) escrita por Rosario Castellanos (1925-1974), narradora y poeta mexicana. Considero la elección de esta obra de teatro importante porque construye un conjunto de representaciones sociales que afianzan una serie de estereotipos de género que legitiman continuidades en la justificación de desigualdades entre hombres y mujeres.
“El eterno femenino” está estructurada en tres actos en donde se narra la historia de Lupita, una joven mexicana de clase media a punto de casarse con Juan; en el primer acto, Lupita se encuentra en un salón de belleza preparándose para su boda y se pregunta si estará tomando la decisión correcta. Las diversas respuestas surgen a partir de sueños inducidos por una secadora de última generación; en el segundo acto, Lupita recibe el asesoramiento de diversos personajes femeninos de la historia universal y mexicana respecto a los momentos decisivos en sus vidas: Eva, Malinche, Sor Juana y Carlota, entre otras; finalmente, en el tercer acto, Lupita se prueba varias pelucas de diferentes estilos que la hacen soñar con diversas situaciones. Termina rechazándolas todas y haciendo una pataleta.
Para los fines del presente artículo, sólo analizaré el primer acto, que dará las bases para identificar los estereotipos de género de nuestra sociedad respecto a la femineidad, sus continuidades y también sus rupturas.
- Entre el placer y el deber
En el primer sueño aparecen Lupita y su esposo Juan luego de la noche de bodas. Juan trata de probar la virginidad y decencia de Lupita y ella las reafirma con diversos argumentos. Es así que Juan le pregunta a Lupita “¿y has llegado pura al matrimonio?”. Lupita responde “¿Que no ves?” y señala la mancha en las sábanas. Pero tal argumento no es suficiente para Juan y le pregunta “¿y te gustó?”. Ella responde “¿Gustarme? ¿A mí? ¿A una muchacha decente? ¿por quién me tomas?. No volveré a permitirte que te acerques nunca, jamás, a mí”. Y él pregunta “¿Ni siquiera si te obligo?”.
Esta escena representa el mandato social impuesto a la mujer de llegar virgen al matrimonio y de rechazar el placer sexual que pueda sentir. Y por el lado del hombre, representa el deber de controlar a la mujer y de demostrar su fuerza viril, léase potencia sexual, hasta el punto de justificar una posible violación. En esta lógica, y siguiendo a Gayle Rubin[1], la sexualidad si bien tiene un elemento biológico importante, debe comprenderse como un producto cultural, pues esta define sus variedades, significados y determina, también, sus mecanismos de control y sus patrones de normalidad. Según la autora, las culturas occidentales han considerado el sexo como negativo por ello requiere de justificaciones o excusas para que sea válido. Es así que la sexualidad «buena, «normal» y «natural» sería idealmente heterosexual, marital, monógama, reproductiva y no comercial”[2]. Justamente lo que Juan y Lupita definen y legitiman con sus preguntas y respuestas.
En esta lógica, y hablando de eternidades, podemos relacionar dicha situación con la actitud de los/las magistrados/as frente a casos de feminicidio. Como señala Marcela Huaita, Ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables “a pesar que la norma dice que ahora el feminicidio tiene una pena más grave, en algunos casos, los magistrados tienen todavía la concepción de la ‘omisión por emoción violenta’ y entonces interpretan y se preguntan cómo se le va a dar una condena tan grande si el marido la mató por celos”[3]. Según esto, el feminicidio sería la manifestación extrema del control del hombre sobre la sexualidad de la mujer, legitimada y defendida por el sistema judicial que comparte sus mismos principios y lógica de actuación con el hombre agresor.
- Herencias maternales
En otro sueño, aparece la madre de Lupita quien reprende a su hija por verla feliz luego de la noche de bodas “una señora decente no tiene ningún motivo para ser feliz… Hay que tener en cuenta que su inocencia ha sido mancillada, su pudor violado”. La madre sostiene que la verdadera felicidad no está en el placer sexual que pueda sentir Lupita sino en la maternidad “Como ves, no hay felicidad comparable a la de ser madre. Lupita, aunque te cueste como en muchos casos, la vida. Y siempre, la juventud y la belleza”.
Es decir, el reconocimiento y valoración social de la mujer se centra en la maternidad, que justifica finalmente las relaciones sexuales y el matrimonio mismo como bien lo señaló Rubin. En esta ocasión, ya no es el marido quien controla a Lupita, sino su madre, que actúa con la misma o mayor severidad que Juan. El ideal de mujer es impuesto y controlado de cerca por la madre, desde una lógica marianista, que como Stevens[4] definió es el culto a la superioridad espiritual femenina, y a sus cualidades de abnegación y sacrificio por el bienestar de los otros/as, sea su familia, sus hijos/as, o la sociedad misma.
Según Norma Fuller[5] si bien la maternidad sigue siendo importante en la vida de las mujeres, para muchas ya no es el eje principal, pues han ingresado al mercado laboral y esto ha resquebrajado la concepción binaria de mujer madre ama de casa y hombre proveedor. Sin embargo, esto no ha significado un alivio para la mujer sino más bien una sobrecarga de trabajo, el laboral sumado al doméstico. Es decir, el sistema social de género en el que vivimos, no ha generado cambios políticos, sociales, económicos, que sostengan un rompimiento del binomio mujer-madre / hombre-proveedor y que permitan que la mujer pueda decidir libremente sobre su cuerpo y sus actividades laborales o profesionales.
Para poner sólo un ejemplo, SERVIR ha informado que al 2015, la presencia de la mujer en el mercado laboral es mayor en el sector público (4 de cada 10 son mujeres) que en el privado (3 de cada 10 son mujeres). Además, existe una mayor proporción de mujeres jefas de hogar en el sector público (21%) que en el privado (14 %). Sumado a ello, la mayoría de mujeres que trabajan en el sector público tienen entre 30 a 44 años de edad, es decir, se encuentran en edad fértil. Sin embargo, al 2014 se reportaron sólo 303 lactarios en las instituciones públicas a nivel nacional y aún hoy el hombre gana más que la mujer por el mismo trabajo realizado[6].
Es decir, el “eterno” femenino y masculino del deber social de la mujer respecto a la maternidad se mantiene, a través de un sistema laboral y centros de trabajo (léase instituciones públicas según las estadísticas de SERVIR) que no brindan las condiciones necesarias para que la mujer viva su maternidad y a la vez trabaje con remuneraciones justas y menos aún que promueva que el hombre se responsabilice directamente de las tareas domésticas y de cuidado.
- Rebeldías del conocimiento
En otra escena, Lupita es la madre que controla a su hija, también llamada Lupita, que quiere estudiar en la Universidad. Lupita madre dice “A la universidad sobre mi cadáver”. Y ante el “¿se puede saber por qué?” de la hija, Lupita responde “Porque no vas a ser distinta de lo que fui yo. Como yo no fui distinta a mi madre. Ni mi madre distinta a mi abuela”. Esto se relaciona con lo dicho por el vendedor de secadoras para convencer a la dueña de comprar el producto y así evitar el peligro de “que las mujeres, sin darse cuenta, se pusieran a pensar”.
Es decir, el conocimiento y la reflexión se presentan como principales enemigos de los patrones de género tradicionales que imponen pautas de comportamientos ideales y eternos para que las mujeres y hombres se mantengan en su sitio, en su deber ser. La madre, como mecanismo más cercano y fuerte de normalización y control social de la identidad femenina, desde su principal rol, ser madre y también como castradora de posibles cambios.
En esa lucha entre el status quo y el cambio, el enfoque de género se convierte como dice Marcela Lagarde en una herramienta científica, analítica y política creada por el feminismo, para analizar y comprender las realidades, expectativas, posibilidades y relaciones que se dan entre mujeres y hombres, y tomar medidas de cambio personal, pero también para generar cambios sociales y estructurales. Es decir, “exige de mujeres y hombres, toda la puesta en movimiento y cambios personales, íntimos y vitales que no son aceptados por muchas personas que hoy usan el género como si fuera una herramienta técnica, neutra y edulcorable”[7]. En otras palabras, el conocimiento de nuestro tiempo y sobre todo de nosotras/os mismos será la base para generar cambios sociales y personales.
- Conclusiones temporales
Como el proceso de reflexionar y analizar nuestra vida, nuestro entorno más cercano, nuestra sociedad desde el enfoque de género, tiene muchos avances y retrocesos, y sobre todo preguntas y contradicciones, sólo plantearé algunas afirmaciones temporales de lo que implica para mi vivir desde un enfoque de género a la luz de lo escrito por Rosario Castellanos, sin ánimo de plasmar recetas, porque no existen, más bien con ganas de compartir mi experiencia.
Lo primero que puede decirse es que este proceso de autoconocimiento y cambio, y más que eso de liberación, no es fácil ni rápido. Además, de enfrentarnos a los diversos mecanismos de opresión social que se vestirán de compasión hasta de amor para convencernos de abandonar nuestras luchas y volver a calzar en el modelo dominante de feminidad o masculinidad, tendremos que resistir y cuestionar nuestros propios miedos y dudas, tejidos finamente desde nuestra infancia por la influencia de esa misma sociedad, familia, cultura que ahora cuestionamos.
Vivir el enfoque de género es ser rebelde, es ir contra corriente, es romper paradigmas, es expandir nuestra libertad, performar el género que quiero y a la vez es ser constante y paciente.
Un análisis desde el enfoque de género empieza por un recuento de nuestras vivencias personales desde nuestra infancia. Preguntarse cuál fue el “manual de género” que usaron nuestros padres, madres, familia, escuela, y sociedad en general, para moldearnos de la forma que somos y qué generó en nosotros/as. Un viaje hacia lo más profundo de nuestro ser, donde se esconden los grandes paradigmas que pugnan por controlar eternamente nuestras vidas. Todo a partir de una base conceptual, teórica, filosófica, que se renueva constantemente y que se reinventa para convertirse en los criterios que me van a permitir analizar mi vida y mi sociedad.
Con todo ese análisis personal doy un giro hacia mi entorno, es decir, hacia el sistema de género que me vio nacer y que me transmitió los principios medulares de la tradición de género de mi cultura, y lo cuestiono y más que eso, aporto a su reconstrucción desde el espacio en el que estoy, mi casa, mi familia, mis amistades, mi trabajo, mi profesión, mi ciudadanía, mi relación de pareja, en una lógica democrática en que las diversidades no signifiquen desigualdades de derechos ni discriminaciones.