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De la generación de conocimientos a la Innovación Social y Productiva

por PÓLEMOS
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Christian Schmitz Vaccaro

Rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción.
Abogado especialista en Propiedad Intelectual
schmitz@ucsc.cl

Existe una consciencia cada vez mayor de la importancia que tiene la innovación para alcanzar mayores niveles de desarrollo económico. Así, es frecuente escuchar los llamados de los gobiernos, pero también de otros sectores, que instan a mejorar el desempeño innovador de las economías nacionales.

Desde el punto de vista de las Universidades como unidades generadoras de conocimientos, podremos circunscribir la innovación al «conjunto de iniciativas orientadas a generar resultados novedosos, originales o creativos, para dar respuesta a desafíos y problemáticas de la sociedad.»[1]

Constituyéndose la innovación en un tema recurrente, se observa por lo general consenso acerca de la necesidad de tomar medidas incentivadoras. Comúnmente se recomienda invertir mayores recursos en investigación y desarrollo, por tratarse del proceso que da origen a la innovación[2]. Asimismo, se requiere el establecimiento de un ecosistema eficaz de innovación que genere la tan necesaria interacción entre actores públicos y privados, entre el sector académico y el mundo empresarial, y entre los emprendedores y las empresas ya establecidas.

La médula del ecosistema de innovación es el involucramiento y alineamiento de los distintos actores intervinientes. En ese sentido, cabe advertir que la innovación no es un acto o hecho aislado o individual, sino que constituye más bien un proceso inserto en un contexto más amplio. Frecuentemente se hace referencia a este contexto bajo nombres muy distintos, pero que en la práctica conducen a lo mismo. Así, se habla de «proceso de transferencia tecnológica o de conocimiento», «vinculación universidad – empresa», «proceso o cadena de investigación y desarrollo e innovación (I+D+i)», «cadena de valor de la propiedad intelectual» o simplemente de «modelo de Innovación».  Son múltiples los modelos que los distintos autores han elaborado, sean estos lineales, circulares o interactivos. Considerando que en nuestros países, la actividad investigativa se encuentra fundamentalmente radicada en las instituciones de educación superior, y no en el sector productivo[3], estimamos indispensable enfocar el modelo de innovación desde el punto de vista de la universidad.

En ese sentido, en todo proceso o secuencia del modelo se inicia con una idea individual o colectiva que sirve de base para un proyecto de investigación universitaria. Esa idea se nutre de la curiosidad o de un propósito, surgiendo así una clasificación clásica que distingue entre investigación básica y aplicada. Hoy se habla más bien de investigación científica y tecnológica, respectivamente; conduciendo la primera a un saber teórico, mientras que la segunda se enfoca en un saber práctico. Sin perjuicio de esta división, no hay que olvidar que existe una estrecha interdependencia y complementariedad natural entre ambos tipos de investigación. Los productos de ambos tipos de investigación son distintos y, por ende, también sus formas de protección jurídica, pero está claro que ambas generan bienes públicos. En efecto, cualquiera sea la investigación universitaria, esta genera conocimiento (saber teórico o práctico) que implica un beneficio social, económico o cultural. Sin embargo, cuando buscamos incentivar la innovación el foco se pone en forma inmediata en la investigación tecnológica, porque ésta es más que investigación propiamente tal, adicionándosele el desarrollo de productos o procedimientos que crean valor económico o social. De ahí la sigla I+D, investigación y desarrollo, a la cual se agrega luego la letra “i” para enfatizar la innovación.

El enfoque en la investigación tecnológica se encuentra recogida cuando se trata de transferir el resultado de la investigación desde la unidad generadora del conocimiento (universidad) a una unidad que lo utiliza y comercializa (empresa). Esta segunda etapa del modelo de innovación, centrada en la transferencia tecnológica (TT),

En base a este modelo de I+D+i, podemos esbozar algunas ideas y reflexiones que pueden contribuir en la instalación de un nuevo modelo económico para nuestros países, el cual necesariamente debe basarse en el conocimiento y la innovación.

Todo el proceso del modelo de innovación debe ser considerado como una inversión que genera valor económico y social, y por ende promueve el desarrollo económico y bienestar. En efecto, este proceso no se solventa sólo, sino que requiere cuantiosas sumas de financiamiento, carga que en nuestros países asume principalmente el Estado a través de los fondos concursables de investigación. Resulta indispensable avanzar en el fomento de la inversión privada en investigación y desarrollo.

Asimismo, ha de reconocerse que en los últimos años se ha avanzado mucho en perfeccionar políticas públicas de fomento de la innovación. No obstante, se requiere potenciar en forma amplia la vinculación entre la academia y el entorno, lo que se conoce como la tercera misión de la universidad, de modo tal que el quehacer académico sea concebido desde sus origines como destinado a resolver problemáticas y satisfacer necesidades de la sociedad. Por consiguiente, la investigación debería tener un destinatario determinado o indeterminado en el entorno y no ser un objeto de engrosar bibliotecas o bases de datos carentes de lectores. Indudablemente, ello implica discutir el concepto de utilidad – social, cultural y económica – de la investigación y de sus resultados.

En este mismo contexto, también se ha ido aceptando cada vez más que la investigación tecnológica no debe concluir con la generación de un conocimiento protegido por medio de patente o secreto empresarial. La patente no es un fin, sino que un medio. El fin debe ser la innovación, esto es la utilización del conocimiento tecnológico en el entorno económico o social; traducido por ende a innovación tecnológica, productiva o social. Por ello, más que medir y rankear a las universidades en base a patentes solicitadas o concedidas, debería preguntarse por licencias suscritas, royalties percibidos o empresas de base tecnológicas creadas.

Una herramienta estratégica para lograr el mejoramiento efectivo de los actuales índices de transferencia tecnológica constituye la concentración de los esfuerzos individuales tendientes a ese fin. En efecto, durante demasiado tiempo, cada universidad empujaba su propio portafolio de tecnologías con potencial comercial, hacia el mercado nacional. Se requiere más colaboración y organización colectiva para concentrar y acumular la oferta de resultados de investigación y posicionarlos en el mercado nacional e internacional.

Igualmente, se señala como condición esencial para el mejoramiento del desempeño innovador de los países, la necesidad de contar con sistemas jurídicos que resguarden eficazmente los derechos de propiedad intelectual. En nuestro medio, ello a menudo se ha interpretado comúnmente en el sentido de elevar el nivel de protección legal de dichos derechos. Si bien en teoría, aspirar a una protección amplia de dichos derechos inmateriales resulta razonable, dado que estaríamos fortaleciendo la creatividad y la cultura en el caso del derecho del autor, y en el caso de la propiedad industrial, la investigación y desarrollo (I&D), podemos observar que en este punto que la sobreprotección reviste un creciente riesgo para la disponibilidad efectiva y a costo accesible de los conocimientos actuales para seguir promoviendo el avance de la ciencia y tecnología. El fondo del debate radica entonces en que las políticas públicas deben generar el tan necesario equilibrio que protege suficientemente los titulares de derechos de propiedad intelectual, pero sin descuidar los intereses de la sociedad, y de los nuevos creadores.-


[1]  Definición propia del autor.

[2]   En el Perú, el año 2017 el gasto en investigación y desarrollo alcanzó un 0,12% del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que Chile, el año 2016, este valor igualmente era relativamente bajo: un 0,36%. En comparación, los países de la OECD invierten en promedio un 2,4% de su PIB para tales fines.

Fuente:  Bases de datos del Banco Mundial, https://data.worldbank.org/indicator/GB.XPD.RSDV.GD.ZS  y de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OECD, http://www.oecd.org/sti/msti.htm.

[3] “En 2008 se señalaba que las capacidades de I+D estaban concentradas en pocas instituciones (IDEA Consultores, 2008). No obstante, si bien dicha concentración sigue siendo una característica del sistema de investigación en Chile, en evaluaciones recientes se ha observado una creciente distribución de la producción científica en diversas instituciones (SCiMago-CONICYT, 2012).

Sin duda, las universidades desempeñan un rol central en el ecosistema nacional como las principales entidades generadoras de conocimiento. Respecto a este rol, en diversos diagnósticos se ha mencionado la necesidad de legitimar públicamente la “tercera misión”, orientada a desarrollar y fortalecer el uso y explotación del conocimiento fuera del entorno académico (Banco Mundial, 2009; Verde, 2012).”

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