Robin Cavagnoud
Socio-demógrafo, profesor investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), co-coordinador del grupo de investigación Edades de la Vida y Educación (EVE) e investigador afiliado al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA, UMIFRE 17, MAE/CNRS).
Introducción
Los niños, niñas y adolescentes en situación de trabajo son unos 2.1 millones en el Perú según las últimas estadísticas disponibles y representan el 29.8% del grupo de edades de 6 a 17 años[1]. Las tasas de niños, niñas y adolescentes trabajadores más elevadas en el país se encuentran en los departamentos de la Sierra (59.7% en promedio), los cuales presentan los niveles de pobreza más importantes (59.4% en 2007) y de urbanización más débiles (50.9%). Por lo contrario, los departamentos ubicados en la Costa muestran proporciones de niños, niñas y adolescentes trabajadores mucho menos importantes (20% en promedio), así como tasas de pobreza más débiles (24.6%) y los niveles de población urbanizada más elevados del país (85.7%). En valor absoluto, las cifras más elevadas de niños y adolescentes trabajadores en el Perú se encuentran respectivamente en los departamentos de Puno, Lima, Cusco, Cajamarca, Huánuco y Junín, los cuales reúnen el 51.3% del total a nivel nacional. En este conjunto, la metrópolis de Lima, capital del país, se caracteriza por ser la región del Perú que concentra el mayor número de adolescentes trabajadores de 14 a 17 años de edad, los cuales representan el 16.6% del total de este grupo de edades en el país[2].
El presente artículo retoma de forma sintética una serie de análisis desarrollados sobre el trabajo de los niños y adolescentes en Lima y sobre la relación con la educación en los espacios a la vez formales (escuela) y no formales (trabajo) a partir de una investigación cualitativa llevada entre 2006 y 2007 cerca de una muestra de 42 casos[3]. Proponemos en un primer tiempo una definición de este fenómeno integrado a la economía informal de subsistencia y luego describiremos sus principales formas en el contexto metropolitano de Lima. A continuación, explicaremos el vínculo entre el trabajo de los niños, la pobreza y la precariedad, en particular a raíz del subempleo de los padres. Por último, concluiremos con la visión positiva de la participación económica de los niños que se suele observar en varios contextos sociales y culturales.
Definir el trabajo de los niños en el contexto latinoamericano
Para definir el trabajo de los niños, conviene primero conocer el significado de las nociones de trabajo y de infancia, en la medida en que cada área cultural tiene una concepción variable de estos dos objetos y que el trabajo de los niños proviene, como toda actividad humana, de una construcción sociocultural. En el marco de una economía desarrollada, el significado común del trabajo se opone al desempleo; corresponde a toda actividad productiva por la cual un trabajador recibe un pago y cubre toda actividad remunerada en un marco legal. Sin embargo, en el Perú, como en casi todos los países en vías de desarrollo o emergentes, una gran parte de la actividad económica nacional se caracteriza por su dimensión familiar, como “ayuda” informal a veces hasta “escondida” y, por tanto, muy difícil de cuantificar y regular por los servicios públicos. De hecho, una aproximación a este fenómeno en los sectores populares de Lima se diferencia de la concepción del trabajo derivada de las sociedades occidentales y del salariado, y debe ser comprendida en su dimensión socioantropológica, como actividad que participa en la reproducción social de los medios de existencia del individuo y en su inscripción en un colectivo. El nieto de 15 años que participa algunas horas al día en el funcionamiento del pequeño restaurante familiar de su abuela en el mercado del barrio, o la adolescente de 13 años que acompaña a su padre en la venta de frutas en un puesto ambulante situado en la esquina de la calle, ¿pueden ser considerados trabajadores? Aun cuando a primera vista estas actividades se presentan como formas de ayuda familiar, estos niños y adolescentes intervienen plenamente en el flujo económico que atraviesa la ocupación de sus padres u otro miembro de su familia. Sin exigir ni recibir remuneración (salvo alguna propina ocasional), estos adolescentes participan en esta actividad aportando una plusvalía útil o una descarga de tareas, lo cual permite la acumulación de un capital económico a favor del presupuesto familiar. Por consiguiente, la ayuda familiar estructurada, ilustrada por los dos ejemplos anteriores, entra en la categoría de trabajo porque participa en la adquisición de una forma de ingreso económico y, por tanto, origina un flujo económico hacia el hogar. Paralelamente, es indispensable distinguir todas las formas de trabajo infantil y adolescente; desde las que se pueden calificar de “formativas” – es decir, que tienen un objetivo de aprendizaje profesional –, a aquellas que se relacionan objetivamente con una explotación económica, a veces extrema, que perjudica el desarrollo y la salud física del niño.
Según estas observaciones, el trabajo infantil en Lima puede definirse desde un punto de vista sociológico como toda actividad lícita o ilícita, realizada de manera regular, periódica o estacional por niños y adolescentes de 6 a 18 años, ya sea en el sector formal o informal. Esta actividad implica su participación en la producción o comercialización de bienes y servicios destinados al mercado, al trueque o incluso al autoconsumo, para la cuenta individual o el presupuesto doméstico. Pero el trabajo infantil y adolescente no implica necesariamente una remuneración bajo forma pecuniaria ni un acceso de los niños y adolescentes al salario o al dinero. Este enfoque integra todas las respuestas que los grupos menos favorecidos establecen en situación de precariedad y que hacen participar en diversos grados a todos los miembros de la unidad doméstica.
Por último, la participación de los niños en las tareas domésticas “ligeras” en su propio hogar no está comprendida en la categoría del trabajo; pues actividades como cocinar, limpiar la casa o lavar la ropa, forman parte de las funciones básicas de una familia y son indispensables para su funcionamiento. Por el contrario, cuando estas mismas tareas se realizan en una esfera privada fuera del domicilio familiar y existe una forma de retribución en dinero o en especies de por medio, ellas se clasifican en la categoría del trabajo infantil para abrir el acceso a una forma de ingreso.
Las principales formas de trabajo de los niños en la economía informal de Lima
La importancia del trabajo infantil y adolescente en Lima es principalmente visible en ciertas actividades como el comercio ambulatorio o en los mercados, los “pequeños” servicios efectuados en la calle y las ocupaciones domésticas extrafamiliares, todas ellas relacionadas con el sector informal de la economía y que, la mayoría de las veces, se realizan en la clandestinidad. El número de adolescentes asalariados cuya actividad entra en el marco de normas de trabajo que procuran protegerlos es extremadamente débil en la medida en que la legislación peruana fija en 14 años la edad mínima para que un adolescente pueda entrar oficialmente al mercado laboral. Al margen de este sector protegido legalmente, las actividades más frecuentes y visibles de los adolescentes en el espacio metropolitano de Lima y Callao son:
- la venta ambulatoria de golosinas y cigarrillos, periódicos y revistas, billetes de lotería, servicio de agua y flores cerca de los cementerios,
- la venta organizada en un puesto comercial ubicado en un mercado,
- el embalaje de publicidades dentro de un sobre plástico en una fábrica,
- el transporte de paquetes y otras encomiendas en un mercado,
- la preparación de alimentos y la cocina en el domicilio de una familia,
- el lustrado de zapatos en los pasos de peatones (especialmente cerca de los paraderos de autobús),
- el lavado de parabrisas en las avenidas de gran circulación,
- el lavado, el cuidado y la vigilancia de automóviles (en particular cerca de los restaurantes u otros lugares de esparcimiento),
- el canto en los autobuses (acompañado de la venta de golosinas),
- las actividades de entretenimiento (malabares) en los cruces de avenidas o semáforos,
- la distribución de folletos en lugares de gran afluencia de público (especialmente en el centro de Lima),
- el cuidado de niños pequeños,
- la limpieza y el lavado de ropa en el domicilio de terceros,
- el cuidado de una persona de la tercera edad en su domicilio,
- las diversas actividades vinculadas a la artesanía (carpintería y costura),
- la cobranza de pasajes en los microbuses.
Otras actividades económicas peligrosas para la salud, el desarrollo y la integridad de los adolescentes, y que se realizan en un contexto clandestino, son:
- la recolección, clasificación y venta de residuos reciclables en la calle, cerca del mercado o de los vertederos,
- la venta de drogas,
- el comercio sexual en la calle, en los hoteles de paso o en las discotecas y otros lugares de espectáculos o de diversión (bar, espectáculos de streap-tease).
En este amplio conjunto de actividades, resulta a veces delicado hacer una distinción entre una ocupación de la calle y la mendicidad, sobre todo cuando esta se oculta detrás de una actividad en la que se pide una propina al cliente. A pesar de eso, muchas actividades como cantar, bailar o tocar un instrumento musical en los transportes públicos o en las plazas, y el lavado de parabrisas en las avenidas de gran circulación, entran en la categoría de trabajo y se caracterizan por ganancias muy variables. Por último, el trabajo de los niños y adolescentes se distingue del de los adultos: aun cuando se trata de una ocupación realizada en un marco formal, pueden ser contratados y despedidos con más flexibilidad de acuerdo con las fluctuaciones del mercado, su remuneración es más baja y carecen de derechos laborales.
La relación entre la participación económica de los niños, la pobreza y la precariedad
Michel Bonnet afirma que “algunos cientos de millones de niños y niñas trabajadores […] tienen una característica común más allá de las fronteras nacionales o de las particularidades culturales: están en esta parte de la población mundial que vive bajo la línea de pobreza”[4]. Esta observación merece ser levemente matizada en la medida en que todos los niños y adolescentes trabajadores no comparten una condición de pobreza. Las cifras del INEI sobre los niños, niñas y adolescentes trabajadores según su condición de pobreza o no pobreza indican que “solamente” el 42,6% de los niños, niñas y adolescentes trabajadores del departamento de Lima viven efectivamente bajo la línea de pobreza, mientras que son mucho más numerosos los que viven en esta situación en todas las provincias del país (entre 65 y 90% en los departamentos de la Sierra)[5]. En Lima, si el 42.6% de los niños, niñas y adolescentes trabajadores se encuentran bajo la línea de pobreza, esto no significa que el 57.4% restante no se encuentre afectado por las carencias económicas en su familia. Aunque se clasifican estadísticamente fuera de la pobreza en su dimensión monetaria, no están menos amenazados que los demás por la noción de necesidad y por el riesgo de pasar en su momento al grupo poblacional debajo de la línea de pobreza. Más que engancharse a un enfoque estrictamente monetario para expresar las dificultades que sufren las familias populares, es preferible aprehender las condiciones de vida de los niños y adolescentes trabajadores así como de sus familias en términos de precariedad. Esta noción subjetiva y relativa expresa una fuerte incertidumbre respecto de conservar o recuperar una “situación aceptable” en un futuro próximo. Une el enfoque de la pobreza en términos de capacidades y se relaciona en particular con el ámbito del empleo. La precariedad manifiesta, en efecto, la falta de aptitudes y de márgenes de maniobra que tienen los individuos afectados para tener condiciones de trabajo estables y satisfactorias que permitan hacer proyectos sobre el mediano y largo plazo. En el caso de los niños y adolescentes trabajadores, la precariedad y, en particular, aquella ligada al tipo de empleo de los padres, toma una dimensión de primer plano. La débil relación entre el crecimiento económico y la creación de empleos estables explica que una parte importante de la Población Económicamente Activa (PEA) del país se encuentre aborbida por las microempresas (formales o informales), los trabajadores independientes (ambulantes), los trabajadores no remunerados de la microempresa familiar y los empleados domésticos. El subempleo “invisible”, en el que las remuneraciones de la ocupación no cubren las necesidades básicas del trabajador, afecta antetodo a las mujeres y sus hijos en el marco de la microempresa familiar, así como a las personas cuyo grado de instrucción es inferior a la enseñanza primaria. La condición de “subempleado” encontrada en la mayoría de las ocupaciones de los padres de niños y adolescentes trabajadores de Lima, en particular en el comercio ambulante, las actividades domésticas y el reciclaje de desechos, refleja un fenómeno de exclusión económica. Los padres sin acceso a un empleo estable se ven obligados a buscar sus propias soluciones para obtener el dinero que necesitan a través de actividades que, pese a no constituir delito, se encuentran alejadas de la categoría del salariado y, algunas veces, incluso de la ley. La unidad familiar y el conjunto de sus miembros juegan entonces, cada uno según su edad y sus aptitudes, un rol fundamental en esta organización de lo cotidiano.
Conclusión: una concepción positiva de la participación económica de los niños
Los niños y adolescentes trabajadores comparten con sus padres los mismos valores y problemas y son al menos parcialmente –e incluso totalmente– dependientes de sus estrategias. Toman conciencia del significado de la pobreza y la precariedad como objetos sociales, y la implicación de estos fenómenos en su vida cotidiana. La fragilidad e inestabilidad del empleo de su(s) padre(s) motivan su inserción en el mercado de trabajo con una finalidad variable. No obstante, esta toma de decisión entre padres e hijos no es mecánica de acuerdo al nivel de pobreza de una familia, puesto que la decisión corresponde al grado de tolerancia y de aceptación que tienen los padres respecto del trabajo de los hijos, independientemente de su inestabilidad en el mercado laboral. Este aspecto primordial está en parte vinculado a su nivel escolar, pero depende aún más estrechamente de su origen “andino” o de su infancia vivida fuera de Lima. Los migrantes andinos que viven en los barrios populares de Lima resaltan una representación del trabajo fundada en lógicas de solidaridad y de reciprocidad. Susan Lobo anota, por ejemplo, esta concepción “moral” del trabajo y afirma que “Las personas originarias de la sierra consideran el trabajo como una necesidad para la supervivencia, como un atributo positivo. Se estima que el trabajo es la participación adecuada y moral de cada individuo como miembro de la sociedad” [6]. Este valor positivo otorgado por los padres al trabajo de sus hijos es primordial para explicar, más allá de la precariedad, su entrada en una actividad económica. Ésta favorece una dinámica de solidaridad al interior de las familias y hace legítima la implementación de este tipo de estrategias en la economía popular de los barrios peroféricos de la metrópolis de Lima.