Salvador Cruz Sierra
Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Masculinidad, sexualidad y violencia. Profesor-investigador de El Colegio de la Frontera Norte, en Ciudad Juárez, México. Adscrito al Departamento de Estudios Culturales.
Las nuevas formas de dominación o reedición de la cultura de género, que configura la ficción de una sociedad de mayor equidad entre hombres y mujeres, se ve reforzada por las expresiones modernizadas del machismo light, pero también por la violencia cruda contra las mujeres. Para Touraine, el posfeminismo, que corresponde a las nuevas generaciones de mujeres jóvenes que no les tocó las luchas de sus antecesoras, las somete a una nueva dominación, “la nueva dominación es, como el movimiento de afirmación de las mujeres, de carácter individualista, pero es la que transforma a la mujer en consumidora, haciéndola aún más vulnerable por su liberación, que le proporciona la independencia económica y le abre horizontes distintos del matrimonio y la maternidad” (Touraine 2007: 58).
¿Pero cómo entender las violencias vistas como pasadas o actuales sino es a través de sus formas? Un elemento presente en estas formas de la violencia es la misoginia y el ejercicio recio de tácticas de laceración contra las mujeres. Diversas elaboraciones conceptuales se han desarrollado para entender todo el continuum de violencias que viven las mujeres en sus trayectos de vida. Así, se ha hablado de violencia de género, sexual, moral, patrimonial, física, psicológica, etcétera. Pero también, se han señalado formas específicas de violencia hacia las mujeres; solamente a manera de ejemplo se puede citar: violencia falocéntrica (Huacuz 2009: 13), terrorismo íntimo (Johnson 1995: 284), coerción sexual (Cherry 2001: 265), feminicidio (Lagarde 2008: 214), feminicidio sexual sistémico (Monárrez, 2009: 25), entre otros. Es decir, la violencia hacia las mujeres se presenta de múltiples formas y expresiones.
La violencia hacia las mujeres ha tomado diversas formas en tiempos y contextos sociales y culturales específicos. Sin embargo, en México, y específicamente en Ciudad Juárez como caso paradigmático de la violencia hacia las mujeres, ilustra las persistentes violencias que han padecido las mujeres en los diversos ámbitos sociales y culturales y que se han agravado a partir de incremento de la violencia social en general y de la narcoviolencia en particular. Así, mujeres como obreras o jornaleras, han sentido el mayor control y abuso contra sus cuerpos. La violencia a través de la vigilancia del estado de gravidez, el hostigamiento sexual y otras violencias padecen las trabajadoras en los espacios laborales. Al parecer, el hostigamiento sexual es una práctica cotidiana en la maquila; asedios constantes para salir o a relacionarse sexualmente, manoseos y tocamientos, exhibicionismo, comentarios alusivos a la sexualidad, apariencia, vestimenta y miradas libidinosas, hasta la violación, son algunas de sus expresiones y los ejecutores son hombres, regularmente, que ocupan puestos de jerarquía superior. La violencia sexual es otra manifestación más del predominio masculino que se concreta en un acto o que puede persistir de manera simbólica en las prácticas culturales. Las connotaciones de carácter sexual evidencian el dominio y humillación de las personas consideradas inferiores, débiles o adversarias; mujeres, niños/as, ancianos/as, homosexuales, enemigos. Cuerpos abusados, despojados de su autonomía y valía humana, cuerpos violados, penetrados, cuerpos feminizados.
Para Dachet, psicoanalista lacaniano, el problema de la violencia hacia las mujeres, se basa en la dualidad masculino/femenino que constriñe al individuo, que se sienta entre dos sillas, a su posicionamiento en algún lado de la diada de manera fija y esencializada. Para este autor, una parte predominante de la violencia sexual tiene que ver con la dificultad de aceptar el equívoco identitario subjetivo, por lo que esta situación deja ver una estrecha correlación en una misma cultura entre homofobia y violencia hacia las mujeres. Por lo que señala “Políticamente hablando, las sociedades nutren uno de los motivos esenciales del crimen, y más profundamente de la violencia hacia las mujeres”.
En ciudad Juárez el feminicidio inicia con el registro de mujeres asesinadas de manera sádica y su exhibición pública a partir del año 1993. Se puede decir de una cifra aproximada de 2,000 mujeres asesinadas del 93 al 2014. Una de las hipótesis de estos homicidios gira en torno al crimen organizado, sin embargo, no son pocos los casos de crímenes cometidos por las parejas o exparejas, conocidos o familiares. Ante el evidente descenso de los crímenes contra mujeres en la ciudad se registró un aumento considerable de violencia intrafamiliar, violencia sexual y violaciones.
En el continuum de violencias, el feminicidio es la forma extrema de violencia hacia las mujeres y que puede culminar con su muerte profana. Por lo que esta violencia feminicida es un mecanismo para mantener el orden social, es un llamado al orden, como señala Monárrez (2009: 259). En la violencia continua y persistente que viven las mujeres, el feminicidio se entiende como la manifestación extrema de la violencia contra ellas, sin embargo, como se ha señalado, existe un continuum de violencias que viven en la cotidianidad, pero casi invisibilizadas al presentarse de manera interrelacionada. La violencia física hacia las mujeres, como las lesiones, dentro del contexto familiar, de pareja, comunitario o social, en general, no es producto o efecto, exclusivamente, de un momento de ira, esporádico y fugaz, sino es construido en un proceso histórico enmarcado en un vínculo social y caracterizado por un tono afectivo y establecido en el tiempo en la biografía de una vida personal, de una relación o de una sociedad, y principalmente basado en una asimetría de poder entre quién la ejerce y quién la padece.
La naturalización de violencia hacia las mujeres, atribuida a su comportamiento inmoral, ambición, afán de revancha o simple insumisión, tiene como expresión más brutal y extrema el cese a su vida, sin embargo, operan otras diversas formas de violencia menos recias, pero no menos letales. Sea de forma directa o indirecta, activa o pasiva, cómplice silencioso o colaborador abierto, la violencia institucional y la falta de justicia es otro elemento que agrava la violencia hacia las mujeres, sea ésta cometida por el rostro identificado con un hombre concreto, o con ese otro rostro que se puede pensar en términos de una actividad social organizada colectivamente, y se puede asimilar a una lógica y estructura masculina, como el crimen organizado. Así, diversos discursos, acciones y prácticas contradictorias e inconsistentes se presentan con relación a la impartición de justicia, a la prevención de la violencia hacia las mujeres que, de alguna forma, enmascaran las acciones que llevan a la violencia letal de las mujeres.