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Memoria heroica y memorias subrogadas: Los campesinos y la violencia política en el Perú

por PÓLEMOS
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Nelson E. Pereyra Chávez

                 Historiador. Docente de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Magíster en                 Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Miembro de la Academia Nacional de la Historia del Perú.

Es de consenso entre la población que la violencia política perjudicó a los campesinos del país y especialmente, a los campesinos del departamento de Ayacucho, el lugar donde empezaron las acciones subversivas de Sendero Luminoso en 1980. La memoria oficial o relato canónigo que se ha estructurado en los años posteriores al conflicto, señala que ellos quedaron entre dos fuegos: entre la metralla de los senderistas y la respuesta contrasubversiva de las fuerzas del orden, hasta que el cambio de estrategia de las Fuerzas Armadas más otros importantes logros como la captura de la cúpula senderista en 1992 inclinaron la victoria a favor del Estado peruano y las Fuerzas Armadas. Y el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) reconoce que los más afectados por la violencia política fueron los pobladores pobres y quechuahablantes de la zona rural, de origen indígena (CVR, 2003, I: 70).

Sin embargo, dicha memoria, al considerar a los campesinos como víctimas, silencia sus múltiples acciones durante la guerra y su intervención en la etapa posterior de posguerra, en la construcción de narrativas que resaltan ciertos detalles y silencian otros aspectos de su participación en el conflicto, que es más compleja que la simple decisión de aceptar o rechazar a los senderistas o militares condicionados por el miedo a las represalias.

  1. La memoria épica de la guerra.

En algunas zonas del interior del país, el desenlace del conflicto armado interno empezó a fines de la década de 1980, mucho antes que la captura de la cúpula senderista, cuando los campesinos pasaron del hastío a una resistencia encubierta y finalmente, una rebelión abierta contra Sendero Luminoso.

Ello sucedió en algunas comunidades de Huanta, al norte del departamento de Ayacucho, donde los pobladores formaron rondas campesinas para combatir a los subversivos con el apoyo de los oficiales del Ejército. En la comunidad de Cangari, por ejemplo, los campesinos establecieron un Comité de Defensa Civil, con el que repelieron exitosamente dos ataques de los subversivos en setiembre y octubre de 1990 y capturaron a una columna de senderistas en octubre de 1992 (Coronel, 1996: 97-98). De igual modo, en el vecino valle del río Apurímac, en 1989 los evangélicos pentecostales, mediante Comités de Defensa Civil, lograron expulsar definitivamente a los subversivos y tomar el control de la zona bajo el mando de Pompeyo Rivera, el célebre “comandante Huayhuaco” (Del Pino, 1996).

Si bien entre los ronderos no logró cuajar una “identidad rondera” al estilo de sus pares de Cajamarca, en cambio apareció una memoria épica del conflicto, en la que destacan como los verdaderos artífices de la derrota de Sendero Luminoso. Al respecto, el líder de la ronda de la comunidad de Ccarhuauran en la provincia de Huanta, considerado como “héroe de la guerra”, refirió lo siguiente en la ceremonia por el aniversario de la independencia nacional en 1998:

Hoy es el aniversario de la Patria, por lo que como peruanos debemos festejar con orgullo, con cariño y con respeto. Un día como hoy nos independizamos de la dominación española, así peleando como nosotros peleamos contra Sendero para defender lo que es ser peruano. Este sentimiento de haber luchado debería estar presente en nosotros para sentirnos orgullosos y recordar que esta lucha aún no ha terminado sino quizás va a empezar nuevamente. Por eso deberíamos estar listos para esta tarea y no seguir perdiendo el fervor de lucha que antes nosotros teníamos (citado en Del Pino y Theidon, 1999: 27-28).

Dicha memoria fue alimentada en los años 90’ por una militarización de la vida cotidiana rural. En efecto, los comuneros fueron censados y se encargaron por turnos de las funciones de protección y vigilancia de la comunidad. Asimismo, los domingos y en las fechas cívicas participaban del izamiento del Pabellón Nacional y del desfile militar. De este modo no solo demandaban su inclusión en la comunidad nacional al mostrarse como defensores de la patria en los rituales cívico-militares, sino que generaron una mezcla de temor y respeto entre los habitantes urbanos de Ayacucho, quienes anteriormente los menospreciaban.

Cabe precisar que fue distinta la experiencia de las poblaciones de la Puna, quienes en años tan tempranos como 1982 o 1983 decidieron enfrentar a los senderistas porque estos impusieron su presencia prohibiendo las ferias comerciales, destruyendo locales públicos a asesinando a las autoridades comunales. Por ejemplo, en la comunidad de Uchuraccay, en las alturas de Huanta, los pobladores decidieron en una asamblea comunal asumir abiertamente la lucha y zanjar con Sendero Luminoso el 1 de enero de 1983. En represalia, los subversivos asesinaron al líder de la comunidad. Semanas después, los pobladores de las vecinas localidades de Huaychao y Macabamba ajusticiaron a siete senderistas. El corolario de tan trágicos sucesos fue el asesinato de ocho periodistas en Uchuraccay el 26 de enero de 1983. Inquiridos por la comisión Vargas Llosa, los comuneros señalaron que mataron a los periodistas porque se equivocaron, nunca los habían visto y los confundirlos con senderistas (Del Pino, 2017: 51).

  1. Los hechos silenciados.

La aparición de la memoria épica campesina es el resultado hegemónico (según las palabras de la historiadora Florencia Mallon) de una negociación o imposición, en la que las posiciones contrarias quedan anuladas en beneficio del relato oficial. En efecto, en varias comunidades del departamento de Ayacucho los recuerdos de los conflictos intracomunales que estallaron a fines de los 70’ y motivaron el respaldo de una parte de la población rural a Sendero Luminoso fueron sepultados bajo la lápida monolítica del gran relato heroico campesino.

Por ejemplo, en las comunidades de Cangari y Chiwa, el discurso senderista en contra de las empresas asociativas y la promesa de los subversivos de tomar el poder generó adeptos entre los pobladores que estaban en contra de las organizaciones productivas impuestas por la reforma agraria y deseaban participar de las instancias de poder local y regional (Coronel, 1996: 90-91). En Uchuraccay, el enfrentamiento entre los clanes familiares de los Chávez y Morales por las tierras agrícolas y los pastos para el ganado facilitó la llegada de los senderistas, puesto que uno de los grupos (los Morales) se alió con los subversivos (Del Pino, 2017: 100-103). Y en la comunidad de Paccha la simpatía que los comuneros sintieron en los años 70’ con el marxismo y los íconos del comunismo mundial quedó silenciada por la memoria que representa a los senderistas como ajenos a la población (Fuller, 2003).

De igual modo, en el vecino valle de San Miguel, en la provincia de La Mar, las disputas familiares relacionadas con la propiedad y los límites de las tierras, que condensaban envidias, rencillas personales, deseos de venganza e incluso rumores por adulterio, fueron eclipsadas por los discursos de la participación exitosa de los campesinos en la lucha antisubversiva, o de la victimización total en el tiempo de la guerra. En La Mar son precisamente estas disputas las que, al combinarse, crearon una mezcla explosiva que animó las denuncias ante los senderistas para castigar y hacer desaparecer al rival odiado, avivando el fuego de la violencia. Tal como refieren Nory Cóndor y Nelson Pereyra, en esta parte de Ayacucho Sendero Luminoso se convirtió en una suerte de “ejército privado” de campesinos en disputa, quienes acudieron a los subversivos para mandar desaparecer o ejecutar a sus rivales (2015: 85). Y este fue, durante los años 90’, el mejor secreto guardado por la población.

  1. A modo de conclusión.

La memoria, como capacidad de los individuos para recordar y olvidar, es una práctica social que ocurre a partir de ciertas referencias y en determinadas circunstancias. Como todo producto social, sufre modificaciones por el paso inexorable del tiempo y el reemplazo generacional. Además, tiene una contraparte de olvidos o silencios que aparecen cuando existe una poderosa imposición que obliga a silenciar, o cuando se quiere liberar la pesada carga del pasado para poder mirar al futuro (Jelin, 2002: 31-32). El relato épico de los campesinos, mencionado en las líneas precedentes, es un buen ejemplo de la memoria que cambia con el cambio de coyunturas y el correr de los años.

En efecto, al culminar el conflicto armado interno, los pobladores de la zona rural que habían luchado contra Sendero Luminoso en las rondas campesinas elaboraron aquel relato épico y compacto con el fin de definir una identidad, establecer nuevas relaciones con el Estado e insertarse en la comunidad nacional. No obstante, 25 años después de terminada la guerra, aquella memoria campesina presenta fisuras que dejan escapar recuerdos escondidos y que tienen que ver con disputas familiares, apoyo y alianzas para con los subversivos, o con la presencia de Sendero Luminoso en el seno de la comunidad.

Dichos recuerdos muy bien guardados, que hoy salen a la luz gracias a la voluntad de recordar de los mismos actores sociales, constituyen evidencias de la complejidad de la guerra. En efecto, la violencia política de los años 80’ fue un hecho demencial y complejo, en el que intereses políticos, expectativas colectivas e individuales, conflictos familiares y rencillas personales se aunaron con el aparato de guerra de Sendero Luminoso. No obstante, dichas memorias también revelan el protagonismo campesino en medio de la guerra, que no debe ser ignorado en el discurso académico ni en las políticas y planes que pretenden reafirmar el sentido de la nación.

  1. Referencias bibliográficas.

Cóndor, N. y N. Pereyra (2015). Desaparecidos en la penumbra del atardecer: disputas privadas, memoria y conflicto armado interno en San Miguel (Ayacucho). Anthropológica, 33: 34, pp. 63-88.

Coronel, J. (1996). Violencia política y respuestas campesinas en Huanta. En Degregori, C. I. (ed.). Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: IEP-UNSCH, pp. 29-116.

Del Pino, P. (2017). En nombre del Gobierno. El Perú y Uchuraccay: un siglo de política campesina. Lima: La Siniestra.

Del Pino, P. y K. Theidon (1999). Las políticas de la identidad: narrativas de guerra y la construcción de ciudadanía en Ayacucho. En Actores sociales y ciudadanía en Ayacucho. Ayacucho: GIIDA, pp. 21-36

Fuller, N. (2003). Memoria y reconstrucción: el caso de Santa María Magdalena de Paccha. En Hanann, M. (ed.), Batallas por la memoria: antagonismos de la promesa peruana. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, pp. 373-392.

Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

Starn, O. (1993). Hablan los ronderos: la búsqueda de la paz en los andes. Lima: IEP, Documento de Trabajo N° 45.

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