Lorenzo Antonio Zolezzi Ibárcena
Presidente de la Academia Peruana de Derecho. Académico Correspondiente de la Academia Gallega de Jurisprudencia. Profesor Honorario de las Universidades San Agustín y Santa María de Arequipa e Inca Garcilaso de la Vega de Lima. Miembro del Consejo Consultivo del Poder Judicial.
1. Introducción
Los procesos judiciales han sido tratados muchas veces en la Literatura y en el cine. En un artículo que publiqué el 2013 creí encontrar las siguientes razones de la fascinación de la gente por los juicios: 1) Los seres humanos se sienten atraídos por el dolor ajeno. Es lo que explica las aglomeraciones que se forman alrededor, por ejemplo, de un cadáver que se encuentra en la vía pública, o en los accidentes o en los incendios, o la atracción que siempre han despertado las ejecuciones, que solían ser públicas en el pasado. Escribí en esa ocasión: “Es una especie de actitud vicaria al revés: no queremos estar en el lugar de la víctima, sentimos un profundo alivio al saber que una determinada instancia del dolor o de la miseria humana no nos ha llegado todavía sino que son otros los afectados, a los cuales podemos incluso observar”[1]. 2) Nuestras propias vidas asumen determinados aspectos que podrían ser vistos con los ojos de un proceso: guardamos secretos que no quisiéramos que salgan a la luz; quizás poseemos rencores profundos que tememos sean descubiertos y nos juzguen por ellos, aunque sea socialmente. 3) Nuestras vidas están sometidas a muchas normas (en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en las relaciones amorosas, etc.) y las acatamos casi siempre, pero a veces las violamos y tememos el juicio de los demás. Los procesos judiciales literarios, añado hoy, pueden servir para apreciar y criticar la cultura jurídica de una sociedad, para verificar las imperfecciones de la ley y el proceso y hasta para transmitir una posición filosófica.
2. Los papeles póstumos del club Pickwick, de Charles Dickens (1812-1870)
Se trata de la primera novela de Dickens, que escribió, como la mayoría de sus obras, en entregas mensuales en revistas, entre abril de 1836 y mediados de 1837. Se publicó en formato de libro en noviembre de 1837. Es una obra de juventud, pues en 1836 Dickens tenía 24 años y está escrita en clave de humorismo. Mr. Pickwick era un anciano bondadoso, que, con tres amigos, se propuso viajar por diversas comarcas de Inglaterra y escribir después sus experiencias. Pero ocurre lo siguiente. Mr. Pickwick arrendaba unas habitaciones (con servicio de alimentación incluido) en casa de una viuda, la señora Bardell. En una ocasión Mr. Picwick le comunica a la señora Bardell que había decidido contratar los servicios de un criado, pero se lo dice con tantos circunloquios y “understatements” que ella, que estaba enamorada de él, creyó que le estaba haciendo una proposición de amor, por lo que lo abraza y cae desmayada (desmayo fingido, por cierto, pero que se consideraba de buen gusto experimentarlo en la época victoriana en determinadas circunstancias). Para evitar que cayera él la sostiene por la cintura, en el preciso momento que ingresan a la habitación sus tres amigos y el hijo de la dama. Tiempo después Mr. Pickwick recibe la notificación de una demanda por ruptura de promesa matrimonial, que aparejaba una reclamación por daño moral estimada en 1,500 libras. Es a partir de este momento que Dickens nos introduce en el lúgubre, sombrío y corrupto sistema judicial de la Inglaterra de su tiempo. La vista de la causa es notable y Pickwick termina perdiendo el proceso, condenado a pagar 750 libras y las costas. Como él se niega a pagar por una cuestión de principios, termina recluido en una prisión de deudores, pues en esa época, en muchas partes del mundo existía la prisión por deudas. Su permanencia en la prisión nos permite apreciar la corrupción e inhumanidad que reinaba en el sistema penitenciario.
3. La Hoguera de las Vanidades, de Tom Wolfe (1930-2018)
Esta novela, ambientada en la Nueva York de los años ochenta del siglo XX, presenta una crítica despiadada del sistema penal de la gran ciudad. Wolfe, al igual que Dickens, pensaba que la Literatura debería exponer con toda su crudeza la hipocresía y el egoísmo que reinaban en el mundo que describían. En este caso, como en Papeles Póstumos de Mr. Pickwick, el proceso judicial. Pero Wolfe va más allá de Dickens, pues involucra en la trama, aparte del submundo de los operadores jurídicos (policías, fiscales, abogados y jueces), a los políticos y a una organización religiosa (no católica) con base en Harlem, dirigida por un pintoresco Reverendo Bacon. El telón de fondo era la idea generalizada, especialmente entre los afronorteamericanos y los hispanos, que la justicia no era igual para todos, que los llamados wasps (white anglo saxon protestants) rara vez eran detenidos y casi no se dictaban sentencias efectivas de prisión contra ellos, mientras que el sistema se ensañaba con los pobres, los afrodescendientes y los hispanos, quienes ocupaban casi todo en trabajo de los fiscales y poblaban las prisiones. El ambiente era de verdadera agitación, que se agravó cuando Sherman Mc Coy, un joven rico que vivía en Park Avenue, trabajaba en Wall Street y conducía un lujosísimo Mercedes Benz descapotable, yendo del aeropuerto Kennedy hacia Manhattan en compañía de su amante, toma una salida equivocada de la autopista y termina en el Bronx, un distrito de mala reputación. Sin saber cómo volver a la autopista se va internando cada vez más en barrios desolados y acaba en una vía secundaria y subterránea. Allí un neumático le obstruía el paso y cuando bajó para ponerlo a un lado dos jóvenes afrodescendientes se le acercan y uno (el más fornido, el otro era delgado) le pregunta si necesitaban ayuda. Sherman piensa que lo quieren asaltar y le arroja el neumático mientras que su pareja, que se había puesto al volante, lo urge para que suba al vehículo y salen disparados. Para poder tener el camino libre María, que así se llamaba su ocasional compañera, y que ahora era quien conducía, hace una maniobra y aparentemente atropella (aunque ellos no tenían la certeza) al joven de contextura delgada, quien más adelante fallece. A partir de este hecho se organiza toda la trama, la que llega a su clímax cuando el fiscal adjunto a cargo del caso, con la ayuda del joven fornido, quien había sido detenido circunstancialmente, pues era vendedor de drogas al menudeo, arman un escenario distinto: en una avenida plenamente iluminada, un conductor que tenía aparentemente apuro invade el carril de emergencia, atropella al joven y se da a la fuga. Nada ocurrió así, pero a todos convenía esta versión, que acabó por imponerse, pues dentro de poco habría elecciones de fiscal de distrito, alcalde y jueces. Si lograban incriminar a Mc Coy, como en efecto, lo hicieron, podrían pregonar a los cuatro vientos, que en Nueva York la justicia era igual para todos y que podía caerle con todas sus fuerzas a un blanco rico, para hacer justicia a un negro pobre. Sherman Mc Coy vio su vida arruinada, pero los intereses de los políticos y los del Reverendo Bacon acabaron imponiéndose.
4. El Proceso, de Franz Kafka (1883-1924)
Kafka publicó poco en vida. La novela El Proceso fue publicada en 1925 por Max Brod, su íntimo amigo y albacea, que poseía todos los escritos de Kafka. La novela estaba aparentemente inacabada, pues los diferentes capítulos estaban metidos en varios sobres, pero cada capítulo, que sí tenía nombre más no número, no continuaba necesariamente en el que le seguía. Por ello la edición de Max Brod y una relativamente reciente, de 1990, poseen un Apéndice con los capítulos que no se sabe donde colocarlos. Pero lo más importante de la obra es la trama y su significado. Trata, en efecto, de un proceso y posee mucha precisión jurídica, pues Kafka era abogado y trabajó como tal varios años. El argumento es el siguiente: un alto funcionario de un Banco es detenido en su casa, más específicamente en su dormitorio apenas acababa de despertar. Quienes fueron a detenerlo no le dicen la causa de su detención ni de qué juzgado procede la orden. Curiosamente, le dicen que puede continuar con su vida. Al poco tiempo recibe una citación para una audiencia a la que acude. El local del tribunal quedaba en los arrabales de la ciudad, en una gran casa habitada por mucha gente pobre. La sala de audiencias estaba abarrotada de gente, el juez de instrucción manejaba un destartalado cuaderno escolar en vez de un expediente y el imputado, que se llamaba Josef K., descubre que todos los asistentes, incluido, el juez, llevaban unas insignias en la solapa. A instancias de un tío, K. contrata los servicios de un abogado, que lo recibe de noche y en su cama. A partir de allí Josef. K va cambiando su actitud frente al proceso: pasa de la indiferencia a la preocupación. Su abogado sabía de su proceso, que lo calificaba de muy interesante, pero tampoco le dice de qué se le acusa ni redacta escrito alguno. Más adelante conoce a un pintor, que se ocupaba de hacer los retratos de los jueces y que conocía muy bien todo lo relativo al sistema. Éste le dice a K. que los procesos podían terminar con una absolución auténtica, con una absolución aparente o con un aplazamiento indefinido. Le aclara, sin embargo, que él nunca había sabido de la existencia de una absolución auténtica, ni su padre, de quien había heredado el oficio de retratista de jueces. Finalmente, al cabo de un año, K. es visitado por sus verdugos, quienes se lo llevan y lo ejecutan en una cantera abandonada. Como cabe suponer, la novela ha recibido múltiples interpretaciones, pero para los abogados nos resulta muy útil para apreciar la validez de las garantías procesales y su importancia, pues Kafka realiza una deconstrucción del proceso, y lo que queda al final es un remedo de proceso, tan atemorizante que parece haber sido concebido en una pesadilla.
5. El Extranjero, de Albert Camus (1913-1960)
La novela El Extranjero figura invariablemente entre las mejores novelas del siglo XX. Fue publicada en Paris en 1942, casi simultáneamente con otra obra del mismo autor: El mito de Sísifo (la primera es de junio y la segunda de octubre). Camus sostuvo alguna vez que “una novela nunca es otra cosa que una filosofía expresada en imágenes”. Entonces, en su caso, la filosofía está en El mito de Sísifo y las imágenes en El Extranjero. La filosofía que preconiza es la que él mismo calificó de “sensibilidad absurda”, que a su vez procede del existencialismo. La frase que mejor resume el existencialismo, y cuya paternidad se ha adjudicado a Jean Paul Sartre es la siguiente: la existencia precede a la esencia.
El hombre absurdo de Camus es Meursault, el protagonista de El Extranjero: un hombre que no miente, que no finge, que se guía más por sus sensaciones y estados de ánimo que por las convenciones sociales y que vive sin desear, sin cuestionar, dejando que la existencia transcurra a través de él. Para mostrarnos la esencia de la sensibilidad absurda Camus necesitaba que su personaje enfrentara situaciones complejas, por lo que lo conduce a una playa donde da muerte a un árabe. Es juzgado por homicidio y, obviamente, condenado a muerte. Nos resulta difícil ver al hombre absurdo en los quehaceres cotidianos, pero Camus da rienda suelta a su visión en los momentos más dramáticos: el juicio oral, las privaciones del encarcelamiento, la espera del día de la ejecución, la incómoda presencia del capellán, a quien llega, incluso, a tomar con fuerza de las solapas. Meursault deja la indiferencia que exhibe a través de toda la novela y se torna locuaz. Llega a decir, después del incidente con el sacerdote: “Ni siquiera tenía la certeza de estar vivo porque vivía como un muerto. Yo parecía tener las manos vacías. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Sí, era lo único que tenía. Pero, al menos, yo tenía esa verdad tanto como ella me tenía a mí”. Y esta seguridad, este vivir sin apelación, es la rebelión del absurdo, que Sartre no logró descubrir en la novela. La rebelión del absurdo consiste en aceptar que nada tiene sentido, que no hay trascendencia que me salve del aquí, del ahora y de la nada. Pero hay que darle cara a estas incertidumbres que se han vuelto certezas, y hay que vivir con estas certezas, sin desmayar, sin sentir derrota alguna. Es una rebelión que parece, más bien, una resignación. Pero es una resignación en positivo, es un desafío, es como enfrentar a la muerte y decirle: mira, no te temo, soy capaz de vivir y de ser feliz, a pesar de tu indesmayable accionar.
Referencias:
[1] ZOLEZZI IBÁRCENA, Lorenzo. “Derecho y Literatura: aspectos teóricos”, En: Derecho PUCP. Revista de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, Fondo Editorial de la PUCP, N° 70, 2013, p. 397.