Alfredo Facundo Serrano
Especialista en Comunicación y Culturas Contemporáneas
(Universidad Nacional del Comahue)
Especialista en Epistemologías del Sur (CLACSO)
Latinoamérica vive la profundización del neoliberalismo incluyendo una fuerte matriz racista que acentúa la marginación de sectores subalternizados de la población junto al avance de una crisis socio-ambiental. En ese escenario, en las últimas décadas se produjo la entrada en escena de colectivos que no estaban visibilizados históricamente en la lucha contra el capitalismo. Constituyendo nuevos movimientos sociales, se agrupan pueblos indígenas, mujeres y géneros otros, desocupados, sin tierra, ambientalistas y colectivos en general que no formaban parte de la agenda política.
Uno de los principales desafíos de todos los movimientos sociales sigue siendo difundir su lucha, lo cual adquiere nuevos tintes en tiempos de comunicaciones a través de Internet. La disputa, en concreto, es la de hacer propio el espacio en los medios de gran alcance y circulación ya que a través de estos, es posible (de)construir una mirada que deriva en conocimiento sobre la realidad.
También en este contexto, el cine argentino ha dado lugar a nuevas manifestaciones estéticas -tomando cierta distancia del canon- y de contenido, prestando atención a sectores marginalizados desde su situación en el presente. Se dan entonces, dos situaciones que cruzan sus vías y se interpelan: la disputa de los movimientos sociales por ganar un lugar en los medios masivos de comunicación y un movimiento estético cinematográfico que aborda la marginalidad. Ninguna de estas situaciones es novedosa ya que tienen antecedentes desde mediados del siglo XX, sin embargo lo que sí es una novedad, es el atravesamiento de Internet, sin dejar de lado -aunque no será motivo del presente análisis- la dificultad para afrontar las políticas estatales de bienestar basadas en el extractivismo, guiadas por el principio de que la cuestión social justifica el costo ambiental, el avance del narcotráfico y el crecimiento del crimen organizado.
La presente reflexión, por tanto, constará de dos momentos. En primer lugar, indago algunas características del estado actual de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC). Luego, abordo algunas variantes en la producción cinematográfica documental de la década de los 2000 en Argentina, tomando como caso testigo a Ulises Rosell (director argentino) y su trabajo respecto a la comunidad indígena Wichí. A partir de ello, se procurará una reflexión respecto al estado actual de la vinculación Movimientos Sociales – Nuevo Cine Argentino – NTIC.
- La imagen como instancia de colonización y sus virajes actuales
Actualmente, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ofrecen grandes posibilidades para el intercambio y la producción colectiva de información. Esta potencialidad convive con la tendencia hacia la concentración de capitales transnacionales que deriva en la posesión en pocas manos de los principales servicios de telecomunicación y manejo de datos. Considero que este escenario constituye una cuestión política-epistémica, puesto que los medios de comunicación tienen la capacidad de seleccionar, ordenar, generar prácticas, difundir y legitimar algunos conocimientos, al tiempo que ocultan otros.
Seguimos a Christian León[i] en cuanto a su definición de que el ordenamiento es proclive a reproducir la marca de una tele-colonialidad visual compuesta por una red de dispositivos mediáticos transnacionales que posibilitan la explotación colonial de conocimientos, representaciones e imaginarios y que tienen como finalidad la reproducción de las jerarquías de clase, raciales, sexuales, de género, lingüísticas, espirituales y geográficas de la modernidad-colonialidad euro-norteamericana. Lo que subyace, en definitiva, es una forma de control centrada en la visión junto a un interés por conocer la otredad, una pulsión epistemofílica que ansía mirar lo extraño.
Con el éxito de las redes sociales virtuales, capaces de configurar prácticas y valores de sociabilidad, se instala la propulsión a mostrar todo sin barreras, por el simple hecho de mostrar(se). La experiencia además es efímera ante el gran caudal de información al que el usuario es expuesto y se expone, atentando contra la posibilidad de profundizar, de generar un espacio crítico analítico. La pulsión epistemofílica toma otras dimensiones redefiniendo aspectos subjetivos y sociales.
Siguiendo a la socióloga catalana Guiomar Rovira Sancho[ii], el problema se genera cuando en medio de la capacidad frenética de difusión que tienen las redes sociales, las estrategias de comunicación se ven rebasadas por temáticas diversas, por noticias falsas y posteos desde cuentas falsas o con utilización de pseudónimos. Resulta evidente que la política, tanto en el marco de campañas proselitistas como en la actividad de los movimientos sociales, es transformada por estas tendencias de modo tal que un mensaje es un “proyectil” que se lanza y estalla, sin poder prever hasta donde llegará su onda expansiva.
- El cine documental y los movimientos sociales
El cine -en especial el formato documental- ha sido uno de los elementos de control por excelencia, generando un discurso masivo con pretensiones homogeneizantes, instituyendo una mirada sobre la alteridad. Los ejemplos en el cine hollywoodense son abundantes, donde se asume que todo aquello que no coincida con la subjetividad estadounidense idealizada, es inferior o anormal.
No obstante, el cine es lenguaje antes que nada y no exclusivamente un dispositivo de control. Lenguaje que posibilita generar sensibilidad y empatía, incluso aunque paradójico, con la potencialidad de descolocar una epistemología centrada en la visión.
Un antecedente ineludible es la actividad del grupo Ukamao, donde participó el director boliviano Jorge Sanjinés. Hacia fines de los ‘60, el grupo se propuso generar contenidos sobre los pueblos indígenas de Bolivia desde una forma diferente de producción, involucrando en las decisiones a todos los participantes, aplicando estéticas como por ejemplo prescindir de los primeros planos para construir una subjetividad colectiva más acorde a la cosmovisión de la comunidad. Sanjinés, afirma que este viraje en la producción fue necesario para dejar de lado el propósito que tenían como cineastas, de mostrar en pantalla a las comunidades algo que vivían a diario para indagar sobre las razones de esas realidades en conjunto y de manera horizontal con los integrantes de los pueblos indígenas.
En Argentina, a mediados de los 90 surge lo que se denomina Nuevo cine argentino que, aunque no de modo homogéneo, se caracteriza por indagar la realidad contemporánea haciendo foco en los sectores marginalizados por las políticas neoliberales. En ese marco, a partir de 2001, empieza a tomar fuerza el género documental como un medio de contrainformación respecto de la agenda periodística, manteniendo la mirada hacia la alteridad evitando la marca epistemofílica.
El director Ulises Rosell, tuvo a su cargo dos mediometrajes sobre la comunidad wichí Hoktek T’oi (Lapacho Mocho) del noroeste de Argentina, que formaron parte de la serie documental Pueblos Originarios III (2009) producida por “Canal Encuentro” de carácter estatal. En estos casos, Rosell siguió las pautas tradicionales del documental con fines pedagógicos o etnográficos. La puesta en escena denota una preproducción apuntada a crear un relato con pretensión de transparencia, dando prioridad a las denuncias de la comunidad. Las huellas del director, por lo tanto, pretenden ser borradas apuntando a crear una sensación de objetividad.
A raíz de ese primer contacto, surge el largometraje “El etnógrafo” (2012), donde las decisiones estéticas y técnicas toman otro cariz. Accedemos a la intimidad de los participantes en sus casas, en sus reuniones y en sus charlas cotidianas aunque no tengan que ver con los grandes temas que se abordan en el film pero que abonan a la construcción de lazos de empatía y sensibilidad, sin caer en la construcción de la alteridad como extrañamiento, zanjando distancias con la audiencia.
Uno de los protagonistas es John Palmer, un antropólogo inglés radicado hace varios años en la comunidad y actualmente casado una wichí, Tojueia, con quien tiene cinco hijos. Dos temáticas atraviesan transversalmente las acciones: la judicialización de Qa’tú, acusado por mantener relaciones sexuales con su hijastra -menor de edad según la justicia argentina-, situación que según Palmer no representa ninguna afrenta en la cosmovisión wichí. Además, se pone escena la lucha por la posesión de los territorios que habita la comunidad, amenazados por el avance de la extracción de hidrocarburos.
En “El etnógrafo”, la estrategia de la cámara será ubicarse como alguien invisible, técnica conocida como “mosca en la pared”, y en definitiva, la narración se construye intentando reservar lo mayor posible a los protagonistas, adentrando y profundizando aún más que en los capítulos. A través de estas elecciones se obtiene un documental donde la narración es informativa e incluso ideológica pero menos pedagógica, busca la sensibilidad con una selección de recursos estéticos que apuntan a construir un espacio tiempo propio de la comunidad retratada. Claro que esto se logra a través de decisiones del director lo que en deriva a su vez en que sus huellas sean más evidentes sin borrar su subjetividad.
Cabe destacar también, que a pesar de la utilización de música por momentos, lo que predomina es un ritmo marcado por las maneras de hablar pausada de los protagonistas. Con todo esto obtenemos un tiempo que responde, o intenta hacerlo, al tiempo de quienes están siendo retratados, otorgando más realismo.
La cuestión de fondo aquí es la dificultad de relación entre dos cosmovisiones diferentes, que se materializa en la imposición de una a través del sistema jurídico. Para subrayar esta situación, la cámara nos invita a participar de un acto que celebra el 25 de mayo en la escuela donde asisten los niños wichí, allí vemos un cartel publicitario de Nación que dice “Para sentirte 100% argentino” y la participación de los wichí disfrazados de los clásicos personajes de la época (velero, empanadera, señor colonial) lo que supone sumarlos a la visión monocultural de la historia oficial.
En definitiva, se puede trazar una analogía entre Rosell y Palmer, ya que provienen de la cultura occidental y atravesaron el ámbito académico, pero no por ello sus saberes y las técnicas que manejan son dejados -ni pueden serlo- del todo de lado al involucrarse con la comunidad wichí. El lenguaje cinematográfico, aunque pueda ser utilizado con fines de vigilancia y subalternización, también tiene la potencialidad de servir a los intereses de los movimientos sociales.
- Diagnóstico actual a manera de cierre
Poner en el presente de aquellos colectivos que fueron condenados a ser a-históricos o ubicados exclusivamente como parte del pasado de la Nación en las historias oficiales es una cuestión política que, sin agotar el abordaje de las problemáticas, dan la posibilidad de instalarlas en el debate no solo académico sino de la opinión pública (recordemos que son artefactos pensados para los medios masivos de comunicación).
El cine en contraposición con las NTIC puede dar lugar a una mirada crítica en profundidad ya que la expectación de un film pone de frente al espectador con una situación que genera una sensibilidad más duradera que la experiencia efímera de las redes sociales. Esto se ve magnificado todavía más si se conserva la práctica de visionado colectivo de la proyección de una película, algo que en el uso de Internet no es habitual. Sin embargo, queda claro que en vinculación con las NTIC estas manifestaciones ganan posibilidades en cuanto a canales de difusión por los que transitan películas como El etnógrafo, que muchas veces visitan más festivales que salas de cine o instituciones educativas.
Considero que este tipo de cruzamientos, entre lo occidental y lo no occidental, entre las indagaciones estéticas de la cinematografía de largo recorrido y las emergencias de colectivos y subjetividades como movimientos sociales, y en definitiva, la intervención de todas estas experiencias en las redes digitales, renuevan la tensión para evitar que los medios masivos deriven de manera total, hacia dispositivos de control con tenor epistemofílico.
Material Audiovisual de Referencia:
Rosell, U., “Nuestras tierras” (capítulo 11) en Pueblos originarios. III (serie documental), Fortunato Films (Productora). Argentina, 2009. Disponible en: http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8008/101?temporada=3#
Rosell, U., “Hijos de Tokwaj” (capítulo 12) en Pueblos originarios. III (serie documental), Fortunato Films (Productora). Argentina, 2009. Disponible en: http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8008/102?temporada=3#
Rosell, U., “Wichí. Culturas distantes” (capítulo 13) en Pueblos originarios. III (serie documental), Fortunato Films (Productora). Argentina, 2009. Disponible en: http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8008/103#
Rosell, U., El etnógrafo (Película documental), Fortunato Films (productora). Argentina, 2012, Disponible en: https://vimeo.com/wankacine/the-ethnographer (última consulta: 14 de abril de 2019)
[i] Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Magíster en Estudios de la Cultura mención Comunicación por la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB)
[ii] Doctora en Ciencias Sociales, con Especialidad en Comunicación y Política. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, División de Ciencias Sociales y Humanidades