Consejo Editorial Pólemos
Violencia contra la mujer: La lucha contra la opresión y la trascendencia de la esfera privada
La voz por la libertad de las mujeres se alza desde finales del siglo XVII. Olympia de Gouges proclama la Declaración de la Mujer y la Ciudadana en 1791, texto en el cual hace palpable cómo la Declaración del Hombre y del Ciudadano, producto de la Revolución Francesa, no contemplaba siquiera la existencia de las mujeres. “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”[1], inquiere, pasando al pedido de un trato igualitario para hombres y mujeres, a través de sus diecisiete artículos[2].
Casi dos siglos después, Simone de Beauvoir, en 1949, a través de El Segundo Sexo, una de las obras más influyentes en la teoría feminista occidental, plantea una nueva pregunta: «¿Qué es la mujer?» Y constata la respuesta: La mujer es una matriz. “La mujer tiene ovarios, un útero; he ahí condiciones singulares que la encierran en su subjetividad; se dice tranquilamente que piensan en las glándulas.”[3] Un ser subjetivo, inmanente e inmoral, como objeto de deseo carnal, carente de intelecto y de razón, definido por su naturaleza y limitado por ella a no más que labores que la reproducción y el cuidado de los otros. Como justificación histórica se esbozan razones biológicas, consideradas sustento suficiente para definirla por negación ante el referente masculino. “La mujer se determina y se diferencia en relación al hombre, y no éste en relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro”[4] Simone de Beauvoir corre el velo para demostrar cómo esta otredad se sustenta no en la naturaleza de la mujer, sino en un constructo cultural que la ubica como ser inferior y subordinado dentro de una estructura heteronormativa. El orden social ha trazado el panorama de la mujer, construyendo una libertad diferente para ella.
La condición de la mujer se estableció en función a la opresión que, desde la Revolución Francesa, la excluye de la categoría “ciudadanía”, inclusive en tiempos actuales en los que, si bien hace mucho cuenta con dicha condición, sigue inserta y situada en una estructura social, cultural y normativa forjada desde la perspectiva del hombre. Tres siglos después, aún con avances significativos en los marcos normativos alrededor del mundo, las preguntas sobre el ser de las mujeres y sobre si los hombres, o la humanidad, son capaces de ser justos, siguen vigentes, y dolientes. La historia de la mujer, de cada una de las mujeres, de su lucha por la liberación, al día de hoy, se sigue narrando desde ojos injustos a su condición oprimida. Esta narración se mantiene inclusive con sus intentos de visibilizar la violencia de género estructural y simbólica que menoscaba sus posibilidades y proyectos de vida, con la sola perpetuación del discurso hegemónico opresor.
¿Cómo es que este discurso termina decantándose en violencia? Jorge Bruce[5] nos lo plantea a través de tres elementos determinantes: el poder, la dominación y la impunidad. La figura masculina que se aboca a la violencia tiene, en palabras de este autor, una suerte de pulsión tanática en tanto considera que la vejación termina siendo un instrumento de “asesinato simbólico”. Esto opera respecto a la mujer manteniéndola en una condición de incompletitud, de carencia, en la que se cortan los lazos de la misma con el resto de la sociedad a través del ejercicio del dominio.
Vemos cómo la configuración de la violencia es una demostración de poder que no sólo busca reafirmar el concepto del hombre como un individuo superior o de mayor valor, lo cual ha venido perpetuándose a lo largo de los siglos en la historia humana, sino que también termina por introducir en la persona agredida un germen que esparce en ella una desvalorización de sí misma. Esto claramente sólo se puede dar en un escenario como el actual -o al menos en la realidad en la que venimos viviendo desde hace años- en el que existe el tercero de los elementos mencionados por Bruce en su texto: la impunidad. Cuando la violencia tanto física como psicológica se normaliza, es porque la sociedad no estima iguales a los sujetos, pues, caso contrario, no podría permitir tal situación. Siendo así, la víctima podría llegar a la conclusión de que, en su condición de mujer, tiene un valor intrínsecamente menor; ello explica, en parte, por qué en muchos casos se aferra aún más a su agresor.
Es por esta razón que el tema de la violencia de género en el pasado, e inclusive en nuestros días, ha sido un tema apartado de la vida pública. La mayoría de estos supuestos se ejercen en el interior de relaciones de pareja, por lo que la sociedad se ha mostrado siempre renuente a permitir el ingreso de dichos temas al debate público, entendiendo que el lugar para la solución de dichos problemas es la esfera privada. Así pues, esta violencia es censurada cuando sale a la luz[6].
Otra profunda patología en el análisis de la violencia de género que termina favoreciendo a la invisibilización es que la materia no encuentra solidez ni un tratamiento serio por parte de todos los miembros de la sociedad, pues tiende a analizarse sobremanera el actuar de la víctima. Por esto queremos dar a entender que la atención se centra en la mujer, sus características y en cómo ella o bien provocó la agresión o fue cómplice de esta al no hacerle frente. Lo que se logra con este discurso es cargar de culpa a la parte afectada por la violencia, así como retirar del foco de atención al fenómeno en sí mismo.
Esta realidad se evidencia en la participación de los medios de comunicación, actores determinantes en la construcción del discurso sobre la violencia de género en nuestra sociedad. La normalización de la violencia se comunica, atraviesa las pantallas y el papel, y llega irreflexivamente a una audiencia que, finalmente, no cuenta con herramientas suficientes para interiorizar de manera coherente la importancia de luchar en contra de este mal sistémico.
De las redes a las calles…y a los medios: #NiUnaMenos
“Una mujer más sufre por la injusticia del Poder Judicial”[7], fueron las declaraciones de Lady Guillén, tras conocer que la condena que el Poder Judicial imponía a su agresor eran cuatro años de prisión suspendida por haber fracturado partes de su rostro. “Siento miedo, ahora soy yo la prisionera”[8], manifestó Cindy Contreras, ante la decisión del Poder Judicial que condenaba a un año de prisión suspendida al hombre, quien por ese entonces era su pareja, la golpeó, la arrastró por los cabellos, e intentó abusar sexualmente. El impacto de la conjunción de estos hechos encontró en las redes sociales la plataforma para canalizar la indignación. Es así como nace el colectivo #NiUnaMenosPerú en Facebook: se crea un grupo en esta red social en el cual las mujeres expresaban una profunda impotencia ante una justicia que no reconocía la violencia de la cual eran víctimas, que desvalorizaba su voz en tanto testimonio como parte de los procesos penales y que emitía resoluciones que las dejaba no sólo con desazón, sino con temor ante la desprotección.
En un segundo momento, la indignación dio paso a una sucesión de testimonios, expresiones y sentires de cientos de mujeres narrando cómo la violencia física y sexual, y la exclusión sistemática, habían transformado sus vidas; de cómo ello había limitado sus proyectos de vida y de cómo estaban superandolo día a día. Cada experiencia compartida era acogida por miles de mujeres que, como colectivo, empezaron a visualizar un problema estructural: la normalización de la violencia contra la mujer en la sociedad peruana, que invisibiliza las heridas que esta estructura causa no sólo ante las autoridades sino también ante cada uno de los peruanos. La violencia contra la mujer era una realidad y había que gritarlo en las calles. Es así como se convocó a una movilización en todas partes del país para el 13 de agosto. Este momento se configura como el punto inicial del rebote de la existencia de las mujeres como colectivo y del propósito del colectivo en medios de comunicación a nivel nacional. Medios de prensa escrita y televisiva empezaron a dedicar reportajes y notas respecto al movimiento Ni Una Menos, acompañándolos de estadísticas oficiales y pronunciamientos de entidades y ONGs, para informar sobre la magnitud real del problema en el Perú.
En esa línea de ideas, el colectivo nacido en las redes sociales se vio volcado a las calles con un masivo apoyo por parte de la población. Consecuencia lógica de este fenómeno fue la cobertura realizada por los medios de comunicación que, desde unas semanas antes del mismo, así como algunas después, se encargó de evidenciar en múltiples niveles y con mayor ahínco -si desea utilizarse tal término- la problemática de la violencia de género.
Luego de haber pasado ya al menos unos tres meses de ocurrida dicha marcha, podemos ver que a raíz del nacimiento del movimiento y de la antesala propia a la movilización, el número de noticias y reportajes que giraban alrededor de la problemática de género se elevó de forma considerable. Casos a lo largo y ancho del país se pusieron sobre la mesa y las autoridades se pronunciaron respecto a diversas medidas a tomarse para combatir este mal que aqueja a nuestra sociedad desde hace mucho tiempo. Su pico más alto se alcanzó durante las semanas anteriores y posteriores al 13 de agosto, en las que todos los medios de comunicación mostraron de una forma u otra su apoyo a la marcha.
La mayor de dichas fuentes -en el contexto nacional- es, evidentemente, la televisión, la cual tiene un efecto completamente distinto en la población. En palabras de Sartori[9], es un instrumento que -en el caso particular- permite una permutación, un cambio sustancial en la forma en que el ser humano se entiende a sí mismo. Es por ello que la exposición de dichos casos a través de la televisión, entendemos, generó cierto grado de sensibilización respecto al tema; permitió que se volviera un tema de discusión aun cuando -tal como se mencionó en la primera mitad del presente texto- la violencia de género siempre se ha buscado desterrar del espacio público.
El estruendomudo
Sin embargo, como el mismo Sartori[10] mencionaba, este proceso de paideia respecto del humano receptor puede llevarlo a absorber estímulos de toda índole sin permitirle asignar valores adecuados a cada uno de ellos. Proviniendo de la misma fuente, el nuevo hombre podría verse tentado a confrontar ideas contrapuestas que, en lugar de llevarlo a una conclusión nueva, sólo permitan su anulación mutua.
Es por ello que los medios de comunicación, especialmente el televisivo, terminan siendo los primeros en introducir en el imaginario popular valores contrarios a los que busca defender. ¿Qué queremos decir con ello? Que, a pesar de la importancia de resaltar un discurso igualitario y de no violencia, no termina de convencerse a sí mismo del mismo, mostrando a la mujer nuevamente en una posición inferior.
No pueden reconciliarse los dos rostros que los medios televisivos muestran pues, como mencionamos líneas arriba, la mujer busca ser revalorada y el dilema de la violencia en su contra busca ser colocado en el debate nacional; cuando, por otro lado, la imagen femenina es vejada dentro del mismo canal de comunicación. Este es un fenómeno que no es exclusivo a nuestra realidad nacional pues existen estudios[11] que evidencian el rol que cumplen los medios de comunicación masivos en la perpetuación de la violencia doméstica desde diversas aristas.
La programación televisiva nos presenta un doble discurso en el que se condena el ejercer violencia sobre las mujeres, pero no se deja de lado la “objetivización” de la misma, por ejemplo, a través de la publicidad. La denigración de la mujer o la sobresexualización de la misma son elementos comunes en spots publicitarios referidos a diversos productos donde la figura masculina se muestra como la única relevante, y la femenina como una subalterna, accesoria, o, de tener un rol principal, encasillada en supuestos determinados que perpetúan la estructura de dominación: la mujer participa en la publicidad como madre, participa como esposa o de lo contrario se simplifica a la mujer, dejándola casi fusionada con características como la frivolidad, la superficialidad, el materialismo, etc.
Luego tenemos al humor televisivo en el que -particularmente en nuestro contexto- la figura femenina y la “violencia ficticia”, como método de lograr captar la atención del público, generan en el subconsciente colectivo un correlato entre ambas; la televisión muestra que golpear o insultar (no solo a mujeres, sino en un plano incluso más general) es divertido y satisfactorio, que el personaje con estas actitudes es el héroe y quien lo recibe nunca deberá quejarse pues ese es su papel en el mundo. No se agota en ello, pues en los programas humorísticos nacionales -aun cuando los mismos consideran ser inofensivos- la figura femenina es, en la gran mayoría de los casos, retratada como una persona crédula y poco inteligente. Este es un mensaje muy poderoso que pasa desapercibido al venir envuelto en risas, risas que de alguna forma significan aprobación respecto a lo que se está presenciando.
Un segundo aspecto en el cual es necesario centrar el análisis es respecto al tratamiento periodístico de la violencia de género. Si bien el surgimiento del colectivo #NiUnaMenos y la movilización #13A fueron el punto de partida para una mayor visibilización de la violencia contra la mujer en los noticieros, llegando a ser, a la fecha, una cobertura permanente y constante, es necesario que la misma deje de orientarse hacia el sensacionalismo y el morbo. Ello ha ocurrido, por ejemplo, cuando, durante la movilización, los periodistas otorgaban un espacio para que asistentes a la marcha antes referida puedan denunciar actos de violencia. Sin embargo, ello implicaba finalmente someter a las víctimas a un interrogatorio que inquiría por detalles de los abusos perpetrados, sin considerar el ámbito de privacidad de estas mujeres ni del dolor emocional que dicha presión mediática les ocasionaba.
Es así como se produce una inflación de noticias-suceso, esto es, que aumenta el número de noticias relacionadas al tema en los medios de comunicación, mas no se conduce hacia una sensibilización sobre la violencia de género sino más bien a su presentación como un mero espectáculo[12]. En este sentido, mientras más sangrientas sean las imágenes, mientras más desgarradores sean los testimonios, más se alimentará el morbo y más se contribuirá con la indiferencia y la ignorancia respecto al tratamiento de este problema.
Por lo tanto, el discurso debe construirse de manera uniforme, con el objetivo de comprender a la violencia contra la mujer como un problema social, con raíces estructurales; es necesario que las noticias aporten un contexto explicativo más complejo, desde el punto de vista social, histórico y político[13]. En este sentido, la ampliación de la cobertura debe acompañarse con una modificación de los criterios de selección periodística, en camino a una consolidación, en los medios peruanos, de un tratamiento distinto de los temas de género. De esta manera, el acontecimiento clave, en este caso, la movilización #13A, no sólo logra que la difusión mediática posicione el tema dentro de la agenda política y el debate público, sino también añade una nueva dimensión en la forma en la que se hace periodismo: un nuevo enfoque informativo en el cual la violencia pase de ser vista como un espectáculo episódico o como un suceso esporádico y aislado a ser comprendida como un problema social[14].
Este nuevo enfoque debe incorporar una utilización de la data reciente sin incurrir en una presentación de esta violencia como un problema novedoso. Por otro lado, deben tenerse consideraciones respecto a la privacidad de las víctimas y sus familiares y de no reforzar estereotipos y mitos respecto a esta problemática. Con respecto a este último punto, se debe evitar, por ejemplo, relacionar o identificar como causa de la agresión a trastornos mentales.
Por último, es crucial no incidir en la victimización de las mujeres, presentándolas, en los diversos contenidos que se difunden a través de los medios, como seres indefensos, pues ello contribuye a un círculo vicioso que perpetúa su situación de vulnerabilidad[15]. Si bien el empoderamiento no debe pasar por alto un contexto peruano que no se da abasto para garantizar totalmente una protección a la mujer que decide confrontar o alejarse de su agresor, la representación de la mujer como víctima contribuye decisivamente a su autopercepción como sujeto pasivo.
El enfrentamiento de la violencia contra la mujer como flagelo estructural es un acontecimiento reciente, tomando como fecha de inicio la movilización del 13 de agosto y del brote de diversos colectivos feministas y de mujeres en redes sociales. La intermitencia, el estruendomudo, entendido como la discordancia entre los distintos momentos del discurso mediático, entonces, puede ser comprensible en tanto su construcción es incipiente. Sin embargo, es necesario llamar la atención sobre el rol irreflexivo de los medios de comunicación e interpelar a la toma de conciencia de la necesidad de identificar objetivos encaminados a la erradicación de la violencia de género, dejando atrás la búsqueda del espectáculo o la cosificación de la mujer por su comercialidad.
Conclusiones y reflexiones finales
A lo largo del presente texto hemos evidenciado algo que solo podríamos catalogar como un “fenómeno dentro de otro fenómeno”. Muchas personas y los medios tienden a quedarse en el primero de los niveles: evidenciar el problema que nos aqueja pero de forma incompleta y dejando de lado las causas de este mal sistémico. Es responsabilidad de los medios masivos de comunicación el tener un discurso consecuente y homogéneo, pues permitir la ambivalencia entre los mismos contenidos que proporciona destruye todo lo que -entendemos- buenamente intentan contribuir a través de la cobertura permanente de estos casos. Las intenciones pueden resultar ser las correctas pero en tanto se adolezca de falta de uniformidad respecto al mensaje, el mismo nunca calará en la población.
Por otro lado, el espectador tiene una labor importante respecto a la interiorización de la problemática en todos los niveles: en el interior del ámbito familiar, de cara a la educación, en el centro de labores, etc. Se debe comprender que la violencia de género tiene raíces más profundas y más sutiles en nuestras relaciones interpersonales, en el día a día. Que el problema no puede ser tratado únicamente de forma reaccionaria, pues ello termina por ser un “interés paliativo”, centrado unicamente en lo que a, estas alturas, debemos aprender a reconocer como síntomas de un conflicto mucho mayor.
Una vez alcanzado este grado de introspección, la sociedad civil podrá ver más allá de los elementos superficiales de la violencia de género y, a su vez, entender las carencias de la información que se les provee. Solo de esa forma los medios se verán requeridos a modificar su contenido, a proveer las herramientas suficientes para encaminar el diálogo. Así, la problemática pasará de enfocarse de la sola atención a la violencia física a todos los distintos escenarios de desigualdad en los que nos encontramos inmersos.
Desde el Portal Pólemos, invitamos a la comunidad a la reflexión respecto de los espacios que se le otorgan actualmente a las discusiones relacionadas con no solo con la violencia contra la mujer, sino respecto a problemáticas relacionadas a temas de género (discriminación de la mujer en la esfera laboral, reconocimiento de derechos a la población LGTBIQ+, situación de la mujer indígena y campesina, entre otros). El no ver la necesidad de educar a la sociedad -particularmente a los menores en formación- en un desarrollo igualitario y justo es unicamente invisibilizar la raíz de los problemas; es soportar innecesariamente el flagelo de un mal que, antes que nada, debemos identificar y reconocer, si deseamos ir hacia adelante, paso a paso.