Augusto Thornberry Naggy
Cónsul General del Consulado General del Perú en Hartford, EE.UU.
En la sesión del 29 de septiembre de 1988, al ser informado del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a las Operaciones de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas, el Presidente de la Asamblea General de la ONU en ese período, Dante Caputo, Canciller de Argentina, declaró: “Celebramos, entonces, con alegría esta importante distinción e interpretamos el Premio Nobel de la Paz 1988, creo que con justicia, como un tributo a las Naciones Unidas, a sus ideales, propósitos y principios, y -quiero decir también – a su Secretario General, Don Javier Pérez de Cuéllar, cuyos inteligentes y dedicados esfuerzos han representado sin lugar a dudas un elemento esencial, vital, para la creación de este nuevo contexto internacional del cual somos todos testigos”.
Es cierto que Javier Pérez de Cuéllar hubiera merecido recibir ese premio, ya que ninguna persona como él ha luchado tanto por la paz internacional por medios pacíficos y diplomáticos, ya sea interponiendo sus buenos oficios o actuando como conciliador o como mediador, mucho más allá de las funciones que la Carta de las Naciones Unidas atribuye al Secretario General.
Durante el decenio que estuvo al frente del más importante organismo internacional, le cupo mediar en más casos que a cualquier otra persona, desde la independencia de Namibia hasta la paz en Centroamérica, pasando por numerosos casos de secuestro en el Medio Oriente, entre otros muchos, resueltos exitosamente. Casos como el de las islas Malvinas o el del Sáhara Occidental nunca estuvieron tan cerca de ser objeto de una verdadera negociación diplomática entre sus protagonistas, con el Secretario General de la ONU como mediador.
El “nuevo contexto internacional” al que hizo referencia el Presidente de la Asamblea General tenía que ver con dos logros particularmente notables ocurridos ese año 1988: el retiro de las tropas soviéticas que habían invadido Afganistán en 1979, y el fin de la Guerra Irán-Iraq, también iniciada en 1979. En ambos casos todos los protagonistas requirieron la participación de Pérez de Cuéllar en las negociaciones que pusieron fin a esos conflictos, a fin de alcanzar una paz duradera en condiciones justas, de modo que todos pudieran salvar la cara. El caso más notable fue el de Irán, porque la ONU se había negado a condenar a Iraq por el uso de armas químicas contra la población iraní –o a siquiera reconocer el hecho-, con lo cual Ia ONU perdió toda credibilidad para ese país; pero no así la persona del Secretario General de esa época, como lo acreditan los hechos históricos que acabamos de mencionar.
También se refería el Presidente de la Asamblea al hecho de que el clima de conflicto entre las superpotencias parecía haberse relajado sensiblemente; y eso hizo posible que el Consejo de Seguridad de la ONU pudiera tomar decisiones. La aprobación de operaciones de mantenimiento de la paz requería decisiones del Consejo de Seguridad, pero en muchos casos alguno de los cinco miembros permanentes hacía uso de su derecho de veto. La Guerra Fría fue empeorando en las décadas de 1960 y 1970 y llevó a una virtual parálisis de la ONU a comienzos de los años 1980.
Pero en 1988, como lo afirmaba el Presidente Caputo, la situación era mucho más auspiciosa y, por lo tanto, el rol de la ONU y de sus operaciones de mantenimiento de la paz cobraba mayor relevancia. Con el cambio de gobierno en EEUU –terminó su mandato Ronald Reagan, empezó el de George Bush padre- las relaciones entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad continuaron mejorando. En 1991, el Consejo de Seguridad aprobó la intervención contra Iraq por su invasión a Kuwait, en lo que se ha denominado posteriormente la Primera Guerra del Golfo. Ese tipo de intervención, con la anuencia de los miembros permanentes del Consejo era un hecho inusitado, y muchos lo consideraron el inicio de un nuevo orden internacional.
Lamentablemente, la Historia no ha ratificado esos buenos auspicios. En el discurso de aceptación del Premio Nobel para las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, Pérez de Cuéllar decía que nunca habíamos estado tan cerca de alcanzar los sueños de la Carta de la ONU de 1945. Pero al mismo tiempo advertía que nuevas amenazas se cernían sobre la humanidad, amenazas que por primera vez tenían carácter global, y que por lo tanto solo podían ser neutralizadas mediante el esfuerzo mancomunado de todos, mediante nuevas políticas de cooperación también de naturaleza global.
Las Operaciones de Mantenimiento de Paz se han continuado proliferando. Desde su creación en 1948 hasta el momento de recibir el Premio Nobel en 1988, hubo 16 operaciones de ese tipo; este año 2016, hay 16 operaciones en curso. Hay tantas operaciones de mantenimiento de la paz en el presente ao como las que hubo durante los primeros 40 años de existencia de la ONU. Un millón de personas han participado en las 71 Operaciones llevadas a cabo desde su creación, 3,400 murieron en el cumplimiento de su misión, 128 de ellas en el 2015.
En algunos casos, ha habido una cierta evolución. La Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), por ejemplo, empezó en el 2004 debido a enfrentamientos de carácter político durante la época del Presidente Aristide, pero debido al terremoto que destruyó el país en el 2010, se ha venido renovando cada año. Hace mucho que cesó el conflicto interno, pero el país quedó sin instituciones, incluida la Policía, y la MINUSTAH ha cumplido principalmente el mandato de asegurar el orden interno y trabajar con el PNUD para normalizar la situación en el país.
Casos como éste han llevado a muchos miembros de la ONU a formar una corriente que promueve la proliferación de Misiones Políticas Especiales en lugar de las Operaciones de Mantenimiento de Paz. Hay una diferencia en el financiamiento –estas últimas se financian con las cuotas ordinarias de todos los miembros, las Misiones Políticas Especiales son sufragadas por los que participan en ellas– lo que puede ser la principal motivación para algunos, pero también hay un reconocimiento de la necesidad de un nuevo rol para la ONU en países que se encuentran en una crisis política e institucional y no en un conflicto armado.
En la actualidad, el Perú aporta 394 efectivos a las Misiones de Mantenimiento de la Paz, la mayoría de ellos en la MINUSCA, en la República Centroafricana (213 personas) y en la MINUSTAH (162 personas). Estas cifras reflejan, por un lado, una disminución de los efectivos en Haití, debido a la decisión de la ONU de reducir gradualmente la misión en ese país –el remanente se integró al contingente de Uruguay- y el inicio de una nueva misión en República Centroafricana, consistente en la construcción de aeropuertos, para lo cual se envió un batallón de ingeniería y el personal encargado de darle seguridad. Los demás efectivos peruanos se reparten entre la MONUSCO, UNAMID, UNISFA, UNMISS y UNOCI.
Como se puede ver, las operaciones de mantenimiento de la paz han seguido desarrollándose como un mecanismo de ayuda de la ONU a países que atraviesan por conflictos internos o externos. Sin duda es éste un factor positivo, por el que hay que felicitar a los países que toman las decisiones en esta materia, a los que aportan contingentes y a los que hacen posible su financiamiento.
Sin embargo, la total inoperancia que muestra actualmente el Consejo de Seguridad para enfrentar problemas como el que se vive actualmente en Siria o Iraq, así como las secuelas humanitarias de éstos y su impacto en posiciones ultranacionalistas y populistas, racistas o xenófobas, nos recuerdan las peores épocas de la Guerra Fría (y anteriores) y la advertencia de Pérez de Cuéllar de que el mundo actual exige una cooperación indesmayable y global, incluso renunciando a supuestos y estrechos intereses nacionales. De lo contrario, nosotros y las generaciones futuras seremos víctimas de epidemias como la del Ébola o el Zika, o del terrorismo global, el crimen organizado y los cataclismos producidos por el cambio climático.