Inicio Actualidad “Ante la Ley”: Una reflexión sobre la ley, la vulnerabilidad y la condición social.

“Ante la Ley”: Una reflexión sobre la ley, la vulnerabilidad y la condición social.

por PÓLEMOS
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Pavel Flores Flores[1]

Abogado con maestrías en Docencia Universitaria (USMP) y en Derecho de Consumo y Economía (UCLM). Especializado en Derecho Administrativo (PUCP) y Protección al Consumidor (Universidad de Salamanca). Miembro del Centro de Estudios de Derecho Administrativo y de Políticas de Protección al Consumidor. Docente en la USMP y en la Universidad Privada del Norte


Considero que, para un mejor contexto, se hace necesario mostrar la narración del cuento “Ante la Ley”, tal como se cita a continuación:

Ante las puertas de la ley hay un guardián.

Un campesino se llega hasta este guardián y le pide le permita entrar en la ley, pero el guardián le dice que por ahora no se lo puede permitir.

El hombre reflexiona y entonces pregunta si podría entrar después.

– Es posible – dice el guardián -; pero no ahora.

La puerta de entrada a la ley está abierta como siempre. El guardián se hace a un lado. El hombre se agacha para mirar hacia adentro. Cuando el guardián lo advierte se ríe y dice: – Si tanto te atrae intenta entrar a pesar de mi prohibición. Soy poderoso, y soy solamente el último de los guardianes, pero ante la puerta de cada una de las sucesivas salas hay guardianes siempre más poderosos; yo mismo no puedo soportar la vista del tercer guardián.

El campesino no había previsto semejantes dificultades; pensaba que la ley debía ser siempre asequible para todos; pero al contemplar ahora más detenidamente al guardián, enfundado en su abrigo de pieles, su enorme nariz respingada, su barba tártara, rala, larga y negra, opta por esperar hasta que se le otorgue el permiso para entrar.

El guardián le da un banquito y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí el hombre se queda sentado días y años. Se esfuerza de distintas maneras en conseguir que se lo deje entrar y fatiga con sus súplicas al guardián; éste le hace a veces pequeños interrogatorios; le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes como las que suelen hacer los grandes señores, y al final siempre le dice que todavía no lo puede dejar entrar. El hombre, que se ha venido bien pertrechado para el viaje, lo emplea todo, por más valioso que sea, en sus intentos de sobornar al guardián. Éste acepta todo, es verdad, pero diciéndole siempre: – Lo acepto solamente para que no pienses haber omitido algún esfuerzo.

Durante los muchos años que fueron pasando, el hombre estuvo mirando casi ininterrumpidamente al guardián. Se olvidó de los otros guardianes, y éste le parecía el único obstáculo para entrar en la ley. Maldice la mala suerte, los primeros años en forma desconsiderada y voz alta; después, a medida que va envejeciendo, sólo emite unos leves murmullos. Cae en infantilismo, y como en la atención que durante años ha dedicado al guardián ha llegado a distinguir hasta los piojos que tiene en su cuello de piel, también pide a los piojos que lo ayuden y persuadan al guardián. Finalmente empieza a perder la vista y no sabe si realmente se está poniendo más oscuro a su alrededor o es solamente que sus ojos lo engañan. Pero ahora distingue por cierto un resplandor que, inextinguible, sale por la puerta de la ley. Cercana ya su muerte, reúne mentalmente todas las experiencias que ha recogido durante todo este tiempo en una pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián; le hace señas de que se acerque ya que no puede enderezar más su cuerpo que se está paralizando. El guardián tiene que agacharse mucho ante él, ya que la diferencia de sus estaturas se ha pronunciado mucho en desmedro del hombre.

– ¿Qué más quieres saber todavía? – pregunta el guardián -. Eres insaciable.

-Todos tienden a la ley – dijo el hombre -, ¿Cómo es que durante tantos años nadie excepto yo ha pedido que se lo deje entrar?

El guardián se da cuenta de que el fin del hombre está cerca, y, para hacerse entender por esos oídos que ya casi no funcionan, se le acerca y le ruge: – A nadie se le habría permitido el acceso por aquí, porque esta entrada estaba destinada exclusivamente para ti. Ahora voy y la cierro

La Ley es la norma, la representación objetiva del derecho, y este “es un punto de vista sobre la justicia” (Legaz y Lacambra, 1951, p.33); la ley es universal, el dictamen de una sociedad, de un Estado que se precie de serlo y que merezca obediencia política; se habla de la legitimidad, la existencia de un modelo democrático adecuado, o lo que es lo mismo, dónde la ley valga la pena ser cumplida.

El guardián es el Estado – aunque el concepto es muy amplio-, ha dado la ley, la promueve, la hace prevalecer, la aplica y la ejecuta; protege la legalidad -porque está llamado a hacerlo-, ¿qué razón tendrían los procesos y procedimientos preestablecidos para esto?; la legalidad se impone, se cree, se vive, ¿pero funciona con un gobierno corrupto o un pueblo ignorante?, cuestión democrática que refleja una falencia palpable de la práctica legal.

El campesino es el ciudadano, forma parte de la población, a quien se dirige la ley, asumirá las consecuencias de su interpretación y aplicación -por eso es importante identificar el rol del juez o legislador más allá de la propia ley-, solo la norma jurídica tiene una sanción institucionalizada y coactiva (Atienza, 2024); también, el rol del campesino está asociado a la precariedad, al desconocimiento -y hasta temor- de la ley y sus efectos, después de todo, el derecho no se subordinará al poder de turno o la clase dominante -al menos se cree en ello-, tenores antagónicos al campesinado, “¡campesino caído con tu verde follaje por el hombre (…) también con tu palabra atada a un palo y tu cielo arrendado (…)”(Vallejo, 2019, p.346); así, solicita la entrada, la requiere -nunca la exige- en su condición sabe que la “ley es de todos” y él es parte de todos.

La respuesta “es posible” “pero no ahora”, difusa, ofrece esperanza en el tiempo, pero posibilidad no es probabilidad, así como, azar no es razón; el plazo transcurre y no se llega a la ley, no se llega a la justicia -común discurso-, basta observar los procesos judiciales, ¿la espera por una sentencia justa es la espera por el acceso a la ley?, pero “la puerta de la Ley siempre está abierta”, es general, se escribe en fácil, en sencillo – ¿realmente el más profano la entendería?-, es la expresión del pueblo –“vox populi, vox Dei”-; cuando pensó que “la ley debería ser accesible para todos en todo momento” sigue una lógica común, es la propia paradoja de la narración, más aún si se piensa que la ley se dirige a los más vulnerables y termina por favorecer otros intereses.

Aún ello, el guardián presume de su poder, el mismo que dentro de un escalafón, es el menor. La jerarquía gubernamental no le favorece, sólo reluce su dominio afuera de la ley, y con ello basta, deja en claro que la burocracia interna es progresivamente draconiana, densa, “más adentro”, más burocracia, más poder del Estado, más discrecionalidad y la tentación de la arbitrariedad, entonces, no existe el derecho ni derechos.

«Si estás tan tentado, intenta entrar a pesar de mi prohibición”, proposición que el campesino -pese a su curiosidad, y quien sabe, necesidad- no atiende, por el simple hecho que no se atreve, no rompe su contexto, su esencia, no está hecho para afrontar al sistema, está hecho para obedecerlo; la invitación para “romper la ley”, se justifica en la demora de los procesos, de los resultados o por intereses alternos que ni el guardián ni el campesino conocen, da igual, no sucede.

El campesino, realmente se muestra -en principio- confundido y hasta intimidado con el guardián -y más aún cuando es consciente de la existencia de otros, y peores-, “su abrigo de piel, su gran nariz puntiaguda, su larga y fina barba negra de tártaro”, tal descripción podría encajar en un comerciante adinerado de principio del siglo XX, pero al mismo tiempo, son la representación del lenguaje jurídico, difícil de comprender, técnico, angustioso, que genera una brecha entre la ley y su difusión y conocimiento, el guardián se transforma en la propia semántica, “todavía hoy existen ‘guardianes’ que impiden a las personas acceder a la ley, y uno de ellos es el lenguaje difícil de entender” (Arenas, 2021, p.54), viles términos “científicos” que leemos en una sentencia o resolución.

Y ante la decisión de replegarse, pacientemente, “opta por esperar hasta que se otorgue permiso”, espera días y años, ¿cuánto dura un proceso judicial o un procedimiento administrativo?; hizo muchos intentos por entrar, incluso pretendió sobornar –“ lo emplea todo, por más valioso que sea”- y hasta le “suplica al guardián”, este último acepta sus obsequios, ofrendas y detalles, pero es impasible, no hay posibilidad que entre, siempre se puede presentar un escrito, pero nunca se obtiene una respuesta, o mejor, la respuesta que se urge.

Curioso que el campesino conozca los piojos del cuello del guardián, y que pida su ayuda, que persuadan a su favor, palpable analogía a las personas que rodean -o pululan- alrededor de los que ejercen el poder, y que aún ello, siguen siendo pulgas que pretenden aprovecharse de cada situación que se les presente; conoce tanto de cómo llegar a estos, de qué hacer, de cuán complejo es el sistema, tal es el detalle, pero nunca es suficiente, nunca tiene la condición necesaria, y ello es impactante, porque en algún momento, “empieza a perder la vista y no sabe si realmente se está poniendo más oscuro a su alrededor o es solamente que sus ojos lo engañan”, la oscuridad lo aleja de la nitidez, claridad y luminosidad de la ley, pero ya no es está la que no es accesible, sino su propia condición -y siempre lo fue-, ya no se trata si puede o no pretender justicia, simplemente ya no hay justicia, la causa ha perdido interés, esperanza, no hay nada más que aprender y ni que hacer, “la justicia tarda pero llega” y a su vez, “la justicia que tarda no es justicia”, se vislumbra la paradoja una vez más.

Hasta aquí, existe una diametral distancia entre el guardián y el campesino, este último ya no puede erguirse, está paralizado, el primero tiene que “agacharse mucho ante él, ya que la diferencia de sus estaturas se ha pronunciado mucho en desmedro del hombre”; para el guardián no ha pasado el tiempo, su poder sostiene su infinitud, su representación se hace ilimitada, su rol en la historia convierte su figura alegórica en un personaje, hecho para quien esté dispuesto a comportarse como tal, ¿acaso no es el síntoma proliferante de los servidores y funcionarios públicos?.

La diferencia de estatura, parece marcar la regla entre aquel vulnerable que acude a la ley, y por su propia condición, le es inaccesible. No se entiende como el aparato gubernamental -destinado a la defensa del débil- se reproduce en formas cada vez más sofisticadas, crece, y se extiende a tal punto de alejarse de quien más lo necesita; ese poder pleno -¿absoluto?-, resulta distante, “la voz” ya no se escucha, pero el poder permanece, se solidifica, se afianza, porque “se le acerca y le ruge” –bramido producido sólo por las grandes fieras-, que al igual que el gobierno, no estarían dispuestas a cuidar de un cérvido inocente, sino todo lo contrario; y como se sabe “aquello que no se legisla explícita y taxativamente a favor del débil, queda legislado implícitamente a favor del poderoso” (Scalabrini, 1985, p.77), aunque ni siquiera esta premisa, se sostiene en la descripción del relato, después de todo, ¿existe la ley, no?

No hay ley o no hay posibilidad de entrar en ella, el destino de su condición, de la carencia, de la ignorancia, que “es entonces el origen de todos los males” (Mendoza, 2005, p. 62)-a sentir platónico- es la frustración, la ley que se aplica desaplicándose o la ley que te mantiene siempre al margen, sin oportunidades; la cultura de la informalidad, y por supuesto, la ilegalidad, que se transforma en inmoralidad. No hay forma ni ley, sin contornos claros, sin predictibilidad, sin un Estado que te muestre el horizonte.

La ley se vigila sin vigilarse, vigilada por un guardián que no vigila nada, pero que vigila, por eso “esta entrada estaba destinada exclusivamente para ti. Ahora voy y la cierro”, y -por última vez, quien sabe- se hace presente la paradoja.


Fuentes de información:

Arenas, G. (2021). Lenguaje claro. Movimiento internacional y el proyecto latinoamericano en Perafán, B. (2021). Por el derecho a comprender lenguaje claro. Ediciones Uniandes. (53-90).

Atienza, M. (2024). Introducción al Derecho. Editorial Zela.

Kafka, F. (2016). Relatos completos. Editorial Losada.

Legaz y Lacambra, L. (1951). El Estado de derecho. Revista de Administración Pública, (6). 13-34.

Mendoza, R. (2005). El sentido del mal en Platón. La Colmena, (48), 57-64.

Scalabrini, R. (1985). Cuatro verdades sobre nuestra crisis. Editorial Nuestro tiempo.

Vallejo, C. (2019). Poemas. Red Ediciones.


  1. Abogado y magíster en Docencia Universitaria por la Universidad de San Martín de Porres. Máster en Derecho de Consumo y Economía por la Universidad Castilla de la Mancha. Estudios de especialización en Derecho Administrativo por la Pontificia Universidad Católica del Perú) y Protección al Consumidor por la Universidad de Salamanca. Miembro del Centro de Estudios de Derecho Administrativo y de Políticas de Protección al Consumidor. Docente de la Universidad de San Martín de Porres y la Universidad Privada del Norte.

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