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Los gritos del Holocausto: Un nuevo sentido del recuerdo

por PÓLEMOS
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Consejo Editorial Pólemos


 

El silencio es el verdadero crimen de la humanidad (…) ¿Y los gritos? Hoy me pregunto, los gritos ¿a dónde van? No pueden, no deben perderse. No es posible que se pierdan, no pueden deshacerse en la nada, no pueden morir en la nada, morir para nada, para algo se han creado, para algo se han gritado. El grito no muere, no puede morir. No muere. Nosotros sí morimos, cada amanecer, en cada tren que llega. Pero nuestros gritos no. El grito no.[1]

Los episodios históricos son parte del proceso y construcción –a veces arbitrario– de los horizontes de sentido, a su vez, plantean la necesidad contemporánea de su propia deconstrucción. Este escenario que, a primera vista, aparece como contradictorio encuentra justificación en tanto se comprenda a la labor deconstructiva como una destinada al análisis del discurso y en  el que la pregunta del “por qué” encierra más variables que la simple conexión causal. Implica ubicarnos vivencialmente en el contexto y desentrañarlo.[2]

Desde esta posición vital, preguntarnos sobre el episodio del Holocausto reviste otro matiz que escapa del mero análisis histórico. A partir de una postura amplia hacia la pregunta fundamental, se han ensayado diversas formas de exponer los acontecimientos, enseñar las lecciones, estudiar las motivaciones y, sobre todo, explicitar la justificación de su recuerdo. 

A pesar de plantear esta re-versión del “por qué”, es conveniente acercarnos, por el momento a la plena descripción. Prorrogamos así el de qué hablamos cuando hablamos del Holocausto tanto como el qué significa el Holocausto y por qué es necesario recordarlo para precisar, el panorama inicial.

Los gritos como descripción

Luego de la asunción de Hitler como Canciller en 1933, y estando Alemania sumergida en una crisis económica y política, éste realiza una serie de ardides  para anular la democracia alemana y que convergieron para otorgar a Hitler la investidura de dictador. A partir de ese año también se pone en práctica su ideología racial, colocando a los judíos y a los gitanos romaníes como una seria amenaza biológica a la pureza de la raza aria.

Asimismo, se produjo una serie de propaganda que promovía la idea por la cual ellos eran los culpables de la depresión económica del país así como la derrota del mismo en la Primera Guerra Mundial.[3]

En suma de cuentas, los judíos fueron obligados a dejar las universidades, la vida económica y pública. Dos años después, con las Leyes de Nuremberg y con nuevas disposiciones antisemitas, sus bienes fueron confiscados. Hacia 1936, tanto grupos religiosos, judíos y homosexuales fueron perseguidos sistemáticamente y confinados en prisiones especializadas.

Luego de la invasión alemana a Polonia y el inicio de la segunda guerra mundial, en ciudades bajo la ocupación nazi, los judíos fueron confinados en condiciones deplorables donde el hambre, el hacinamiento, el frío y las enfermedades contagiosas mataron a miles de personas.

Durante 1942 se inicia el proyecto denominado “La Solución Final”. Seis ubicaciones fueron destinadas al exterminio por medio de las cámaras de gas, fusilamientos y trato inhumano que devino en muerte.

Tal y como señala el documento elaborado por el United States Holocaust Memorial Museum:

Los métodos de asesinato eran similares en los centros de matanza operados por las SS. Las víctimas judías llegaban en vagones de carga de tren y trenes de pasajeros, la mayoría proveniente de ghettos y campos en la Polonia ocupada, pero también de casi todos los países de Europa occidental y oriental. Al llegar se separaba a los hombres de las mujeres y los niños. Se obligaba a los prisioneros a desvestirse y a entregar todos sus objetos de valor y se les metía desnudos en las cámaras de gas que estaban camufladas de duchas y se les asfixiaba con monóxido de carbono o Zyklon B (una forma de ácido prúsico cristalino que también se usaba como insecticida en algunos campos). La minoría seleccionada para realizar trabajos forzados, pasaba una cuarentena y quedaba vulnerable a la malnutrición, exposición a los agentes externos, epidemias, experimentos médicos y brutalidad. Muchos murieron como consecuencia de todo esto.[4]

Culminada la guerra y consolidada la victoria de los aliados, habiendo concluido los juicios de Nüremberg, castigado a los culpables y reconfigurado el orden político mundial, la pregunta que nos convoca es la misma que nos planteamos en el inicio de este texto.

El Holocausto: Un laberinto de espejos.

 En suma, y en atención a los hechos trágicos relatados, debemos renfocar y construir una pregunta que nos permita trascender la mera descripción e inaugure un nuevo destino y sentido del “por qué”. Entonces, preparar el escenario para articular, en un discurso coherente e integrado, algún pronunciamiento sobre el, ahora, fenómeno -y no más episodio- del Holocausto con total intensidad.

En esta línea de ideas ¿qué justifica que en una de las luminarias de la civilización europea, que la responsable de la Constitución de Weimar donde se plasman gigantescas conquistas de derechos sociales, que la cuna de los más grandes intelectuales de su tiempo haya sido trastocada, en un margen de tiempo relativamente corto, por uno de los capítulos más deleznables en nuestra historia reciente?

Una de las respuestas que se han planteado es la noción del discurso de odio relacionada con el genocidio. La deformación del Zeigeist[5] por motivos económicos, políticos y raciales a los que subyace una manifestación compuesta por «cualquier forma de expresión que propague, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo y otras formas de odio basadas en la intolerancia, incluyendo la intolerancia manifestada mediante un nacionalismo y etnocentrismo agresivos, la discriminación y hostilidad contra las minorías, los inmigrantes y las personas de origen inmigrante».[6]

A este nivel, los instrumentos internacionales parecen haber encontrado mecanismos específicos para combatir la detección y propia eclosión del genocidio: la prohibición de los discursos de odio. No obstante, y en otro estrato, se ubica un escenario materialmente disímil, uno signado por la decepción, que inspira y recuerda el lado más perverso del ser humano, que inunda de miedo y desesperanza a un mundo enquistado en el paradigma de la humanización pero que, al parecer, no ha terminado de desplegar efectos concretos en la expresión de un mundo que trata de encontrar una respuesta y soluciones que se enmarquen en una pregunta global dotada de sentido. El Derecho, de pie, se agota y muere ante la perversidad si no incluye una reconversión desde el propio cuestionamiento, y de lo que el cuestionamiento está llamado a incluir. Porque el Holocausto, en esta visión del Derecho, no terminó en los 50’s. Porque el Holocausto entendido como lección, no enseña nada más que datos históricos.

Se precisa, a partir de los horrores de las guerras mundiales, la ubicación crítica y contextual de un mundo que pretenda impedir nuestra autodestrucción: Todas las guerras comienzan en los corazones de los hombres.[7]

Esta afirmación del Derecho convaleciente, también supone un Derecho previo pero, en esta ocasión, cómplice dentro de la maquinaria nazi.[8] El diagnóstico general, como anticipamos en un inicio, responde a la necesidad de entender al fenómeno jurídico como un complejo cultural articulado. Allí, durante las atrocidades del Holocausto. Aquí, en las disposiciones internacionales que no integran una posición cultural y vivencial del mundo. Entonces, los discursos de odio y posteriores genocidios se siguen perpetrando hoy, probablemente también mientras este texto es publicado.

Adolf Eichmann, responsable directo de “La Solución Final”, durante su juicio en Jerusalén, aseguró que cumplía con su deber y añadió vivir en consonancia con los preceptos morales kantianos, es decir que el principio de su voluntad debe ser tal que de éste deriven los principios generales. Esta declaración es especialmente sintomática cuando se cae en la cuenta de que afirmar tal cosa implica una reformulación del propio imperativo categórico: “Compórtate de tal manera que si el Führer te vea, aprobara tus actos”.[9] La instrumentalización no se limita al Derecho sino a los mismos fundamentos filosóficos.

Hoy, ante los nuevos y latentes peligros de exterminio, ante las nuevas manifestaciones de odio, frente a la creación de mejoradas técnicas de destrucción masiva como parte de la “política” de ciertos Estados, viéndonos en confrontación a un horizonte desarticulado y en donde las lecciones han perdido su valor preventivo, la pregunta por el sentido se hace todavía más honda y urgente. La pregunta descriptiva y superflua tiene el alcance de un asesino perdido en un laberinto de espejos. Se trata de la misma figura -deformada y variante, sí- pero con las mismas alarmantes intenciones de seguir proyectándose hacia un mundo que se pretende humanizado y humanizante. La tarea es múltiple y nada sencilla. Romper los espejos. Cerrar el laberinto. Aperturar un camino. Los gritos del Holocausto no son simple vociferación. Significan -en toda la expresión del término- una constante sonoridad que acompañe el silencio definitivo del exterminio.


[1] ROSENCOF, Mauricio. (2000). «Holocausto Nazi» en El Aleph.

[2] Le Monde, martes 12 de octubre 2004. En el curso de una entrevista inédita del 30 de junio de 1992, Jacques Derrida otorgó una respuesta oral en la que ensaya la noción deconstructiva.

[3] Véase: Historia del Holocausto p. 2

http://www.ushmm.org/m/pdfs/20020927-historyofholocaustspanish.pdf

[4] Ibid. p.6

[5] Entiéndase, el discurso de un tiempo y, eventualmente, de un pueblo.

[6]  Recomendación n.º 97 (20) adoptada por el Comité de Ministros el 30 de octubre de 1997

[7] WIESEL, Elie. Odio y Humanidad. Documento de Debate #6. Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas.

[8] Véase: http://www.un.org/es/holocaustremembrance/docs/paper13.shtml

[9] ARENDT, Hannah. (1967): Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Traducción de Carlos Ribalta. Barcelona: Lumen, 2003

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