Bettina Valdez Carrasco
Abogada, Magistra en Estudios de Género y Gerencia Social. Pontificia Universidad Católica del Perú.
Todos los meses de febrero, desde hace algunos años, la ciudad se decora de corazones y rosas rojas, de mensajes de amor y de amistad. Se ofertan flores, cenas románticas, noches de pasión en hoteles de lujo. Pero, me pregunto, qué significa todo lo que vemos, es sólo una campaña publicitaria, son sólo negociantes con intereses lucrativos, somos sólo consumidores/as que se dejan convencer por la moda. Pienso, sobre todo, en marzo, que se conmemora el Día internacional de la Mujer, y en noviembre, por el Día Internacional de la eliminación de la violencia a la mujer, y me pregunto qué tan responsables somos, directa o indirectamente, de la reproducción social del amor romántico y cuáles son sus consecuencias.
El amor es una construcción cultural e histórica, eso significa que se comprende y se vive de manera diferente en cada espacio geográfico temporal. El amor se relaciona con el poder, eso quiere decir según Lagarde que “la experiencia amorosa es también una experiencia política. Porque el amor reproduce formas de poder. Y porque el amor es también un espacio para la liberación y la emancipación políticas”[1]. En otras palabras, se perpetúan desigualdades en el nombre del amor, y a su vez se gestan luchas personales para la construcción de relaciones igualitarias.
A través del proceso de socialización diferenciado entre hombres y mujeres vamos aprendiendo desde nuestra infancia lo que significa el amor, de quién debemos enamorarnos, cómo debe ser el proceso de enamoramiento y la relación de pareja, cómo debemos comportarnos en una relación de pareja, qué debemos esperar de una pareja, entre otros aspectos. El problema es que desde la lógica del amor romántico se fomentan roles desiguales para hombres y mujeres. Es así que la mujer aprende desde niña su deber de sacrificar su vida por los demás, ser buena madre, buena esposa, y además, atractiva sexualmente hablando. A los niños les enseñan a ser más independientes, a pensar más en su desarrollo laboral o profesional que a la relación de pareja[2].
Los juguetes, los cuentos infantiles, los 14 de febrero tradicionales, refuerzan los mitos del amor romántico como el mito de la media naranja, es decir, la pareja que complementa tu vida. El mito del emparejamiento heterosexual como forma natural de relacionamiento. El mito del amor eterno, que justifica la permanencia de la pareja a pesar de los problemas. El mito del matrimonio o de la convivencia, en tanto, la pareja debe mantener una relación estable y formar un hogar[3]. El problema de reproducir el amor romántico es que se imponen mensajes de sumisión y de dominación, y se deja abierta la posibilidad de justificar los celos, el control, las agresiones en el nombre del amor.
Por ejemplo, si vamos a cualquier tienda de juguetes observaremos los colores predominantes, el rosado y azul, y la venta de cocinas, bebés, set de maquillajes para las niñas, y para los niños, carritos, superhéroes, armas, entre otros. Si bien podemos encontrar algún juguete creativo y educativo que rompe los estereotipos de género, son tan pocos que no podemos decir que exista una revolución en la fabricación y venta de juguetes. Sucede lo mismo con los cuentos infantiles. Aunque, podemos apreciar que se proyectan casi en paralelo películas basadas en cuentos con mensajes tradicionales como La Cenicienta o La Bella y la Bestia y otras películas más progresistas como Frozen o Valiente.
Es decir, conviven paralelamente dos mensajes diferentes y contradictorios. Como dice Lagarde[4], si bien las épocas han cambiado y las mujeres tiene más oportunidades educativas, laborales, muchas viven una “esquizofrenia vital”, producto del antagonismo entre autonomía en lo laboral o profesional y a la vez la obligatoriedad de los roles domésticos, que no puede dejar de asumir.
Por todo ello, considero que un buen punto de partida para cuestionar y modificar lo que se entiende por amor romántico y construir un concepto de relación de pareja más igualitario y libre de violencia, es lo determinado en el Currículo Nacional 2016 (MINEDU)[5], pues qué mejor camino que enseñar a nuestras hijas e hijos los fundamentos de los derechos humanos, especialmente, los derechos sexuales y reproductivos y la igualdad de género. El Currículo Nacional define el enfoque de igualdad de género como la valoración por igual de los comportamientos, aspiraciones y necesidades de mujeres y varones, así como la promoción de las mismas condiciones y posibilidades para ejercer sus derechos. La Competencia 1 “construye su identidad” plantea como una de las capacidades a desarrollar en el alumnado, el vivir la sexualidad de manera plena y responsable y establecer relaciones de igualdad, armoniosas y libres de violencia entre mujeres y hombres. Otra competencia, la número 16 “convive y participa democráticamente”, determina que el alumnado debe desarrollar la capacidad de respetar y enriquecerse de las diferencias de las personas, actuar frente a las distintas formas de discriminación y reflexionar sobre las diversas situaciones que vulneran la convivencia democrática.
Es decir, el currículo nacional recoge lo dispuesto por las políticas de igualdad de género que el Estado peruano ha establecido mediante la Ley de Igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, el D.S. 027-2007-PCM sobre la igualdad entre mujeres y hombres como política nacional de obligatorio cumplimiento y el Plan Nacional de Igualdad de Género 2012-2017, cuya implementación es responsabilidad de todos niveles de gobierno y de la sociedad en general. Se alinea también a lo dispuesto en el Plan Nacional de fortalecimiento de las familias 2016-2021, que en uno de sus lineamientos plantea el fomento de relaciones familiares democráticas como mecanismo para la prevención de la violencia familiar. De igual manera, se relaciona con el Plan Nacional contra la violencia de género 2016-2021 que plantea como objetivo estratégico cambiar patrones socioculturales que reproducen relaciones desiguales de poder y diferencias jerárquicas que legitiman y exacerban la violencia de género.
La pregunta es como traducimos las políticas públicas de igualdad de género vigentes y de obligatorio cumplimiento, en mensajes cotidianos, productos de consumo, programas de televisión diarios, conversaciones familiares a la hora del almuerzo, cuentos infantiles, juguetes, celebraciones de 14 de febrero. Y sobre todo cómo los reinterpretamos y les damos otro significado más igualitario. Tal vez no podamos fabricar otros juguetes, pero sí podemos decidir qué comprar y a quién entregarle el juguete. Tal vez no podamos escribir nuevos cuentos infantiles pero podemos contar nuestras propias historias de luchas por nuestros derechos humanos y la valoración de nuestras diversidades. Tal vez no podamos erradicar la celebración del 14 de febrero pero podemos construir nuestro propio concepto del amor basado en la igualdad y el respeto.
Por ejemplo, en esa práctica cotidiana de cuestionamiento diario de todo lo que vivo desde el enfoque de género, llegó un día, el día de la casualidad, como me gusta llamarlo, en que conocí a una persona bienqueriente, con quien parimos el concepto y práctica de “almado y almada heterodoxa”. Una forma muy nuestra de definir la relación de pareja, que se vive en presente continuo y se basa en la libertad de pensamiento sobre el matrimonio, la reproducción, la familia, el pago de las cuentas, la convivencia. Concepto que día a día se confronta con los celos del dónde estás y con quién, del sacrificio por el otro al decir sí cuando realmente se siente un no, la posesión del sólo mío y conmigo, los micromachismos del yo te protejo y el cómo me vas a dejar sola. Es decir, nos enfrentamos cotidianamente a una realidad generizada en donde repetimos aquellas formas de sentir, de hacer, de ser desde la masculinidad y la feminidad tradicional que nos enseñaron desde nuestra infancia agarraditos de la mano del amor romántico que mil veces hemos cuestionado.
Por eso, después del 14 de febrero siento la necesidad urgente de pensar más en el 8 de marzo y en el 25 de noviembre, en un empeño constante de analizar más y más todas aquellas ideas, prácticas, sentimientos, que parecen definirnos hoy y que mañana podemos reinterpretar o desterrar de nuestras vidas, para consolidar relaciones más igualitarias y respetuosas de nuestras diversidades desde una lucha política de cambio social pero también, y sobre todo, desde un cambio personal.