Oswaldo Arias Montoya
Abogado y miembro del Colegio de Notarios de Lima. Asimismo. docente de Derecho en Pregrado y Posgrado en la Universidad de Lima y la Universidad San Martin de Porres, respectivamente.
Una reflexión inicial:
El término resiliencia tiene plena acogida en nuestro idioma. La primera acepción del diccionario de la RAE lo considera como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. En realidad, entre las virtudes fundamentales se encuentra la de la fortaleza que es la capacidad de afrontar, sin dejarse vencer por el temor, los desafíos más intimidantes, sabiendo salir airoso de la prueba, aunque la magnitud de la amenaza supere con mucho las fuerzas con que se cuente.
Así pues, la resiliencia es una de las manifestaciones de la fortaleza, es una especie del género, y su singularidad reside en la adaptación. Frente a un entorno que se vuelve inhóspito, agresivo y hasta peligroso, el ser vivo resiliente no solo soporta el embate, sale adelante modificando, a veces de manera drástica, su forma de vivir. Hay una profunda injusticia en todo esto: seres pacíficos, productivos, y -en el caso de los seres humanos- hasta nobles y benevolentes, son arrancados de su comodidad para ser sometidos al estrés de la agresión, a veces terrible. En esas circunstancias en primer lugar surge la rebeldía, la lucha por rechazar el ataque, pero que a veces es inútil ante la magnitud del suceso. Y en otros casos, muy comunes, lamentablemente, la depresión, el abatimiento, el darse por vencido.
Pero el ser resiliente madura con el sufrimiento, aprende del enemigo, descubre como comunicarse con él, y finalmente, increíblemente a primera vista prospera, es decir triunfa y prevalece, abre una senda para los que vendrán después de él, sus descendientes directos o indirectos, los que ya no tendrán que rehacer el camino de sufrimiento inicial gracias al esfuerzo inenarrable en toda su magnitud de quien afrontó la agresión originariamente.
Tal vez a alguien le suene muy individualista lo descrito. Y tendrá razón sin duda, nadie puede ser resiliente solo, necesita una familia, una comunidad, un pueblo incluso que lo apoye, lo sostenga y por el que esté dispuesto al máximo esfuerzo. Por eso la resiliencia es un elemento de todo heroísmo, porque, aunque el héroe dé la vida, su sacrificio permitirá el desarrollo de los vinculados a él, quienes, sin duda, contraerán con él una deuda que no podrán pagar mas que prosperando y recordando lo que costó llegar hasta aquí.
En este ensayo quiero hablar de dos notarios, resilientes en grado máximo, a quienes en particular los notarios peruanos, y me atrevería a decir, incluso los del mundo entero, deben estar agradecidos, pues por su capacidad de resistencia y adaptación abrieron un sendero por el que todos hemos andado, en particular el que escribe estas líneas, y con quien tenemos una deuda que debemos seguir honrando hoy y todos los días.
Escribano Pedro Quispe, el que brilla:
El primero de ellos se llamó Pedro Quispe, y seguramente no fue con ese nombre con el que pasó su vida infantil. Se trata del primer escribano (notario) nacido en Cusco, Perú -y probablemente en América. Según el extraordinario texto publicado por Rosario Navarro Gala el año 2015 por la editorial Iberoamericana Vervuert, intitulado: El libro de protocolo del primer notario indígena (Cuzco, siglo XVI), ya ejercía su función en 1581. Cusco fue fundada como ciudad española el 23 de marzo de 1534, después de la captura del inca Atahualpa en Cajamarca y los enfrentamientos que llevaron a la toma de Cusco por los conquistadores. Es decir, que pasaron apenas 47 años entre la fundación española de la ciudad y el ejercicio notarial de Pedro Quispe.
Podemos imaginar que Pedro Quispe no nació con este nombre si no con otro en quechua que se ha perdido. El apellido Quispe, es, incluso hoy, el apellido de raíz quechua más extendido en el Perú, y significa “el que brilla” y también hacía referencia a la condición de libertad y autonomía de quien lo ostentaba. Pedro Quispe fue bautizado con este nombre en un entorno que se había vuelto agresivo y amenazante en grado sumo. Toda una forma de vida se había trastornado, había caído el imperio incaico, y luego del confuso y sangriento período de las guerras entre conquistadores, el 20 de noviembre de 1542 se fundó el virreinato del Perú. En el año de 1581 terminaba su período de gobierno el famoso virrey Francisco de Toledo, que tuvo como especial encargo el de implementar las llamadas Leyes Nuevas de Indias, que crearon la figura del escribano de indios.
El escribano de indios era un indígena que ejercía como verdadero escribano o notario, solo que su competencia se restringía al servicio de los indígenas (seguramente nobles y con patrimonio). Era nombrado por la Audiencia (en ese entonces la de Lima, pues la del Cusco se creó recién en el siglo XVIII). Y para ello, sin duda, además de conocer el castellano a la perfección, debía ser perito en el ars notarie, pues debería recoger declaraciones de voluntad con efectos jurídicos de todo tipo, entre las que destacaban los actos testamentarios.
Solo podemos recrear en la mente el devenir vital de Pedro Quispe. Nacido en un mundo que veía derrumbar un paradigma de sociedad para hacer lugar a otro distinto, Pedro no solo aprendió el castellano sino también el derecho, con seguridad sirviendo en las tareas más humildes en una escribanía a cargo de un español (pues aún los criollos serían escasos). Allí demostró, sin duda, una enorme capacidad para el derecho que comenzó siendo el castellano y luego propiamente el indiano. Es de suponer que sería amanuense destacado y colaborador confiable del escribano. Hasta que fue nombrado escribano de indios (de cabildo de la parroquia de Nuestra Señora de la Purificación y del Juzgado de Naturales de la ciudad del Cuzco) pues había necesidad de contar con estos titulares de función pública a efecto de dar cumplimiento a las nuevas leyes protectoras de los nativos de América.
Se conservan 81 documentos notariales, debidamente transcritos en el libro al que se ha hecho referencia, en los que, en palabras de Rosario Navarro Gala: “veremos como vive y se agita una sociedad indígena capaz de administrarse a sí misma incorporando a su propia idiosincrasia las estructuras que organizaban y ordenaban la vida en comunidad en la sociedad española de la que ya formaban parte”. Honor y agradecimiento al primer Notario Peruano cuyo nombre ha permanecido tanto tiempo en la oscuridad, y que hoy, como su apellido lo profetizó, brilla como un hito señero que nos enorgullece y conmueve.
Escribano Gaspar Jurado, el indio:
El segundo notario ejemplar del que me ocuparé se llamó Gaspar Jurado, el indio, como lo conocieron sus contemporáneos y con cuyo título figura en su propio escudo. Llegué al conocimiento de este personaje gracias al erudito artículo académico de la historiadora peruana Marissa Bazán Díaz, El “indio” don Gaspar Jurado y su lucha por la escribanía de cámara de la Real Audiencia de Lima (1811-1812), publicado en Proceso, Revista Ecuatoriana de Historia en el año 2015.
Se trata del primer mestizo, hijo del indio Félix Jurado y de la española Manuela Paredes, que pudo ejercer la función notarial en el Perú, gracias a la legislación igualitaria de las Cortes de Cádiz en el año 1811, las mismas cortes que promulgaran la celebérrima y liberal Constitución española de 1812 de efímera vigencia en la América Indiana. Hasta ese profundo cambio legislativo, los mestizos no podían ser escribanos con plenas competencias en los dominios coloniales de España, por prohibirlo expresamente las Leyes de Indias que reservaban este “privilegio” a los españoles y criollos. Hay que tener en cuenta que los “escribanos de indios” desaparecieron en el siglo XVIII con las reformas borbónicas implantadas en los dominios coloniales. Y si bien es verdad, se había vuelto común que muchos oscurecieran sus raíces étnicas mediante la corrupción institucionalizada para acceder a cargos públicos que las leyes les negaban, no fue este el caso de Gaspar Jurado.
Gaspar nació en Pasco y vino a Lima a los catorce años de edad, donde, luego de aprender a leer y a escribir, entró al servicio del escribano español Emeterio de Andrés Valenciano, quien, con el paso del tiempo y la pericia de nuestro personaje, lo terminó siendo designado su oficial mayor en la escribanía, que era lo máximo a lo que podía aspirar hasta la abolición por las Cortes de Cádiz de las leyes que establecían discriminaciones por razón de raza u origen étnico. Pero con la entrada en vigencia de la nueva legislación y producido el fallecimiento del escribano, Gaspar Jurado convino con la viuda del escribano Andrés Valencia la renuncia a su favor de la escribanía (la “compraventa” del cargo que era permitido en aquel entonces sujeta a la aprobación oficial de acuerdo a los merecimientos del nuevo escribano), y, en base a su ejercicio por más de 18 años en el oficio del escribano fallecido, primero como amanuense y luego como oficial mayor, solicitó a la Real Audiencia de Lima su nombramiento.
Pero tres escribanos en funciones, de origen español y americano, iniciaron un proceso judicial para oponerse al nombramiento, con argumentos discriminadores y agraviantes a nuestro personaje. A pesar de este embate leguleyo y chicanero, el derecho de Gaspar Jurado prevaleció, empezando a ejercer su función en el año 1812, y manteniendo su cargo incluso durante la vigencia de la era republicana, siendo uno de los firmantes del Acta de Independencia del 15 de julio de 1821.
Podemos decir, con toda justeza, hoy que prácticamente todos los que ejercemos la función notarial en el Perú somos esencialmente fruto del mestizaje, que Gaspar Jurado fue el primero en transitar por una nueva puerta, hasta entonces cerrada. Y aunque Gaspar Jurado era mestizo siempre llevó como un tinte de honor su apelativo “el indio”, seguramente orgulloso de su origen.
Y, la reflexión final:
Además del homenaje, justo y demasiado tiempo postergado, ¿por qué es importante esta memoria y que reflexión ulterior podemos hacer? Es que muchas veces el Derecho nos parece un enemigo, un instrumento en las manos de los poderosos para oprimirnos o para cerrarnos las puertas a nuestras legítimas aspiraciones. Cuando eso sucede podemos caer en la depresión y la renuncia, o reaccionar con ira, con violencia, pretendiendo la destrucción del orden establecido llevados de nuestra indignación y resentimiento. Son caminos estériles que nos conducen al fracaso y a la derrota definitiva.
Pero el mismo Derecho que veíamos tan ajeno y amenazante nos puede – a veces con lentitud exasperante, hay que reconocerlo – ofrecer los medios para adaptarnos y prevalecer. Para ello que hay conocer al Derecho, estudiarlo sin duda, pero sobre todo interiorizarlo, hacerlo nuestro, para utilizarlo en nuestro favor cuando corresponde. Ésta “resiliencia” frente a un entorno desafiante y en un primer momento desconocido, es una característica de estos dos ilustres notarios y debería ser también una característica fundamental de lo que ejercen la función notarial (y de los que aspiran a ejercerla).
Ya se ha dicho que el ejercicio de la función del notario consiste en acercar el Derecho, con todas sus complejidades y riesgos, a las personas que no lo conocen cabalmente y que podrían ser víctimas de engaños o incluso perjudicarse a sí mismas por su imprudencia. Y es nuestra tarea, como notarios, que el Derecho pierda su faz amenazante y, por el contrario, ofrezca soluciones, alternativas, medios adecuados para asegurar la justicia cotidiana, alejada del conflicto, que es la mejor de las justicias.
Y como Pedro Quispe y Gaspar Jurado, debemos estar dispuestos a luchar, a llegar a los mas altos niveles de excelencia que nos sean posibles, a no desanimarnos ante las dificultades y a afrontar las barreras que nos impidan disfrutar de lo que nos corresponde. En el fondo, esa es la finalidad de todo el Derecho y particularmente, del Derecho Notarial.