Alejandro Neyra Sánchez
Abogado, diplomático y escritor. Ex ministro de Cultura del Perú.
“En nada semejaba a esos diplomáticos cuyas cualidades son todas negativas y cuya ciencia consiste en no comprometerse y en hablar francés”.
(Guerra y Paz, León Tolstoi)
A los alumnos de las Escuelas y Academias Diplomáticas del mundo se les suele enseñar que cuando se discute sobre materias relacionadas a la seguridad y defensa nacionales, la carrera diplomática y la militar tienen muchas coincidencias, y que finalmente la Diplomacia y el Ejército son dos caras de una misma moneda. Sin embargo, probablemente debamos conceder también que siendo los diplomáticos especialistas en el uso del lenguaje –por suerte cada vez más para evitar conflictos, antes que para crearlos– puede decirse que la diplomacia tiene una contracara más pacífica y amable, aunque no necesariamente menos discreta: la literatura.
Este breve ensayo no tiene un propósito más profundo que hacer un recorrido por diversas figuras, obras y personajes –incluyendo especialmente a algunos autores peruanos –que han sabido conjugar estas dos disciplinas(1)– usaremos este apelativo a fin de evitar la discusión si la diplomacia es un arte, un oficio o hasta un pasatiempo –que hacen del lenguaje y de la expresión en general su elemento principal.
En la larga lista de escritores-diplomáticos(2) (y viceversa) que vienen a la mente de manera instantánea por latinoamericanos están desde Octavio Paz y Pablo Neruda (ambos ganadores del premio Nobel) hasta Jorge Edwards, pasando por Julio Ramón Ribeyro, Sergio Pitol, Abel Posse y Carlos Herrera entre otros muchos. Otros dos premios Nobel que vale la pena mencionar son Ivo Andric (nacido en Bosnia-Herzegovina y muerto yugoslavo) y notablemente Saint-John Perse, uno de los mejores poetas del siglo XX –Nobel en 1960— quien ocupó además los más altos cargos de la diplomacia francesa con su nombre de pila Alexis Leger (incluyendo la Secretaría General del Quai d’Orsay –la Cancillería gala— entre 1933 y 1940). Cesado por razones políticas y vilipendiado por el régimen colaboracionista de Vichy, el gran diplomático pudo dedicarse después de algunos meses de penuria en Estados Unidos, íntegramente a la Literatura. Saint-John Perse es el ejemplo perfecto de que un gran diplomático también puede ser un gran escritor (o quizás sea el ejemplo que confirma la regla contraria), y a él podemos agregar a Paul Morand y a otro escritor francés a quien también mencionaremos más adelante, Romain Gary.
Por otro lado, no menos interesantes son las novelas sobre diplomáticos, como Bajo el volcán de Malcolm Lowry, que describe la caída libre de un cónsul británico alcoholizado en México, y Bella del Señor de Albert Cohen. Esta última ofrece la doble imagen del diplomático en la que quizás sea la más hermosa novela romántica del siglo XX: Solal, el culto, inteligente y encantador Sub-Secretario General de la Sociedad de las Naciones y Adrien Deume, el trepador, vanidoso y ocioso funcionario internacional (el capítulo IV es, si desea uno regodearse en la burla de la burocrática vida diplomática, lo más logrado de la literatura universal). A ellos, en casos más cercanos puede agregarse el Cónsul chileno en Iquitos de la novela El lugar donde estuvo el paraíso de Carlos Franz, o el Embajador peruano en Una muerte sin medida de Harry Belevan, sin contar las muchas novelas autobiográficas de diplomáticos latinoamericanos, pues no falta en cada servicio diplomático un aspirante a novelista.
Pero volveremos a los narradores un poco más tarde. Pasaremos ahora a algo más serio, cuando no menos celebrado, al menos en apariencia: la diplomacia y la poesía.
Diplomacia y poesía
La vinculación entre diplomacia y lírica es más bien sutil. Como ya habíamos adelantado, uno de los más grandes poetas del siglo, Saint-John Perse, era un notable diplomático francés. Pedro Neftalí Reyes (Pablo Neruda) fue Cónsul honorario primero y de carrera después. Y Octavio Paz es otro de los mejores ejemplos de esta dualidad compartida de diplomático y poeta que muchos buscan emular.
Entre los peruanos, con diversos bemoles, abundan aquellos que si no se han dedicado paralela pero concienzudamente a la poesía, han sabido pergeñar poemas y antologías, desde Francisco y Xavier Abril de Vivero, pasando por Enrique Peña Barrenechea, el culto Vicente Azar y el inefable José Santos Chocano, hasta un hoy lamentablemente poco recordado Luis Felipe Angell (Sofocleto), quien fue diplomático –aunque usted no lo crea– y luego se dedicó de lleno a la sátira y al humor en diversas publicaciones en verso y prosa.(3)
¿De dónde viene este vínculo entre diplomacia y poesía? Una percepción personal es que, además de la palabra –elemento y esencia fundamental de ambas expresiones —poeta y diplomático están además preocupados por una realidad que no es la cotidiana (aunque en ambos casos muchas veces se construya precisamente con elementos de cotidianidad). Poetas y diplomáticos viven preocupados con entelequias y definiciones generales, ideas –en el sentido platónico, si se quiere– e ideales abstractos. Pues qué más irreal –virtual también podría decirse hoy– que el Estado y las relaciones internacionales. Para un ciudadano de a pie, las relaciones entre diferentes gobiernos son un conjunto de frases rimbombantes y vacuas. Esos intercambios y visitas internacionales entre hombres que juegan a estadistas y cancilleres podrían entenderse mejor quizás a través de un mapamundi –o mejor, con un juego de Risk. Del mismo modo, la poesía busca comprender sentimientos, pasiones, intereses que no necesariamente se manifiestan en la epidermis de la sociedad sino en el plano de las ideas.
Volvamos a Saint-John Perse, quien llegó a lo más alto en su carrera diplomática y al mismo tiempo fue –como él mismo señaló en su discurso de aceptación del premio Nobel– en tanto que poeta, “la mala conciencia de su tiempo”. En ese discurso memorable, que es de 1960 pero que permanece plenamente vigente, Saint-John Perse(4) dice que hoy más que nunca, en un tiempo de cambios tecnológicos, la poesía es necesaria y está tan presente como lo estaba en la época de las cavernas, pues es sustancial al hombre. Una similitud con la diplomacia, sin duda, si recordamos esa frase que dice que “la diplomacia se inventó cuando los hombres se dieron cuenta de que era mejor escuchar el mensaje que comerse al mensajero”.
Eso, escuchar y escribir, sin duda es lo que hizo también Octavio Paz, quien en su larga vida diplomática recorrió el mundo, contemplando sus elementos sustantivos y al mismo tiempo, haciendo de la poesía –aunque también del ensayo, esa otra gran faceta literaria suya– un modo de expresión propio de aquellos desarraigados que buscan comprender y comprehender realidades diversas, muchas veces en lenguajes distintos, extraños, a los cuales solo se puede acceder a través de palabras elementales, que son, qué duda cabe, las que forjan la real poesía.
En el caso de los poetas peruanos, nuevamente es necesario precisar que no haremos mayores diferencias entre aquellos que ocuparon cargos diplomáticos a través del Servicio Diplomático y los que ocuparon puestos en el vasto organigrama del Ministerio de Relaciones Exteriores. Entre estos últimos tenemos a José Gálvez Barrenechea –el llamado “Poeta de la Juventud”, quien fuera Cónsul en España—, a José Santos Chocano –autodenominado “Cantor de América”, quien fue miembro de legaciones peruanas en Colombia y España–, o el propio Xavier Abril –quien fue por muchos años (desde los sesenta hasta su muerte acaecida en 1990) Agregado Cultural en Montevideo.
Entre los diplomáticos “de carrera” están Pablo Abril de Vivero, hermano de Xavier y quien es recordado como poeta pero también como uno de los mecenas que ayudó a Vallejo a sobrevivir en su exilio, y Enrique Peña Barrenechea, el autor del Cinema de los sentidos puros, publicado curiosamente en 1931 –año en que Xavier Abril publicara también uno de los mejores poemarios del surrealismo peruano: Hollywood.
La lista de diplomáticos poetas en el escalafón del Servicio Diplomático es casi interminable, pero creo que en todos ellos confluye un deseo de inmortalidad y de reconocimiento digno de aquellos que hacen del lenguaje su material, su obra y su propio destino.
Diplomacia y narrativa (memoria y novela)
Sin embargo, quizás un poco por el propio hecho que la poesía se encuentra un poco en retirada frente a las diversas especies narrativas, pero quizás en gran medida debido a la propia característica de su función, el género narrativo es el que se amolda mejor a la actividad de los diplomáticos. Y si hay además un género literario en que los diplomáticos parecen sentirse más cómodos, ése debe ser el de la memoria. En tiempos remotos, decir Embajador era casi como decir gran viajero. No por nada es Hermes el símbolo de los diplomáticos, el mensajero de los dioses, aquel que debe viajar por los confines del universo para llevar el mensaje de los soberanos(5). Y sin duda los grandes relatos de esos Embajadores –que viajaban en caravanas enormes, llenas de regalos exóticos que aseguraran alianzas para la seguridad de sus naciones– constituyen parte de la literatura, en la que se entremezclan ficción y realidad para mayor gloria de sus territorios y de sí mismos. La memoria es casi una obligación funcional, pero aquellos diplomáticos que saben hacerlo bien pueden elaborar clásicos como Diplomacia de Henry Kissinger, y para ponernos a tono con la realidad nacional, Peregrinaje por la paz de Javier Pérez de Cuéllar y el reciente y sabroso libro de Carlos Alzamora, Medio siglo por el mundo, cuyo solo título da cuenta de su importancia para la realidad de la política exterior peruana.
En algunos casos, resulta complicado establecer el límite entre memoria y novela. Muchas novelas escritas por diplomáticos son más bien memorias noveladas. Esa distancia ha creado no pocos problemas a escritores como Roger Peyrefitte, diplomático y escritor francés a quien la gustaba el escándalo y que en su libro “Las Embajadas”(6) describió sus descubrimientos de joven diplomático, incluyendo escarceos homoeróticos que suscitaron no pocas controversias..
Sin embargo, son muchas las novelas sobre diplomáticos, escritas o no por ellos. El mundo diplomático es, guardando las distancias, como el mundo de los espías en Ian Fleming –pese a lo cual no hay ningún James Bond o detective diplomático (hasta el momento). Un entorno atrayente, lleno de cócteles, vestidos de lujo y glamour, en el que las intrigas de Estado se confunden con los amores y flirteos. Hay diplomáticos “perdedores” de todos modos, como en “Bajo el volcán” –aquella novela que narra la decadencia de un alcohólico ex cónsul británico en México— o en una novela (que también se convirtió en película) del chileno Carlos Franz “El lugar donde estuvo el paraíso”, la historia de un cónsul chileno nada menos que en la calurosa Iquitos, el lugar donde estuvo el paraíso y en el cual el viejo diplomático chileno deberá encontrar su redención.
Y sin embargo, quizás la más lograda novela sobre la diplomacia –y sobre el amor probablemente– sea Bella del Señor de Albert Cohen, un diplomático suizo –o más bien un funcionario internacional, una de las vertientes de la carrera— de origen judío sefardita, que plasmó en su novela varios de los clichés sobre el oficio de las relaciones internacionales, al retratar las idas y venidas de los funcionarios de la que era entonces la Liga de las Naciones, con sede en Ginebra. El propio Cohen, un funcionario de la OIT y de la Liga de las Naciones, un hombre parco y reservado en su vida personal, creó una colorida dinastía de judíos, cuyo hijo predilecto –el elegido– era un guapo y encantador funcionario internacional que se vale de todos los artilugios posibles para conquistar el amor de una mujer, quien además era la mujer de uno de sus subordinados. Es esta una novela larga y compleja, en la que asistimos no sólo a reuniones diplomáticas sino a la construcción y destrucción de una relación sentimental entre el apuesto y complejo diplomático y la bella y distinguida dama ginebrina. Probablemente la novela deba mucho a las grandes novelas románticas con sus escenarios fastuosos y el lujo que normalmente siempre se asocia –un tanto equívoca y gratuitamente— a la diplomacia, pero es sin lugar a dudas una de las grandes novelas del siglo XX.
Finalmente, para terminar con este sucinto y no comprensivo listado de narradores presentaremos a uno que ha quedado relativamente olvidado pero que sigue siendo uno de los mejores escritores franceses (pese a que nació en Vilnius, Lituania) del siglo pasado. Se trata de Roman Kacew, conocido mejor como Romain Gary, pero también como Emile Ajar(7), quien es la única persona que ha ganado dos veces el famoso premio Goncourt –que se entrega una vez en la vida, pero que en su caso fue obtenido bajo nombres distintos. Hemos dejado para el final un novelista de su talla, antes de pasar a mencionar a algunos escritores peruanos, porque Romain Gary es el autor de un libro que se conecta con el Perú: Los pájaros van a morir al Perú(8). Este es un conjunto de relatos que toma el nombre del primer cuento, que narra el rescate, redención y caída de una hermosa joven que busca suicidarse en una noche de carnavales al sur de Lima para huir de su amante –un hombre mayor– y una vida de incomprensión. Gary, el diplomático, sirvió en varios lugares del mundo, y pasó muchos años como Cónsul de Francia en San Francisco, donde escribió varios de sus relatos.
A vuelo de pájaro pasamos ahora a la revista de nuestros autores. Para comenzar debemos mencionar a algunas figuras históricas como Felipe Pardo y Aliaga, Carlos Augusto Salaverry y Clemente Palma, quienes desde los albores de nuestra vida republicana hasta entrado el siglo XX, pueden ser considerados entre los principales representantes de esta dualidad de diplomático-creador de ficciones, que bien visto –tomando en cuenta el derrotero de nuestro país en su historia –termina siendo casi lo mismo.
Antes de comentar a dos diplomáticos de carrera y autores cercanos como Harry Belevan y Carlos Herrera, diremos que por un buen tiempo Julio Ramón Ribeyro fue nuestro agregado en París, al igual que e otros lugares lo fueron Carlos Eduardo Zavaleta, Alonso Ruiz Rosas y más recientemente Eduardo Gonzalez Viaña, novelista nombrado a trabajar para la diplomacia peruana en Madrid.
Como se señaló, quizás sea bueno detenerse un poco en la obra de dos de los más importantes y prolíficos narradores diplomáticos: Harry Belevan y Carlos Herrera. El primero es no solo autor de varias colecciones de cuentos y de novelas tales como Una muerte sin medida –novela auto-referencial sin llegar a la autobiografía— sino también y sobre todo un importante teórico de la ficción literaria peruana, y quien mantiene hasta ahora la mejor antología del cuento fantástico nacional, en una edición que data de 1977.
Carlos Herrera, por su parte es uno de los mejores narradores peruanos de las últimas generaciones, con una obra que transita por lo fantástico. Blanco y Negro y Gris, así como Crónicas del argonauta ciego, son novelas breves en las que la fantasía se mezcla con la realidad cotidiana en un mundo lleno de metáforas y cuestionamientos de lo real. Entre sus cuentos y sus novelas, Herrera tiene –por larga distancia— el corpus literario más logrado de los diplomáticos escritores.
Coda
Queda mucho por decir sobre esta relación íntima entre diplomacia y literatura, en la cual quien esto escribe tiene también un tributo obligado. En todo caso, queda una reflexión final. Si es usted un ser de carne y hueso y no un infatigable trotamundos a cuenta de su gobierno, es válido que se cuestione lo siguiente: ¿Qué hacer si se encuentra con un diplomático?¿Creer en sus discursos o en los cuentos que siempre estará dispuesto a contar? Confíe en su buen tino y enfréntelo. Pero con cuidado. Trate de identificarlo antes. Y entre un diplomático frívolo y otro estudioso y apasionado de las relaciones internacionales, no dude, elija al primero. El segundo puede aburrirlo con interminables descripciones históricas o científicas del mundo actual o, peor aún, del pasado (cuando todos sabemos que el mundo fue y será una porquería, como dice el tango). Desde los fanáticos del Arte de la Guerra de Tsun Tzu, pasando por las fabulaciones de Clausewitz, las esquizofrenias realistas de Morgenthau, hasta los más modernos adoradores de Fukuyama y Huntington, todos pueden hacerle pasar una velada realmente fatal. Júntense con aquellos que se limitan a leer las actualidades y la sección de internacionales –o en el mejor de los casos The Economist– o con aquellos que saben de memoria las capitales de todos los países del mundo y los nombres de los más famosos dictadores del África sub-sahariana. No se aburrirá tanto y con suerte el hombre lo puede ayudar a encontrar esa palabra que le falta para llenar su crucigrama matutino.
Referencias
1 Pedro Ugarteche, reconocido diplomático peruano, promotor de la creación de la Academia Diplomática, prefiere no correr el riesgo de fallar y señala que la diplomacia es “arte y ciencia, técnica y oficio” (Diplomacia y Literatura, 1961).
2 En este caso nos referimos por diplomáticos a todos aquellos que han desempeñado labores diplomáticas, incluida las labores consulares y el cargo de agregados (culturales en su mayoría), para no incurrir en la diferenciación entre diplomáticos de carrera y otros, aun cuando es de notar que –sobre todo hoy en día– la diplomacia es una profesión reconocida que suele tener cuadros profesionales especializados, a diferencia de antaño.
3 En palabras de Sofocleto, el Perú, luego de comenzar a producir en serie perfectos cojudos, empezó a exportarlos (a través del Servicio Diplomático) a efectos de infiltrarlos en las filas de los enemigos.
4 La Obra Poética Completa se encuentra en una edición de la Pontificia Universidad Católica.
5 The Ambassadors, from ancient Greece to the nation state, Jonathan Wright.
6 Les Ambassades, Roger Peyrefitte.
7 De hecho solo después de su muerte – suicidio con arma de fuego en 1980— se supo que Emile Ajar y Romain Gary eran la misma persona, pues mientras vivió, fue un pariente suyo Paul Pavletich, quien se hizo pasar por el ganador del premio Goncourt por La vida frente a sí (La vie devant soi).
8 Les oiseaux vont mourir au Pérou, también llevada al cine con el mismo nombre y dirigida por el propio Romain Gary y con la actuación de su entonces esposa, Jean Seberg.
9 Sin hacer distinciones de diplomáticos de carrera o no, entre los más grandes exponentes encabezados por Octavio Paz, Alfonso Reyes y Carlos Fuentes, están clásicos como Amado Nervo o Rosario Castellanos, y más recientemente Sergio Pitol, Juan Villoro y Jorge Volpi.