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¿Cómo y por qué recordar a Abimael Guzmán?

por PÓLEMOS
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Rubén Merino Obregón

Magíster en Estudios Culturales y Licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú


Una incertidumbre un tanto inesperada se apoderó de los peruanos y sus autoridades desde el 11 de setiembre de 2021, cuando se anunció la muerte de Abimael Guzmán, líder de la organización terrorista Sendero Luminoso, en el penal de la Base Naval del Callao. Muchos advirtieron el peligro de tener un sitio de entierro que pueda servir como lugar de peregrinación para los todavía seguidores del autodenominado “Presidente Gonzalo”. Otros propusieron que lo mejor era cremar el cuerpo, aunque los mecanismos legales para tal procedimiento no eran muy claros. Y algunos llegaron a exigir por redes sociales que se saque el cuerpo a las calles, para exponerlo a la humillación pública de las masas. Finalmente, en la madrugada del viernes 24 de setiembre se realizó la cremación del cuerpo de Guzmán, para a continuación depositar sus cenizas en un lugar que, por seguridad, no ha sido revelado.

Aquella incertidumbre sobre qué hacer con el cadáver quedó resulta tras algunos días de desconcierto, pero nos queda una inquietud más importante y profunda: qué hacer con el recuerdo de Abimael Guzmán, qué perspectiva histórica corresponde desarrollar frente a quien podríamos identificar como el principal responsable del desencadenamiento de la peor guerra en la historia republicana del Perú.

Aparentemente, lo más sencillo sería recordarlo como un monstruo hambriento de poder y violencia, un no-humano que convivió entre nosotros y nos condenó por más de una década a vivir entre crueldad y sombras. Digo que sería “lo más sencillo” porque esa forma de recuerdo nos permitiría no hacernos preguntas más profundas e incómodas sobre las motivaciones del personaje o sobre los rasgos específicos de su postura ideológica. Creo, sin embargo, que es importante ir más allá de esa perspectiva maniquea, porque es en la comprensión más detallada y compleja que podremos darle sentido a ese pasado que tanto nos duele y a las herencias que nos quedan de él. Y porque comprender, como decía Hannah Arendt, no es lo mismo que perdonar, sino que más bien nos permite iluminar mejor las cosas para que nuestra condena a Abimael Guzmán sea, a la vez, una oportunidad de aprendizaje y de progreso hacia un futuro en donde los horrores del pasado no se repitan.

Quisiera orientar, entonces, una mirada más compleja (aunque quizás solo introductoria) en torno a lo que ideológicamente representó el líder y fundador de Sendero Luminoso. Tenemos bastante claridad sobre las acciones realizadas por la organización terrorista, pero no parece ocurrir lo mismo cuando consideramos la ideología de Guzmán. De hecho, no es poco común encontrar opiniones que sostienen que los principios del líder maoísta sí estaban bien encaminados (porque habrían buscado valores como la justicia o el fin de la desigualdad), pero que el problema habría sido a través de qué medios se intentó llevar a cabo tales principios. Esta es, a mi juicio, una opinión desinformada. El recuerdo de Abimael Guzmán debería tener más claridad sobre el carácter totalitario y violento que reside no solo en las acciones de Sendero Luminoso, sino ya incluso en las propuestas ideológicas de su líder.

Veamos algunos rasgos de la ideología totalitaria que promovió Abimael Guzmán. No es cierto, por ejemplo, que él haya abogado por la “igualdad” entre los ciudadanos. Por supuesto, el término “igualdad” fue seguramente muy repetido por el maoísta en sus discursos, pero a la idea que realmente alude es a una especie de “uniformidad” en donde todos los individuos sean perfectamente homogéneos, tanto en acción, como en sentimiento y pensamiento. Por esto, Carlos Iván Degregori decía que en Sendero Luminoso se exigía la “abolición del ego”: la identidad particular de cada sujeto no es tan importante como la “masa”, el “pueblo” o la sociedad imaginada como ente uniforme.

Este fomento de la homogeneidad llevaba a que Guzmán pueda exigir con tanta facilidad que sus militantes lleven “la vida en la punta de los dedos para entregarla en el momento que la revolución nos lo demande” (entrevista de 1988 publicada en El Diario). Si todos los sujetos son uniformes, si no se reconoce el valor singular de cada persona, entonces cada uno es reemplazable. Las muertes individuales no importaban en nombre del triunfo del conjunto. Veamos, en este sentido, lo que Abimael Guzmán le decía a sus militantes en junio de 1979, solo un año antes de la declaratoria de guerra al Estado peruano:

“Uno no vale nada, la masa es todo, si algo hemos de ser será como parte de la masa; ¿a qué tanto hablar de nuestras glorias individuales? Nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza es colectiva” (Por la nueva bandera, junio de 1979)

O también:

“Basta de podridas aguas individuales, estiércol abandonado. […] vayamos al fondo de nuestros problemas pero sin envolver nuestros yoes” (Por la nueva bandera, junio de 1979)

Como vemos, no es solo en las acciones de Sendero Luminoso que podemos identificar el desprecio por el valor y la dignidad de las vidas individuales. Ese desprecio se encuentra ya en las ideas manifestadas por Abimael Guzmán. Por eso, en la entrevista que le hicieron en 1988, no tuvo problemas para sostener que había que estar listo para “pagar un costo de guerra, un costo de sangre, la necesidad del sacrificio de una parte para el triunfo de la guerra popular” (entrevista de 1988 publicada en El Diario).

Además, el pensamiento de Abimael Guzmán no favorecía el ejercicio de las libertades. Cuando Sendero Luminoso llegó a muchas comunidades campesinas en la sierra centro-sur del Perú, no es exactamente una “revolución” liberadora la que promovió. Más exactamente, pidió el acatamiento de una serie de medidas que no podían ser trasgredidas, bajo amenaza de castigo público. Esto ocurría porque para Guzmán, su ideología no era una simple propuesta que poner a discusión, sino que el “marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo” era una ideología asumida como verdad científica incuestionable. Y existía la real convicción (como ocurre en todo movimiento totalitario) de que esa ideología eventualmente iba a llevar -necesariamente- al triunfo de la “revolución”. Guzmán hablaba de la historia como un recorrido inevitable hacia la victoria. Decía, en 1979:

“¿Quién nos podrá contener? […] ¿puede el silencio apagar la tormenta de los cañones, puede una chispa levantarse contra la hoguera, pueden las espumas envejecidas querer permanecer en la tormenta? Muchas espumas se pudren en mares fenecidos. Nada podrán las burbujas que quieren detener el mar. ¿Cómo el silencio va a acallar al estruendo?” (Por la nueva bandera, junio de 1979)

La historia ya está escrita, ya está determinada. Y por tanto, no hay opción de caminos diferentes. Se anulan las posibilidades de acción libre. De acuerdo a esta lógica, a cada individuo solo le queda ser una pieza de esa maquinaria histórica que avanza con la guía de una ideología asumida como verdad absoluta. Quien se atrevía a actuar espontáneamente y cuestionar el rumbo de ese camino ya predeterminado, merecería el castigo, como pasó con tantos peruanos que fueron víctimas de la violencia senderista, acusados de “soplones”, “traidores”, “imperialistas”, “reaccionarios”, etc.

Las que he señalado son solo algunas de las características esenciales de la ideología que defendió Abimael Guzmán, aquella ideología con la que dio lugar a una violencia que todavía hoy nos deja huellas. La comprensión más detallada de tales ideas debería permitirnos ir más allá del demasiado simple impulso que muchas veces tenemos por hacer de Guzmán un monstruo inhumano. Es claro que tanto el pensamiento como las acciones de este personaje son condenables a todo nivel, pero creo que hacemos bien en ir más allá e intentar comprender más complejamente lo que él representó. Porque si nos quedamos con la lógica binaria y simplista que solo diferencia tajantemente a los malvados de los inocentes, poco haremos para desarrollar una mirada más clara e inteligente hacia el presente y el futuro.

De nada ayuda, por ejemplo, el uso tan cotidiano y fácil que hoy se hace de los términos “terrorista” y “terruco” para descalificar a los enemigos políticos. Si no sabemos recordar con responsabilidad lo que fue Sendero Luminoso y quién fue su líder, nada estamos haciendo para construir una sociedad que aprende de su pasado. En resumen, hace falta comprender la complejidad del horror, para no tener que volver a convivir con él.

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