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Trumpismo, fase superior del capitalismo global: Implicancias para el “Derecho y Desarrollo”

por PÓLEMOS
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Roger Merino

Profesor e investigador en la Universidad del Pacífico (Lima, Perú); Visiting Scholar en la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard (2016). Ph.D. en Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad de Bath (Reino Unido), donde obtuvo el Máster en Políticas Públicas y Globalización. Máster en Derecho Comparado, Economía y Finanzas por la Universidad Internacional de Turín y el Máster en Derecho Civil y Comercial por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se graduó como abogado.

 

La perspectiva “Derecho y Desarrollo” (Trubek, 1972; Snyder, 1980; Merryman, 1977; Tamanaha; 1995; Trubek and Santos, 2006), en particular, en sus variantes asociadas a las olas de modernización de los años cincuenta (Rostow, 1959) y noventa (Cooter, 1997), ha tenido como referencia los modelos estadounidenses o europeos como espacios productores de políticas y leyes a ser importadas en el Sur Global para alcanzar el “desarrollo”. Esta operación hoy en día se problematiza con el auge de la extrema derecha tanto en Estados Unidos como en Europa, y sus discursos políticos y económicos que parecen denostar de los principios básicos de la democracia liberal y el libre mercado. Voy a enfocarme en esta breve contribución en el fenómeno Trump.

He tenido la suerte de presenciar de cerca el proceso de elección de Donald Trump durante mi estancia como investigador en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard. Me encontraba, de alguna manera, en una posición de observador privilegiado pues tuve la oportunidad de conversar con estudiantes de élite internacional y, al mismo tiempo, con personas fuera de la academia más preocupados por el día a día. Encontré a través de estas conversaciones dos mundos diferentes en conflicto, lo que se hizo más latente después de las elecciones: mientras la élite mostraba una tremenda desesperanza, cada día se conocían más incidentes de discriminación y ofensas públicas. Había una sensación, sobre todo para los extranjeros, de miedo e incerteza. En dicho escenario, los artículos de opinión se multiplicaron, básicamente sobre dos puntos: el por qué y el ahora qué.

Sobre el por qué, la Ciencia Política estadounidense, sus métodos cuantitativos (replicados en casi todas partes) y su pretensión universalizadora, se encuentra en proceso de “mea culpa” por no haber comprendido la intensidad del fenómeno y haber errado tan profundamente en los resultados. En la academia prácticamente todos daban por perdido a Trump, así lo sentenciaban también las encuestas y los medios de comunicación. Es paradójico que Michael Moore (2016), un documentalista que está muy lejos de ser considerado un científico de la Ciencia Política haya acertado en tanto respecto a estas elecciones. Asimismo, la teoría y filosofía política – disciplinas marginalizadas por la Ciencia Política dominante – venían observando el proceso Trump con mucho más cuidado y mucho más discusión teórica. No se trataba de una amenaza sino de una realidad.

En dicho contexto, el por qué presenta varias explicaciones. La peor, sin duda, es la que explica el resultado en razón de una irracionalidad o cierto primitivismo casi genético, que todo ser humano tendría frente a la pérdida de su espacio y en contra de la racionalidad del libre mercado (Bullard, 2016). Otros han puesto énfasis en cuestiones institucionales como un sistema electoral altamente complejo con el que muchos no se sienten identificados, el bipartidismo y la nominación de una candidata demócrata tremendamente impopular. El factor de género y raza también han sido puestos en discusión, sobre todo por el discurso abiertamente misógino y xenófobo de Trump (Ryan, 2016), mientras que la cuestión de clase y exclusión económica ha vuelto a ser un tema fundamental, porque el apoyo a Trump reflejaría la insatisfacción de sectores obreros (por ejemplo, los localizados en el Cinturón de Óxido del Medio Oeste) que son los que más han sufrido por las presiones de la competencia manufactureda a nivel global.

En realidad, antes que tratar de explicar este fenómeno en términos de un solo factor, es necesario ver cómo estos interactúan. Ya sabemos que el voto duro de Trump es la del hombre blanco excluido de los privilegios económicos del capitalismo global, debido a la pérdida de empleos porque las fábricas buscan en otros países mano de obra más barata. Pero también lo apoyó esa clase media que se siente cada vez más ajustada por las deudas crediticias e hipotecas (Selfa, 2016). Para ellos “make America great again” es, en primer lugar, una cuestión económica. No obstante, el descontento es expresado en términos raciales. Que sus impuestos se inviertan en programas sociales para incorporación de indocumentados a la ciudadanía estadounidense o la salud universal, u observar cómo los migrantes compiten con ellos por trabajos en hoteles y restaurantes, hace que la cuestión racial sea parte del paquete. Y a eso se agrega un hartazgo de la corrección política. Las clases altas y las elites académicas promueven el multiculturalismo, el feminismo y la conciencia ambiental, pero en muchas partes del país las políticas sobre estos temas han venido de arriba hacia abajo, como una suerte de imposición. Las aceptan pero no las han internalizado. De allí el éxito de Trump en articular el descontento económico con el descontento sobre estas cuestiones que algunos insisten en llamar “post-materialistas”, a pesar de sus profundos efectos redistributivos. Sin embargo, no creo, como argumenta Fukuyama (2016), que los temas de raza y género son meros “proxis” de tensiones de clase; más bien género, raza y clase son tres factores que se retroalimentan para expresar el malestar de la ciudadanía frente a un sistema que genera profundas desigualdades.

Entonces, el triunfo de Trump no puede explicarse como el triunfo de la “anti-globalización” (De Soto, 2016). En primer lugar, técnicamente nunca ha existido una verdadera globalización económica pues esta requiere el libre intercambio global entre el capital y trabajo. Los estados, comenzando con Estados Unidos, ponen fuertes barredas a la libre circulación del trabajo a través de los requisitos migratorios por lo que solo el capital se globaliza propiamente. Como el capital se globaliza, el trabajo en el mundo pierde su valor pues el capital se puede invertir allí donde sea menos costoso. A ello se agrega que siempre han existido y existen subsidios, barreras y regulaciones laborales y ambientales diversas que crean “distorsiones” a los precios globales. En una palabra, la globalización en materia económica es mejor caracterizada como capitalismo global antes que como globalización económica propiamente dicha. Y este capitalismo global ha estado acompañado de la globalización cultural y legal (el Rule of Law y los derechos humanos) y la construcción de una infraestructura institucional basada en un Derecho Internacional que nunca ha sido completamente respetado. Estados Unidos, paradigma de la libertad y la “globalización”, ya inició guerras, justificó invasiones, legalizó torturas, subsidia a sus empresas, etc. a pesar de las infraestructuras globales. Entonces, ¿de qué anti-globalización hablamos?

En realidad, hoy no existe globalización ni anti-globalización económica, hay pretensiones de globalizar ideologías, políticas e instituciones pero, en realidad, no se puede caracterizar la situación actual como un proceso (globalización) sino como un estado de las cosas, en el fondo, todo está ya globalizado por lo que los cambios en los arreglos institucionales nacionales y globales son cambios en la infraestructura, no en la esencia. Con más o menos tarifas y barreras económicas, con más o menos tratados de libre comercio, igual ISIS va a seguir subiendo videos a youtube, se va a seguir consumiendo productos Chinos y aunque se aumenten impuestos a las importaciones, las redes económicas van a buscar formas de desarrollarse a la sombra de las barreras legales. En este sentido, el Trumpismo representa algo distinto al capitalismo global, pero tampoco podría equipararse a los nacionalismos del siglo pasado. El fascismo del siglo XXI no pretende ser imperialista porque ya lo es de nacimiento, nació globalizado.

Por ello, si entendemos sistema político simplemente como sistema partidario Trump sería un outsider por no tener experiencia política, pero si entendemos lo político en toda su expresión y en las relaciones de poder de la sociedad, Trump es el producto más genuino de un sistema político, económico y social profundamente cínico y superficial. ¿Qué otro presidente podría tener la sociedad del espectáculo? Con Trump, la dinámica del poder se expresa más como un Reality of politics que como Realpolitik.

Respecto al ahora qué, me parece esencial regresar a las implicancias de todo lo dicho para la aproximación “Derecho y Desarrollo”. Los más optimistas señalan que Trump no podrá hacer cambios profundos pues será limitado por el equilibrio de poderes y la institucionalidad estadounidense. Muchos intelectuales que han vivido elogiando este sistema y denostando del “atraso latinoamericano” suelen tener esta posición, sin embargo, olvidan que las cosas más terribles que ha hecho los Estados Unidos casi nunca sucedieron mediante un asalto a las instituciones, sino a través de ellas (Robin, 2017). A través de estas instituciones Trump ha emitido órdenes ejecutivas que, entre otras cosas, suspende el ingreso de refugiados e inmigrantes de siete países con población musulmana, ordena construir el famoso muro que separe México de Estados Unidos, se sale del Tratado de Libre Comercio TTP y aprueba los controvertidos oleoductos de Dakota Access y Keystone. Y el hecho de que un juez federal haya suspendido en parte la deportación de ciudadanos musulmanes no debería ser objeto de mucho optimismo. El extremismo de Trump no se va a parar en un despacho judicial, sino en las calles y las articulaciones políticas entre movimientos sociales locales, regionales y globales pues, como ya se sabe, las decisiones económicas, militares y sociales de Trump pueden tener implicaciones para cada ciudadano del planeta. Una vez más: Trump no expresa la anti-globalización, más bien expresa el hecho de que todo está hoy inexorablemente globalizado.

Todo esto afecta conceptualmente a un campo de estudio que podría mejor catalogarse de “Derecho como Desarrollo”, pues ha planteado la mayor de las veces perspectivas funcionalistas y apolíticas según las cuales la arquitectura legal (derechos de propiedad, Derecho Comercial, Derecho Administrativo) sirve para alcanzar visiones convencionales y pre definidas de lo que es el progreso: ya sea la industralización, el crecimiento económico o los índices de desarrollo humano. Con Trump ya no hay forma de mantener la ilusión de un modelo de progreso que nunca exitió en realidad: las tensiones sociales se hacen evidentes y la incerteza se convierte en una regla. Con Trump, Hannah Arendt sentiría que escribió en vano y Giorgio Agamben reafirma sus postulados más dramáticos.

En dicho contexto, los partidarios del “Derecho y Desarrollo” deberían refundar el movimiento conectando sus reflexiones con los procesos políticos impulsados por movimientos y organizaciones sociales para construir sus postulados desde esos procesos. La amenaza Trump constituye la oportunidad para las élites progresistas y la sociedad civil de unificar la política de identidad con la política de redistribución hacia procesos de democracia radical que enfrenten la profunda inequidad social, racismo y degradación ambiental. En fin, es hora de construir una nueva imaginación política y jurídica.



Referencias
Cooter, R., 1996. The Rule of State Law and the Rule-of-Law State: Economic Analysis of the Legal Foundations of Development. Annual World Bank Conference on Development Economics. John M. Olin Working Papers in Law, Economics, and Institutions 96/97-3.
De Soto Hernando, 2016. Trump y el Perú. Online: https://www.youtube.com/watch?v=bujBbGfOJi4
Fukuyama, Francis, 2016. Trump and American Political Decay. Foreign Affairs, November 9, 2016. Online: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2016-11-09/trump-and-american-political-decay
Merryman, John. Comparative Law and Social Change: On the Origins, Style, Decline & Revival of the Law and Development Movement. The American Journal of Comparative Law. Vol. 25, No. 3 (Summer, 1977), pp. 457-491.
Michael Moore, Five reasons why Trump will win, online:  http://michaelmoore.com/trumpwillwin/
Robin, Corey, 2017. American institutions won’t keep us safe from Donald Trump’s excesses. The Guardian. Online: https://www.theguardian.com/commentisfree/2017/feb/02/american-institutions-wont-keep-you-safe-trumps-excesses
Rostow, W., 1959. The Stages of Economic Growth. The Economic History Review, 12 (1), pp. 1-16.
Ryan, J. (Nov. 9, 2016). ‘This was a whitelash’: Van Jones’ take on the election results [web log post]. Retrieved from http://www.cnn.com/2016/11/09/politics/vanjonesresultsdisappointmentcnntv/.
Selfa, Lance, 2016. Trump’s Middle-Class Army. Jacobin. Online: https://www.jacobinmag.com/2016/09/trump-voters-populism-middle-class-education-gop/
Snyder, Francis. Law and Development in the Light of Dependency Theory. Law & Society Review. Vol. 14, No. 3 (Spring, 1980), pp. 723-804.
Tamanaha, Brian. The Lessons of Law-and-Development Studies (Review). The American Journal of International Law, Vol. 89, No. 2 (Apr., 1995), pp. 470-486.
Trubek, David & Santos, Alvaro eds. The new law and economic development: A critical appraisal (New York: Cambridge University Press, 2006).
Trubek, David. Toward a Social Theory of Law: An Essay on the Study of Law and Development. The Yale Law Journal, Volume 82, Num 1 (November, 1972): pp 1 – 50.

 

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