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Género, sindicalismo y derechos: más allá de la cuota

por PÓLEMOS
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Lily Ku Yanasupo

Abogada por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, magíster en Derecho Constitucional por la Pontificia Universidad Católica del Perú, máster en Estado de Derecho Global y Democracia Constitucional por la Universidad de Génova (Italia) y diploma en Justicia Constitucional y Derechos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares (España). Actual Secretaria General del Sindicato de Trabajadores de la Defensoría del Pueblo e integrante de la Mesa Directiva de la Coordinadora Nacional de Trabajadores del Sector Público – CONTRASEP.

Correos: likuya@gmail.com, lku@pucp.pe.


El activismo social desde una postura de género

Asumirse dirigenta o activista social en un mundo donde aún predominan los roles de género, es decir, un mundo todavía tan desigual, significa un reto. El desafío es mayor para aquellas mujeres que hemos tomado conciencia de que gran parte de nuestras vidas está marcada por lo que la sociedad espera de nosotras. Cuando por fin se toma conciencia de esta realidad, así como de las diversas circunstancias de las mujeres, entonces empezamos a cuestionar si nuestras conductas están orientadas a asumir estos roles sociales y reforzarlos, o -por el contrario- a adoptar una posición de lucha contra dichos roles y el sistema imperante.

Esta consciencia sobre nuestra posición desigual en el mundo se desarrolla cuando mostramos conductas que rompen ciertos esquemas o reglas que, sin estar necesariamente escritas, existen y estamos aparentemente obligadas a cumplir. Es allí donde empezamos a distinguir los obstáculos. Esto pasa, por ejemplo, cuando ejercemos un rol de liderazgo y pretendemos hacerlo con autonomía, seriedad y firmerza. ¿Cómo nos mira, entonces, la sociedad: nuestras parejas, amigos(as), compañeros(as) de trabajo, jefes(as), vecinos(as), etc.?

Este es el caso del ámbito sindical, donde la presencia de la mujer aún sigue siendo muy exigua: solo 1 de cada 10 trabajadores sindicalizados en el sector privado formal es mujer; asimismo, la tasa de afiliación sindical femenina representa la quinta parte de la tasa de afiliación sindical masculina[1]. No es distinto, ciertamente, en el ámbito académico, espacio en el que siguen existiendo dificultades reales para que las mujeres puedan tener igual participación en los espacios de discusión e investigación, aun cuando está demostrado que más mujeres egresan de las universidades y se gradúan de estudios de posgrado que hombres[2].

Desde mi experiencia personal, ejercer un liderazgo sindical conociendo de antemano las falencias de un sistema administrativo que no funciona, porque lo hemos estudiado y trabajamos en él, es un activismo poderoso que puede verse obstaculizado por cuestiones de género. Pero, cuando el compromiso es verdadero porque responde a la convicción de tomar un papel más activo frente a las situaciones de desigualdad que viven las personas -no solo por ser mujeres, sino también por otros factores que nos colocan en una mayor vulnerabilidad, como la clase, la raza, la orientación sexual, la condición de discapacidad, etc.-, debemos continuar sumando a las luchas colectivas desde el espacio en el que nos encontremos.

Ciertos desafíos por superar

El primer desafío de cualquier dirigiente/a sindical es saber lidiar con un empleador que no es sensible ni cercano a los problemas de sus trabajadores/as. Pero, adicionalmente a estas situaciones que pueden ser desventajosas en el ámbito de una lucha laboral, las dirigentas sindicales tienen que aprender a superar otros obstáculos relacionados con el género, como suele ser el constante cuestionamiento a lo que una hace. De hecho, algunas mujeres piensan que con una profesión, varias maestrías o especialidades, y muchos años de experiencia en un tema particular, estos cuestionamientos se superan con mayor facilidad, pero no es así. Muchos hombres tienen por costumbre desmerecer nuestras opiniones y poner en constante tela de jucio nuestros conocimientos y capacidades.

Creo que esto se explica, en gran parte, en la crianza sexista que aún recibimos hombres y mujeres. Y es que, a los hombres les enseñan desde niños que ellos saben más y es por eso que quienes gobiernan el mundo en su mayoría son ellos; y a nosotras, en cambio, nos enseñan a tener un papel dócil y sumiso, a estar dispuestas a hacer lo que nos digan.

Otro desafío suele ser saber manejar el trato condescendiente que se nos brinda, para que algunos hombres puedan dejar por sentando que cumplen con darnos un “trato preferente” porque ellos “no tienen nada en contra de las mujeres”. Para nosotras, claro, no es tanto así, sino un recordatorio de que no estamos en el lugar que nos merecemos, sino en el sitio que otros buenamente nos están cediendo. Esto demuestra que aún existe una gran confusión respecto a los objetivos de la igualdad de género, que no significa que las mujeres queramos que nos hagan favores (que nos inviten en igual número que a los hombres, que nos permitan empezar primero o que nos dejen conducir las reuniones, entre otros), significa que queremos igualdad de oportunidades para demostrar nuestras capacidades. Esto es algo que tiene que ir cambiando, en tanto las personas se vayan sensibilizando y educando más en derechos.

Una última dificultad, y que todavía está muy presente en los diversos espacios sociales, es que muchas mujeres aún no se asumen como parte de una minoría, o -peor aún- utilizan la consigna de la igualdad de género para hacerse un espacio en el ámbito público, pero una vez allí estas compañeras no necesariamente trabajan a favor de los derechos de las mujeres, o quizá solo desde un enfoque muy formal. Esto nos tiene que llevar a reflexionar que el tema de la igualdad de género es mucho más que un asunto de cuotas. Aunque, ciertamente las medidas afirmativas ayudan al objetivo igualitario, estas por sí solas no garantizan que haya una mayor y mejor representación de los intereses de las mujeres, solo aumentan las probabilidades de que esto sea así.

Algunos logros y retos pendientes

No podemos negar que existen algunos avances en la lucha para que las mujeres tengan mayor presencia en los espacios de discusión y toma de decisiones. Por ejemplo, la incorporación de la cuota de género en las listas partidarias y que, cada vez más, se promueva la designación de mujeres para el ejercicio de cargos públicos. Pero, esto solo es un primer paso porque la práctica demuestra que no es suficiente.

En el ámbito sindical, me parece importante seguir fomentando que haya una mayor afiliación y dirigencia femenina. A su vez, es necesario que desde los sindicatos se desarrolle una labor de incidencia política, pues sin esto ¿cómo se podrían lograr las reformas que espera la clase laboral? Esta tarea se tiene que nutrir con una mayor formación y capacitación sindical con perspectiva de derechos humanos, lo cual ayude a levantar la voz y representación de cada sindicato u organización en clave de fortalecer el bloque o los diversos bloques sindicales.

En ese camino, las mujeres sindicalistas debemos perder el miedo a expresarnos. Es necesario romper con ese estigma social que impide ver a las mujeres ejerciendo roles de liderazgo, y en esto suma mucho que estemos mejor capacitadas, que tomemos más la palabra, que expliquemos nuestras ideas y que podamos defenderlas con buenos argumentos. Estas son cosas que poco a poco tienen que ir cambiando, de manera que en un futuro no muy lejano, las mujeres que estamos en el sindicalismo y hacemos diversas labores de incidencia política y, en general, las mujeres que participan en el ámbito público, no tengamos que vernos obligadas a demostrar todo el tiempo que estamos en el lugar en el que estamos porque lo merecemos, y que se nos pueda medir con la misma vara con la que se mide la eficiencia y el desempeño de los hombres.

Por otro lado, necesitamos seguir avanzando hacia una mayor representación cualitativa de las mujeres, como parte de esta idea de democracia paritaria en un sentido más sustantivo. Como sabemos, muchas mujeres que ahora mismo están en el ámbito público, en el parlamento, en el ejecutivo, en los juzgados y en los tribunales, no necesariamente están allí para pelear por la igualdad de género, a pesar que ellas están allí gracias a las luchas históricas de las mujeres. Por ello, el enfoque de género en la educación peruana es fundamental para alcanzar una sociedad más igualitaria, discusión que felizmente quedó zanjada en sede judicial en nuestro país[3].

Alcanzar una democracia paritaria significa vivir en una sociedad que se basa en el reconocimiento de derechos y en la posiblidad de que todas las personas puedan verse representadas en el ámbito público. De allí la importancia de que exista una representación equilibrada entre hombres y mujeres, porque solo así nosotras podremos impulsar ajustes y cambios sociales a favor de nuestros derechos. En esa línea, el criterio de paridad ayuda a visibilizar las diversas problemáticas y realidades sociales.

Por último, es necesario recalcar que la participación de las mujeres en la política y en los espacios de toma de decisiones, es una condición para empezar a colocar en la agenda y en la discusión pública aquellas situaciones que impiden que estas puedan acceder a iguales derechos. Para esto, también es necesario garantizar que esta mayor participación y representación, en la mayoría de casos, se oriente a lograr medidas gubernamentales favorables para las mujeres como grupo.


[1] Fuente: Planilla Electrónica del MTPE, 2016.

[2] Fuente: información estadística de la SUNEDU, 2016 y 2021.

[3] Fallo de la Corte Suprema que resuelve la demanda de Acción Popular interpuesta contra la Resolución Ministerial N° 281-2016-MINEDU, mediante la cual se aprobó el Currículo Nacional de la Educación Básica para el año 2017 (Exp. N° 23822-2017/LIMA), publicada en la separata “Procesos constitucionales” del Diario Oficial El Peruano, el 12 de abril de 2019.

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