Nicole Oré Kovacs
Psicóloga y docente contratada en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).
Don’t be afraid to care
El grupo denominado “La Resistencia” posee una contradicción radical en su nombre. Se presenta como un grupo que “se resiste” a las fuerzas oscuras del comunismo de la izquierda en sus diferentes versiones a través de un mal llamado “activismo político” de ultraderecha conservadora y acrítica, que ya ha demostrado ampliamente estar vinculada al fujimorismo. La Resistencia aquí se manifiesta hacia lo otro, lo distinto. Es una resistencia hacia aquellos que no piensan como sus miembros, que no profesan sus mismos valores, y que por lo tanto son catalogados como “terrucos”, “mermeleros”, “narco-comunistas”, entre otros adjetivos que desde ya se perfilan como estereotipados, reduccionistas y perversos. Impera aquí una negación del otro.
El mes pasado hemos sido testigos de uno de los actos más nefastos de este grupo: la profanación de un mural y memorial en honor a Inti y Jack Brian, jóvenes fallecidos el sábado 14 de noviembre durante la marcha en la que se exigía la salida de Merino. A ello se le suma, por ejemplo, el vandalismo al Ojo que llora, memorial de las víctimas de la violencia terrorista durante la época de conflicto armado interno, ejecutado hace ya algunos años. Además de estas atrocidades, las páginas de Facebook y los hashtag en Twitter se establecen como un espacios de fanatismo radical, ignorancia voluntaria y repetición de una serie de discursos e ideologías fascistas profundamente violentas y preocupantes.
Lo que preocupa aquí es la claridad con la que el mal se hace manifiesto en este grupo, que en palabras de Miguel García-Baró puede entenderse fundamentalmente como aquello que despoja el sentido, que arrebata su posibilidad de la experiencia. De hecho, la tradición tiende a describir al mal como aquello que el ser humano teme más profundamente, a saber, la experiencia de dolor y el sufrimiento. En este sentido, García-Baró explica que el mal es, sin duda, dolor, pero más bien un dolor que aparece como consecuencia de la falta de sentido de una realidad que se nos presenta como la alteridad y la totalidad más impredecible, inasible y desdeñosa. Esta definición del mal nos permite situar con claridad el eje moral de los actos antes descritos, que son claramente una afrenta hacia la función de la memoria como parte del mecanismo de resignificación de tal realidad. Lo que García-Baró señala, además, es que el mal no es algo externo o que está “fuera de” la experiencia del ser humano, sino más bien se encuentra “en potencia” en cada uno de nosotros[1].
La maldad como una posibilidad de la experiencia humana nos sitúa en un plano de exigencia moral en la que la libertad se pone en juego. Bajo esta lógica, la libertad se manifiesta en la acción del agente, quien decide evadir el dolor (evadir, por tanto, la realidad y despojarla de sentido) o hacerse cargo de la experiencia, es decir, asumir el dolor y articular un sentido coherente de este, para luego hacerlo explícito. La cuestión de la libertad es, por lo tanto, inherente a la acción humana. La acción libre no es aquella que evita asumir la responsabilidad por la articulación de un sentido para aquello que causa dolor, sino que es más bien la responsabilidad, concreta y ejercida en la práctica, de articular un sentido para el dolor, a través de una explicación narrativa que aspira al bien. De hecho, el agente se ve confrontado con la posibilidad, inherente a su experiencia, de hacer el bien o el mal, frente a lo cual deberá tomar una decisión. La decisión se ejecuta y se realiza en el presente, en el preciso momento en el que la acción es realizada. De ahí que se vincule al mal a aquellos dispositivos que defienden una narrativa histórica única, que pretende, en palabras de García-Baró, que una versión del pasado domine y determine el accionar del agente.
En contraposición a lo anterior, La Resistencia ha demostrado reiteradas veces una voluntad acérrima para realizar actos en contra del sentido y construir narrativas denigrantes. Por ejemplo, plantones a favor de Pedro Chávarry, Rosa Bartra; así como también el emblemático plantón frente a IDL-Reporteros condimentado con adjetivos antisemitas. El prejuicio de identidad política y de género implícito en sus insultos es claro: todo aquel que piense diferente es “Generación caviar de asentamiento humano”[2], y además, aquellas mujeres que profesan ideales feministas y de izquierda son catalogadas de la siguiente manera: “como buena feminista usa sus privilegios para trepar”[3], entre otros ejemplos. El severo problema con esto es que estos hechos son evidencia de una actitud que propicia la injusticia sistemática, cuyo costo epistémico es demasiado alto. Las posibilidades para articular sentido a través del diálogo y la re-construcción de narrativas se reducen significativamente cuando se cuestiona la confiabilidad y credibilidad de un discurso o acto público a partir de prejuicios negativos. La violencia es más que evidente.
Ahora bien, la memoria y reconstrucción de la narrativa histórica a través de la acción de los agentes es algo que se ejecuta siempre a nivel del tiempo presente, y que además le otorga especial importancia a la esperanza por un futuro que se aproxime -en la medida de lo posible- al bien ansiado. De hecho, la esperanza dirigida hacia la posibilidad de alcanzar el bien solo puede ponerse de manifiesto a nivel práctico, en la acción de los agentes, quienes deben “decidir por el bien”, es decir, decidir enfrentarse a la alteridad para luego otorgarle un sentido. En términos de la paradoja que discutimos aquí, la resistencia al bien inhibe el reconocimiento del otro y, por tanto, interrumpe cualquier camino posible para elaborar un sentido.
De lo anterior se colige que la resistencia es, más bien, una resistencia al mal. En tal respecto, el agente debe resistirse a la evitación del dolor y sufrimiento, es decir, deberá resistirse al mal. Aquí La Resistencia adquiere un sentido distinto al que originalmente tiene la idea de una resistencia al mal. Diríamos, en todo caso, que La Resistencia es una resistencia al bien en todas sus formas, una resistencia al sentido, a la memoria, a lo radicalmente otro.
Referencias:
[1] Cfr. García-Baró, M. (2020). ¿Dónde se esconde el mal? Seminario de profesores y doctorandos, Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD). En: https://www.youtube.com/watch?v=X7n3W0X2eoU&list=PL8o6tCyldZfbMtDZHgYXFxESeWpNKRkM6&index=5
[2] Recuperado de: https://www.facebook.com/877795992564646/photos/a.878073852536860/1342640216080219/
[3] Recuperado de: https://www.facebook.com/877795992564646/photos/a.889618841382361/1340531939624380/