Horacio Gago Prialé[1]
Doctor en Derecho por la Universidad Pontificia Comillas de España.
La palabra “desarrollo” es ambigua y su significado subjetivo, pero definirlo es necesario, porque proyecta el horizonte de cosas que los países quieren para sí mismos en el futuro mediano y largo. Esa ambigüedad ha hecho que las instituciones globales tengan que “enfocar” el desarrollo para darle un significado claro, usando para ello determinadas perspectivas. Los enfoques del desarrollo más importantes son el de género, el de las capacidades y el desarrollo humano integral con valores cristianos.
Debemos empezar con distinguir “desarrollo” y “democracia”. Mientras la democracia[2] alude a formas de cómo decidir sobre la vida social y política, el desarrollo traza las metas de una sociedad y Estado en base a activar las potencialidades de la gente y los grupos sociales. La democracia formal es un medio, un método y una forma de organizar las cosas políticas, con la finalidad de que los Poderes surgidos del voto popular (Ejecutivo y Legislativo) tomen las decisiones correctas en beneficio de la sociedad, la nación y el propio Estado. El desarrollo es un proceso de ampliación de libertades personales que el Estado promueve y como tal, a la vez, es un medio y un fin. Un medio, en tanto proceso, tiene etapas; es paulatino; y se encuentra conformado por avances y retrocesos. Sin embargo, también es un fin porque ese proceso busca elevar los indicadores de realización humana y social. Es decir, es medio en tanto proceso, y fin porque el estado busca alcanzarlo.
También es necesario precisar la relación entre “desarrollo”, “pobreza” y “desigualdad”. La pobreza y la desigualdad son conceptos presentes que rondan al desarrollo, pero no lo definen. La pobreza es antónimo de prosperidad y el desarrollo persigue la realización de las personas, y por ese camino combate la pobreza. La desigualdad es el resultado de las dificultades en el acceso a los recursos y a los frutos de la economía, siendo que el desarrollo busca reducirlas, sin nunca conseguirlo del todo. Los dos, democracia y desarrollo, son factores relevantes en todo occidente, incluida América Latina, pero en otras civilizaciones, por ejemplo, el islam, la democracia es irrelevante y el desarrollo siempre desigual. En esos países, la sociedad puede vivir sin libertades y mantener un utópico ideal de igualdad (la igualdad ultraterrena ante Alá, que se dará en la “Umma”).[3]
¿Democracia de consensos o de compromisos?
¿La democracia y el desarrollo son procesos que “construyen consensos”? No necesariamente. Los consensos se encuentran en una explanada demasiado alta donde las aspiraciones de las minorías se han desconectado de las posibilidades reales. Es preferible hablar o pensar la democracia como un proceso de asunción de compromisos mínimos, casi de vida o muerte. Ese es un plano menos etéreo y más concreto. De hecho, el pluralismo agonista de compromisos[4] es la actual clave teórica para rescatar el sistema democrático en Europa continental y América Latina, sistema deformado desde la crisis financiera del 2008. Dejar de lado las abstracciones irrealizables es el único modo, al parecer, para que la política recupere respaldo social y la gente la vuelva a percibir como útil y concreta.
Las personas y los grupos tienen algo en común. Todos temen a la muerte y a la extinción. En esa medida, sí podrían y querrían comprometerse a cumplir determinados acuerdos con tal de evitar la enfermedad mortal y la desaparición. Cuando la pandemia del COVID-19 y la invasión de Ucrania trajeron imágenes y realidades de enfermedad y muerte todos los días, en barrios, ciudades, poblados y comunidades, ya sea de nuestro país como de todos los otros y de Ucrania, la democracia de compromisos puntuales es más útil. En medio de tanto antagonismo de adversarios, los consensos como el siguiente se hacen imposibles: “el Estado debe hacer que todos los peruanos sean felices”. Sin embargo, los compromisos de supervivencia sí pueden ser alcanzables: “los peruanos necesitan trabajar para vivir y esa economía con mayor empleo es un papel prioritario del Estado”. La diferencia es inmensa. Se sale de un nivel abstracto de querer positivizar los derechos humanos a otro de positivizar las reglas que controlen los mercados y el poder, lo que es factible.
El desarrollo como proceso supone cambio, movimiento, ajuste y desajuste, ensayo y error, revisión del camino, trazado de nuevas tareas y toda la complejidad que conlleva un proceso en forma de poliedro que, cuando menos, integra cinco componentes: el desarrollo social, el desarrollo personal, el desarrollo económico, el desarrollo cultural y el desarrollo político. La necesidad de combinar e interconectar todas las caras del poliedro y las vicisitudes que aparecen sin cesar en una realidad caracterizada por los cambios, la llegada repentina o paulatina de estímulos externos desde el lado de las tecnologías de la información o las guerras y pandemias, añaden complejidad al proceso.
La situación se complica cuando se entiende al desarrollo como un fin. Hablar de países o economías desarrollados (OCDE) como aquellos que alcanzaron niveles de institucionalidad superiores, y de países emergentes o en vías de desarrollo cuando esas metas no han sido logradas aún, supone aludir directamente a las finalidades. Se pregunta ¿qué finalidades son esas? La respuesta va a depender del enfoque. El desarrollo es un proceso absolutamente secular y político; y hay enfoques que destacan los medios y son menos claros con los fines como el de las capacidades y el de género; y también enfoques que sí buscan alcanzar ciertas finalidades mayores como el enfoque de desarrollo humano integral o cristiano.
El enfoque de género
El enfoque de género parte de la idea fundamental de que las diferencias biológicas entre varón y mujer son, como mucho, complementarias o accesorias de la definición del género, porque éste es básicamente una creación cultural. Los humanos no somos como el resto de los mamíferos, machos y hembras definidos por roles en sus grupos o respecto de su prole. Los humanos nos encontramos dotados de razón y, en esa medida, creamos conocimiento y normas por el camino del aprendizaje cultural. El patriarcado, el sometimiento de la mujer, la desigualdad entre varón y mujer, han sido y son atavismos de tipo cultural. Las diferencias biológicas pueden tener impacto en pocos y reducidos ámbitos como la fuerza física (atletas masculinos de alto rendimiento por lo general consiguen marcas superiores a las atletas femeninas de alto rendimiento), pero de ninguna manera para justificar papeles diferenciados en el ejercicio de derechos humanos, sociales, económicos y políticos. La igualdad entre varones y mujeres y la libertad de elegir el género, sea cual fuere, es tan necesaria que el sistema legal e institucional debe promoverla con cuotas y subsidios en favor de los géneros actualmente disminuidos, independientemente de los méritos. Se presume que, en un sistema patriarcal, la vulnerabilidad de la mujer es tan patente per se, por lo cual el criterio de igualdad se coloca por encima del de merecimientos. La educación de género, la política de género, la salud reproductiva de género, la empleabilidad de género, la organización social de género, son parte de un proceso de cambio muy profundo y permanente, un camino hacia un ideal igualitario. La finalidad del enfoque de género es lograr ese mundo igualitario donde las personas ejerzan sus libertades de género irrestrictamente. Desde mi punto de vista, es un enfoque de desarrollo básicamente de medios.
El enfoque de género está en plena boga por el respaldo que recibe de las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el activismo incesante de sus promotores(as), además, desde luego, de la fuerza de sus argumentos. El foco lo tiene puesto en la igualdad de géneros y la libertad de elección de los criterios y preferencias sexuales desde edades tempranas. Es un enfoque pluralista-relativista: admite la coexistencia de valores siempre que todos fomenten la libre elección del género. No busca prioritariamente el buen uso de los recursos públicos ni ordenar el acceso a aquellos en función del esfuerzo de las personas. La corrupción e ineficiencia en la política tampoco son parte de sus aspectos definitorios.
El enfoque de las capacidades
El enfoque de las capacidades, surgido de la obra del economista Amartya Sen, conceptúa a la persona como “agencia” activa, actuante y ejerciente de elecciones gracias a contar con capacidades que utiliza para que su libertad le permita acciones efectivas en lo social, económico, cultural, político, etc. Sen concibe al desarrollo como un proceso de expansión de las libertades personales, y no como la acumulación material de riqueza, crecimiento o progreso económico. Las Naciones Unidas lo han adoptado bajo el nombre de desarrollo humano.
El desarrollo, para Sen, es un proceso de expansión de libertades en base a capacidades efectivas de las personas. Las personas son más libres en tanto más cosas concretas puedan realizar, pues ello repercute en su libertad irrestricta de elegir. También se trata de un enfoque de medios más que de fines; y no asegura que la libertad se oriente a fines perdurables –aquellos referidos a la defensa de la vida y la permanencia de la especie–. La realización de las potencialidades de las personas no se encuentra en su mira prioritaria. Se le tilda de enfoque individualista.
El enfoque de desarrollo humano integral o cristiano
El enfoque de desarrollo humano integral o enfoque cristiano proviene de la doctrina social de la iglesia y en particular de la encíclica Populorum Progressio de Giovanni Montini o Paulo VI, de 1967. Atiende fines y no solo medios. Se problematiza sobre el uso de la libertad: “para qué se es libre” y “para qué se tienen capacidades, instrumentos, herramientas, recursos y tecnología”. La respuesta que da es “para el bien común”, eudaimonía o realización de la personalidad con una orientación de ayuda solidaria a los más vulnerables. “La opción preferente por los pobres” es un mandato cristiano básico. Este enfoque se detiene en valores superiores conocidos: solidaridad, laboriosidad, justicia distributiva, merecimiento meritocrático, realización de potencialidades, veracidad, prudencia, empatía y convivencia armoniosa con el medio ambiente. En este enfoque, el desarrollo no se trata de crecimiento económico. Para ser integral debe “promover a todas las personas humanas y a toda la persona humana”. No es aceptable la separación de la economía de lo humano, “… lo que cuenta es cada persona, cada agrupación de personas, hasta la humanidad entera”.[5]
El enfoque integral entiende al desarrollo para “pasar de condiciones menos humanas a más humanas.”, del hambre a la comida, de la guerra a la paz, de la dictadura a la democracia, del analfabetismo a la cultura, de la violencia a la seguridad, de la vivienda indigna a la digna, de la enfermedad a la salud, de la mala educación a la buena, y de la no participación a la democracia. El humanismo del enfoque cristiano es integral y solidario, orientado a animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad, libertad de toda persona humana y la solidaridad.[6] Todo cambio en la dimensión material, ya sea por mejoras en lo social, en la alimentación o la vivienda, está estrechamente ligado al reconocimiento de un nivel de trascendencia siempre presente en la singularidad de toda persona. Le importa mucho la manera en que las personas ejercitan su libertad en relación con un creador y la inseparabilidad entre el ejercicio de esa libertad y sus efectos en la vida de las demás personas y en el ecosistema.
Complementariedad entre enfoques
Los enfoques revisados ven al desarrollo como un proceso paulatino de cambios importantes en una realidad inevitablemente dinámica. El statu quo es un punto de partida y el desarrollo busca cambios positivos. Todos conciben la libertad personal como un fin superior. El de género cree que las capacidades en las personas ampliarán su margen de elección para superar atavismos culturales. Los enfoques de género y de desarrollo integral son complementarios porque comparten una idea central sobre la dignidad humana. Sus diferencias se dan en las finalidades de la igualdad. ¿Para qué se es igual? El enfoque de género contestará: para ser libre en mí mismo. El cristiano lo hará: por un imperativo en mi esencia trascendente como alguien creado a imagen de alguien superior. Desde el derecho y desarrollo, atender las particularidades de cada enfoque es determinante en el momento de diseñar políticas públicas, normas e instituciones sostenibles, de ahí su importancia.
Referencias
[1] Profesor de la PUCP en la Facultad de Derecho
[2] Democracia o gobierno de los más, pero es claro que “la mayoría” no es otra cosa que una suma de minorías. Incluso dentro de un mismo partido, las decisiones se sustentan en persuadir, congregar y sumar facciones minoritarias. En corto, la democracia es el sistema de decisiones sustentado en el cabildeo entre minorías.
[3] La “Umma” expresa la sociedad humana universal en torno a Alá, el profeta Mahoma y el Corán. La umma es la comunidad de creyentes del islam y comprende a todos aquellos que profesan la religión islámica, independientemente de su nacionalidad, origen, sexo o condición social.
[4] Para profundizar en esta idea, recomiendo revisar la obra de la jurista y socióloga belga Chantal Mouffe.
[5] Compendio de la doctrina social de la iglesia.
[6] Compendio de la doctrina social de la iglesia.