Gabel Daniel Sotil García
Egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Educación con especialidad en Filosofía y Ciencias Sociales. Ex director del Instituto Superior Pedagógico Público “Loreto”. Ex director regional de Educación de Loreto. Recibió el Diploma de Reconocimiento de la Labor por los pueblos indígenas (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana). Cuenta con las distinciones: Palmas Magisteriales, Grado de Maestro; Premio Nacional de Educación “Horacio”, 1991, Derrama Magisterial y Premio Nacional de Educación “Horacio”, 1992. Cuenta con diversas publicaciones a nivel nacional e internacional sobre la educación en la selva, la historia de la Amazonía, educación ambiental, entre otros.
Nuestro Loreto es una región privilegiada: es pluricultural y, por ende, es multilingüe. Pero, no solo eso: se asienta sobre un bosque prodigioso, cuya complejidad no admite sino aproximaciones interpretativas de su esencia. Ello significa riqueza espiritual: riqueza para ver el mundo, riqueza de formas de ser, riqueza de formas de actuar, de alegrarnos, de entristecernos, de soñar. Riqueza de tener y ver al bosque, al río, a la cocha, al vuelo y cantar de las aves a nuestra manera. También riqueza creada por nosotros mismos.
Gracias a los pueblos milenarios es que sabemos desplazarnos por los senderos intrincados de nuestro bosque portentoso. Riqueza de caminar por los vericuetos de un mundo que ningún ser occidental puede descifrar. Y riqueza de entender lo que otros no pueden entender. Y es que Loreto es una muestra evidente de cuan diversos podemos ser los hombres y mujeres, a causa de nuestras culturas, sin perder nuestra esencia humana. Tiene en nosotros, los amazónicos, una muestra de cuan variadas pueden ser sus manifestaciones concretas en los espacios de este hermoso planeta. Constituimos una evidencia contundente de su vocación natural: la diversidad cultural. Diversidad que se inició hace miles de años.
¿Cuántos? Tal vez algún día lo sepamos. Pero no importa. Seguimos caminando, aunque sea con problemas para ser reconocidos por quienes no son amazónicos. Hasta hace cinco siglos aprendíamos de nosotros mismos a respetar al bosque, a aprovecharlo sin hacerle daño, a beber las aguas de ríos, cochas y quebradas, a curar nuestras enfermedades, a alimentarnos bien, a mirar a la Luna, al Sol, al firmamento y hacerle muchas preguntas y encontrar sus respuestas en las plantas, en los animales, en el amanecer, en la lluvia, en el trueno, en las tempestades, en fin. Pero vino la escuela y allí nos enseñaron otro idioma, otra religión, otras costumbres, otras maneras de ser y actuar. Y, entonces, comenzamos a ser diferentes: un lenguaje distinto nos separó, un dios diferente comenzó a juzgarnos. Vestimenta nueva, comida nueva, un mirar nuevo, un caminar distinto.
Aprendimos a amar al león, al elefante, al mar, a la jirafa. ¿De nuestro bosque?: Nada. De nuestros idiomas: nada. En nuestras culturas no había nada valioso para nuestras escuelas. Ni nosotros mismos éramos importantes. Fuimos ignorados de mil maneras, hasta que nos dimos cuenta de esta marginación, de este maltrato. No teníamos poder. Teníamos que obedecer lo que nos dijeran. Teníamos que perder lo que se nos arrebataba. Nuestras protestas no tenían valor. Éramos ignorados. Invisibles, pasábamos por los tiempos. No los nuestros. Los de quienes querían dominarnos.
Hoy ya no somos así, pues hemos reaccionado organizándonos. Ya no permitimos que nos maltrate, porque desde nosotros mismos y con el apoyo de gente que nos comprende, hemos reclamado y estamos siendo escuchados como pueblo amazónico. Ya en el Ministerio de Educación se habla más de nosotros. Ahora se nos pregunta, se nos escucha (no tanto como se debería, pero estamos avanzando).
Ahora se habla de una Política de Educación Intercultural Bilingüe.
Se reconoce que ella es un derecho de nosotros los indígenas y, por lo tanto, es un deber ofrecernos aprendizajes en nuestras lenguas maternas, en donde se transmitan los conocimientos que los pueblos amazónicos hemos acumulado a través de los años. Por eso somos culturas.
Somos culturas que hemos cultivado una relación armoniosa de equilibrio con nuestra naturaleza de la que somos parte, hemos aprendido a curar nuestras enfermedades, a domesticar animales, a cultivar con diversas técnicas conociendo los suelos. Nuestros conocimientos son grandiosos pues usando las plantas curamos nuestras enfermedades, nos alimentamos, nos defendemos para preservar nuestras vidas. Y mucho más. Entonces, ¿por qué nos consideran ignorantes? No lo comprendemos. ¿Qué se viene logrando? Bastante, diríamos. Pero no todo lo que necesitamos.
Ya participamos en reuniones para hablar de nuestra realidad. Ya existe un público que, asombrado, escucha con admiración nuestras historias escuchan. Entre ellos se dicen cosas que, a veces no entendemos.
Ya hemos logrado que muchos pueblos de cuenten con un alfabeto. Ya podemos escribir nuestras propias palabras como las queremos. Ya podemos decir lo que queremos como lo queremos. Ya nos estamos nombrando como nos gusta nombrarnos. Estamos logrando bastante. Antes teníamos que escribir con letras que no eran nuestras. Las palabras las veíamos raras, pues no sonaban como queríamos. Ahora sí. Ya no nos llaman ágrafos.
Con el apoyo de pedagogos de conocen nuestra realidad, estamos trabajando una propuesta pedagógica para educarnos correctamente, sin dejar de ser indígenas. Antes teníamos que educarnos siempre siguiendo los estándares de la sociedad occidentalizada y aprendíamos poco, casi nada.
Pero ahora es diferente. Muchos de nuestros niños se alegran cuando escriben nuestros idiomas. Pronuncian con alegría las palabras que usamos en la vida cotidiana. Es cierto que estábamos olvidando algunos de nuestros idiomas, pero ahora queremos hablarlos como lo hacían nuestros ancestros, que a veces se presentan en nuestros sueños para mostrarnos su alegría. Por eso queremos seguir luchando para tener una mejor educación.
Nuestros maestros ya hablan nuestro idioma y nos alegra, porque podemos decirles nuestros sentimientos, contarles nuestros secretos. Antes no era así. El maestro no entendía cuando hablábamos y nos miraba desde lejos. ¿Qué pensaría de nosotros? Él quería que todos los niños aprendieran el castellano. Ahora el maestro habla nuestro idioma, sabe de nuestra cultura, pues se ha formado en un nuevo paradigma bilingüe intercultural. La pregunta es ¿Es realmente un avance?
Por cierto. Sabemos que somos discriminados por nuestros nombres, por nuestras comidas, por nuestro color, por nuestros idiomas. Antes nos decían que nosotros hablamos “dialectos” y que éramos tribus. Ahora, aunque un sector de la sociedad lo crea, ya no nos lo dicen tan abiertamente porque ahora somos pueblos con un idioma constituido. Tenemos una “Declaración Universal de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas”. Se dice que somos una riqueza de la humanidad. Y eso nos enorgullece. Eso nos da fuerzas para seguir luchando por nuestros derechos sabiendo que también tenemos deberes con la naturaleza, con nuestro planeta, con nuestro país, con nuestra región, con nuestro bosque.
¡Cuánto hemos avanzado! Pero nos falta mucho. Así estamos yendo. Aún nos duele cuando destruyen nuestro bosque porque de allí sacamos lo que necesitamos para vivir y curar nuestras enfermedades. Por eso, pues, decimos: “El bosque: nuestro mercado, nuestra farmacia”.
¿Quién sino nosotros podemos entender eso? ¿Quién más vive del bosque? Muchas personas le tienen miedo, lo ven como un lugar peligroso. Los dueños de las grandes empresas y corporaciones ni siquiera conocen qué es el bosque. No se tiene conocimiento sobre su vedadero significado. Jamás caminarán por nuestras trochas, machete en mano cruzando puentes, vadeando, pateando quirumas, sacando callo-callos. Muchas empresas no quieren conocer realmente al bosque, sólo desean aprovechar lo que hay en él. Por eso lo defendemos con tanta pasión. Mucha gente que no vive acá lo quiere explotar irresponsablemente ¿Por qué? Porque no lo ama. Nosotros no podemos vivir sin él. “Indio sin bosque no es indio” decimos aquí en la Amazonía.
¡Ah, por eso queremos una educación que enseñe a nuestros niños a amar al bosque! A conservarlo, a defenderlo, porque bajo el frescor de su sombra tenemos lindos sueños. En esos sueños hablamos con la madre de las plantas, del agua, del bosque. Con quienes, desde lejanos lugares, en las alturas y en las profundidades, nos hablan, nos aconsejan, nos orientan. Por esa educación estamos luchando, ahora que ya podemos hacerlo.
Una educación con libros propios, en nuestros idiomas, con nuestros animales, con todo aquello que amamos desde que viniéramos, en la noche de los tiempos, desde tierras muy lejanas para quedarnos acá. Queremos que en nuestras escuelas se enseñen nuestras culturas, nuestras costumbres, nuestros mitos, leyendas, normas morales, cosmovisión que hemos construido mirando al mundo desde las entrañas de nuestro bosque. ¿Y nuestra historia? Sí que tenemos nuestra historia con otros personajes, con otros hechos heroicos, en nuestros propios mundos que solo nosotros conocemos.
Sabemos que otra historia se ha contado de nosotros, el pueblo Amazónico. Se nos ha dicho en el pasado que somos salvajes, que no entendemos nada, que no queremos el progreso. Pero, ¿cómo vamos a querer ese progres, si se nos quita el bosque, se nos quitan nuestras costumbres, las tradiciones y seres que viven en nuestras mentes?
Por eso queremos una educación intercultural que nos forme para conocernos mejor, para amarnos como hermanos que somos, para defender lo que sentimos que es nuestro. Para trabajar en forma conjunta por nuestro desarrollo, pero respetando nuestras maneras de ser. Sí, por eso estamos luchando. Seguiremos construyendo, juntos, una educación intercultural bilingüe.