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¿Para qué Derecho y Literatura?

por PÓLEMOS
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Jorge Roggero 

Profesor de la Universidad de Buenos Aires y miembro de CONICET


En 1946, Martin Heidegger se preguntaba: wozu Dichter? (“¿Para qué poetas?”). El enunciado completo del planteo heideggeriano, tomado de la séptima elegía de Brod und Wein (“Pan y vino”) de Friedrich Hölderlin, era: wozu Dichter in dürftiger Zeit? (“¿Para qué poetas en un tiempo de indigencia?”).[1] Esta pregunta no solo no ha perdido su vigencia en nuestro presente, sino que puede servir como hilo conductor para iluminar la cuestión que nos convoca en este texto. Siguiendo a Heidegger, propongo plantear el problema en los siguientes términos: “¿para qué Derecho y Literatura en tiempos de indigencia?”. Considero que esta temática acepta esta enunciación, en primer lugar, porque el diagnóstico hölderliniano de nuestra contemporaneidad como un dürftige Zeit conserva su actualidad, y, en segundo lugar, porque el wozu, el para qué de los estudios “Derecho y Literatura” adquiere su sentido último en la respuesta heideggeriana reivindicatoria de los poetas.

Ciertamente, de inmediato se podría objetar que no es lo mismo la poesía que la literatura. Esta crítica es muy pertinente y nos permite clarificar la noción de poesía en cuestión. El filósofo de Meßkirch destaca enfáticamente la diferencia entre Dichtung y Poesie. La Dichtung, la poesía que emana de los auténticos poetas, debe ser entendida en un sentido amplio, en su unidad interna y esencial con la palabra y el habla. La Poesie, en cambio, se limita a ser una de las expresiones técnicas de la literatura. En este sentido, no toda Poesie es Dichtung. Pero, así también, hay que agregar que la Dichtung no se circunscribe exclusivamente al ámbito de la Poesie. Es más, Heidegger señala que “la esencia del arte es la Dichtung[2] en tanto “todo arte es como dejar acontecer el advenimiento de la verdad del ente en cuanto tal”.[3] Pero ¿cómo cabe entender este acontecer de la verdad del ente? Heidegger destaca la distinción goethiana entre el habla de la cotidianeidad, que se limita a hacer posible las relaciones más superficiales, y lo poético, el habla capaz de articular las “relaciones profundas”.[4] En este punto, me atrevo a sugerir –solo a sugerir, pues aquí no podré fundamentarlo– un paralelo con las ideas del primer formalismo ruso y, en particular, con la distinción entre el lenguaje poético y el lenguaje cotidiano: el hecho de que la poesía sea capaz de mostrar al ente en su verdad, al ente en tanto tal, significa que tiene el poder de develar lo que permanece oculto en la automatización propia de la vida cotidiana.

Pero antes de continuar indagando en ese poder de la palabra poética, conviene aclarar el punto de partida: ¿a qué refiere Hölderlin con esta caracterización de un “tiempo de indigencia”? Es conocido el análisis de Heidegger. La indigencia hölderliana es la causada por la “huida de los dioses”. Se trata de la situación metafísica en la que nos encontramos: la de la constatación de una ausencia de fundamento, de un Ab-grund (Ab, abolición, supresión, ausencia; Grund, suelo, base, fundamento), es decir, la constatación de un abismo. “La era a la que le falta el fundamento está suspendida en el abismo [Ab-Grund]”,[5] dice Heidegger. Estamos en la “noche del mundo” desde el “Dios ha muerto” de Nietzsche. Heidegger destaca la pobreza de nuestro tiempo en el que, a pesar del dictum nietzscheano, no somos capaces de advertir la falta de los dioses y de la divinidad.

Ahora bien, como señala Heidegger también: “En la era de la noche del mundo hay que experimentar y soportar el abismo del mundo”.[6] Hay que aceptar la ausencia. Advertir la falta no implica buscar un sustituto onto-teológico, sino simplemente asumir esa ausencia. Pero, claro, no en el sentido de cierto pesimismo nihilista. Dice Zarathustra: “El desierto crece ¡Ay del que en su alma alberga desiertos!”.[7] Ciertamente no se trata de celebrar o entregarse al abismo sin más. Pero, entonces ¿de qué se trata?

Hay una tarea constructiva que emprender. La actitud a poner en práctica no debe ser la de un vagar en el desierto, martillo en mano, como el león nietzscheano, sino la de advertir la función fundamental de los poetas para introducir un sentido allí donde ya no lo hay o, quizás, mejor aún, para develar ya no un sentido último, pero sí los sentidos que acontecen en la experiencia con la cosa, con la Sache. ¿Cuál es la dificultad? Heidegger la señala con claridad: “Los tiempos no son de indigencia por el hecho de que haya muerto Dios, sino porque los mortales ni siquiera conocen bien su propia mortalidad ni están capacitados para ello. Los mortales todavía no son dueños de su esencia”.[8] Y esta esencia permanece oculta por la técnica que se traduce en la “deliberada auto-imposición” del puro querer humano en todo.

¿Para qué poetas en tiempos de la tecno-ciencia? Según Heidegger, la respuesta ya se esboza en un pasaje de la novena elegía de Duino de Rilke: “Nace en mi corazón una existencia en exceso [überzähliges Dasein entspringt mir im Herzen]”,[9] una existencia que excede al número (über, prefijo que indica que algo excede, que sobrepasa los límites; Zahl, número). Desde lo más profundo de lo humano brota lo que excede al cálculo tecnocientífico y es capaz de responder a la llamada de los fenómenos. La auto-imposición intencional reduce las cosas a objetos. Pero las cosas se resisten a esa reducción, nos llaman, nos piden una respuesta que haga justicia con ellas, que las deje aparecer en su verdad, en su otredad. Según el formalismo ruso, en la cotidianeidad nuestra percepción está automatizada, no nos detenemos en las cosas y, en este sentido, no las vemos. Los procedimientos de objetualización –que, por otro lado, son imprescindible, pues hacen posible la vida en sociedad– invisibilizan las cosas que nos rodean al amoldarlas a la imposición del querer humano. Solo el lenguaje poético puede volverlas visibles nuevamente a partir del procedimiento que Viktor Šklovskij propone llamar ostranenie, desfamiliarización. El fundador del formalismo destaca cómo diversos recursos literarios permiten detener la mirada en diferentes aspectos de los objetos, que se encuentran invisibilizados por la automatización de la imposición objetualizante.[10]

¿Cómo impactan estas ideas en el mundo del Derecho? En primer lugar, cabe destacar que la imposición intencional se registra también, y no podría ser de otro modo, en el discurso jurídico moderno que, como expresión tecnocientífica, necesariamente calcula, objetualiza. La norma jurídica debe pre-decir. Sin embargo, este rasgo del Derecho se opone esencialmente a la determinación más propia de la justicia como un acontecer que solo puede darse excediendo al cálculo, haciendo visible lo invisible, respondiendo a la llamada de las cosas que nos convocan a fenomenalizarlas en su otredad. En este sentido, a diferencia del pre-decir del Derecho, la justicia constituye siempre un post-decir. Es necesario, pues, otro uso de la palabra, otro decir. ¿Para qué poetas? Porque se requiere un decir que, como destaca Heidegger, se arriesgue al abismo y este decir es el decir de los poetas. El poeta es el que se arriesga a un discurso que no es imposición, a un discurso que no quiere nada, sino que deja que aparezca lo que en la cosa excede a la objetualización.

¿Cómo puede darse este tipo de discurso en el Derecho? Por medio de la articulación Derecho y Literatura. El decir poético literario invita a la ejercitación en otro tipo de percepción, un percibir que pone en cuestión el habla que nos habla, para dejar acontecer aquello silenciado por esa habla objetualizadora, aquello invisibilizado.[11] La literatura y su poética visibilizadora es indispensable para pugnar por un Derecho, tanto en su dimensión judicial como en su dimensión legislativa, que sea capaz de juzgar sin prejuzgar, que se arriesgue primero a juzgarse a sí mismo y a su decir objetualizador para intentar ensayar un decir que permanezca receptivo respecto del develarse del fenómeno en sus propios términos. En este sentido, el decir poético es fundamental para acompañar al Derecho en la búsqueda de la justicia.


[1] Hölderlin, Friedrich, “Brod und Wein” en Grosse Stuttgarter Ausgabe. Sämmtliche Werke. Gedichte nach 1800, Zweiter Band, Erste Hälfte, Stuttgart, Verlag W. Kohlhammer, 1951, pp. 93-94.

[2] GA 5, p. 63.

[3] Ibid., p. 59.

[4] Cfr. Heidegger, Martin, Im Denken unterwegs. https://www.youtube.com/watch?v=ZSXzFKPuDLc. Visitado el 01/04/2020.

[5] “Das Weltalter, dem der Grund ausbleibt, hängt im Abgrund”. Ibid., p. 270.

[6] Idem.

[7] KSA 4, p. 380.

[8] GA 5, p. 274.

[9] Rilke, Rainer Maria, Sämtliche Werke. Band 1, Wiesbaden und Frankfurt a.M., Insel Verlag, 1955, p. 719.

[10] Cfr. Šklovskij, Viktor, “Iskusstvo kak priem“ en Sborniki po teorii poetičeskogo jazyka II, Petrograd, Opojaz, 1917.

[11] Podemos mencionar como un ejemplo muy actual el poder visibilizador de la violencia hacia las mujeres que tuvo en Argentina la reciente novela de Belén López Peiró, Por qué volvías cada verano. Cfr. López Peiró, Belén, Por qué volvías cada verano, Buenos Aires, Madreselva, 2018.

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