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El futuro del trabajo en tiempo de cambios

por PÓLEMOS
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Pablo Arnaldo Topet

Profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Buenos Aires

En la sociedad actual el trabajo es un bien que no solo es necesario para la procura de los medios económicos para satisfacer las necesidades básicas y simbólicas de los individuos. Lo es también para “incluirlos” en el espacio social de toda comunidad; se es individuo y ciudadano porque se “trabaja”. Paradoja de los tiempos es que en la democracia de los griegos  o la república de los romanos, el trabajo era considerado solo desde la razón económica y, por tanto, desvalorado para los ciudadanos, impropio e indigno, el que “trabajaba” era el excluido en la polis  griega o la civitas romana.  Dos mil quinientos años después, la economía y la sociedad funcionan de una manera distinta, por lo menos eso es lo que creíamos.

Para introducirnos en el problema del trabajo en la actualidad, hay que partir por advertir que el modo en que la economía de mercado incorpora trabajo y distribuye riquezas es clave para entender algunos de los problemas de las sociedades modernas. Aunque las diversas experiencias nacionales y sus respectivas y particulares contingencias, puedan opacar la idea de alguna noción más universal que recorra transversalmente al conjunto de las naciones.

Hasta la caída de muro de Berlín,  dos visiones imperaban en el mundo; ambas tenían modos de justificar la manera en que proponían alcanzar los mejores resultados sociales y económicos. Al calor de formas políticas y de distribución del ingreso, que negaban según fuera el punto de vista las bondades que el otro adjudicaba a su conjunto de sus postulados ideológicos y consecuentes arreglos institucionales. Pero, a partir de 1989, nada fue igual. Desde aquel momento el capitalismo con sus diversas maneras de implantación se hizo hegemónico en el conjunto de los países del globo. La amenaza o la simple idea de una sociedad organizada de otro modo dejó de funcionar como una buena razón para atemperar los problemas de distribución de las economías de mercado.

Sin embargo, no escapa a ningún entendimiento, que el capitalismo no funciona, aun con esta implantación extendida luego de la caída del muro, como lo hacia hace 100 años. En principio, podríamos advertir que en la actualidad prevalecen los servicios, y entre estos los de la actividad financiera y bancaria, por sobre las estructuras de producción de las cuales se han desvinculado, en el lugar de importancia y prevalencia económica. Además, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación aplicada a los procesos productivos  han revolucionado en todos los aspectos el modo de trabajar. Nuevas palabras para  nombrar extrañas formas de vincularnos con el trabajo: crowdworking para identificar lo que se llama “trabajo colaborativo”, ejemplo de ello el caso Uber, que provoca encendidos debates en Argentina y Uruguay, por la ubicación del trabajo prestado dentro del ámbito de la autonomía o la dependencia laboral;  la robótica y los robots que realizan tareas; el teletrabajo que se realiza en los hogares o en sitios diferentes a la tradicional fábrica, oficina o taller de trabajo, nos convocan al asombro y al espanto por sus virtudes y sus amenazantes efectos.

Y, estos cambios, se inscriben en una cultura de lo fugaz, que Baumann identificó con la metáfora de la sociedad liquida, que se ha “individualizado” en las aspiraciones y conductas de todos, incluidos los trabajadores; se diluyeron en buena parte proyectos de realización colectiva. La idea de solidaridad ha quedado muy olvidada o relegada, y algunos reniegan de sus virtudes. Lo sorprendente es, que este entendimiento también se reconoce entre los trabajadores, los que tienen empleo y los que desean hacerlo. Ha calado tan hondo, ese individualismo, que la utopía de transformación social ha cedido su lugar al sueño personal como horizonte de los ciudadanos. Las personas se ubican en el tejido social de acuerdo a los acuerdos individuales en los que haya podido asegurar su inserción en la sociedad. Nada puede esperar (y ello le parece justo e inmodificable) de la otrora red de sostén y protecciones que la seguridad social procuro atender.

Se impusieron, en todo el globo, las categorías culturales de los que entienden que el mercado y no la sociedad es el que debe marcar el rumbo económico y social. Bajo esa impronta los individuos se conciben a si mismos como “consumidores” y un consumismo desaforado guía las practicas sociales. Quien no puede consumir “ciertos y determinados productos y servicios” no es sujeto de la comunidad está condenado a las zonas periféricas y  marginales de la vida en común y a la exclusión de las mas elementales formas de vida social.

La sensibilidad por las dificultades de “los otros” se difumina en el torbellino de las insatisfacciones personales y los consumos pendientes. Todo ello horada los mecanismos de ligazón social no vinculados a aquellos parámetros. La sociedad como una piedra partida no se concibe como un espacio común y un grupo numeroso  y marginado de los bienes materiales y simbólicos de la comunidad, se cristaliza en sus estructuras, sin recursos y sin estructuras de apoyo institucional que los contenga.

Los mercados de trabajo no escapan a esas “nuevas lógicas” con que se desarrolla la economía globalizada, lógicas en la manera de producir; en las técnicas disponibles para hacerlo; en las formas que adoptan las estructuras empresariales: el primer problema del efecto combinado de aquellas “nuevas lógicas”, como en los albores del capitalismo industrial; es el desempleo estructural, lo segundo el modo en que se trabaja entre los que tienen trabajo, esto es la precarización que avanzo a paso firme con contratos temporales, formas flexibles,  las formas de descentralización productiva o lo que se ha denominado la feudalizacion del entramado productivo, regulaciones que  han mermado su conjunto de protecciones y garantías; los colectivos específicos, como los jóvenes y los migrantes con serias dificultades para gozar de idénticos derechos a los del conjunto; la ilegalidad del trabajo infantil y las humillante constatación que la trata y la servidumbre aun son una realidad en estos tiempos; a todo ello se suman los efectos de las tecnologías como destructoras de empleos o de reconfiguración de los conocimientos y saberes para seguir teniéndolos.

Por cierto en América Latina, la manera en que todo sucedió se inscribió en las particularidades de los modos en que la economía funciono luego de la segunda gran  guerra mundial; lo que se conoció como  el proceso de sustitución de importaciones que al Estado le reservaba un relevante papel en todos los campos; situación que luego mudo, al calor de las doctrinas de la Escuela económica de Chicago y el Consenso de Washington, para adoptar las tesis que se enlistaban en un Estado pequeño con una prevalencia del mercado por sobre todo otro poder. En Argentina la consigna fue “achicar el Estado es agrandar la Nación”, y bajo esa invocación se privatizaron los servicios públicos; se enajenaron empresas publicas; se desrreguló la economía; se  liberalizó el comercio exterior. Todas estas medidas de políticas publicas, por cierto, gozaron del aval de los organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Pero, aun considerando las notas que nos diferencian de los modos en que los cambios se han producido en experiencias mas desarrolladas ( como los Estados Unidos o en la Unión Europea; los países emergentes de Asia o lo que sucedió en Rusia y China ), lo cierto es que este entramado complejo de cambios, plantea desde hace ya un tiempo a la sociedad en su conjunto y a quienes reflexionan sobre su realidad y porvenir, un nuevo interrogante, ¿Estamos frente a una nueva cuestión social?, o es una expresión mas de aquella “cuestión social” del siglo XIX, que motivara la Encíclica “Rerum Novarum” (De las cosas nuevas), de León XIII en 1991, la cuarta revolución industrial, implica un conflicto “distinto “ o  “diferente”, o solo es una estación mas del largo camino del capitalismo desde que se transformo en hegemónico.

Por lo pronto en estos tiempos tener trabajo no asegura no ser pobre, por el contrario cada vez hay mas trabajadores pobres; y, desde otra perspectiva la forma en que se utilizan las nuevas tecnologías generan similares prevenciones que las que en los albores del maquinismo con la introducción de  las maquinas  en la industria textil y minera generaron en los trabajadores del siglo XIX.

¿Cómo enfrentar estos desafíos? Nadie lo sabe con certeza. Sí hay algunas ideas inspiradoras respecto de puntos de reflexión no renunciables; así la idea de “dignidad de la persona”, asociada al goce de bienes indispensables para satisfacer las necesidades más básicas, es una de las que se enseñorea en las discusiones. En esta línea, la idea del Trabajo Decente que fuera incorporada a la agenda de la OIT en el memoria del Director General del año 1999, y ha logrado involucrar a los organismos internacionales, aunque con suerte dispar. Esta noción que involucra la idea de un trabajo libre, productivo y con derechos humanos básicos, conjuntamente con protección social adecuada ha abierto una senda en el espacio reflexivo, pero solo en el; la realidad se muestra más renuente a incorporarla de modo efectivo.

Un jurista francés, reflexionando sobre una de las declaraciones adoptadas en la Organización Internacional del Trabajo, la muy conocida Declaración de Filadelfia de 1944 que acuño la frase “el trabajo no es una mercancía”, sugiere el intento de vincular las ideas de libertad y seguridad, para garantizar la «dignidad de todos los seres humanos». Cambiar o recentrar nuevamente el centro de preocupación, amoldar la economía a las expectativas y necesidades de los hombres y no adaptar a los seres humanos a las necesidades de los mercados. Tratar, por lo pronto de integrar un “nuevo sentido común” en  las políticas publicas.

Y, la preocupación por el futuro del trabajo motivó también a la OIT, que a propósito de sus primeros cien años, ha propuesto una reflexión global sobre el futuro del derecho del trabajo. La iniciativa lanzada bajo el nombre “El futuro del trabajo”, procura lograr algunas conclusiones para 2019, el año en que se festeja su primer centenario.

La iniciativa se ha organizado con pasos precisos, que incluyen debates nacionales y conclusiones generales y, se han encaminado los debates en torno a cuatro diálogos: el primero sobre el trabajo en la sociedad; el segundo sobre  el modo de crear trabajo decente en las sociedades modernas; el tercero  sobre el trabajo y la producción   y, el cuarto sobre la gobernanza del  mundo del trabajo.

La agenda que se nos propone incluye los puntos mas significativos: esta allí el interrogante liminar sobre el papel del trabajo en el mundo moderno, ¿podremos ligar en forma consistente el trabajo con la inclusión?, o habrá que desligar la inclusión social de la posesión de un trabajo. Si así fuera, se requerirá adoptar un nuevo modo de garantizar cierta seguridad económica y protección social. Algunos países han avanzado en regular y garantizar un ingreso básico universal; otros en otorgar derechos similares a los de los trabajadores dependientes a los trabajadores independientes; otros en generar empleos verdes o abriendo empleos a zonas poco exploradas como el cuidado de ancianos.

Todos deben involucrarse con estas deliberaciones, son cruciales para las nosotros y para las generaciones futuras. Para enfrentar estos inmensos desafíos es indispensable una democracia fuerte y participativa; una voz de los trabajadores que pueda hacerse oír en forma colectiva a través de las organizaciones sindicales. Los sindicatos tienen un compromiso con la justicia social que tendrán que respaldar con acreditación de representatividad respecto de los trabajadores, pero también con la sociedad. Sin sindicatos fuertes y representativos, será complejo y difícil modificar las desigualdades y las inseguridades de estos tiempos. Democracia como ámbito privilegiado de la valoración de experiencias y valoraciones diversas; sindicatos como canal de expresión y defensa de los intereses de los más postergados.

Esta vez, la consigna es no esperar que suceda; adelantarse a los hechos. Estos llamados son un llamado de atención. Deberán sensibilizar a los actores sociales, a las empresas, a los sindicatos, a los movimientos sociales, a quienes diseñan las políticas públicas y a quienes las ponen en práctica. La desigualdad creciente y la inseguridad económica y física se enseñorea en todas las latitudes y ello es una amenaza para la paz de los pueblos.

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