Bettina Del Carmen Valdez Carrasco
Abogada, Magistra en Estudios de género y en Gerencia Social Pontificia Universidad Católica del Perú
Este 25 de noviembre será diferente por el antecedente de la última marcha del 13 de agosto “Ni una menos” que movilizó a personas de todos los géneros, edades, condiciones económicas, lugares de residencia, idiomas, todas las diversidades salieron a la calle, algunas por primera vez, pero con un mismo objetivo protestar por la violencia contra la mujer. En ese sentido, planteo un análisis previo a la conmemoración del 25 de noviembre a partir de dos anécdotas que pueden servir para reflexionar desde lo personal y lo institucional sobre las diversas formas de enfrentar la violencia contra las mujeres.
Hace unos días, una joven me dijo “la mujer debe fortalecer su identidad natural de fragilidad para luchar contra la violencia”. Luego me confesó que había sido víctima de violencia por parte de su pareja y que utilizando esa estrategia el hecho nunca más volvió a repetirse. Me quedé sorprendida por su seguridad, como si hubiera encontrado la gran respuesta a sus problemas. Lo que yo entendí de su historia es que con esa fragilidad había generado compasión, lástima, tal vez había tocado el corazón del agresor que se apiadó de ella y no volvió a golpearla. A partir de eso, me preguntaba si realmente esa es la manera de luchar contra la violencia, si ese sería el mensaje que queremos transmitir a otras mujeres, si esas son las mujeres que queremos ser, o si esa es, en ocasiones, la única estrategia que nos queda para no ser asesinadas o agredidas.
El «Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres» se dispuso mediante la Resolución Nº 54/134 de la Asamblea General de Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1999. Dicha resolución señala: “la violencia contra la mujer constituye una manifestación de unas relaciones de poder históricamente desiguales entre el hombre y la mujer (…) es uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se reduce a la mujer a una situación de subordinación respecto del hombre”[1]. Señala también que el día fue elegido en memoria de las hermanas Mirabal, activistas políticas, que fueron asesinadas por el gobierno de Rafael Trujillo en República Dominicana (1960). Es decir, el 25 de noviembre se recuerda el asesinato de mujeres que lucharon, que resistieron, que se rebelaron ante el poder político, y que fueron asesinadas por la disidencia que representaban sus acciones.
Según lo expuesto, sólo cabe concluir señalando que conmemoramos los 25 de noviembre la fortaleza y valentía de las mujeres para enfrentarse al poder y al abuso patriarcal, y que el Estado y la sociedad entera deberían respaldarlo. Hasta el momento, en mi opinión, lo común de todas las marchas que se han realizado desde hace muchos años para conmemorar este día es la rebeldía frente al sistema patriarcal que legitima las situaciones de violencia contra la mujer y que reproduce a través de sus diversos mecanismos de socialización feminidades frágiles, sumisas, emotivas, cuidadoras y masculinidades fuertes, racionales, que no lloran ni les duele nada y que les toca dominar. Por ello, este 25 de noviembre yo marcharé desde mi feminidad llena de fortaleza y dignidad, de reclamos y también de propuestas, porque quiero contribuir al cambio, no sólo ser víctima de una problemática que nos aqueja.
Desde otro espacio de reflexión, un funcionario de una institución pública me dijo “tenemos que trabajar el tema de la violencia contra la mujer, ahora está de moda, se puede obtener más presupuesto”. En otras palabras, negó las múltiples desigualdades de género existentes, y redujo la problemática de las mujeres sólo a la violencia, y peor aún de manera interesada para obtener más presupuesto.
Tal como señala CEPAL, para que las mujeres puedan ejercer sus derechos de manera efectiva y tomar las decisiones que consideren pertinentes para su vida, se debe garantizar su autonomía; definida como “la capacidad de las personas para tomar decisiones libres e informadas sobre sus vidas, de manera de poder ser y hacer en función de sus propias aspiraciones y deseos en el contexto histórico que las hace posibles” [2]. En ese sentido, plantea tres tipos de autonomía que deben respetarse: la física, la económica y la toma de decisiones[3]. Los tres tipos de autonomías se relacionan e interactúan entre si, por ello las respuestas políticas para superarlas deben ser también integrales y no aisladas. Es decir, para lograr la igualdad de género se requieren transformaciones profundas que mejoren la situación de las mujeres en todo sentido, no sólo respecto a la autonomía física vinculada a superar situaciones de violencia.
Desde esa lógica, este 25 de noviembre, yo marcharé para reclamarle al Estado medidas efectivas no sólo de atención en casos de violencia, no sólo de justicia, sino de transformación social. No sólo quiero que me atiendan legal o psicológicamente si me violentan, quiero que no vuelva a pasar, quiero un cambio profundo en la sociedad. Este 25 de noviembre yo marcharé con propuestas y eso significa que espero puertas abiertas del Estado, quiero que reciban mi propuesta, que la consideren, que me llamen para debatir, que construyamos en conjunto respuestas adecuadas a las necesidades de las personas en el marco de toda una gama de desigualdades de género, eso significa considerar que es un problema de todos y de todas, que merece respuestas del Estado, del sector privado, de la sociedad civil.
Las dos anécdotas expuestas nos ayudan a reflexionar desde lo personal y lo político sobre la violencia contra las mujeres. Desde nuestras agencias personales para enfrentar la violencia que vivimos y desde la respuesta del Estado frente a dicha problemática. Si las mujeres se empoderan y enfrentan la violencia directa y públicamente, obviamente, generarán remesones en el monolítico sistema de género patriarcal, en donde se acostumbra valorar a la mujer marianista[4] que se desvive por los demás, y se enorgullece de su sumisión como fuente de reconocimiento social de su casi santidad. Si la violencia contra la mujer ha cobrado fuerza en la agenda pública, les toca a las instituciones públicas dar respuestas adecuadas a esta problemática pero no como fuente de fama o fortuna, porque está de moda, de manera interesada, sino desde una real convicción en el tema. Y a la sociedad en general nos corresponde ser solidaria, no sólo desde la compasión indiferente, sino desde la acción de la propuesta, desde el reconocimiento de que no es sólo problema de una mujer, sino de todos y todas las personas que viven en un determinado territorio, porque finalmente superar las desigualdades de género nos concierne a todos y a todas, ya que implica lograr el ansiado desarrollo humano.