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Patrimonio Cultural y Memoria: A propósito de los Santuarios Ecológicos de la Memoria

por PÓLEMOS
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Dra. Adriana Arista Zerga 

Abogada, Doctora en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en temas de patrimonio cultural y derechos culturales. Trabajó en la Comisión de la Verdad y Reconciliación, en el Consejo de Reparaciones y en el Área de Participación Comunitaria del Proyecto Qhapaq Ñan, del Ministerio de Cultura. Actualmente trabaja en el Departamento de Estudios Españoles, Portugueses y Latinoamericanos de la Universidad de Nottingham en el Reino Unido. El presente trabajo está enmarcado en el proyecto postdoctoral titulado: “Había sol durante la oscuridad:
memoria, tradición y patrimonio cultural durante el conflicto armado interno en el Perú”.

“En nuestro país, estamos en un momento en que puede decirse que tenemos “demasiada memoria”; por lo dramático de los hechos, los recuerdos están aún frescos y, en muchos casos, no se quiere recordar. Pero, más allá de ese deseo, los recuerdos persisten, se evocan, se expresan, se confrontan, sobrepasando la pretensión de olvidar”.

Tamia Portugal Teillier.

Batallas por el reconocimiento: lugares de memoria en el Perú.

A manera de introducción

            Recordar, olvidar, recuperar, preservar, conmemorar, son verbos que se pueden encontrar de manera constante en los textos académicos y no académicos que desarrollan el tema del patrimonio cultural y el tema de memoria. En ambos conceptos confluyen de manera similar, y a la vez antagónica, cada una de esas acciones que nos llevan a adentrarnos en su estudio y análisis.

            Para poder iniciar una acercamiento al tema del patrimonio cultural y la memoria, considero importante destacar que en este texto al hablar de patrimonio cultural, me refiero a aquellos elementos materiales e inmateriales que son considerados como propios, y por lo tanto son apropiados, en el sentido intrínseco del término, por las comunidades[1] más allá de su declaración como tal por el ente estatal encargado, es decir el patrimonio cultural visto como un “patrimonio” que pertenece y se considera parte de la vida de las personas, de su historia, que cumple una función y forma parte de su identidad (con lo problemático que este término también puede implicar).

            Por lo tanto, no me referiré aquí únicamente a aquellos bienes culturales legalmente declarados como tal, el campo de acción del patrimonio cultural es mucho más amplio y rico que aquel que ha sido trazado por las legislaciones nacionales e internacionales, sin restarle la importancia que tiene una protección oficial que sea adecuada y proteja, realmente, la destrucción o desaparición de ciertos bienes, tradiciones, etc. pero es quizás en esa función social y dinamismo donde radica su mayor riqueza.

Señala Llorenc Prats que el patrimonio cultural es una construcción social, que está rodeado de elementos como ser símbolo de una historia, evidencia de una cultura, está enmarcado en un marco legal específico de protección, es un recurso que puede ser explotado, fortalece o reconstruye una identidad, pero sobre todo es un elemento de ejercicio de poder, a todos los niveles[2].

Es justamente en el ejercicio de ese poder el que se ha mostrado a través del tiempo en los diversos conflictos armados, la Convención sobre la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado: Convención de La Haya – 1954, fue un documento necesario luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y a pesar de no ser explícito en el texto, el expolio de los bienes culturales en Europa durante ambas guerras mundiales, fue una forma de violencia, ofensa y mecanismo de afectación emocional del enemigo, un ataque a aquellos símbolos identitarios de un pueblo, situación que necesitaba ser regulada para futuros conflictos que se pudieran suscitar. La práctica del saqueo de la ciudad y de las tierras conquistadas por ejércitos invasores siempre han tenido en la mira los tesoros de arte pertenecientes al pueblo derrotado, eran objeto de prenda bélica no sólo por su valor económico, sino también por el signo de supremacía del vencedor que despoja al derrotado del testimonio de su cultura y de identidad[3].

En sentido contrario, la recuperación de esos bienes expoliados es por lo tanto una recuperación de esa identidad, de parte de una historia y una manera simbólica de resarcimiento de los estragos de una guerra o un conflicto.

            Lo mismo sucederá con esos espacios erigidos y elegidos como espacios de recuerdo y conmemoración, es una manera de recuperar una parte de esa historia dolorosa que se considera importante no olvidar. Aunque también esos espacios por la memoria y el recuerdo libran sus propias batallas[4], porque en esa historia confluyen diversas narrativas y “verdades”, que son secuelas ¿naturales? de sociedades post conflicto. Los bienes culturales están cargados de memoria como parte de una historia o de una etapa específica de la historia de un lugar, país, barrio, comunidad, etc., pero hay una diferencia entre la memoria que está vinculada a la pertenencia a una determinada etapa histórica y que más de las veces viene acompañada de un orgullo, frente a una memoria que tiene como base los hechos vinculados al recuerdo de una etapa conflictiva que viene cargado de dolor e indignación[5].

            Así, los lugares de memoria, de recuerdo, de conmemoración, son una recuperación simbólica de esa historia afectada, de esa identidad quebrantada, de esos elementos culturales y tradiciones expoliadas durante y por un conflicto armado, es en ese contexto que la memoria y el patrimonio cultural se entrecruzan.

El patrimonio cultural y la memoria en el conflicto armado interno en el Perú.

            El conflicto armado interno ocurrido en nuestro país dejó grandes secuelas sociales y culturales, la magnitud de lo sucedido y de los crímenes perpetrados durante casi veinte años, fijo nuestra atención por mucho tiempo en las víctimas mortales, en los desaparecidos y en el arrasamiento de poblados enteros y en la búsqueda y castigo de los responsables. Las conclusiones y recomendaciones del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación-CVR, dan luces de las consecuencias/responsabilidades del conflicto y sugerían además algunas medidas encaminadas a la búsqueda de justicia y reconciliación.

            Con la promulgación en el año 2005 de la Ley Nº 28592, ley marco del Plan Integral de Reparaciones-PIR, se buscó iniciar un proceso de reparación y reconocimiento a las víctimas y sus familiares, proponiéndose reparaciones simbólicas, el rescate de la memoria y la dignificación de las víctimas; la atención a la educación y a la salud mental; y las reparaciones económicas individuales y colectivas (programas de reconstrucción institucional, desarrollo comunal, servicios básicos y generación de ingresos), creándose para tal fin el Registro Único de Víctimas, con la finalidad de identificar de manera legal a aquellas personas y comunidades que serían beneficiarias de dichas reparaciones. Si bien fue un gran avance el marco normativo brindado y una forma de dar seguimiento a las recomendaciones del Informe Final de la CVR, la realidad es que luego de más de diez años de ambos documentos, la voluntad política de los gobiernos de poder continuar con esta labor está casi ausente y el presupuesto asignado para dichos fines es reducido, lo que dificulta hasta la actualidad el poder reparar de manera individual a las víctimas y de manera colectiva a la mayoría de comunidades afectadas por el conflicto[6].

            Paralelo a este proceso que podríamos llamar de alguna manera “oficial” el recuerdo y la memoria del conflicto desde las artes, las ciencias sociales, etc. ha ido  cambiando y enfocándose hacia diversos personas/aspectos/lugares que en un inicio no fueron observados. La literatura, la música, las autobiografías, los museos, etc. con sus propias problemáticas y enfoques, enriquecen aún más ese debate sobre y para la memoria.

            Es en ese contexto que circunscribo de alguna manera la investigación que vengo realizando sobre patrimonio cultural y memoria, tratando de conocer y reconocer aquellos elementos culturales y tradiciones que estuvieron durante el conflicto, que se perdieron o que perduraron en el tiempo.

            Un ejemplo de lo señalado líneas arriba son los Santuarios Ecológicos de la Memoria, espacios que se han venido inaugurando en los últimos meses en Lloccllapampa-Accomarca, Soras y Uchuraccay conmemorando las matanzas que sucedieron en esas comunidades del departamento de Ayacucho. Estos son espacios de memoria local propiciados por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos en coordinación con los gobiernos locales, las organizaciones de afectados y las comunidades, y forman parte del Programa de Reparaciones Simbólicas de la Comisión Multisectorial de Alto Nivel-CMAN, quienes brindan acompañamiento técnico a estos proyectos de memoria. Debido, a la ausencia de presupuesto de los gobiernos locales, el diseño e implementación de los santuarios es llevado a cabo por el trabajo comunitario, utilizando para ello materiales típicos de la zona[7].

            En este hecho se resumen muchos de los puntos señalados, por un lado la necesidad que aún tienen las comunidades afectadas de tener un lugar dónde recordar, en los casos mencionados el Santuario se ha erigido en el lugar exacto donde ocurrieron los hechos, un lugar donde poder conmemorar a los muertos, pero también apelan a esa función social generacional que tiene la memoria, el que las generaciones futuras, los niños y jóvenes conozcan lo que sucedió, el memorial quedará como, señala Elizabeth Jelin, como una especie de transmisión, herencias y legados…suponen la inscripción de sentidos en un mensaje con la intención de preservación[8], similar de alguna manera a aquella función social que tiene el patrimonio cultural, como evidencia del pasado para el futuro, quizás la diferencia radique en que ese santuario o ese elemento de memoria se creó cargado de ese sentido de transmisión en el tiempo, mientras que un elemento cultural se construye o transforma conforme la dinámica social va cambiando, los lugares de la memoria siempre tendrán esa función social de “no olvidar y recordar” por aquellos quienes los crearon material e inmaterialmente.

            En la parte introductoria del presente texto señalaba la importancia que tuvo la expoliación de los bienes culturales durante los conflictos armados, como una forma simbólica de arrebatar a los vencidos aquellas señas identitarias que te acercan a una historia que frente a la guerra se convierte casi en una especie de utopía pasada. Ahora bien, en el caso de los Santuarios Ecológicos de alguna forma la ausencia de presupuesto para las reparaciones en general y para las reparaciones simbólicas en especial, quizás hayan configurado, sin querer, un espacio de participación comunitaria (con toda la problemáticas que un proceso participativo puede tener), un espacio con un simbolismo mayor, donde los recursos naturales y el manejo de los mismos se convierten en medios para erigir ese monumento, ese lugar donde se busca recordar y conmemorar, donde se hacen visibles esos rostros invisibles cuyos cuerpos aún reposan bajo esa misma tierra donde fueron asesinados. El simbolismo es al revés, construyo desde y sobre aquello intangible que me fue arrebatado y lo presento como una forma de permanecer en la memoria y el recuerdo. De alguna manera se podría ver como un claro ejemplo de materialización de la memoria.

            Considero que las reparaciones simbólicas tienen una importancia primordial dentro del proceso en el que aún están inmersos miles de personas en todo el Perú, forman parte de la protección de los derechos humanos que puedan asegurar a su vez una forma plena de ejercicio de ciudadanía. Los Santuarios Ecológicos de la Memoria abren un nuevo espacio para continuar con los estudios sobre los lugares de la memoria, pero también para continuar con el ejercicio de enfocar la problemática desde otras perspectivas, como es el caso del patrimonio cultural, por las similitudes y divergencias que se pueden encontrar al momento de reconocer algo como propio, ante la necesidad de materializar lo que se siente como suyo o como algo que se perdió, al reconocer que se está construyendo algo por múltiples razones, con diversos intereses y desde diversas posiciones, para conmemorar a las víctimas y o quizás hasta para olvidar y para soñar con una vida o un futuro que no podrá empezar si no se ilumina el pasado.

 

Bibliografía:

  • PRATS, Llorenc. “El concepto de patrimonio cultural”. Revista Política y Sociedad, 27. Madrid.1998.
  • ARISTA ZERGA, Adriana. Patrimonio Cultural y Memoria: ¿Tiene límites el recuerdo? La Ley de Memoria Histórica Española y el patrimonio cultural: viviendo la memoria en un barrio de Barcelona. En prensa.
  • PORTUGAL TEILLIER, Tamia. “Batallas por el reconocimiento: lugares de memoria en el Perú” En: No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria y la consolidación democrática en el Perú. Carlos Iván Degregori et al. Lima, IEP, 2015.
  • ULFE, María Eugenia y MÁLAGA, Ximena. “Los nuevos suplicantes del Estado peruano: las víctimas y el Programa Integral de Reparaciones (PIR)”. En: Políticas en justicia transicional: miradas comparativas sobre el legado de la CVR. HUBER, Ludwig y DEL PINO, Ponciano, comps. Lima, IEP, 2015.
  • JELIN, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Lima, IEP, 2012.

[1] Entendidas en el sentido más amplio del término, más allá de su ubicación geográfica, también más allá de su ruralidad o urbanidad.
[2] PRATS, Llorenc. “El concepto de patrimonio cultural”. Revista Política y Sociedad, 27. Madrid.1998.
[3] ARISTA ZERGA, Adriana. Patrimonio Cultural y Memoria: ¿Tiene límites el recuerdo? La Ley de Memoria Histórica Española y el patrimonio cultural: viviendo la memoria en un barrio de Barcelona. En prensa.
[4] Para mayor referencia sobre los lugares de la memoria en el Perú revisar: “Batallas por el reconocimiento: lugares de memoria en el Perú” PORTUGAL TEILLIER, Tamia. En: No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria y la consolidación democrática en el Perú. Carlos Iván Degregori et al. Lima, IEP, 2015.
[5] ARISTA ZERGA, Adriana. Ibidem.
[6] Para mayor referencia sobre el PIR y la problemática de las reparaciones revisar: “Los nuevos suplicantes del Estado peruano: las víctimas y el Programa Integral de Reparaciones (PIR)” ULFE, María Eugenia y MÁLAGA, Ximena. En: Políticas en justicia transicional: miradas comparativas sobre el legado de la CVR. HUBER, Ludwig y DEL PINO, Ponciano, comps. Lima, IEP, 2015.
[7] Agradezco la información brindada por  Katherine Valenzuela Responsable del Programa de Reparaciones Simbólicas. Secretaría Ejecutiva de la Comisión Multisectorial de Alto Nivel
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
[8] JELIN, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Lima, IEP, 2012.

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