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La desintegración del espacio público en las redes sociales

por PÓLEMOS
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NICOLE ORÉ KOVACS

Psicóloga y docente en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).


Nos resulta difícil comprender exactamente cómo pueden ir mal las cosas porque no tenemos un firme dominio sobre en qué consiste que vayan bien.

(Taylor, 1997a, p. 357)[1]

Las redes sociales, otrora consideradas como una herramienta para expandir y promover el encuentro comunicativo con los otros, son ahora escenario de los más violentos ataques hacia el diálogo. El contexto de crisis política y proceso electoral de cara al bicentenario han exacerbado esta situación, haciendo de las redes sociales un medio para atacar, desprestigiar y degradar a todo aquel que tenga una idea u opinión acerca de la vida política y social que difiera con la de uno. Ocultos detrás de un perfil (que en muchas ocasiones es falso), las personas se indisponen al diálogo y despliegan una violencia simbólica sin precedentes.

Los símbolos de la violencia son evidentes y se encuentran por todas partes, desde insultos en un comentario que expresa abiertamente una opinión hasta memes sin fundamento que ridiculizan posiciones políticas. A ello se le suma un ensimismamiento profundo y la asunción de una posición atomizada frente a lo social, manifiesto a partir de la cultura de la cancelación, el bloqueo, eliminación o la práctica de ‘dejar de seguir’ al amigo o conocido que piensa distinto. Estamos cada vez menos dispuestos al debate y más dispuestos a la violencia. Esta violencia ha convertido a las redes sociales en un campo de batalla letal en el que es virtualmente imposible llegar a un consenso. Esto ocurre en Facebook, Instagram, Twitter, TikTok, hasta en LinkedIn.

Las redes sociales pueden ser consideradas como un medio de comunicación y, por tanto, uno de los escenarios de la esfera pública. Como tal, forman parte de una compleja red dialógica desde la cual se articula la opinión pública acerca de una amplia variedad de temas, muchos de los cuales inciden directamente en la política estatal. En este sentido, la esfera pública es un rasgo central de las sociedades modernas. Está constituida por una serie de espacios comunes de encuentro con los otros. Se trata de espacios en los que las personas encuentran un lugar para expresar lo que piensan respecto a una amplia variedad de temas, entre estos, asuntos de política pública. Además, la libertad de expresión aquí empleada posibilita la generación del debate.

El debate y la deliberación se establecen como los procesos necesarios para esclarecer y configurar la opinión pública, de modo tal que puedan dar cuenta de una posición común acerca de determinado tema.  En este sentido, para que la esfera pública exista se requiere de una sociedad civil fuerte y consolidada, sostenida en asociaciones libres que operan fuera del ámbito del estado (Taylor, 1997). De hecho, el consenso activo ahí producido debe ser producto de la reflexión y emerger de la discusión (ídem).

La noción de sociedad civil es de vital importancia en nuestra discusión. Según Taylor (1997b)[2], para que exista es necesario que la sociedad pueda estructurarse y coordinar sus acciones a través de asociaciones libres. Además, como indicamos anteriormente, estas asociaciones y la opinión acerca de ‘lo público’ que de ellas emerja pueden determinar o mediar el curso de la política de Estado. Así, los asuntos de interés común, que conciernen a toda la sociedad, son dispuestos al debate y esclarecidos a través del diálogo. Por lo tanto, la sociedad civil requiere de agentes dispuestos a criticar y vigilar a las instituciones.

Ahora bien, circunstancias tan críticas como las que vivimos ahora ponen en cuestión la estabilidad de la esfera pública, la calidad de los debates que de ahí emergen y, por tanto, la profundidad y complejidad de la ‘opinión pública’. A partir de esto es posible plantearnos como pregunta: ¿son las redes sociales un medio conveniente para formar la opinión pública? La pregunta por la ‘conveniencia’ no pretende desprestigiar el rol que han asumido las redes sociales para la libertad de expresión. Muchos hemos encontrado en ellas un lugar para expresar abiertamente nuestras ideas a una audiencia mucho más amplia que la de nuestro círculo de amistades más cercano. Además, en múltiples oportunidades las redes sociales han servido para expresar el descontento social y organizar acciones de protesta. Lo acaecido en el Perú durante el mes de noviembre del año pasado es evidencia de su trascendencia. Por ello, lo que la pregunta cuestiona son las condiciones de posibilidad para el debate público a través de ese medio.

En este sentido, de modo un tanto pesimista, podríamos interpelar a las cualidades de las redes sociales (i.e. la posibilidad de crear perfiles falsos, la libertad y apertura para insultar y dividir, la deficiencia para detectar los fake news, entre otros) y preguntarnos ¿pueden las redes sociales y lo ahí explicitado poner en peligro a la esfera pública? Me atrevería a responder afirmativamente, desde una crítica a las redes sociales como el locus de una positividad desmedida. Se muestra demasiado, se dice demasiado y se ignora demasiado. Como señala Han (2016)[3].

La masificación de lo positivo congestiona y obstruye la circulación, causando un infarto en el sistema. En un punto concreto, la información ya no es informativa, la producción ya no es productiva, la comunicación ya no es comunicativa[4]. Todo aumenta y crece más allá de su objetivo, de su definición, más allá de la economía del uso (p. 137).

La violencia que experimentamos en las redes sociales es una violencia positiva pues rechaza tajantemente cualquier atisbo de negatividad. La alteridad es despojada de su potencial para la crítica. El otro, que piensa distinto y que puede poner en cuestión nuestros principios, no sólo es rechazado, sino también violentado en su interioridad. Y en este juego uno se ataca también a sí mismo. El enemigo, en tanto que otro, no es más que el reflejo de uno mismo.

Al esbozar esta imagen se pone en cuestión también la integridad de la esfera pública y la calidad de la opinión pública que de ella emanan. El desmoronamiento de los límites y la aceleración del sistema en redes sociales perturban el complejo aparato del pensamiento. Para pensar, es necesario detenerse un momento para contemplar. Se requiere, además, de la disposición para recibir del otro la diferencia. Pensar transforma, amplía los horizontes. De hecho, la opinión pública como narrativa se articula a partir del trabajo del pensamiento. Esta narrativa posee una trayectoria temporal que se revisa y re-plantea a medida se dialoga con otros. Por ello, en un mundo tan atomizado como este no hay escenario ni tiempo para articular una narrativa. La opinión pública se degrada y la esfera pública se desintegra. Ahí en donde todo está expuesto, no hay en realidad nada.

La frágil esfera pública peruana está en peligro.


Referencias bibliográficas: 

[1] Taylor, C. (1997a). La política liberal y la esfera pública. En Argumentos Filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad. Barcelona: Paidós.

[2] Taylor, C. (1997b). Invocar la sociedad civil. En Argumentos Filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad. Barcelona: Paidós.

[3] Han, Byung-Chul (2016). Topología de la violencia. Barcelona: Herder.

[4] Las cursivas son mías.

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