Dra. Beatriz Miranda Verdú
Magistrada en el Juzgado de lo Penal de San Benito, España
El desarrollo de las profesiones jurídicas en el ámbito del sistema judicial necesita aire nuevo que actualice las herramientas de trabajo y las habilidades para desempeñar las distintas funciones de los operadores jurídicos.
El Derecho Penal, manifestación del ius puniendi del Estado, tiene como base hechos derivados del comportamiento humano, mientras que el Derecho Procesal Penal abarca la regulación del proceso, sus requisitos y efectos, desde el punto de vista de su objeto, procedimiento, partes, órganos jurisdiccionales. Ambas ramas deben participar y nutrirse de la evolución que desde la investigación científica se viene produciendo en los últimos años. Enjuiciamos conductas humanas, comportamientos y para ello procedemos al análisis de prueba, que no es sino análisis de información. Campos como la neurociencia con el estudio del cerebro y su impacto en el comportamiento y las funciones cognitivas (del pensamiento) pueden aportar conocimientos a las ciencias penales. La propia neurociencia despliega distintas ramas como la afectiva, la neurociencia del comportamiento, la celular, la neurociencia clínica, la cognitiva, la computacional, la cultural, o bien como la neuroimagen o neurolingüística. Así mismo, conviene mirar más allá del presente e incorporar términos como la inteligencia artificial, que ya es presente, y tener una actitud de apertura y curiosidad, de exploración de sus aplicaciones.
La neurociencia cognitiva constituye un campo científico relativamente reciente que surge de la convergencia de la neurociencia y de la psicología cognitiva. Pretende comprender los mecanismos neurales que hacen posible las funciones mentales superiores, como el lenguaje, razonamiento, la imaginación, la planificación y el control ejecutivo de las acciones, la conciencia de uno mismo y de la mente de otro, etc. Se enriquece y guía a través de la psicología cognitiva no solo para estudiar el cerebro anatómica y fisiológicamente, sino para encontrar la base material de los procesos cognitivos.
La neurociencia cultural centraría su estudio en la influencia que tienen en el cerebro las creencias, prácticas y valores culturales. Cada persona tiene un bagaje, una historia personal compuesta de filtros que pueden ser adquiridos desde su nacimiento y a lo largo de su vida con las experiencias que vaya teniendo. Desde los limitantes neurológicos donde podrían incluirse los relativos al sistema nervioso, las eliminaciones de forma selectiva de parte de información o de nuestra experiencia (por ejemplo, cuando aislamos nuestros pensamientos del ruido o fijamos nuestra atención en una sola persona entre varias), las distorsiones de la realidad a través de los datos sensoriales que percibimos o generalizaciones de la realidad a través de una sola experiencia, limitantes sociales como el idioma, las convenciones sociales o prejuicios, y los limitantes individuales, entre los que se incluirían las representaciones internas de la realidad (cómo elaboramos mentalmente lo que nos sucede a través de los sentidos) los hábitos, los gustos, la historia personal. Todo ello conforma nuestro mapa del mundo, que no es fiel al territorio, a la realidad, al todo. Es tan solo una percepción.
¿Lo heredado social, cultural y mentalmente afecta o influye en nuestro trabajo? ¿Debemos tenerlo en cuenta para detectar posibles sesgos y ganar en imparcialidad?
Cordelia Fine, filósofa, psicóloga y escritora afirmaba en una entrevista realizada por el divulgador científico Eduardo Punset, que existe una vida mental subyacente a la conciencia que opera de una forma no necesariamente precisa, pero lo bastante eficiente como para construir todo tipo de prejuicios de los que no nos damos cuenta.
Decía, además, que la investigación demuestra que la gente consciente de que puede haber algún gesto es más imparcial, pues la motivación y capacidad de control de algunos de estos prejuicios puede ser de gran ayuda.
Dentro de esa herencia cultural está incluida la construcción del género. La asignación social e histórica de roles, atributos y características a hombres y mujeres. Reglas, normas sociales, formas de comportamiento que la sociedad fue y ha ido dibujando como “femenino” o “masculino” y que ha limitado el papel de la mujer en la sociedad. Ello ha determinado el nacimiento de creencias sobre lo que debe hacer y ser la mujer o cómo debe comportarse. Además la atribución de cualidades y habilidades entre el hombre y la mujer ha sido desigual y genera desigualdades: mientras “lo debido” para los hombres es la valentía, la toma de decisiones, el ámbito público, las tareas trascendentes, etcétera, “lo debido” para las mujeres es la vulnerabilidad, el silencio, las labores de crianza, el ámbito privado (doméstico), las tareas secundarias, entre otras. Y ello tiene reflejo en el mundo laboral y en las relaciones sociales.
La perspectiva de género como enfoque o análisis de situaciones desiguales debido a esa construcción cultural demanda en la valoración de la prueba tener en cuenta las circunstancias concretas que rodean a la persona y determinar en qué medida los roles o atributos socialmente asignados pueden conducir a generar mentalmente estereotipos automáticos en el cerebro con influencia negativa en la práctica de la declaración (recepción y análisis de información verbal y no verbal), valoración de la prueba y comprensión de los hechos, así como en la toma de decisiones.
La información que transmite un testigo directo difiere de la proporcionada por un testigo-víctima, persona que cuenta la experiencia vivida en primera persona. Difiere también en muchas ocasiones su forma de expresarla, su lenguaje, sus “meta-mensajes”. No es lo mismo la persona que ha visto un hecho que la persona que ha vivido ese hecho como sujeto pasivo.
La mujer víctima de maltrato (en sus múltiples formas visibles y menos visibles) cuando declara comparte información, relata, comunica, proporciona mensajes de distinta naturaleza, verbal y no verbal. Muestran una serie de respuestas asociadas a esa experiencia traumática. Pueden presentar algunas reacciones como la reticencia a responder a preguntas o dejarse explorar o presentar distorsiones cognitivas: negación, minimización o disociación (Andrés Lavilla, Silvia; Gaspar Cabrero Ana; Jimeno Aranda, Alicia, 2011).
El maltrato puede dar lugar a los llamados “sesgos cognitivos”. Es posible que la mujer sienta vergüenza al relatar situaciones que ha vivido y son degradantes. Otras veces encontraremos la creencia de que la violencia que sucede dentro del hogar es un hecho privado que debe quedarse en la intimidad de la pareja, lo que puede llevar a ocultar detalles. Estos sesgos pueden dificultar la expresión de lo que ocurre. El ambiente íntimo o privado que suele ser escenario de los delitos de violencia de género limita en bastantes ocasiones el material probatorio, de ahí que las declaraciones de las partes implicadas deban ser examinadas de forma exhaustiva y especial, si bien con la importante diferencia de que a la persona acusada le asisten los derechos a no confesarse culpable y no declarar contra sí mismo, mientras que a la víctima en su condición de testigo está obligada a decir verdad, por lo que la aplicación de las herramientas lingüísticas en este segundo caso no encontraría obstáculos constitucionales, que sí podrían producirse en el caso de la persona acusada.
Desde el punto de vista psicológico, se recomienda como una forma de evitar la victimización secundaria contar con una serie de habilidades de relación y control emocional que nos permita manejar con fluidez la relación con la mujer que denuncia. Con una comprensión empática la víctima percibe aceptación, acompañamiento, apoyo y mayor seguridad. Y esta capacidad de percibir y comprender lo que piensa y experimenta la otra persona (empatía) y que debe comunicarse en un lenguaje entendible, puede aprenderse. Forma parte de la inteligencia emocional. El proceso penal puede ser un camino largo para las partes y el sistema judicial debe realizar un acompañamiento, al margen del resultado.
En los tiempos actuales en los que la inteligencia artificial avanza para realizar estimaciones sobre los pensamientos de una persona, resulta paradójico que no profundicemos en elementos básicos del ser humano como un análisis más detallado y completo de su propio lenguaje, que conducirá al pensamiento. Cuando nos comunicamos emitimos mensajes y su contenido vendrá conformado no solo por las palabras, también por las posturas, gestos, expresiones y tono de la voz. Constituyen el contexto de la comunicación y juntos dan sentido al sistema (O’Connor y Seymour).
Como todo comportamiento se da en respuesta a un proceso neurológico, señala psicólogo Salvador Carrión, necesitamos un modelo que reduzca la neurología a trozos de información comprensibles con los que podamos operar.
El contenido de un mensaje viene acompañado generalmente por “meta-mensajes” de nivel superior (frecuentemente de tipo no verbal, que acentúan el mensaje principal o proporcionan pistas, claves. Son necesarios para “descodificar” el contenido de un mensaje. Por tanto, sería útil desarrollar habilidades para conocer y descifrarlos. Y en este sentido, la apuesta debe ser hacia nuevas formas de interrogar, nuevas formas de realizar preguntas a los intervinientes en el proceso, sin que la inteligencia artificial deba ocupar un lugar que todavía ocupamos las personas en el sistema judicial.
La Programación Neurolingüística como disciplina permite identificar el patrón de pensamiento interno de otras personas incorporando la lingüística y la comunicación.
En “La Estructura de la Magia, Volumen I”, sobre lenguaje y terapia, Richard Bandler y John Grinder exponen que los seres humanos al comunicarnos (ya sea al hablar, escribir, argumentar) no somos conscientes por lo general del proceso de selección de las palabras que utilizamos para representar nuestra experiencia, pero a pesar de ello el lenguaje es altamente estructurado. Podría decirse que es un sistema, posee un conjunto de reglas que identifican cuáles secuencias de palabras tendrán sentido, es decir, representarán un modelo de nuestra experiencia. Y es posible para el observador científico describir la conducta del hablante en términos de reglas.
La parte lingüística de la Programación Neurolingüística permite emplear el lenguaje con precisión, permitiendo la capacidad de emplear las palabras determinadas que tendrán significado en los mapas de los demás y determinar de manera precisa lo que una persona quiere decir con las palabras que usa. Tiene un mapa muy útil de cómo funciona el lenguaje y se conoce en los escritos de la PNL como el “meta-modelo” (O’Connor y Seymour, 2012). Permite comprender lo que significan las palabras, es una herramienta para tener un mejor conocimiento de lo que la gente dice.
Los lingüistas distinguen entre la estructura profunda y la estructura superficial. La estructura profunda es la idea completa de lo que un hablante quiere decir y no es consciente. La acortamos para hablar con claridad y lo que decimos realmente es la estructura superficial.
Como exponen O’Connor y Seymour (1995), para pasar de la estructura profunda a la superficial hacemos de manera inconsciente tres tareas:
1º. Seleccionamos solo una parte de la información que se encuentra en la estructura profunda. Gran parte quedará fuera.
2º. Damos una versión simplificada que puede distorsionar el significado, al dejar fuera información como se ha expuesto antes.
3º. Generalizamos.
A través del meta-modelo se realizan determinadas preguntas que intentan aclarar las eliminaciones, distorsiones y generalizaciones del lenguaje. La finalidad de estas preguntas es llenar la información perdida y extraer información específica para dar sentido a la comunicación, lo cual puede ser realmente útil en la prueba testifical.
Deberíamos tener presentes las distintas posibilidades de que una persona en su forma de comunicar haga uso, por ejemplo, de nominalizaciones, generalizaciones, verbos no especificados y otros recursos lingüísticos que usamos de forma inconsciente; la posibilidad de que haya partes ocultas de la información que en un primer momento no afloren y no salgan a la luz.
La posible existencia de lagunas en una declaración o los relatos fragmentados no deberían asociarse a una falta de credibilidad de la víctima. Es necesario que el lenguaje empleado por cada persona sea analizado teniendo en cuenta todas sus circunstancias, incluida la forma de comunicarse y expresarse. Hay personas que ordenan su información en fragmentos grandes y otras lo hacen en fragmentos pequeños. No es admisible un prejuicio sobre la credibilidad de una mujer atendiendo a la cantidad de información suministrada.
En esa tarea de interrogar, analizar y valorar pruebas y declaraciones personales sería deseable saber y conocer cómo gestionar la información, como abordar una declaración testifical desde el respeto y protegiendo su intimidad. Sería necesario y útil apostar por interrogatorios más amplios en las primeras fases del proceso judicial que pudieran penetrar con escucha activa y empatía en la estructura neurolingüística de la víctima, en sus emociones y ayudarla a exteriorizar su experiencia vivencial sin limitar su declaración al hecho puntual que motiva la denuncia y sin una determinada respuesta en la declaración por no responder a la expectativa de quien interroga pueda convertirse en un prejuicio negativo hacia ella que quiebre la fiabilidad de su testimonio.
Los estereotipos emocionales pueden afectar igualmente a la visión que se tenga de una víctima de violencia de género.
El Comité para la Eliminación de la discriminación contra la mujer (CEDAW) en sus distintas recomendaciones asigna a los Estados Partes la obligación de eliminar la discriminación contra hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida, señalando que esta obligación exige que los Estados adopten medidas para abordar los estereotipos de género.
La imagen de la mujer sensible a sus emociones, capaz de emocionarse y de mostrar sus sentimientos con facilidad, con tendencia a pensar demasiado sobre estos y los demás, y con dificultad para controlar sus emociones y no dejarse llevar por ellos actúa en no pocas ocasiones como creencia estereotipada. Existe la generalización de que las mujeres suelen extenderse en exponer las causas de su experiencia emocional en mayor medida que los hombres, cuando lo cierto es que dependerá de cómo fragmentemos mentalmente la información y la verbalicemos después.
Los estereotipos emocionales pueden afectar a la visión que se tiene de la víctima y a exigírsele en ocasiones un plus de respuesta de gestión emocional en la situación de maltrato que, caso de no producirse, actúa como factor que puede contribuir a disminuir la fiabilidad de su testimonio.
En este sentido, una educación emocional y conocimiento en competencias de esta naturaleza en los operadores jurídicos permitirá, en primer lugar, conocer el funcionamiento de las emociones, cómo pueden manifestarse a través de los comportamientos, qué transmiten en su función adaptativa y función social, lo cual es sumamente útil en la práctica de prueba de testimonios. Permitirá además combatir los estereotipos existentes sobre el mundo emocional de la mujer y analizar en cada caso concreto si se presentan y si tienen efectos negativos. Como se expuso anteriormente, haciendo uso de la perspectiva o enfoque de género si fuese necesario en la situación dada, analizar en qué medida puede perjudicarle la existencia de un estereotipo a la mujer, o bien al hombre.
Todas las personas que asumimos roles en el sistema judicial, y en particular, quienes desempeñamos la función jurisdiccional porque trabajamos con personas que puede ofrecer testimonios en el proceso, deberíamos disponer de los recursos suficientes para detectar no solo nuestros propios estereotipos sino también aquellos que pudieran estar presentes en los testigos, bien asuman la condición inicial de denunciante-perjudicado-víctima por el delito objeto de investigación y posterior acusación, bien testigos directos o de referencia. Así mismo, es conveniente ampliar el catálogo de herramientas y conocimientos adecuados para poder practicar las declaraciones de forma que nos permitan obtener toda la información posible respetando a la víctima y al testigo y acceder a su estructura neurolingüística, con formación suficiente en competencias y educación emocional.
Bibliografía
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