Eduardo Herrera Velarde
Abogado por la Universidad de San Martín de Porres. Magister en Derecho Penal, Universidad de Santo Tomás, Colombia y Universidad de Salamanca, España. Cursos de Postgrado-Finanzas y Derecho Empresarial, Escuela de Administración de Negocios para Graduados ESAN. Ha sido Profesor de Derecho Penal Económico de la Universidad San Martín de Porres y Profesor de Derecho Penal en la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional.
Precisamente conversaba hace unos pocos días sobre este tema con mis alumnos de la Universidad. La pregunta fue formulada bajo el siguiente enunciado : ¿están de acuerdo con la imprescriptibilidad de aquellos delitos de corrupción de funcionarios? ¿si o no y por qué?
El sí fue rotundo. Nadie se atrevió a dar una negativa, excepto yo.
Los fundamentos fueron de lo más diversos : no es justo – decían algunos – que alguien que roba pueda salir impunemente del país y luego regresar airoso en virtud de la prescripción; si el Poder Judicial no actúa adecuadamente entonces hay que buscar otras armas, dijo otro grupo; etcétera. Todos estos argumentos son de corte práctico, ninguno de principios – retruqué. Como persona con uso de razón puedo coincidir en que todos esos argumentos son correctos, pero como abogado debo de ceñirme a los principios : el fin no justifica los medios; la prescripción es un derecho que proviene a su vez del derecho a ser juzgado en un plazo razonable. Si el Estado es lerdo en juzgar entonces el castigo es la prescripción.
En mi concepto patear el tablero para modificar las reglas de juego inclinando la balanza nos lleva a la barbarie. Si la población quiere sangre y cabezas rodando ¿se lo debemos dar? La habilidad de un estadista (hombre de Estado) está en – precisamente – jugar con las reglas, incluso – como se dice – al filo del reglamento, pero no violarlas para llegar a una meta por más justa que parezca.
Con soluciones como esta se legitiman dos situaciones claras de corrupción en el camino : 1) la de la policía de fronteras que deja salir a aquellos corruptos que huyen y 2) la del Poder Judicial que se hace lento al perseguir y no tomar las medidas pertinentes. Es decir, en pos de la lucha contra la corrupción se termina aceptando más corrupción. Desde luego, no se trata siempre de corrupción policial y judicial. En algunas otras veces se trata de ineptitud y demora (intencionada o no). Entonces ahí está la solución.
A propósito del tema algunas personas podrían aprovechar la viada y cuestionarse ¿por qué de paso también no hacemos imprescriptibles los delitos contra la libertad sexual? ¿por qué no hacemos imprescriptibles mejor todos los delitos? o incluso ya que estamos en la línea del ajusticiamiento ¿por qué no matamos a todos los delincuentes de una vez? No estoy siendo dramático. La línea de argumentación de la posición a favor de la imprescriptibilidad sigue la lógica de hacer Justicia por encima de todo, incluso de las mismas reglas de procesales.
Mis alumnos me señalaron que, por ejemplo, en Estados Unidos los delitos no prescriben nunca y puede suceder – como se ve en la televisión – que habiendo pasado varios años de sucedido un crimen, se atrapa al delincuente y se le castiga; el sistema no descansa nunca. Por supuesto, reconocí pero ¿somos un sistema tan sólido y seguro como el norteamericano? – inquirí. Hasta ahora estoy esperando la respuesta.
Sugiero una solución mucho más sensata, eficiente y menos sangrienta: fortalecer nuestras instituciones. Si tenemos un control adecuado de nuestras fronteras para que no sea una coladera, si fortalecemos nuestra policía judicial para que se capture a quien se tienen que capturar y – finalmente – si tenemos un Poder Judicial eficaz, seguro y de rápidos reflejos entonces este problema no existiría ¿o sí?.
Aborrezco la corrupción, tengo que ser enfático en eso, pero más aborrecería pisotear los principios en los cuales creo y en virtud de los que he sido formado. Hasta el más miserable de los criminales merece derechos. No bajemos el nivel, no al vale todo. Recordemos que somos un Estado Democrático de Derecho. No a la imprescriptibilidad.