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Enseñar lo inenseñable: Memoria colectiva en la polifonía de los tiempos

por Gonzalo Gamio Gehri
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Gonzalo Gamio Gehri


 

Una canción que le gusta mucho a todo el mundo
especialmente a los muertos.

Carlos Alberto García Moreno

 

¿Las voces testimoniales de una nueva generación?

 Evoquemos, nuevamente, tu mayor momento de desesperación; la incertidumbre del reencuentro; las sombras de tus amados y, de todas las soledades, la más profunda: una que se confunde con el abatimiento del máximo terror; la imposibilidad del olvido y las cicatrices de heridas ajenas.

Imaginemos, inmediatamente, otra escena. Este episodio dramático no fue vivido solamente por ti: fue el día a día de millones de peruanos, con diversos acentos, durante la década de los 80’s y finales del milenio. Seguido a esto, y pocos años después, los rastros de todo dolor parecen haber quedado plasmados en múltiples libros, informes y difusos recuerdos. No obstante, el mundo -el mundo presente, que se materializa en la generación actual- no recuerda tu dolor, que es un dolor compartido y también íntimo. No hay memoria: ni como lección, tampoco como falso relato.

Enfrentemos ahora que lo anterior no se trata de ningún recuento poético o fantástico. Corresponde a un escenario comprobable y que ha desatado diversas opiniones en el país[1], que transita entre lo preocupante y desalentador, que nos lleva a cuestionarnos nuevamente sobre el papel de la memoria en una colectividad. En las siguientes líneas nos propondremos a explorar los alcances de esta “memoria colectiva”, así como el papel que esta desempeña en el traumático episodio de la lucha armada interna vivida por el Perú, en esta situación de actual desconocimiento.

La memoria que se rescata: ¿por qué, para qué y cómo conocer?

Si bien, en los primeros párrafos de este texto, nos hemos referido a las nociones de memoria, recuerdo y conocimiento indistintamente, el concepto de memoria colectiva encierra variables determinadas. Entonces ¿de qué hablamos cuando hablamos de memoria colectiva? Siguiendo la línea del propio acuñador del término, Maurice Halbwachs, la memoria colectiva consiste en una perspectiva en la cual se edifican los pensamientos y sentir de grupos y colectividades. Este sentir tiene una vocación de alta temporalidad. El encontrarse a través de su propia proveniencia  socio-histórica. Entonces, la memoria colectiva es el presente de un pasado reconstruido pero no de un pasado cualquiera, sino de aquel lleno de significación y sentido.[2]

Esto nos lleva a detallar la memoria colectiva en torno a una articulación cuyo norte se presenta ante la aparición de crisis en los horizontes de sentido que una sociedad persigue. Siendo esto así, podemos decantar en que “la memoria colectiva no es un relato efímero del pasado, sino un constructo y un registro duradero que significa, alimenta, edifica y sostiene la pertenencia, la existencia y la continuidad del presente con el pasado”[3].

 Es en esta dimensión en la que podemos entender el porqué de la existencia de una memoria colectiva: solo en la medida en que podamos, ante la ausencia de una dirección y apariciones de sinsentidos, proyectar una porción del pasado plenamente valorada por la sociedad estamos justificando –y necesitando– la potencia del discurso orientador relevante en tiempos, seguramente, polifónicos pero que precisan de una armónica directriz. 

Establecer una funcionalidad de la memoria colectiva no puede escapar a la propia justificación de la misma, no obstante, siendo esta una labor de transmisión generacional, la pedagogía cumple un rol esencial. De este modo, la memoria colectiva cumple con crear espacios narrativos que expliquen estas realidades para “abrir las puertas del dolor hacia el presente”[4], así como la tarea de una reconfiguración del futuro que nos permita concatenar una memoria crítica, una que escape a la plena acumulación de datos estadísticos o de simples manuales de historia.

¿Es realmente posible enseñar lo innenseñable? El cómo enseñar un pasado que no has vivido, en estos términos, implica retos mayores. Ya no se trata de una versión cientificista de la memoria emparentada con el aprendizaje; nos encontramos, en cambio, ante una interiorización espiritual del pasado como norte social donde el yo trasciende al nosotros y se define, en cierta medida, de los procesos de lo acontecido y preservado para entender, comprehender y decidir su devenir.

Los lugares de la memoria, los artefactos, las prácticas sociales de conmemoración, la plena comunicación (a través de la retórica y los discursos), la reformulación de una efectiva currícula educativa para estos diseños, son solo algunos de estos elementos.

Sin embargo, todos estos factores conceptuales se tornan incluso más complejos cuando de un pasado de horror se trata. Siendo esto así ¿En qué medida es válido fundar muchos de los elementos que nos constituyen como sociedad a través de episodios de terror?

Una historia de terror: el conflicto armado interno de los 80’s – 90’s

 No es exagerado referirse al periodo comprendido entre 1980 y 2000 como la época en la que el Perú vivió la etapa más violenta de toda su historia republicana. En efecto, fue el periodo al que nos referimos, denominado Conflicto Armado Interno (CAI), aquel en el que ocurrieron las más cruentas y sistematizadas violaciones a los derechos fundamentales de los ciudadanos peruanos, afectándose innegablemente el orden constitucional y destruyéndose el incipiente resurgimiento de las bases democráticas tras una época de sucesiva dictadura.

Existe un consenso moderado respecto a señalar que el factor que catalizó el inicio del conflicto armado interno fue el surgimiento de las acciones armadas del Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso (PCP-SL). No en vano se ha dicho que “(l)o que el Perú vivió a partir de 1980 no fue un estallido espontáneo de violencia, ni un movimiento social que emprendió algunas acciones violentas, sino la acción planificada de una organización militarizada, como se definía el propio PCP-SL” .

Sin embargo, la violencia y el terror que comprenden este periodo  no sólo provinieron de las acciones ejercidas por el PCP-SL, sino que –inicialmente y con un afán ciegamente represivo- la actuación de las Fuerzas Armadas, en el marco del conflicto, también ocasionaron serios menoscabos a los derechos fundamentales de las personas, cuestión que ha sido destacada en la conclusión n° 55 del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR): “La CVR afirma que en ciertos lugares y momentos del conflicto la actuación de miembros de las fuerzas armadas no sólo involucró algunos excesos individuales de oficiales o personal de tropa, sino también prácticas generalizadas y/o sistemáticas de violaciones de los derechos humanos, que constituyen crímenes de lesa humanidad así como transgresiones de normas del Derecho Internacional Humanitario” .

A pesar de ello, la magnitud de la violencia no fue visibilizada en su tiempo (y no extrañará afirmar que ese deber queda aún pendiente); es más, tras la captura de Abimael Guzmán y el declive de la acción subversiva a partir de 1992, se empezó a esparcir un discurso que caló en las mentes de aquel tiempo y se convino tácitamente en que “(e)ra mejor voltear la página, mirar hacia adelante, no solazarse en recordar y menos aún discutir sobre los horrores recientemente vividos, para así no reabrir las heridas provocadas por el conflicto. Hacia mediados de la década parecía haberse impuesto el olvido” 

Dar el encuentro a testimonios donde se evidencia un completo desconocimiento de personajes vinculados al PCP-SL, nos hace pensar si quizá aquel tácito mensaje que llegó a ser el sentido común en una época ha recobrado vigencia. Si ello fuera así, sobre cada uno de nosotros recae el deber ciudadano de reexaminarnos y atender a la importancia de recordar esa época de terror. Y, en esa medida, resulta pertinente analizar las justificaciones detrás de la idea de llevar el terror del conflicto armado interno a la mente de las nuevas generaciones; en otras palabras, adentrarnos en los motivos que facultan a enseñar lo inenseñable.

En tanto la época del conflicto armado interno se erige en nuestros tiempos como un acontecimiento histórico, aunque doloroso, cuya trascendencia rebasa el territorio nacional, resulta fundamental enmarcar la transmisión intergeneracional de su complejidad

Es en este punto en el que es necesario recurrir nuevamente a la justificación de una memoria colectiva, y que señalábamos en párrafos anteriores, pero entendiendo la práctica de la pedagogía de la memoria en otros términos: la inserción de imágenes de terror. Ahora bien, poner en práctica una pedagogía de la memoria respecto de acontecimientos tan dolorosos como los acaecidos en el marco del conflicto armado interno, contribuye en órdenes adicionales.

Efectivamente, conocer no sólo se limita a recordar para construir, sino que –en segundo lugar- discurre un rol de visibilización de las víctimas del conflicto a través de la memoria. Lo que certeramente Arendt establece como el “espacio de aparición” de lo que es humano en sí mismo, en el cual los agentes pueden actuar con otros, así como contar (y compartir) una historia que los presente como tales[5].

Por otro lado, un orden adicional sobre el cual impacta la pedagogía de la memoria es en el de garantizar que la violencia no se repita, pues esta discurre en dos vías: el rol y formación de los agentes políticos en esta memoria crítica así como fortalecer aquellas prácticas sociales que sirven de garantías, en un sentido lato, a los derechos de las personas e instituciones. Esta labor de reconstrucción a través de una historia de sufrimiento otorga mayores niveles de fiabilidad a que la historia, efectivamente, jamás se repita.[6]

Evidentemente, los órdenes de impacto -como hemos convenido en llamarlos aquí- de la pedagogía de la memoria serán sólo añoranzas ideales si carecen de un correlato político-fáctico que los impulsen a darse. Es por ello que requieren de la implementación de políticas públicas destinadas a hacer de esta una labor institucionalizada, seria, perdurable e independiente de intervenciones político-partidarias que busquen mellarla o manipularla. Asimismo, aunque bastante emparentado con lo anterior, resulta fundamental incentivar la discusión del conflicto armado interno en espacios públicos descentralizados.

Retos del Estado y la sociedad civil:

Como ya se ha señalado, la implementación de una seria pedagogía de la memoria requiere de la intervención latente del Estado. Un reciente estudio publicado por el Instituto de Estudios Peruanos, destaca un problema que ha venido dificultando la implementación satisfactoria de la pedagogía de la memoria, principalmente en las escuelas: “la producción de textos escolares sobre el tema supone producir una versión ‘oficial’ sobre la que no hay consenso y, por tanto, el contenido presentado en los textos ha sido varias veces motivo de conflicto y disputa. En resumen, la estrategia curricular ha quedado como una medida aislada sin una política integral del Estado, sin la transformación de las condiciones de enseñanza y desprovista de legitimidad, es decir, sin el respaldo social y político para su enseñanza”[7].

Frente a ello, sin embargo, el Estado no puede abdicar de su papel como promotor de espacios de discusión donde converjan las diversas posiciones que existen en torno al conflicto armado interno. En definitiva, tal ejercicio no deberá pretender eliminar cualquier vestigio de conflicto o disputa respecto de lo que representa para nosotros el conflicto armado interno, pero –sin duda- ayudará a otorgar legitimidad socio-política a la construcción de una memoria colectiva que debe ser transmitida progresiva e inclusivamente de forma oficial.

Por su parte, la sociedad civil también tiene un reto pendiente en la construcción y transmisión de la memoria colectiva: quebrar un pacto con la impunidad y el silencio. Así, las medidas que se política e institucionales que se puedan tomar, no tienen mayor eficacia si los individuos receptores de estas no son, a la vez, cómplices de las mismas. La indiferencia no puede ser un elemento dentro de la consolidación de una memoria colectiva, incluso, establece vínculos con los perpetradores de aquello que, ante el pleno recuerdo, se quiere evitar.[8]

No obstante, los retos del Estado no se subsumen a una labor dentro de la currícula educativa. La concientización también ataca desde diversos frentes.

La labor artística y cultural, que se inserta dentro de la clasificación de espacios, discursos y artefactos de memoria,  debe de pronunciarse en consonancia con la labor educativa, de otro modo, el tránsito que separa lo aprendido de lo recordado, se difumina. Las notas que armonizan los tiempos también están dadas desde lo que, en el mismo presente, alimenta el alma.

Pólemos, en su rol de difusión jurídica desde una matriz interdisciplinaria, hace patente su preocupación ante la ausencia de institucionalidad de una memoria colectiva, que se basa no solo en un episodio de terror masivo y de diversos actores, sino de aquel cuyo momento fundacional es, generacionalmente, inmediato anterior al nuestro. Asimismo, expresa su compromiso, en todas sus líneas de acción, a colaborar con la reconfiguración de un pasado que, evidentemente, no se ha trasladado, discursiva ni espiritualmente, al presente. Un pasado que se funda en el terror y lo preserva con un signo y deber plenamente positivo: Para recordar, para que no se repita.


[1]http://peru21.pe/actualidad/estudiante-confundio-gabriel-garcia-marquez-abimael-guzman-video-2228527 . Consulta: 21 de octubre de 2015.

[2] HALBWACHS, Maurice (1925), Les cadres sociaux de la mémoire, París, Félix Alcán (versión en castellano: Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004).

[3] WALSH, Catherine. “Memoria colectiva, escritura y Estado. Prácticas pedagógicas de existencia afroecuatoriana”. Cuadernos de Literatura. Colombia, volumen 19, número 38, pp. 84.

http://eds.a.ebscohost.com/eds/pdfviewer/pdfviewer?sid=346db03f-f9b6-4f15-930b-1ce49899e5c3%40sessionmgr4003&vid=3&hid=4208 . Consulta: 21 de octubre de 2015.

[4] MERCHÁN, Jeritza. “Pedagogía De La Memoria Y Enseñanza De La Historia Reciente”. En GARCÍA, Ricardo y otros (editores). Las Luchas por las Memorias. Colombia: Fondo Editorial Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2012, pp. 137.

[5] ARENDT, Hannah La condición humana Madrid, Seix Barral 1976 p. 262 y ss.

[6] Loc. Cit.

[7] UCCELLI, Francesca y otros (autores). Secretos a voces. Memoria y educación en colegios públicos de Lima y Ayacucho. Lima: IEP, 2013, pp. 18.

[8] GAMIO, Gonzalo. POLÍTICA Y MUNDO ORDINARIO BOSQUEJOS POSTLIBERALES

http://gonzalogamio.blogspot.pe/2007/04/ciudadana-derechos-humanos-y-lucha-por.html

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