Leda M. Pérez
Profesora-Investigadora, Universidad del Pacífico
diciembre de 2018
“Bertha”, nacida en Arequipa en 1974, me contó que comenzó a trabajar a los nueve años junto a su madre en la casa donde ésta era trabajadora del hogar en Lima. Caracterizando su propio papel en esta situación como «ayuda» (en lugar de trabajo), ella relató los desafíos de ser una migrante quechua recién llegada a la capital. Como me comentó en nuestra entrevista, no le fue fácil adaptarse a las costumbres de “ellos”. En sus palabras, «en la provincia todo es más simple».
Mientras trabajaba en esa casa, fue acosada sexualmente por el sobrino adolescente de uno de los otros trabajadores. A pesar de que el chico intentó violarla, en su mente infantil “Bertha” pensó que sus avances eran un juego y solo más tarde comprendió que la lastimaría.
Solo tenía dos años cuando su madre la dejó para buscar trabajo en Lima. «Bertha» no la volvería a ver hasta que fue transportada a esa casa donde su mamá limpiaba y cocinaba, y donde, de manera informal, ella también trabajaría. Después de una década, cuando tenía casi 20 años, «Bertha» tomó su propio puesto en otra casa, pero no duró mucho porque el hijo de sus empleadores comenzó a espiarla mientras se duchaba. Ella renunció, y en ese momento probó su suerte con otros trabajos incluyendo las ventas y también trabajo en un restaurante como mesera. Pero aquí tampoco pudo superar el acoso sexual. Como ella me dijo: «Si un hombre te entrevista, él piensa que, si te da el trabajo, estarás con él … No tenía a nadie que me guiara».
En el trabajo de mesera los horarios consistían en jornadas de 12 horas, de 11 am a 11 pm, pero el día laboral siempre era más largo. Asimismo, durante su tiempo en ventas, encontró que la precariedad de este tipo de trabajo, así como el de mesera (salarios por debajo del sueldo mínimo, sin beneficios ni seguridad laboral) la obligarían a regresar al trabajo doméstico. Pues, si uno tiene suerte en hallar a un buen empleador, podría significar al menos una mejor remuneración.
Al final, “Bertha” resumió sus experiencias tempranas en su vida en torno al trabajo doméstico como niña y adolescente y, posteriormente, en otros trabajos precarios a medida que trataba de huir de situaciones abusivas, como “traumático”. Me confesó, además, que nunca le había contado a nadie sobre el acoso sexual que había experimentado de niña hasta que habló conmigo.
Esta entrevista es emblemática de la cohorte de personas con quien hablé en Lima entre agosto y diciembre del 2016 — 25 trabajadoras del hogar, personas cuyas historias de vida revelaron que habían sido infravaloradas, maltratadas y, a menudo, como “Bertha”, traumatizadas. No obstante, el elemento en común en la mayoría de las entrevistas que tomé es que estas mujeres han sido en la práctica víctimas de la trata de personas en sus infancias y adolescencias.
Las definiciones de trata de niños proporcionadas por las normas internacionales y nacionales son bastante claras. Elementos como el engaño y la transferencia forzada, por ejemplo, normalmente asociados con el tráfico de adultos, no necesitan estar presentes en casos que involucran a niños. La intención de explotación es la única condición necesaria que se requiere para que la transferencia de un niño de un lugar a otro sea considerada como uno de trata. Según el Protocolo contra la trata de personas de las Naciones Unidas, uno de los llamados “Tratos de Palermo” (2000):
La captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de un niño con fines de explotación se considerará «trata de personas» incluso cuando no se recurra a ninguno de los medios enunciados en el apartado; Por «niño» se entenderá toda persona menor de 18 años.
Consistente con lo mencionado líneas arriba, la mayoría de las mujeres con quien hablé en mi investigación había llegado a trabajar en Lima como niñas; y, 24 de las 25 entrevistadas experimentaron explotación en sus primeros trabajos. Esta situación, combinada con la histórica devaluación del trabajo doméstico (Federici, 2004; Kuznesof, 1989), han servido para asegurar que estas mujeres permanezcan entre la espada y la pared, acorraladas por la violencia estructural que las colocó en una situación difícil, precaria, y frecuentemente abusiva; y con pocas opciones reales, si es que las hay, en torno a trabajos decentes y seguros.
La entrevista compartida aquí reúne varias de las características de las experiencias descritas por la cohorte en su primera incursión a este sector laboral, en gran parte cuando eran muy jóvenes llegando a Lima desde otras partes rurales del país. Desde la época colonial (Barrig, 2001; Kuznesof, 1989) en la región latinoamericana, incluyendo al Perú, las adolescentes migrantes y mujeres han prestado servicios en los hogares privados. Mi investigación sugiere que esta práctica continúa y que, incluso puede haber sido exacerbada debido a una combinación de factores de expulsión asociado con la pobreza persistente en el campo, junto con una demanda por parte de otras regiones, pero principalmente de la capital.
El resultado de esta situación es que mujeres jóvenes continúan migrando a Lima en busca de trabajo y educación, pero lo que encuentran es una serie de situaciones abusivas y de explotación que tienen su origen en la práctica histórica de “traer” a las niñas cuyo fin es de trabajar en los hogares urbanos de terceros. Además, he hallado que, a pesar de las concepciones nacionales populares en sentido contrario, esta experiencia no es un «rito de pasaje» que allana el camino para algo mejor como lo que sugiere Bastia (2005, 2006) para el caso de migrantes jóvenes bolivianos en Argentina. En el caso peruano compartido aquí, las experiencias suelen resultar en empleos sin salida, o en algunos de los peores testimonios que escuché, en alguna forma de trauma emocional, a raíz de haber sido trasladado a un ambiente inhóspito a tan joven edad. Así es que, a pesar de que el artículo 4 del segundo capítulo de su Constitución Política dice que “la comunidad y el Estado protegen especialmente al niño, adolescente, madre y anciano en situación de abandono” (Constitución Política del Perú 1993), considerando lo descrito aquí, hay camino por andar.
La intención en esta investigación no ha sido criminalizar a las familias por buscar formas de aliviar su pobreza. Es perfectamente entendible que en el mundo rural los niños y niñas trabajan y que los conceptos occidentales no son necesariamente aplicables. Sin embargo, al mismo tiempo, sugiero que estamos frente a una práctica que tiene importantes secuelas negativas en las mujeres que experimentan este traslado en su niñez y adolescencia. Al menos, eso es lo que se me ha transmitido por medio de las entrevistas que he llevado a cabo con diferentes mujeres en este empleo en los últimos 3 años y medio. En un mínimo, entonces, es importante nombrar esta práctica y sacarla de la informalidad. Pues hasta ahora se ha visto como un asunto privado en el que los familiares o conocidos de las jóvenes en cuestión sirven para «transportar» a las mismas con la idea de que ese trabajo pueda ser el vínculo hacia una mejor vida. Pero, como mi investigación ha mostrado, entre esa intención y el resultado, hay bastante trecho y lo que he encontrado más bien son historias de frustración, y de escasas – o nulas — posibilidades laborales fuera del sector doméstico.
Un primer paso hacia adelante seria de mirar esta situación como lo que es: en un mínimo es una cadena de suministro de servicios baratos (o, hasta gratuitos o de trueque, en algunos casos) brindados por niñas en las cuales las familias que dejan atrás pueden beneficiarse con una boca menos para alimentar y/o con alguna remesa que eventualmente ésta pueda enviar a casa. Al mismo tiempo, la familia a la que se envía garantiza su propia reproducción doméstica a un costo reducido.
La manera en que se cataloga la acción puede afectar la importancia que se le otorga y la manera en que se aborda. Estudios previos en Perú han mostrado los efectos perniciosos del tráfico sobre las mujeres (Anderson, 2007; Radcliffe, 1989) aunque gran parte de la investigación se centra más específicamente en el tráfico sexual (Mujica y Cavagnoud, 2011). Una brecha importante en la investigación a escala global es que aún sabemos muy poco sobre el tráfico de personas que trabajan en el hogar, siendo muchos de estos niños y adolescentes (Anderson & O´Connell Davidson, 2002; Anderson, 2007). Ver este fenómeno a través del marco de la trata podría contribuir a la literatura y a la teoría relacionada con el tráfico de niñas como trabajadoras domésticas, así como para informar políticas que servirían para su protección
Referencias:
Anderson, B. & O’Connell Davidson, J. (2002). Trafficking – A Demand-Led Problem? Stockholm: Save the Children.
Anderson, J. (2007). Invertir en la familia: Estudio sobre factores preventivos y
vulnerabilidad al trabajo infantil doméstico en familias rurales y urbanas. El
caso de Perú. Lima: OIT.
Anderson, J. (2010). Género de Cuidados, in M. Barrig (Ed.), Fronteras interiores. Identidad, diferencia y protagonismo de las mujeres. Lima: IEP.
Barrig, M. (2001). El mundo al revés: imágenes de la mujer indígena. Buenos Aires: CLACSO-ASDI.
Bastia, T. (2005). Child Trafficking or Teenage Migration? Bolivian Migrants in Argentina. International Migration. 43(4), 57-87.
Bastia, T. (2006). Stolen Lives or Lack of Rights? Gender, Migration and Trafficking. Labour, Capital and Society. 39(2), 21-47.
Constitution Política del Perú (1993). Disponible en: http://www.pcm.gob.pe/wp-content/uploads/2013/09/Constitucion-Pol%C3%ADtica-del-Peru-1993.pdf.
Federici, S. (2004). Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation. Brooklyn: Autonomedia.
Kuznesof, E. (1989). A History of Domestic Service in Spanish America, 1492-1980. In Chaney, Elsa and Mary García Castor (Eds.). Muchachas No More: Household Workers in Latin America and the Caribbean. Philadelphia: Temple University Press.
Mujica, J. & Cavagnaud, R. (2011). Mecanismos de explotación sexual y trata de niñas y adolescentes en los alrededores del puerto fluvial de Pucallpa. Anthropológica, XXIII, 23.
Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional. (2000). Disponible en: https://www.ohchr.org/documents/professionalinterest/protocoltraffickinginpersons_sp.pdf.
Radcliffe, S. (1986). Gender Relations, Peasant Livelihood Strategies and Migration: A Case Study from Cuzco, Peru. Bulletin of Latin American Research. 5(2): pp. 29-47.