Emilio José Ugarte
Licenciado en Historia de la Universidad de Chile, Periodista de la Universidad Alberto Hurtado, magíster en Estudios Internacionales de la Universidad de Chile y estudiante de Doctorado en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Introducción
El 20 de octubre de 1883 se firmaba el Tratado de Ancón que ponía punto final a las hostilidades entre el Perú y Chile. En agosto de 1884 las últimas tropas chilenas abandonaron territorio peruano. Ese mismo año, Santiago y La Paz firmaron un Pacto de Tregua, que se ratificaría 20 años más tarde con el Tratado de Paz y Amistad entre Bolivia y Chile. Terminaba de esta manera la Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre.
El conflicto que durante cuatro años arrastró a nuestras naciones dejó sin duda huellas dispares: Chile amplió sus territorios de manera expresiva a costa de sus vecinos, adueñándose de las riquezas minerales allí existentes. Perú tuvo que soportar una ocupación militar y la destrucción de gran parte de su economía, además de ver cercenado su territorio. Bolivia, junto a la derrota, debió ceder las riquezas de su antiguo departamento Litoral y, peor aún, convertirse en un país mediterráneo, sin salida al mar. Estas, sin embargo, solo serían las más evidentes consecuencias de un conflicto que condicionó todo el siglo XX –y parte del actual- en el Pacífico Sur sudamericano.
Chile, un vencedor incapaz de construir la paz
Para Santiago la incorporación de nuevos y ricos territorios fue un bálsamo refrescante, pero el país vencedor en la guerra no tuvo la capacidad de construir una paz viable para la región. Chile se esmeró esencialmente en asegurar su seguridad interior frente al previsible revanchismo de sus antiguos enemigos, pero la forma en que lo hizo solo acentuó más las tensiones diplomáticas y militares en la zona. Si bien es cierto la anexión de Tarapacá podría comprenderse dentro del contexto del esfuerzo bélico que justificaba la guerra, la ocupación de Arica y Tacna -en principio por diez años hasta la realización de un plebiscito que decidiría su destino- fue un paso en falso funesto que determinó la extensión del conflicto con Lima por otros largos e innecesarios 49 años. El intento de “chilenización” que Santiago realizó en la región con el objetivo de alejar lo más posible la frontera con Perú, solo profundizó las tensiones con Lima y las heridas de la guerra, y luego del Tratado de 1929 que zanjó definitivamente el tema Chile se había creado ya una imagen de profunda desconfianza en el Perú, exacerbando el sentimiento “antichileno” en algunos sectores que amargamente debieron soportar la pérdida de Tarapacá, Arica y los agravios de la ocupación de Tacna. Paz Milet sostiene que “el periodo posterior a la guerra, fundamentalmente en relación con la división territorial, estuvo marcado por la desconfianza y el surgimiento de una serie de discrepancias entre Chile y Perú. La suscripción del Tratado Rada y Gamio-Figueroa Larraín de 1929 sin duda ayudó a reducir los conflictos, al devolver Tacna al Perú; pero quedaron sin resolverse una serie de elementos. Esto ha permitido que aún hoy subsista la idea de una herencia inconclusa”.[1] La insistencia de Chile de percibirse como el “triunfador” permanente también contribuyó a enrarecer el ambiente, ya que “condicionó y condiciona la vinculación futura con sus vecinos del norte, determinando la agenda de política exterior y de defensa a nivel gubernamental; pues la herencia histórica, a pesar de la voluntad política expresada por ambos gobiernos, resurge frente a cualquier divergencia”.[2]
Estos hechos provocaron que la paz fuera en rigor precaria. Ambos países, desde 1929, intentaron con honestidad recuperar el tiempo perdido y sintonizar con nuevos tiempos de paz y colaboración. El mejor ejemplo de ello fue la iniciativa chileno-peruana del reconocimiento internacional de las 200 millas marítimas en los años 50, esfuerzo también apoyado por el Ecuador. La propia sociedad civil de ambos países hizo también lo suyo, recuperando viejas tradiciones de hermandad entre ambas naciones, como el apoyo a exiliados de los dos países, encuentros deportivos, intercambios artísticos y culturales, etc. Sin embargo, las tensiones no desaparecieron y se hicieron crónicas en los años 1970, cuando el recuerdo de la guerra estuvo cerca de traducirse en una invasión peruana. Así, el resultado no solo fueron tensiones permanentes con Lima, sino un gasto militar importante como elemento de disuasión, que en parte explica la importancia que los militares tuvieron en Chile en las décadas de 1920 y 1970. Chile, por lo tanto, no supo construir una paz equilibrada con sus vecinos, por ejemplo, ofreciendo a Lima compensaciones por Tarapacá –devolver Tacna y Arica hubiera sido lógico y práctico para ambos- y ofreciendo (con acuerdo peruano) una salida al mar con soberanía a Bolivia, evitando su mediterraneidad y un seguro conflicto a futuro. La embriaguez de la victoria y el exceso de celo por la seguridad de las fronteras impidieron a Chile visibilizar una paz real entre tres, como generalmente suele hacer el vencedor. Chile no ganó en seguridad y perdió la oportunidad de acordar una paz a largo plazo con los vecinos, sin dejar de lado lo obtenido en la guerra.
Perú: irredentismo y “factor Chile”
Lo más obvio a la hora de pensar en las consecuencias que tuvo la guerra para el Perú es el elemento irredentista. En efecto, las llamadas “provincias cautivas” se transformaron inmediatamente en un factor que condicionó la política interna y las relaciones vecinales, pero también la actitud chilena con respecto a Tacna y Arica. Los 50 años que ambas provincias permanecieron bajo control de Santiago, sin realizarse el plebiscito previsto en el Tratado de Ancón, y con una fuerte campaña de “chilenización” marcaron el imaginario peruano en el siglo XX, cuyas consecuencias fueron un sentimiento de rechazo y desconfianza con Chile, de amenaza permanente del vecino país, pero curiosamente también de una cierta admiración a la estabilidad política e institucional de Chile y a su éxito relativo en consideración a su reducido tamaño, su pasado colonial más bien modesto y sus escasos recursos naturales de carácter energético.
Para el Perú Chile se transformó en un problema político en el siglo XX debido al caso Tacna y al permanente deseo de reivindicación por Tarapacá. El intelectual peruano José Miguel Flórez habla en un artículo de la existencia de un “problema chileno”, en que la dinámica de la relación iría más allá del rol de los Estados, “pues elementos como la ‘identidad cultural’ o la ‘oportunidad política’ jugarían un papel más claro en la dinámica del problema”. [3] Según Flórez en el Perú existiría un imaginario en el que Chile sería un “otro” hostil y agresivo, el cual “es útil, sociológicamente, para articular un sentido y una identidad nacional, por lo general precaria y dispersa en el caso peruano”.[4] Flórez cree así que Chile “es uno de los pocos elementos que aglutina a amplios sectores de la sociedad en un solo frente. Dentro de una sociedad dispersa y fragmentada, cuyos referentes de identidad son precarios, la oposición a un tercer actor, el otro, permite un más fácil reconocimiento del nosotros”. [5] Por lo tanto, el impacto de la guerra se transformó con los años en un tema a debatir para los peruanos en torno a su éxito o fracaso como proyecto de Estado-nación, usando a su antiguo enemigo como cierto referente a tomar en consideración. El recientemente fallecido expresidente Alan García dijo hace algunos años atrás que su meta era superar a Chile, en una demostración más de la importancia simbólica que adquirió el país austral en el imaginario cultural y político del Perú.
La relación chileno-peruana fue muy ambivalente durante el pasado siglo. A episodios de conflicto y tensión, como sucedió a fines de los años 1920, en vísperas de la firma del Tratado de 1929, o a mediados de los años 1970, cuando Perú estuvo cerca de invadir Chile, les sucedieron como antes mencionamos, algunos episodios de mayor acercamiento: los exiliados apristas en Santiago en los años 1930-1940, la cooperación por las 200 millas marinas –en conjunto con el Ecuador- en los años 1950 y los procesos migratorios y de cooperación en la Alianza del Pacífico, ya en esta centuria. Los intercambios turísticos entre ambos países, y otros elementos como la admiración chilena por la gastronomía peruana y desde el Perú por la música chilena han sido la tónica de las últimas décadas, afianzando más que distanciando las relaciones.
Bolivia: el mar como horizonte
En ninguno de los tres países es tan evidente el efecto de la onda expansiva de la posguerra como en Bolivia. El país del altiplano y las Yungas perdió su cualidad marítima con la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1904, después de 20 años de negociaciones, acercamientos y desencuentros con Chile. Si bien en principio las autoridades de La Paz no vieron con tan malos ojos el fin de su acceso soberano al océano, al cabo de algunos años la recuperación de la soberanía marítima comenzó a ser tema, transformándose en el eje de las siempre tirantes relaciones boliviano-chilenas.
Bolivia había rechazado distintas ofertas de salida al mar ofrecidas por Santiago después del conflicto y, en cambio, si accedió a la construcción del ferrocarril que conectara su territorio con el puerto de Arica, en tiempos en que este tipo de infraestructura era casi prohibitiva en costos para los países latinoamericanos. Sin embargo, el gobierno de L a Paz no fue capaz de calibrar el costo político que ello conllevaba, haciendo de la “causa marítima” un verdadero lazo de unión de todos los bolivianos, al costo de tener a Chile como némesis permanente. En la práctica, esto se tradujo en la permanente interrupción de los vínculos diplomáticos con Santiago, que hasta el día de hoy permanecen interrumpidos, un hecho inédito entre países sudamericanos.
La jugada del actual presidente Evo Morales de llevar el caso a la Corte Penal Internacional de La Haya, con dura derrota para Bolivia, solo es el último acto de una larga serie de intentos de La Paz por recuperar su cualidad marítima. Chile argumenta que es solo una aspiración y que el asunto debe resolverse bilateralmente.
Conclusión
Bolivianos, chilenos y peruanos han tenido una etapa de posguerra, a corto, mediano y largo plazo, llena de encuentros y desencuentros, llena de vacíos y tensiones y con pocas cosas a celebrar. El elemento más notable de esta imposibilidad de generar una situación de estabilidad en la región se tradujo en un gasto militar enorme por parte de los tres países de acuerdo a sus posibilidades y el involucramiento en política de éstos y una permanente tensión que ha condicionado las relaciones diplomáticas y políticas, salpicando las sociales y culturales. La desconfianza entre los tres países a partir de sucesos como la “chilenización” de Tacna y el no respeto chileno al Tratado de Ancón, el irredentismo peruano por Tarapacá, especialmente en los años 1970, y las permanentes intentonas bolivianas por una salida al mar “obligaron” a un gasto militar permanente que ha tenido, especialmente en Perú y Bolivia, a los militares en el poder de manera recurrente y en Chile con la larga y sangrienta dictadura de Pinochet y las intervenciones militares de los años 1924-1932. Si bien es cierto en los últimos años se han dado pasos importantes en el avance a una total normalización de vínculos, especialmente entre Chile y Perú, aún falta un camino bastante largo para que nuestros tres países puedan pasar a una nueva etapa en su convivencia y relaciones.
Bibliografia
-Bonilla, Heraclio: “Perú y Bolivia”.En Bethell, Leslie: Historia de América Latina. Vol. VI. Cambridge UniversityPress. Editorial Crítica, Barcelona, 1991.
-Florez, José Miguel: “El viaje interior. La dinámica social peruana y el ‘problema chileno’”. En Nuestros vecinos. Milet, Paz, Artaza, Mario editores. Ril editores, Santiago, 2007
-Góngora, Mario: Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Editorial Universitaria. Santiago, 2010
-Milet, Paz: “Chile-Perú: las dos caras de un espejo” En: Revista de Ciencia Política. Vol. XXIV, n° 2, Santiago, 2004.
-Milet, Paz: “Chile-Perú: las raíces de una difícil relación”. En Nuestros Vecinos. Milet, Paz y Artaza, Mario ed. Instituto Estudios Internacionales, U. de Chile, Santiago, 2007.
-Rodríguez Elizondo, José: Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro. La Tercera Mondadori, Santiago, 2004.
[1] Milet, Paz: “Chile-Perú: las raíces de una difícil relación”. En Nuestros Vecinos. Milet, Paz y Artaza, Mario ed. Instituto Estudios Internacionales, U. de Chile, Santiago, 2007. p 433.
[2] Ibíd., p. 432.
[3] -Florez, José Miguel: “El viaje interior. La dinámica social peruana y el ‘problema chileno’”. En Nuestros vecinos. Milet, Paz, Artaza, Mario editores. Ril editores, Santiago, 2007. p. 401.
[4] Ibíd. p. 406.
[5] Ibíd. p. 411.