Paola Palma Mormontoy
Seudónimo: Gris
Tercer Puesto de la VI Edición del Concurso Nacional de Cuentos Jurídicos Fabellae Iuris
Se encontraba a solo unos meses de egresar. Cruzaba la pista camino a su casa mientras pensaba en lo diferente que era como se sentía, a como creyó que se sentiría cuando estuviera llegando a la meta que había perseguido por casi siete años.
Llegó a su casa y subió las escaleras, que la llevarían a su dormitorio, como si llevara un ladrillo en cada pie. No se apresuró. Camino lento, muy lento, para dejar que sus emociones se fueran con cada pesada pisada y no la llegaran a abrumar, no tenía tiempo para sentir, tenía varios pendientes por terminar.
Entró a su cuarto y se detuvo un momento para mirarlo. Por primera vez en años se dio cuenta de cuanto odiaba el lugar donde se estaba quedando. Dejó la cartera en la cama, se puso el pijama, se amarró el cabello y se sentó frente a su laptop que yacía en el desordenado escritorio. No tenía ganas, no quería hacer nada. Después de ver por cinco minutos la pantalla, se dio cuenta que no podría concentrarse. Cerró la laptop, apagó la luz y se echó en su cama. Trató de ver en la oscuridad el blanco techo y sintió como corrían unas escasas lágrimas por sus mejillas. Decidió que cerraría los ojos y su mente viajaría.
Lo primero que sus recuerdos revivieron fue el día en que su papá había decidido que ella sería abogada. Mucho cariño para la lectura y muchas ganas de hablar contradiciendo a los demás, había dicho su papá, cuando ella tenía doce años. De ahí en adelante, las conversaciones siempre terminaban comentando lo fascinante que era la abogacía y la preciosa herramienta que era para combatir la injusticia. Que grande iba a ser su hija defendiendo lo bueno y condenando al malo, al abusivo, al corrupto, al incorrecto.
Como un cambio de escena brusco, sus recuerdos la llevaron a su cumpleaños número quince. Muchas tenían fiestas o viaje de regalo, pero aquella mañana su padre había entrado con una pequeña escultura de la Diosa Themis en los brazos. Luego de colocarla encima del tocador de su hija, dio el anuncio que era el verdadero regalo: Habían logrado ahorrar lo suficiente para que ella pudiera empezar sus estudios, el siguiente año, en la universidad con la mejor facultad de Derecho de su país. Grandes proyectos requieren grandes medios, y su padre estaba seguro de que esa sería, en su vida, la mejor inversión que haría.
La siguiente memoria que inundó su mente, fue la primera vez que se quedó sola en el departamento donde viviría. Se había visto obligada a dejar a su familia para poder estudiar en la universidad elegida, pero no se sentía apenada. Esa fracción de libertad que tenía valía la pena, era casi un sueño lo que estaba viviendo. Nueva ciudad, nueva casa y nuevas compañías. Las nuevas personas que la rodeaban no solo iban a la misma facultad a la que ella se dirigía, sino que también estaban convencidas de que querían ejercer para contribuir de buena forma a la vida. “Vamos a hacer las cosas bien” se repetían entre risas.
Mientras mantenía los ojos cerrados, sonrió levemente. Pensar en cómo había empezado ese camino la llenaba de ternura. Tan pequeña era ella en ese entonces, y se había dado la licencia de tener grandes aspiraciones y sueños. Por supuesto, el tiempo le enseñó la crueldad e ironía de las circunstancias que rodean nuestras vidas. La pequeña sonrisa se desvaneció inmediatamente. Ella se había creído tan fuerte, pero las mismas circunstancias le enseñaron que uno no sabe cómo es, hasta que se enfrenta a circunstancias que lo ponen a prueba.
Ella había jalado esa prueba, se había fallado a sí misma y de eso… no había duda alguna.
Inevitablemente sus memorias la llevaron a ese caluroso día en el que ella recibió la lotería jurídica. Después de haber estado nadando entre la incertidumbre y la esperanza por casi un mes, por fin la llamaban para decirle que había sido aceptada, como practicante, en uno de los estudios más prestigiosos de la ciudad. Tenía que empezar en dos semanas y nunca se había sentido tan contenta, recién empezaba la carrera y ya había conseguido empezar a practicar. Llamó a sus padres, llamó a su madrina, llamó a sus primas, llamó a sus amigas. Ella, de entre tantos, había sido elegida.
Puso su mayor empeño. Cada tarea asignada, era realizada con detenimiento y cuidado, si era necesario que alguien se quedara más tiempo, ella era voluntaria y se quedaba sin queja y con mucho gusto. Que se aprovecharan y abusaran de su disposición no la perturbaba “Las oportunidades se presentan de forma escaza, una debe aprender a cuidarlas y conservarlas” se decía a si misma para mejorar su ritmo y esfuerzo. Claramente, esto no había pasado desapercibido. Uno de los socios del área en el que ella estaba, había notado su esfuerzo y su constancia. “Ella quiere quedarse, destacar y ganarse su lugar”, esa había sido su evaluación final.
Tenía cuatro meses practicando, cuando aquel socio la mandó a llamar a su oficina. Caminaba nerviosa, pero también orgullosa. De entre todos los practicantes, la había llamado a ella para solicitarle algo, sus esfuerzos estaban siendo percibidos y muy bien recibidos. Llegó, tocó la puerta, escuchó “adelante”, entró y, lo primero que vio, fue una cálida sonrisa.
“Hola, ya estás aquí. Siéntate. Primero, déjame felicitarte, tu desempeño está siendo muy bien valorado y, es por eso por lo que, a partir de ahora, cuento con tu apoyo para tratar temas que son confidenciales…”
Desde aquel momento, ella había empezado a trabajar de forma directa con el socio. Varias semanas de ardua labor que la ponían contenta, no hay nada mejor que ver los frutos de tu esfuerzo.
Después de seis meses practicando, le renovaron el convenio por seis más, luego de ese periodo adicional, decidieron que ya podían firmar para que se quedara doce meses adicionales. Después de un año y medio era la practicante más antigua y la más confiable del área. Muchas cosas pasaron y sus ánimos caían, sin embargo, ella decidió tomar la mano de su nuevo amigo el autoengaño y continuar con una sonrisa. Era afortunada de estar en donde estaba y, pese a todo, sentía que debía ser agradecida.
Y así, en un simple parpadeo, había aterrizado en el presente y decidió examinar con cuidado su día.
Se había levantado a las siete de la mañana, media hora tarde. Se vistió como pudo y, sin desayunar, había corrido para llegar a las siete y media al paradero, por suerte no tuvo que esperar mucho para subir al bus que, para variar, iba repleto de gente. Se acomodó como pudo para tratar de movilizarse cómodamente, buscó expresiones faciales y credenciales que le permitieran identificar quien se iba a bajar primero y, todo ello, evitando potenciales compañías indeseadas de personas que no sabían respetar ni su espacio ni su cuerpo.
Llegó a las siete y cincuenta y cuatro, agradeció esos seis minutos que tenía para pasar primero por el baño y retocar su cara apenas lavada, un poco de bloqueador solar, un toque de labial y a las ocho en punto estaba entrando a la sala donde tenía su lugar. Mientras prendía su monitor se acomodó en su sitio y revisó sus pendientes, tenía que prepararse para entrar en media hora a una reunión con el socio a quien apoyaba y otros abogados sobre un caso que parecía importante. Acomodó los documentos relacionados, cogió un lapicero, su cuaderno de apuntes y se dirigió a la sala de reuniones. La reunión empezó.
- Entonces, ¿nuestro objetivo ha cambiado?
- Parece que sí, ahora ya no buscan dilatar el plazo de pago. Parece que nuestro cliente ha visto que hay una manera en la que pueden no pagar sin perjudicarse. Han conversado con el abogado de la otra parte y parece que han llegado a un acuerdo conveniente.
Se escucharon algunas risas, ella solo agachó la mirada y la fijó en su cuaderno. No le gustaba lo que estaba escuchando.
- No entiendo, pero ¿por qué no nos avisaron? ¿Qué fue lo que negociaron?
- Sabes que cuando hay ignorancia no hay pecado, así que le pedí al cliente que no me diera detalles que no son necesarios y no tenemos que saber. Pero sí llegó a comentarme que primero quería ver si el juez podía ser de su ayuda, se dieron cuenta que eso no pasaría y ¡BAM!, les cae el abogado de la contra parte y les explica que, si una o dos pruebitas se pierden y no se presentan al caso, ellos ya no tendrían que pagarle al demandante nada. Creo que a esta altura podemos concluir que él pidió una buena tajada.
- Ah, con que con esas. ¡Qué desastre! Cómo tú has usado un refrancito, dejen que yo resuma esta situación con uno “Señor, líbrame de las aguas mansas, que de las bravas, me libro yo” Pobres personas, su propio abogado les está metiendo la rata.
Se escucharon más risas, pero el socio al que ella apoyaba interrumpió diciendo:
- No comentemos este tema más, eso ya es una actuación independiente del cliente y nos conviene darnos por no enterados. Limitémonos a defender su interés ¿Cuál es la deuda pendiente?
Esa pregunta era para ella, aún sin terminar de procesar la conversación que había tenido lugar, débilmente respondió
- Veinte mil dólares
- Bien, entonces ya no tendremos que buscar formas de dilatar el plazo hasta que nuestro cliente pueda pagar. Hay que limitarnos a ver que pruebas se presentan y de acuerdo a ello iremos tejiendo nuestros argumentos.
Se tocaron un par de puntos más, pero ella no podía prestar atención. Gracias a la buena fortuna la reunión no fue de larga duración.
Se levantó, se despidió, fue a su sitio y abrió el buscador en su ordenador. Su cliente era una empresa grande que estaba en deuda con un proveedor de telas, ella decidió buscar la razón social de aquel proveedor y no le sorprendió ver que no tenían una página web, solo aparecía una página de Facebook que se veía desactualizada y la dirección indicaba que el establecimiento se ubicaba en una de las tiendas de Gamarra. Antes de que pudiese seguir buscando más información, la bandeja de entrada de su correo anunció la llegada de un mail nuevo.
“Estimados y estimadas,
Confío plenamente en su compromiso con el estudio, pero no está de más recordarles que la conversación que tuvimos sobre nuestro cliente PANAMCORP es de carácter confidencial.”
Esas pequeñas líneas fueron suficientes para que ella decidiera que era mejor olvidar el tema y continuar sus tareas. Se mantuvo ocupada el resto del día, pero cuando salió a esperar el bus que la llevaría de regreso a casa, su mente la llevó al lugar que ella había estado tratando de evitar…
Desde pequeña había visto en las noticias una infinidad de personajes políticos que alteraban documentos, inflaban precios y demás para sacar provecho.
En casa le habían enseñado a repudiar tales comportamientos.
Una clásica enseñanza era la del ciudadano que se molestaba por que los políticos actuaban mal, pero que no pensaba dos veces antes de soltar un par de billetes con tal de evitar una multa por infringir las normas de tránsito.
En clase le habían enseñado a evitar esas hipocresías en su actuar.
Hubo un momento en el que explotaron varios escándalos de jueces que decían que por justicia les tenían que pagar, que los ascensos para jóvenes abogadas y abogados no se medían por el esfuerzo, sino por quien conocía a las personas convenientes o tenía la capacidad de pagar más.
En su clase de Ética lo habían repudiado y rechazado sin parar.
Todo eso no era ajeno a ella, se lo habían enseñado, lo había visto en las noticias y lo había escuchado en diversos medios y conversaciones. Pero no podía hacer caso omiso a lo que ella misma había hecho. No podía ignorar los días en los que ella, en lugar del procurador, había llevado documentos, acompañados con sobres de dinero al Poder Judicial. “No le hace daño nadie, solo queremos acelerar nuestro lento sistema procesal” Tampoco podía hacer de lado que ella decía que sí sin dudar porque quería ganarse la confianza, pero también la gracia y amistad para poder asegurar su plaza una vez acabada la universidad.
Abrió los ojos, se sentó en la cama y se concentró un rato en respirar, las náuseas estaban reemplazando el pesar.
Lo que nunca le contaron, lo que nunca vio y solo escuchó vagamente, es que realmente existían esos abogados que se aprovechaban de la confianza e ignorancia de sus clientes y ganar sus propios centavos a cambio de perder sus casos.
Los actos de corrupción cometidos por grandes personajes de grandes instituciones siempre eran los que acaparaban los titulares. Los actos de corrupción que afectaban a personas con conocimiento y agrandes empresas asesoradas, también. Pero ¿qué pasa con aquellas malas prácticas que se cometen contra el que no tiene idea de lo que está pasando?
La respuesta era sencilla: se olvidan y pasan desapercibidas.
Se sentía desolada y sentía que no tenía autoridad alguna para cuestionar. Ella había hecho su aporte a todo un sistema lleno de corrupción y poco interés por honrar la profesión, necesitaba oír algo bueno, necesitaba que alguien le escuchara. Vio la hora, era muy tarde, pero ya sabía quien era esa amiga que siempre estaba ahí y siempre respondía. Afortunadamente, esa era una de esas amigas que quería hacer las cosas bien en la vida.
Sacó su celular de la cartera que yacía en la cama, buscó el contacto ansiado y la amiga contestó. Trato de contar la situación sin afectar la confidencialidad que ella debía, dijo lo suficiente como para que se entendiera la decepción que ella sentía de si misma. La respuesta la dejó sorprendida y, por fin, experimentó como el sabor amargo en la boca se sentía.
“No te preocupes demasiado, los adultos son los responsables de actos tan asquerosos, tú estás aprendiendo y, naturalmente, puedes “equivocarte”, si me entiendes ¿no?. Sin contar, por supuesto, que sí la cosa se pone fea tú jamás serías encontrada responsable”
Agradeció el consejo, le deseo las buenas noches y colgó.
Nuevamente en la penumbra, recordó que su mamá le decía que ella siempre sería responsable por las decisiones que decidiera tomar en la vida, la edad ni su rango le dejaban la conciencia tranquila. “No hay justificaciones, solo elecciones, siempre tendrá la capacidad de elegir como quieres actuar y por qué quieres ser conocida”.
Era muy tarde para llamar y despertar a su mamá, pero rápidamente se dio cuenta que no sería necesario llamarla, la respuesta siempre había estado ahí, pero ella no quería verla. Le costó tomar la resolución de levantarse de su cama, prender la luz, ir al escritorio, prender su laptop y empezar a redactar su carta de renuncia. Sabía que el siguiente paso necesario era reportar al Colegio de Abogados la falta de ese inescrupuloso abogado.
Mientras redactaba sintió como le pesaba menos el alma y también vio que su cuarto, no era tan espantoso como ella pensaba.
Gris.