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De mitines y “likes”: expresión y movilización en la vida digital

por PÓLEMOS
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Eduardo Villanueva Mansilla

Doctor en Ciencia Política y Gobierno, Magíster en Comunicaciones y Licenciado en Bibliotecología y Ciencia de la Información, en todos los casos por la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Las controversias sobre la actividad política de nuestro tiempo son varias, pero quizá una de las más llamativas gira alrededor de la movilización. Entendiéndola como el ejercicio público, activo y visible de las preferencias políticas, implica la capacidad de los actores políticos, como partidos y movimientos, de lograr que sus adherentes o simpatizantes expresen de maneras visibles sus preferencias electorales, cuando se trata de elegir representantes o gobernantes. Diferenciemos entre las movilizaciones reivindicativas y las electorales, puesto que estas últimas son conducidas alrededor del objetivo específico de obtener resultados electorales, y por lo tanto ocurren en plazos específicos y con actores claramente identificados.

En nuestros tiempos, en que la sociedad ha sido alterada radicalmente por la vida digital, hay que considerar la variable de la actividad política en medios y espacios digitales. El auge de los medios sociales, y del uso de medios digitales a través de la Internet en general, ha creado formas distintas de expresión política; el “like”, el “share”, el comentario, para comenzar. La pregunta es si estas nuevas formas de expresión —que surgen al mismo tiempo que las movilizaciones tradicionales parecen haber perdido parte de su importancia— representan movilización o si tan solo se quedan en la expresión. Para entender la diferencia es necesario identificar exactamente qué hacen las movilizaciones, en cualquier forma, antes de compararlas con las formas digitales de expresión.

La movilización política ha sido por lo general una cuestión de escalas: el mitin es la forma más callejera, masiva, de movilización tradicional, que muestra la capacidad de un grupo de sacar a las calles a sus partidarios como demostración de fuerza. Evidentemente es un ejercicio de capacidades organizacionales significativo: requiere contar con equipos capaces de realizar una serie de tareas complementarias que solo funcionan cuando se logra “llenar la plaza”, es decir cumplir con expectativas internas y externas. Nada peor que intentar un mitin y no lograrlo, o lograrlo a medias; perder el control del mitin, con grupos que actúan de maneras inesperadas o contrarias a las deseadas, es también un mal resultado.

En contextos electorales, esta forma específica de movilización ha sido, por lo general, el recurso de partidos de masas, es decir aquellos que organizan sus acciones a partir de grupos grandes de personas que coinciden con los objetivos del partido, y que están dispuestos a invertir tiempo y dinero en expresar su intención política. Basta recordar momentos específicos, como el nacimiento de la oposición a la estatificación de la banca en el primer gobierno de Alan García, que sirve para comprobar la capacidad de movilización, pero que luego resultan en relativo fracaso: el movimiento Libertad, un tanto la encarnación de esa movilización específica, nunca tuvo vocación de masas, y no logro sino mínimamente movilizar grandes masas en sus actividades callejeras, incluso en sus mejores momentos de expectativa electoral. Por el contrario, la vieja Izquierda Unida, la coalición de partidos de izquierda que tuvo un lugar significativo en la política peruana de los años ochenta, siempre lograba organizar mitines de gran magnitud, incluso cuando su desempeño electoral fue pobre, como en las elecciones de 1990.

Esto indica un aspecto que no debe ignorarse: las movilizaciones siempre son representativas de la capacidad de contar con ciudadanos altamente motivados, pero no necesariamente de convocatoria masiva al momento electoral. El tamaño de la manifestación no se correlaciona de manera directa con el resultado en votos. Pero además la apelación electoral de cada partido es distinta, y se manifiesta en la forma de sus movilizaciones. El contraste entre un mitin del APRA, hasta el día de hoy, o de la izquierda en los años ochenta, con aquellos de Fujimori (cualquiera de los dos) deja una lección clara: un mitin es posible sea con militantes dedicados o con gente atraída por mecanismos clientelares; por ello, si no se tiene militantes, se necesita crear atractivos para convocar la mayor cantidad de interesados.

Esto subraya que la movilización presencial es colectiva. Requiere que los números se agreguen en el momento y que se logre crear un impacto visible a través de la participación intensa y concentrada. Para lograrlo se necesita un aparato de producción que puede ser caro.

Es más: la movilización es apenas una parte de la secuencia de compromiso que se busca con los partidarios. Aparte del interés en votar por alguien, lo ideal sería que el votante se comprometa con promover una candidatura, comenzando por difundir o comunicar; luego se moviliza, en la forma de situaciones como los mitines; para al final llegar a la participación, es decir a comprometer más que solo ciertos momentos sino a identificarse como parte misma del partido, propuesta o movimiento. Esta escala de compromiso no siempre funciona a plenitud, especialmente cuando el partido o movimiento no tiene capacidad para crear espacios de movilización o mejor aún, de participación.

El “like”, en cambio, resulta distinto. Aparentemente cuesta menos, aunque significa menos también. Implica interés antes que compromiso, y por ello no es señal de movilización en sí mismo. Es un acto individual que puede ser el primer paso a la difusión, a través de los “compartir”, pero el riesgo es que esa difusión es inherentemente limitada. Esto requiere una explicación algo más detallada.

Aunque se las suele llamar “redes sociales”, al hablar de Facebook, Twitter u otros servicios de Internet, el termino correcto es “medios sociales”: son medios de comunicación que se construyen a partir de las redes sociales de cada usuario, es decir del conjunto de conexiones presenciales o virtuales que cada persona construye a lo largo de su vida. Los medios sociales son entonces el ejemplo clásico de espacio de socialidad construidos a partir de interlocución, es decir de la capacidad humana de comunicarse. La interlocución se realiza a través de las capacidades expresivas que cada medio nos ofrece; en el caso de Facebook, la forma más común de expresión es el “like”, así como en Twitter la forma más común es el “retuiteo”.

Estas expresiones son personales, dirigidas a grupos más o menos predecibles en sus respuestas. Buscamos difundir, usando el “share”, cuando asumimos que lo que vemos tendrá un efecto determinado en nuestra red; comentamos cuando algo nos gusta. Todos son actos individuales, y no implican más compromiso con aquellos que originan las ideas o expresiones que compartimos o apreciamos, que el límite que nosotros mismos pongamos.

Evidentemente, es posible encontrar a través de estas acciones individuales a otras personas que se expresan de la misma manera, y así establecer o fortalecer vínculos sociales. También es posible que las expresiones creen vínculos digitales con personas que no conocemos, y que través de ellos logremos mayor difusión para nuestras ideas o para aquellas que nos gustan. Pero también es posible que el efecto que logremos a través de estos actos de difusión sea menor, sutil o directamente tenue.

¿Es posible generar movilización a través de medios sociales? Sin duda, pero lo que muestra la evidencia hasta ahora encontrada es que estas resultan en casos relativamente precisos, cuando se crea un consenso sobre tanto la justicia de lo que se busca con la movilización, como la oportunidad de realizarla. Incluso el resultado es individual: se participa gracias a la convocatoria digital pero no se articula la movilización en un espacio social concreto, sino como la agregación de una serie de espacios menores, en donde la suma de intereses o reivindicaciones resulta en una manifestación o acción que puede tener efectos inmediatos, pero que al carecer de participación articulada colectivamente, no se sostiene en el tiempo.

Para lo que Facebook es fantástico es para lograr que las personas sientan certeza sobre sus opiniones, certeza que se construye al encontrar grupos que comparten no solo lo que se piensa sino la manera como se formula. Es decir, en Facebook las interacciones privilegian la coincidencia discursiva y retórica antes que la deliberación; la expresión de empatía o de desagrado, antes que la exploración de opciones de diálogo; la contundencia moral frente a la ambigüedad del análisis. Es fácil ser Catón en Facebook porque a diferencia de la vida real, nadie compite conmigo para demostrar que tengo la razón.

Esto se conecta con una cuestión fundamental: vivimos en una sociedad de masas donde es posible encontrar espacios que no parecen ser masivos. Las redes que creamos en Facebook son mucho menos parecidas a la vida social “presencial” que la vida en la calle: podemos evitar en ellas toparnos con muchas cosas que no nos gustan o con las que no estamos de acuerdo; no podemos abandonar la vida “presencial” pero contamos para escaparnos con la vida digital.

En política electoral, esto no sirve de mucho. Las candidaturas tienen que encontrar maneras de sostener un espacio atractivo para los que no han decidido su voto, pero permanentemente es capturado por aquellos que no solo están ya convencidos, sino que no toleran la idea que haya quienes no lo estén. Así “las redes” dejan de ser espacios de seducción o convencimiento y asumen el rol de tribunales de moral.

Evidentemente, esto no reemplaza al mitin. La abundancia de Torquemadas en una página de Facebook no tiene por qué ser vista como una demostración de fuerza, no en la misma escala que movilizar a cientos de miles en una ciudad. Lo segundo es más orgánico en su expresión que la intensidad excesiva en un espacio virtual.

¿Esto quiere decir que los mitines son necesarios, incluso que son fundamentales? No. Si son hechura de producciones financiadas por clientelismo, solo refleja la profundidad de los bolsillos del que convoca. Si fueran orgánicos, desde las bases, serían interesantes, pero cada vez hay menos de esos mitines porque hay menos de esos partidos capaces de hacer ese tipo de convocatoria. En esa medida fabricar no tiene que ser muy util y esforzarse por organizar otro no necesariamente tiene grandes rendimientos políticos. Pero al no tener un reemplazo directo, dejan un vacío en la movilización de apoyos que no ha sido todavía reemplazado. No es que los medios sociales hayan postergado o hecho desaparecer a las movilizaciones a la antigua, sino que han servido para paliar su menor capacidad de impacto producto de cambios sociales.

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