Eduardo Herrera Velarde
Abogado por la Universidad de San Martín de Porres. Magister en Derecho Penal, Universidad de Santo Tomás, Colombia y Universidad de Salamanca, España. Cursos de Postgrado-Finanzas y Derecho Empresarial, Escuela de Administración de Negocios para Graduados ESAN. Ha sido Profesor de Derecho Penal Económico de la Universidad San Martín de Porres y Profesor de Derecho Penal en la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional.
La pregunta que da título a este artículo es la que está detrás de la campaña denominada “Chapa Tu Choro”, a la que ya después algunos más involucionados agregaron el “…y déjalo paralítico” como respuesta al no saber qué hacer frente al embate de la delincuencia común.
El problema, al parecer, encierra la incertidumbre del momento posterior a la captura del delincuente, lo cual nos llevaría a sospechar que el punto álgido se encuentra en la aplicación de la justicia para quien infracciona la ley. Como en todo debate, aquí hay dos posiciones. Ambas, como veremos, muy sustentables.
La primera posición, la que está en favor del ajusticiamiento popular, es una representación de la frustración colectiva. Esta respuesta es la que identifica también – aunque con sus matices – por ejemplo, a las tomas de carreteras. La fundamentación (y vaya que la existe) es la siguiente: Como el Estado o el gobierno o la autoridad o cualquiera (a todos se les identifica por igual y se les confunde), no accede a mis pretensiones, solicitudes o posiciones (o simplemente no me hace caso), entonces hago que esa pretensión, solicitud o posición se legitime y valga por sí misma; incluso así esta sea ilegal, ilícita o irracional. Esta es la ley auténtica de la caverna. Ahora, lo antes expuesto no indica que actuar bajo esta manera no sea comprensible.
Vamos con un ejemplo que le puede haber sucedido a cualquiera que maneje un automóvil (como me pasó a mí, por cierto, y varias veces):
X va conduciendo su auto y, de improviso se ve atravesado por un vehículo más grande (llámese combi o camionetón). El vehículo más grande se planta en medio de la pista, ya sea para dejar o recoger pasajeros o para cualquier otro acto que signifique impedir el curso de los demás (entre ellos el trayecto del vehículo de X). Lejos de pedir disculpas o actuar en consecuencia, la conducta del vehículo mayor es la contraria; se demora todo el tiempo del mundo como si la pista fuese de su propiedad e incluso desafía a las personas (vehículos) que están detrás o, lo peor de todo, no les hace el más mínimo caso, como si no existiesen.
¿Qué hacer ante una situación así ? Me ha pasado que he llegado a rebasar los límites de la tolerancia y todas las respiraciones que me han recomendado para calmarme. En más de una vez, lo reconozco, he salido corriendo disparado del auto a reventarle cualquier cosa al irresponsable conductor. Los resultados pueden ser inimaginables.
Con el ejemplo antes graficado no pretendo justificar actuar de la manera que a uno le provoque. Simplemente quiero expresar que comprendo ese proceder. A todos nos ha pasado, no necesariamente en esa idéntica situación sino tal vez en cualquier otra que haya rebasado los límites de nuestra tolerancia.
La segunda posición es la que todos identificamos como la más recomendable: la posición institucional. No obstante es, a mi juicio y en este país, la más hipócrita.
La posición diría más o menos lo siguiente : “Pórtate bien. No puedes matar a alguien o pegarle simplemente porque te robó: para eso está la justicia”. Quien esgrime esta posición nunca ha sido sujeto de un robo o de ningún atropello en sus derechos o su tranquilidad. En todo caso, esgrime esta declaración de tolerancia y respeto hacia la institucionalidad, cuando ya todo pasó. Así cualquiera.
El asunto es más profundo de lo que parece. No se trata – solamente – de establecer si está bien o mal “linchar” a un delincuente. Dicho sea de paso, y como lo expuse en otro artículo, el “choro” que es capturado es el llamado “monse” que se deja atrapar y que, además, es un delincuente de poca monta. A los “rankeados” así no más no los atrapan y son otros códigos (y también otros contextos) los que rodean esa coyuntura.
Lo que a mí me queda muy en claro, como también referí en otra oportunidad, es que este debate, como otros que avivan posiciones abiertamente encontradas, despiertan la pasividad que nos ha sumido a todos los peruanos desde hace mucho tiempo. Pasividad ante la delincuencia, pasividad ante la corrupción, pasividad ante la pobreza. Pasividad, en la que salvo nos afecte o nos toque, nadie hace nada. Sin embargo, transgredir los límites de la tolerancia colectiva es bueno porque despierta los cambios que se necesitan.
Pero retomando el hilo de lo tratado, cabe reparar que acá hay dos situaciones ya establecidas. O vivimos como una horda de reaccionarios cavernícolas o vivimos como un grupete insensible de hipócritas institucionales.
¿Qué hacer para no vivir como una horda de reaccionarios cavernícolas? Con respeto hacia el otro. Si yo respeto al otro (que puede ser cualquiera) él también me va a respetar. El círculo será virtuoso y eterno. Las normas, las reglas son solo excusas que – en todo caso – sirven para mantener un orden implícito (como ocurre por ejemplo con el semáforo). Lo que vale y sirve, es desarrollar a la persona.
¿Qué hacer para no vivir como un grupete insensible de hipócritas institucionales? Primero ponerse en el lugar del otro y para esto hay que aceptar que el otro también existe: nuevamente el respeto, al que se le agrega la empatía. Segundo, que las instituciones funcionen. Sobre este punto podría decirse mucho, pero no lo voy a hacer. Solamente responderé a una pregunta: ¿De qué están compuestas las instituciones ? La respuesta nos dará el camino a seguir.
Si, ambas respuestas llevan a una sola conclusión. No es un asunto de leyes, de normas, de instituciones, de quién tiene o no tiene la razón. La receta va en relación a quien lee este artículo, o a quien lo ha escrito, o a quien no quiso leerlo, o a quien no pudo: a las personas.