Literatura y derecho: Kafka y las ficciones de la justicia

Literatura y derecho: Kafka y las ficciones de la justicia

Enán Arrieta Burgos [1]

Abogado, especialista en Derecho Procesal y doctor summa cum laude en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB Medellín, Colombia), con estancia de investigación postdoctoral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, en donde ha sido profesor visitante.


En su célebre libro Sapiens: de animales a dioses (2014), Yuval Noah Harari recuerda el paso decisivo que, en la macrohistoria de la humanidad, significó la revolución cognitiva que experimentó nuestra especie. Esta revolución se expresó en la característica más singular del lenguaje humano y que nos diferencia del resto de animales: la capacidad de hablar sobre ficciones. Para ilustrar estos órdenes imaginarios, Harari propone una comparación sugestiva: los antiguos hechiceros que le rendían tributo al dios fuego no se diferencian, radicalmente, de los abogados que le rinden culto a las leyes, los derechos, el dinero y la justicia. Hechiceros y abogados son, así, curadores de ficciones.

Las ficciones no son mentiras, y sostener que el derecho se edifica sobre mitos legales comunes de ningún modo implica desconocer la importancia que, a nivel social, suponen las formaciones y deformaciones imaginarias producidas por el sistema jurídico. Por el contrario, las ficciones le permiten al hombre cooperar a gran escala y hacer de la vida una realidad asumible y alegre.

Aunque los abogados, acostumbrados a la seriedad[2], perdamos de vista el origen ficcional del derecho, la literatura kafkiana nos lo recuerda constantemente. Así, en este artículo, y a partir de El proceso de Franz Kafka, defenderé que la principal relación entre derecho y literatura debe buscarse en la capacidad que esta tiene de ficcionalizar las ficciones del derecho. La literatura kafkiana nos invita a develar el carácter ficcional de la ficción jurídica. De esta manera, y en torno a la administración de jusitcia, Kafka nos ayuda a comprender cómo, mientras que los operadores jurídicos se esfuerzan por esconder sus imperfecciones e inclinaciones subjetivas a través de una ficción que de manera rimbombante suele llamarse Justicia —lo que les permite invadir, reducir, encauzar, objetivar y regular con una apariencia de legitimidad todos los aspectos de la libertad humana—; la literatura, por el contrario, al ser la libertad creadora en sí misma, con todo y su estructura ficticia, puede penetrar la realidad del derecho, develando esas otras ficciones que el poder del derecho no está dispuesto a aceptar, por cuanto estatuyen el ejercicio de su violencia como algo necesario, objetivo, legítimo y natural.

En El proceso, Kafka ilustra cómo, en su cara externa, el sistema judicial se configura a manera de dispositivo burocrático. La burocracia, señala Weber (1964), es un tipo de dominación cuyo éxito consiste en su propia deshumanización. La supresión de toda sensibilidad puramente personal y de todo elemento irracional que escape al cálculo caracterizan a la máquina burocrática. De allí, como señala González (1989), se derivan los principios de jerarquía funcional, competencia, cargo, expediente, eficacia, aprendizaje profesional, dedicación y reglamentación; principios que Arrieta (2017) complementa con los de: totalidad, atracción y necesidad. Así, tanto en El proceso (2012a) como En la colonia penitenciaria (2012b), Kafka presenta la administración de justicia como una máquina que impone la totalidad burocrática, alentada por una racionalidad fundada en la necesidad y que se ve atraída por la culpa del detenido. Este dispositivo está en capacidad de saberlo y verlo todo, extendiendo constancia de ello en el expediente. Opera por su propia inercia, delimitada en competencias y jerarquías cuya legitimidad reside en una concepción trascedente y grandilocuente de la Ley.

Pese a ello, Kafka no se contenta con describir el dispositivo burocrático. Su intención es mucho más profunda y subversiva, pues busca recordarnos que la concepción burocrática de la administración de justicia no es más que otra ficción del derecho.

Si algo queda claro en El proceso es que la pretendida deshumanización del dispositivo burocrático es tan anhelada como inútil. No importa lo que diga la “Ley”, lo que interesa, finalmente, es el carácter altamente influenciable de los funcionarios. Kafka lo hace notar con la metáfora de la presencia femenina, como quiera que el deseo por las mujeres guía, en la obra, las decisiones de los administradores de justicia.

De igual modo, la necesidad, como criterio de racionalidad, también se diluye con solo indagar más allá de la superficie. Detrás de la necesidad, subyace, realmente, el capricho. Descorriendo el manto de necesidad y objetividad de la justicia (Arendt, 1999), Kafka pone en evidencia la contingencia, la arbitrariedad y el capricho de los funcionarios. Las referencias continuas que en El proceso encontramos sobre lo infantil, la presencia de niños en el interior del tribunal y la ejemplificación de las leyes como cuadernos de colegio insinúan el carácter pueril de la racionalidad judicial.

De este modo, Kafka hace patente que la finalidad del dispositivo burocrático de justicia no es la trascendencia de la ley, sino la inmanencia del deseo: “La justicia sólo es un proceso, un desarrollo inmanente del deseo” (Deleuze y Guattari, 1975, p. 77). Por esta razón, en la obra kafkiana los funcionarios se representan como guardianes corruptos, inspectores ridículos y jueces mediocres que tienen por misión procesar a Josef K. Funcionarios mal pagados, tentados a cometer actos de corrupción, que trabajan en condiciones infrahumanas, que sufren y que, como cualquier persona, no pueden hacer a un lado sus deseos y sentimientos.

Es este el crimen que comete Josef K. y por el cual es procesado. Como diría Foucault (2012), descalificar a quienes ejercen el poder es sumamente peligroso porque implica poner en duda la necesidad misma del ejercicio del poder. Es por esta razón que, refiriéndose al guardián de Ante la ley, el sacerdote censura la opinión de K., quien había cuestionado a los funcionarios del tribunal: “Dudar de su dignidad sería dudar de la ley”. Sin embargo, Josef K. constantemente somete a interrogación la integridad moral y la idoneidad de los funcionarios de la Ley, develando aquello que alienta en el dispositivo burocrático: el deseo. No es K. quien está ante la ley; es la ley la que está ante la duda de K.

En este orden de ideas, El proceso muestra la naturaleza dual del dispositivo burocrático en su unidad deseante: Justicia (Diké) y Victoria (Niké). Este carácter bicéfalo se representa en una pintura de Titorelli, quien le exoresaría a K.

–Es la Justicia–, dijo el pintor por fin. –Ahora la reconozco–, dijo K., –aquí está la venda en los ojos y aquí la balanza. Pero ¿no tiene alas en los talones y no está corriendo?–. –Sí–, dijo el pintor, –tengo que pintarla así por encargo; en realidad; en realidad es la Justicia y la diosa de la Victoria al mismo tiempo–. –No es buena combinación–, dijo K. sonriendo, –la Justicia tiene que reposar, si no, se moverá la balanza y será imposible una sentencia justa– (Kafka, 2012a, p. 138).

En la obra de Kafka, el dispositivo burocrático tiene tanto de Justicia como de Victoria. A diferencia de Diké, Niké no tiene los ojos vendados. Pero, en oposición a esta, aquella reposa y juzga en su balanza el comportamiento de los hombres. La pintura de Titorelli es reveladora, pues combina los defectos de una y de otra deidad: la ceguera y el movimiento. Ciego y apresurado, así es el dispositivo burocrático de la ficta justicia que Kafka nos presenta, porque así es, también, la realidad del deseo.

Esta representación un tanto grotesca de la justicia le hacía pensar a Josef K. que la figura retratada en la pintura se trataba, realmente, de la diosa de la caza. Porque si los funcionarios actúan movidos por la venganza, el dispositivo burocrático lo hará motivado por la caza de su presa. No en vano, esta es la máxima jurídica que impulsa todo en El proceso: “–para el sospechoso el movimiento es mejor que el reposo, porque quien reposa, sin saberlo, puede estar en una balanza y ser pesado con sus pecados–” (2012a, p. 180). Así pues, ¿cómo podría ser justa una justicia ciega y en movimiento? En la obra de Kafka, la sospechosa es la justicia y no el procesado. De allí que sea siempre oportuno recordar la pregunta más inquietante y real que El proceso nos plantea: “¿Cómo puede ser si quiera culpable el ser humano?” (Kafka, 2012a, p. 198).

Para finalizar este escrito, no podría dejar de mencionar que, desde luego, la presentación que Kafka hace de la administración justicia no puede calificarse de mentirosa, ni de verdadera. Preguntarse por el valor veritativo de una obra de ficción es desconocer su naturaleza. Por supuesto que la administración de justicia no se confunde con la imagen que Kafka muestra de ella. Sin embargo, la utilidad de esta deformación imaginaria es recordarnos que el derecho, como cualquier otra ficción, es una construcción imaginaria que no deberíamos tomarnos demasiado en serio. Es necesario reivindicar la realidad de la alegría.


Referencias

Arendt, H. (1999). Franz Kafka, revalorado. In F. Kafka, Obras completas. Volumen I: Novelas (pp. 173 – 193). Barcelona: Galaxia Gutemberg – Círculo de Lectores.

Deleuze, G y Guattari, F. (1975). Kafka: pour une littérature mineure. Éditions de Minuit.

Foucault, M. (2012). Les anormaux. Cours au Collège de France, 1974-1975. Paris: Seuil.

González, J. M. (1989). La máquina burocrática (Afinidades electivas entre Max Weber y Franz Kafka). Madrid: Visor.

Harari, Y. (2014). Sapiens: de animales a dioses. Bogotá: Debate.

Kafka, F. (2012a). El proceso. Cota-Cundinamarca: Debolsillo.

Kafka, F. (2012b). En la colonia penitenciaria. En F. Kafka, Ante la ley. Escritos publicados en vida (pp. 129 – 163). Cota-Cundinamarca: Debolsillo.

Sartre, J.-P. (1943). L’être et le néant Essai d’ontologie phénoménologique. Paris: Gallimard

Weber, M. (1985). Burocracia. En M. Weber, Ensayos de sociología contemporánea I (M. Bofill, Trans., pp. 167 – 232). Barcelona: Planeta-Agostini.

[1] Actualmente se desempeña como profesor asociado de la Facultad de Derecho de la UPB, coordinando el Área de Fundamentación e Investigación. Asimismo, es investigador asociado del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia, abogado litigante y consultor en derecho social.

[2] Entiendo por seriedad, siguiendo a Sartre (1943), la conciencia de no ser nunca más que lo que somos, es decir, el resultado necesario del mundo y sus determinaciones.